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23 octubre, 2012

¿Un nuevo milagro chino?

Por Victoria Márquez

El estrellato de un artista disidente desafía al gigante asiático. Ai Weiwei se ubica hoy en día en la primera plana del mundo del arte contemporáneo. El artista chino de 54 años saltó a la fama mundial el año pasado al haber sido capturado por la policía de su país. Durante los 81 días en que estuvo cautivo, nada se supo de él. Fue después liberado para ser condenado a un arresto domiciliario que se encuentra cumpliendo hasta el día de hoy.

Sin embargo, el interés de la figura de Weiwei no radica sólo en la resonancia del caso policial que lo tuvo como protagonista. Su obra es extensa y muy crítica sobre la situación de la Chinaactual. Por ejemplo, su trabajo ha sido incluido en la Bienalde Venecia de 1999, la Documenta12 en Alemania y la Bienalde San Pablo de 2010. La obra que presentó en Documenta 12 se llamó Fairytale (Cuento de hadas); consistió en llevar a mil y un personas de distintos lugares de la China a la ciudad de Kassel para que se dedicaran a no hacer absolutamente nada. El poder disponer de un tiempo dedicado plenamente al ocio es una situación de la que muchos ciudadanos de las democracias occidentales podemos disfrutar, pero que, para aquellos que trabajan en jornadas diarias de hasta 16 horas en la potencia asiática, no puede más que ser parte de un «cuento de hadas». Con humor e ironía, este artista puso en relieve una de las principales problemáticas que afectan a su país natal.

Esta suerte de performance colectiva puede enmarcarse dentro del abundante corpus de obra con mensaje político que Weiwei viene produciendo desde hace tiempo. Podemos mencionar obras como Dropping a Han Dynasty Urn (donde rompe un antiguo vaso de la dinastía Han en un acto de rebeldía hacia una tradición opresora y autoritaria) o Coca Cola Vase, con un gesto similar pinta el logo de Coca-Cola en un vaso cerámico de 5000 años de antigüedad. Pero definitivamente, la más impactante es la que resulta de la investigación realizada a partir de la muerte de niños en el terremoto de Sichuan de 2008. Durante el temblor, debido al colapso de una importante cantidad de edificios escolares (las «escuelas de tofu», llamadas así por haber sido construidas con estructuras endebles y fondos menguados por numerosos casos de corrupción), murieron miles de niños cuya cifra el gobierno chino no quiso revelar, además de haber mantenido ocultos los nombres de las víctimas. La investigación realizada en conjunto con otros activistas llegó a reunir más de 5300 nombres, listado que el artista publicó en su página web. El escándalo no se hizo esperar y sobrevino la censura, por lo que su blog fue cerrado. Más allá de la investigación truncada, la obra resultante de este trabajo fue contundente: se llamó Remembering (Recordando) y consistió en una instalación en la fachada dela Haus der Kunst en Munich, Alemania, donde se ubicaron 9000 mochilas de colores que formaban un letrero gigante, con un mensaje en letras chinas que decía: «Vivió feliz en este mundo por siete años».

En el documental que Alison Klayman  hizo sobre su vida y obra (Never Sorry, estrenado el año pasado) vemos entrevistas a transeúntes, entre ellas una chica que dice: «Ai Weiwei me hizo cambiar mi forma de ver las cosas… ahora pienso que no hay que ocultar la verdad». Es llamativo pensar que alguien pudiera realmente creer que el ocultamiento de la verdad es algo necesario; pero enla China actual, el más fuerte pilar de la economía mundial, ocultar la verdad es un hecho cotidiano y ampliamente aceptado. ¿Cómo crecería a tasas tan elevadas un país donde se respetasen plenamente los derechos de los trabajadores? ¿Cómo se mantendría en el poder un régimen tan estricto como el chino si no fuera mediante el ocultamiento de información sensible? En las grietas del régimen, la mirada de nuestro artista se asoma.  Hay un lugar para las filtraciones, sí, y ese lugar es Internet.

La importancia del gesto

Este 3 de Abril, al haberse cumplido un año del arresto por supuestos «crímenes financieros» de los que se le ha prohibido hablar, Weiwei instaló cámaras web en varios rincones de su casa, para que todo el mundo pudiera observar su vida entre las paredes del arresto domiciliario. De este modo, el artista invirtió el paradigma de la sociedad de vigilancia asociada al terror y la disciplina, y se le rió en la cara. El artista se filmó en situaciones de su vida diaria que transmitió en vivo y en directo ya que sabía que estaba siendo vigilado por el gobierno constantemente, demostrando que no tenía nada que ocultar. «Espero que las autoridades puedan mostrar también algo de transparencia», dijo cuando fue consultado respecto de esa iniciativa. Horas después de haberla puesto al aire, la WeiWei Camdebió ser cerrada debido a órdenes del gobierno chino, pero, como en el caso de tantos artistas contemporáneos desde la aparición de Duchamp, lo importante fue el gesto.  La transmisión de Weiwei fue vista por millones de usuarios de Internet  alrededor del mundo.
Sacar una foto en un ascensor mientras la policía te lleva detenido parecería la performance de un artista provocador al que le gusta el escándalo; lo que le interesa a Ai Weiwei no es indagar sobre el escándalo, sino acerca de la libertad de expresión. Mejor dicho, en China, la libertad de expresión y el escándalo dan la sensación de ser sinónimos.

Weiwei filma y fotografía su vida obsesivamente. No oculta nada y se expone lo más posible. Se saca fotos internado, haciendo el gesto fuck you a quienes lo llevaron allí, como si la fama lo protegiera. Paradojas del mundo moderno, el integrarse al mundo mediático occidental hizo que Weiwei se viera protegido por el inmenso aparato de prensa que llevó a la desgracia a tantos personajes célebres que hubieran preferido permanecer anónimos. El showbiz, por ahora, protege a nuestro artista. Esperemos que su espíritu critico no se empalague con las mieles de la fama.

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