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19 julio, 2012

 

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Por Barbara Roesler

 

Ediciones Continente relanzó Arte y revolución en América Latina, de Ricardo Carpani. Con prólogos de Juan Carlos Trejo y el fallecido Eduardo Luis Duhalde, la obra bucea en lo profundo del pensamiento de este polémico artista.

 

 

Acercarse desnudo a la obra pictórica de Ricardo Carpani, así, sin mediar la más mínima noción sobre lo que pasaba por la cabeza de este artista, sería para él casi una ofensa. Estoy segura, porque el contexto histórico en el que le tocó vivir-pintar impidió que el acercamiento al arte —o cualquier otra rama de las actividades humanas— esté exento de un compromiso social y político. Todo el mundo lo entendía así. El material que Carpani dejó para la eternidad caería en el abismo de la abstracción sin sentido si el potencial espectador solo supiera el nombre del artista. Conocedor de esta posibilidad, escribió una serie de libros en los que dejó en claro su ideología; en parte, con el fin de que sus cuadros y dibujos fueran comprendidos de manera correcta; y en parte como doctrina pictórica para las nuevas generaciones.

Así nació Arte y revolución en América Latina, obra editada originalmente en 1961 por Editorial Coyoacán, que hoy vuelve a las librerías de la mano de Ediciones Continente-Peña Lillo, en el marco de su colección Biblioteca del Pensamiento Nacional. Con el prólogo original de Juan Carlos Trejo, más uno escrito por el fallecido Eduardo Luis Duhalde, la obra de Carpani se encuentra otra vez en el primer plano de la escena literaria, impulsada tal vez por el renacer de viejos modelos político-sociales en clave siglo XXI. Si bien para este artista toda obra establece un diálogo entre su autor y la sociedad a través de un común sistema de valores en un aquí y ahora únicos, el nuevo impulso que toma hoy la visión del mundo de las décadas del 60 y del 70 coloca otra vez a Carpani en un lugar privilegiado del arte como inspirador e instrumento de lucha.

Ricardo Carpani nació en 1930 en el partido de Tigre, provincia de Buenos Aires. A los 22 años, de la mano de Emilio Pettoruti, comenzó con su formación artística. Ya en 1959 se lanzó a la constitución del Grupo Espartaco, referente de las artes plásticas de la época. Indudablemente líder, junto a Juan Manuel Sánchez y Mollari, Juana Elena Diz, Raúl Lara Torrez, Pascual Di Bianco, Carlos Sessano, Esperilio Bute y Franco Venturi destacó el divorcio del artista del momento con el medio que lo rodeaba, en lo que denominó un «plagio sistematizado, la repetición constante de viejas y nuevas fórmulas, que si en su versión original constituyeron verdaderos hallazgos artísticos, al ser copiados sin un sentido creativo se convierten en huecos babuceos de impotentes», según reza el manifiesto espartaquista. Embarcados en la tarea de volver a identificar al autor con la sociedad, introdujeron como tema central la cuestión nacional e intentaron desvelar el verdadero alcance del accionar imperialista en América Latina.

Carpani no se mantuvo mucho tiempo junto a los espartaquistas, «tal vez porque su desarrollo ideológico y político, así como el crecimiento de su personalidad de artista social, buscaba otros ámbitos de expresión distintos a las galerías y salas de exposiciones», escribió Duhalde. Comenzó su camino en solitario, caracterizado desde sus inicios por su obra escrita, la cual muchos consideraban innecesaria, ya que no había quien no entendiera ese compromiso político revolucionario que plasmó en cada lienzo, papel o pared. De este conjunto de pensamientos surgió Arte y revolución en América Latina, al igual que La política en el arte y Arte y militancia.

Influenciado por Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos desde la literatura, y por el muralismo mexicano, el brasileño Cândido Portinari y el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, Carpani desarrolló en sus escritos y pinturas toda una concepción de arte que rechaza el internacionalismo abstracto y reivindica la izquierda nacional y latinoamericana. Obreros en la fábrica en colores grises, azules claros y ocres tenues son sus principales actores, entendidos como la fuerza revolucionaria: siempre el puño en alto, nunca una actitud de súplica.

En Arte y revolución en América Latina este artista destaca la importancia de entender su actividad como una representación de la realidad social y política del momento. La incipiente década del 60 se mostraba como período de transición. Por lo tanto, era un hecho la ruptura entre lo que mostraban las obras de entonces y el público al que estaban dirigidas, por culpa, básicamente, del capitalismo individualista: la pintura o escultura era simplemente una mercancía, despojada de carácter colectivo y caracterizada por su utilidad. Entonces, con esta concepción plantea la necesidad de quiebre en pos de un arte que restablezca el diálogo con sus destinatarios a través de un sistema de valores comunes y un contacto directo y llano. En esa dirección aboga por una artística nacional —unidad extendida a toda Latinoamérica— y revolucionaria, es decir, tendiente a despertar en las masas oprimidas la conciencia de clase que las lleve a cambiar el orden existente. «El proletariado conoce muy bien sus desdichas y sufrimientos, como que día a día deben soportarlos. No creemos que mostrárselos constantemente, envolviendo las formas en una atmósfera de desesperanza y escamoteando los aspectos positivos de su lucha, constituya el medio más adecuado para estimularlo revolucionariamente», escribió Carpani. Así, propone evidenciar las victorias de los desposeídos, sus ofensivas, en un intento por despertar en ellos su instinto de transformación. Para ellos y junto a ellos, el arte.

 

 

@BarbyRoesler

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