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4 mayo, 2013

 

«No se llega a la iluminación imaginando figuras luminosas, sino haciéndose consciente de la oscuridad». Estas palabras, que pertenecen a Carl Gustav Jung, condicen con la obra de Adriana Lestido, destacada fotógrafa documentalista argentina, quien se mete en los recovecos del ser, en la relación con uno mismo y, por ende —inevitablemente—, con el Otro. 

 

Por: Valeria Bula

 

Todo ser humano lucha por incluirse, por ser parte y reconocido por sus pares. Lestido logra sacar a la superficie los reclamos, los instantes invisibles, la angustia y el dolor de aquellos que no se pueden hacer oír, pero claman a gritos por ser reconocidos como seres humanos. Así, declara las crudas realidades de sectores sociales que pugnan por ser contemplados e incluidos dentro del sistema utilitarista en el que se vive, que tiende a desechar personas. Es así como nacen, entre otros trabajos, Madres adolescentes (1989-1990), Hospital Infanto Juvenil (1986-1988), Mujeres presas (1991-1993) y Madres e hijas (1995-1999).

La fotógrafa se mete en el barro, hace trabajo de campo al mejor estilo del antropólogo social Bronisław Malinowski y convive con las personas del universo donde puso su foco. Se zambulle, así, como desde un trampolín, muy decididamente, en ese mar que ofrece profundidades insospechadas: su lente logra capturar las sensaciones más iracundas y nauseabundas, y da luz aquello que el ser humano esquiva, por resistencia, quizás, a todo lo que no puede soportar. Después de convivir durante todo un año, un día a la semana, con las mujeres de la cárcel número 8 de La Plata, resultó Mujeres presas, un ensayo que muestra el infierno al que esas mujeres se ven sometidas: opresión, soledad, desamparo, sentimiento de vacío e inseguridad.

A partir de sus fotografías se despliega una serie de interrogantes. En efecto, Lestido logra echar luz sobre cómo se produce lo que Michel Foucault (en Vigilar y castigar) llama las micropenalidades que se dan en las relaciones: las ausencias, el descuido, la falta de atención, las insolencias y las descortesías, las actitudes y los gestos impertinentes, la suciedad. La mayoría de esas mujeres proviene de hogares pobres y tienen hijos. Dentro de la cárcel, el niño golpea la reja y llama a la encargada del pabellón, tal como lo haría su madre. Por ley, a los menores de cuatro años los dejan quedarse con sus mamás (por ley, también en Provincia, las madres con niños de esa edad tienen derecho a prisión domiciliaria, pero esta es otra historia…). ¿Y después? Después, quedan «a la buena de Dios»; o con algún familiar —en el mejor de los casos—, en la calle o en algún reformatorio. Desprovistos de toda contención social y familiar, reproducen la historia de sus madres. Otro fenómeno que se da, y que Lestido retrata, es la ausencia masculina.

[showtime]

En Mujeres presas se ve claramente cuando muchas de ellas se tatúan el nombre del ser amado, pero ellos no aparecen. Azucena Racosta, docente del Seminario de Criminología, Comunicación y Medios de la Universidad de La Plata y fundadora de Radio La Cantora —realizada por personas privadas de la libertad—, explica que las mujeres son abandonadas inmediatamente por sus parejas una vez que entran en prisión. En las cárceles de hombres, las mujeres hacen fila, muchas veces desde la noche anterior, para visitarlos; mientras que los salones de visita de las cárceles femeninas se ven vacíos. En Madres e hijas siguió durante tres años a cuatro madres con sus respectivas hijas. Según la artista, a pesar de haber trabajado en la cárcel, este fue su trabajo más intenso y con el que se sintió más a gusto. Con sus fotos directas y testimoniales, transmite los conflictos, la simbiosis de la maternidad, la necesidad de la madre, la necesidad de la hija, los cuerpos desnudos, la intimidad y la desolación.

Adriana quería recuperar a su madre en este trabajo, y termina con una foto de ella en su memoria. «Fotografío lo que percibo pero no llego a ver». Su mirada aferra lo que no se ve, lo que se calla. Con el movimiento que producen sus fotografías ante quien las mira, reconoce que prefiere el anonimatoy que la persona que se encuentre con ellas las haga propias. Durante su juventud, en plena época dictatorial, Adriana vio cómo sus amigos desaparecían, entre ellos su esposo, y sintió duramente la ausencia de aquellos que ya no están. No por casualidad, quizás, su primera labor como reportera gráfica en el diario La Voz fue la recordada foto de una madre y una hija clamando por ese ser querido ausente (Marcha por la vida, Buenos Aires, 1982). El sufrimiento y la incomprensión se hacen presentes. Como transmutación de sí misma y del universo que la rodea, en 2010 hizo Lo que se ve, una exposición que recorre desde el comienzo de su carrera en 1979 hasta el 2007.

Con esta retrospectiva, expuesta en el Centro Cultural Recoleta, dio por finalizada una etapa, la de las «ausencias». Es así como en 2011 llegó a Interior, donde manifestó no solo las profundidades de los paisajes argentinos sino también las propias. Sus fotos son en blanco y negro precisamente con el fin de reflejar el contraste entre lo oscuro (la incomprensión de la realidad) y la luz (la verdad). Se podría trazar una línea de comparación entre esta mirada y la Alegoría de la Caverna de Platón, que relata la prisión del ser humano desde su nacimiento y cómo ve la vida a través de sombras, porque no se da cuenta de su situación y de que podría haber algo más, esto es, otra realidad que se le escapa. «Me adentro en la oscuridad para empujar hacia adelante, ese es el sentido de bajar hasta el infierno, esta es mi manera de buscar la luz».

Adriana Lestido fue la primera fotógrafa argentina que recibió la prestigiosa beca Guggenheim. Su trabajo es reconocido a nivel nacional e internacional, ha ganado premios y subsidios, como el Hasselblad de Suecia, el Mother Jones de Estados Unidos y el Konex. En 2010 recibió la medalla del Bicentenario y fue nombrada Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Desde 1995 se dedica a la docencia, desarrollando diversos talleres y clínicas.