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5 julio, 2012

TEATRO

Por: María Pilar González

 

El director y dramaturgo celebra los diez años de su espacio Timbre 4 y promete reposiciones de sus obras más celebradas.

Sentado en un bar de Congreso, con el frío de Buenos Aires que hace apretar el paso a los transeúntes, la sonrisa encantadora de Claudio Tolcachir le aporta calidez a la tardecita de otoño. Hablar del teatro despierta una chispa de pasión al fondo de sus ojos oscuros, de mirada profunda, que puede guiñar —risueño— si la situación lo amerita. La charla se desenvuelve con el sonido y el aroma del café recién molido, y en ese contexto el autor desenreda la madeja que compone la multiplicidad de roles que hoy hacen que sea uno de los directores más reconocidos de la escena local.

¿Cómo te preparaste para Buena gente en el teatro Liceo?

Con todo. Tiene un montaje con bastante escenografía: son seis espacios diferentes. Es la primera vez que armo una obra que tiene cambios de escenografía, así que me divertí mucho. Me tocó trabajar con Alberto Negrín, un gran escenógrafo con el que yo ya había trabajado. De verdad, es un placer estar con él en un proceso tan lindo y muy creativo. A mediados de mayo celebramos el décimo cumpleaños de Timbre 4, con el reestreno de El viento en un violín y La omisión de la familia Coleman, así como la continuación de Tercer cuerpo, las tres en casa.

Siempre surge la pregunta de cómo, dónde y cuándo nace el germen de esa idea que se transformará luego en una obra. ¿Qué camino sigue, en tu caso?

Con el tema de las ideas siempre fue distinto, porque yo tengo mucha más experiencia como director, como actor y como docente. Como autor, cada obra que hice —que fueron tres— fue una aventura muy diferente, pero con un punto en común: siempre hay una historia que me conmueve, que me dan ganas de contar, que se me instala en el imaginario durante mucho tiempo, me emociona, me atrapa y empieza a ramificarse. Así empiezan a ganar espesor los currículums y las biografías de los personajes; uno empieza a divertirse con las situaciones que puede crear con ellos. Me la paso anotando, es un trabajo de meses antes de escribir. Voy juntando información, poniendo en duda algunas cosas, y abriendo puertas para que se puedan plegar las historias para distintos lados, hasta que surge una idea que no te abandona, que se te instala y se enriquece adentro tuyo.

¿Cómo se construyó el clima de trabajo durante los ensayos de Buena gente?

Yo no dirijo si no me gusta la obra y el elenco, pero no por una cuestión de dogma, sino porque no me surge, no lo puedo hacer, no me divierte. Con este elenco, yo tuve la libertad de elegir absolutamente con quién trabajar. Ya los conocía a todos, salvo a Gustavo Garzón, que me encantaba como actor y fue una revelación para mí, porque hizo un trabajo precioso. A Mercedes (Morán) la había conocido en Agosto y la idea era volver a trabajar juntos; con Marina Bellati había trabajado en Todos eran mis hijos; había dirigido a Gerardo Otero en Coleman y en Agosto; a Silvina (Sabater) no la había dirigido, pero fuimos compañeros de elenco en Un hombre que se ahoga con Daniel Veronese. A Verónica Llinás la había dirigido en Atendiendo al señor Sloane, así que te diría que se armó un elenco de gente que me conocía y que quiero mucho. Creo que desde el comienzo estaba muy claro cuál iba a ser el trabajo, que ensayamos mucho, que generamos un buen clima, y que a partir de que ellos me conocían, podían confiar en mí y yo podía encarar relajado, sabiendo que no tenía que ganarme la confianza de alguien que no me conoce y por ahí dice: «¿qué onda este pendejo?».

¿Qué análisis podés hacer del teatro comercial y del under en la actualidad?

Lo que tiene de bueno nuestro estado teatral hoy en día es que está en movimiento, que no está anquilosado y dividido entre la gente que va al teatro oficial y el resto. Por supuesto, hay un tipo de público para cada tipo de teatro, pero mucha gente por ahí conoce un director, un autor o un actor en el teatro comercial. Creo que el teatro oficial es el que tiene un estado más preocupante, porque no te podría decir en qué está. Me parece que ahora estamos en un momento de cierta incertidumbre que tiene que ver con una falta de apuesta cultural, y eso es lo más preocupante, no hay personalidad. El teatro comercial tiene producciones muy caras, así que necesita que vaya mucha gente, y este es un año difícil, de transición. Por otro lado, creo que en los últimos tiempos se sumaron autores, directores y actores que hacen un teatro comercial bien amplio. Está desde la revista, pasando por La cabra, hasta Buena gente, que es una obra super profunda y tierna, que no es una comedia convencional. Siempre está el teatro independiente; es lo más divertido, porque ahí se toman más riesgos, se conocen actores y directores. Por ahí uno se puede comer un garrón, pero me parece bueno que haya tanto teatro, y yo voy siempre con mucha expectativa a ver todas las obras que me entero, porque voy a descubrir.

¿Qué tipo de espectador tenés en la cabeza a la hora de escribir?

Cuando escribo y cuando dirijo tengo un espectador promedio ideal, que son mis hermanos, y en el caso de que no estén trabajando, mis amigos; pero, en general, tomo a mis hermanos como referencia. Escribo y me imagino si eso les va a interesar, si les va a parecer inteligente o aburrido. Ellos son mi referencia, porque con ellos comparto códigos de comunicación y de humor de manera más profunda. Con el tiempo me di cuenta de que son mi promedio de espectador y me parece bien, porque son gente que no es de teatro, pero son sensibles e inteligentes, y ese es el espectador que me gusta. Son un público no entregado, un público que si se aburre en el teatro la pasa mal, o sea, hay que conquistarlo; pero al mismo tiempo disfruta de un trabajo inteligente, de un buen guiño, de algo que no sea un recurso obvio o barato que se le ofrece para entrar en la obra.

Alguna vez te vi cruzar los dedos en el estreno de la obra de un amigo. ¿Cuáles son tus cábalas?

Cruzar los dedos y las piernas. Cuando vas a ver una obra de un amigo no podés hacer nada, solo tratar de mandar buena energía, y uno hace esa tontería. El teatro tiene esa cosa de que en un momento el actor se tiene que conectar con el otro actor, con el público, que no suceda nada externo como que se corte la luz, y como es muy mágico, hay algo de mística en eso. Una de mis cábalas, que hago con mis elencos de teatro independiente, con mis alumnos, con los elencos más comerciales y en España también, es comer ravioles el día del estreno, ravioles con salsa. Siempre funciona. Eso es garantía de que todo va a salir más o menos como queríamos. Esto me lo enseñó mi profesora, y yo lo hago desde entonces con cada grupo. A veces la gente se junta a comer, pero sino desde su casa, cada uno se hace los ravioles, o los compra en una rotisería, y desde temprano estamos todos conectados. Nuestro trabajo es un oficio, y todos llegamos a él por vocación. A mí, por suerte, todavía no se me murió, ni mucho menos, la felicidad que me da el teatro, la curiosidad que hace que me vuelva loco en cada descubrimiento como si fuera la primera vez. La verdad es que yo peleo porque esto no se muera, porque sería muy triste que fuera solo un oficio que solo consistiera en escribir una obra, estrenarla, hacer otra, y que ya no te ponga nervioso, que no te angustie, que no te emocione. Me pasa esto: tengo muchos miedos, no sé si va a salir, no sé qué decirle a los actores, y necesito trabajar para quemar ese miedo. Para mí es algo bueno que todavía me movilice, que tenga cábalas, que me pasen cosas. Este es un trabajo que tiene que tener alma.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Lo que más tengo ganas de hacer ahora es respirar Timbre, que es mi casa. Hay algo de casa todavía sin aprovechar; quiero volver a las clases con los alumnos y el equipo de trabajo, que es un placer muy grande. Yo tengo la suerte de que todo lo que hago me gusta: me encanta hacer una obra con estos compañeros y estrenarla en el Liceo, que es un teatro hermoso. Me encanta viajar, pero por ahora estoy bastante tranquilo, tratando de escribir una nueva obra.

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