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3 octubre, 2011

Entrevistamos al licenciado en Psicología y psicoanalista Guillermo Apolo, en una charla sobre el duelo, basada en su tesis de Maestría en Psicoanálisis, La función del duelo es articulable con la función del padre.

Por Alejandra Santoro

Observar los consultorios de los psicoanalistas es una experiencia casi surrealista. Al entrar al consultorio de Guillermo Apolo, en una antigua casona del barrio de Caballito, me resultó inevitable dejar que la mirada barriera todo aquel espacio donde se disponían diferentes elementos que, en su conjunto, eran como una cadena significante haciendo sentido. Primero el diván, luego un cuadro de Escher, y finalmente El terapeuta de René Magritte, donde un hombre que toma un descanso y lleva un saco cuyo contenido ignora está apoyado en un bastón, aun cuando reposa, y su pecho muestra dos palomas, una dentro y una fuera de la jaula que lleva por torso.

La necesidad de expresión, la sensación de vacío que experimenta el hombre, el hecho de liberarse de todo tipo de enseñanzas previas, de reglas y de convicciones, para poder escuchar a un otro sin ningún tipo de pre-juicio, fueron algunas sensaciones que me dejó aquella pintura. Y digo sensaciones y no pensamientos, porque se trataba más bien de algo pre-lógico. En ese ambiente, en donde uno se ve tentado a volverse piezas, a volverse trozos surrealistas sin conexión aparente, para luego aunarse nuevamente, Guillermo Apolo me contó de qué se trata la experiencia del duelo a partir de su tesis La función del duelo es articulable con la función del padre.

 

¿De dónde proviene etimológicamente la palabra duelo, qué se desprende de su significado? ¿Y por qué la utiliza el psicoanálisis, cómo la resignifica?

Justamente una de las primeras cuestiones que yo consigno al principio de la tesis es esta. Consulté en el Diccionario etimológico de Corominas, y hay dos sentidos. Uno es duellum, del latín, que es sentimiento de dolor, pena, aflicción; pero también tiene como una variante fonética de bellum, que quiere decir batalla, combate. Son interesantes los dos sentidos porque, si bien uno remite a la pena, a la tristeza por la pérdida, por otro lado tenemos el otro sentido, que tiene que ver con el desafío. Y es cierto, no es un término que de por sí sea un concepto psicoanalítico; pero Freud, cuando escribe «Duelo y melancolía», ahí le da al término un estatuto del cual el psicoanálisis va a tener bastante para decir, no sólo teóricamente sino en lo que hace también a la clínica. Ya en los primeros trabajos del psicoanálisis, y remitiéndonos a los estudios sobre la histeria, como el conocido caso de Ana O., que plantea un duelo por la muerte del padre, o en algunas reflexiones interesantes de Freud a raíz de la muerte del padre de Isabel de R., vemos que el duelo se encuentra desde los comienzos. Y también llama la atención que, si bien Freud dice que es una reacción normal, propone un trabajo a realizar con la pérdida. Y esta es una cuestión que solemos ver en nuestra práctica clínica.

¿Cómo se manifiesta el duelo?

En general, yo estoy de acuerdo con algunos autores del psicoanálisis que sostienen que la manifestación del duelo, sobre todo de los primeros tiempos del duelo, debería ser llamada fenómeno, porque no llegan a tener el estatuto de síntoma; entonces son fenómenos en el sentido de que hay algo que aparece, se muestra, por ejemplo eso de querer ver al muerto en la calle o en algún contexto donde la persona que lo perdió lo tenía, o esa tristeza y pérdida del interés por todo lo que de alguna manera no remita al objeto perdido. Incluso, y yo lo digo en mi tesis, en los primeros tiempos del duelo, la persona está en una situación de riesgo, porque a veces se ve tendencia a los actings, está como corrida del eje. Y otra cosa importante, que ya se encuentra en la definición de Freud, es que el duelo no necesariamente tiene que ver con la muerte, porque él dice en su definición que puede ser la persona amada, la patria, un ideal, es amplísimo.

¿Qué se entiende entonces por pérdida?

Es pérdida de un objeto que adquiere un estatuto tal para el sujeto, que lo obliga, precisamente, a tener que hacer un trabajo de elaboración. Es muy interesante ver, en el hospital donde yo trabajo, que, a veces, los médicos derivan al Servicio de Salud Mental a una persona a la que se le acaba de morir un familiar, y por ahí esa persona no está en duelo, no la mueve eso a hacer un trabajo del duelo, y quizá sí una separación de pareja; o hay gente que te consulta porque se le murió el perro. Pero no toda pérdida conlleva un duelo.

Y, por ejemplo, hoy por hoy, hay culturas consideradas primitivas, quizá por mantener y conservar ciertas costumbres y tradiciones que la sociedad juzga como anacrónicas, que celebran la muerte en sus ritos, como una de las formas que puede conllevar un trabajo de duelo. ¿Cómo se explica aquí el mecanismo del duelo?

Claro, los rituales del duelo los encontramos desde los primeros tiempos, cada cultura tiene su ritual, y eso es interesante relacionarlo con esta época, porque esta es una época donde se han perdido bastante los rituales en relación con el duelo; y no sólo los rituales, sino que la urgencia de la época lleva a la gente a que la cosa pase rápido. Hay un libro que yo trabajé, que es de Smud y Bernasconi, y se llama Sobre duelos, enlutados y duelistas; ahí citan el caso de una persona a la que la invitan a un cóctel y se niega porque se acaba de morir algún familiar o conocido, y sin embargo siguen insistiéndole para que vaya. Bueno, esto es la época, esto de decir «bueno, ya está, lo que pasó, pasó». Hay una cuestión cultural donde el proceso tiene que ser rápido y de una manera abreviada. El tono de la época también llegó al tema de los duelos.

Y, de alguna forma, este espíritu de época constituye a la muerte como un tabú, por el hecho de no poder atravesar el duelo como se debería atravesar.

Sí, claro, como una cosa de enseguida tener que tapar esa falta, de taparla rápido. Y Freud mismo habla de tiempos que justamente no tienen que ver con los tiempos cronológicos.

¿Cómo es el trabajo del duelo y las etapas por las que hay que atravesar?

Siguiendo a Freud en «Duelo y melancolía», uno puede agruparlo en tres momentos. El primero, que es el que te comentaba hace un rato, es el más difícil para lo que es la clínica del duelo, porque es el momento de renegación, de desestimación de la pérdida; todos estos fenómenos pueden llegar, a veces, a estados de locura transitoria. Luego, un segundo tiempo, donde ya empieza el trabajo de elaboración, lo que dice Freud de que la realidad intima de alguna manera a que uno tenga que aceptar eso, y ahí empieza el trabajo de elaboración, que es muy doloroso, pero donde ya hay un cierto amarre al significante, a la palabra, a la contención social, grupal, familiar. Y un tercer momento, donde ya se puede declarar perdido al objeto, donde surgen la aceptación de la pérdida y el planteo de qué hacer con eso.

Basándote en Lacan, en tu tesis hablás de que el duelo deja un agujero en lo real, a diferencia de la castración, que es un agujero en lo simbólico. ¿Cómo se explica esto?

Claro, porque en este caso la falta es real. Habría que decir justamente que la pérdida es del orden del agujero en lo real, en tanto que la falta, que es algo que se inscribe, sí tiene un estatuto simbólico. Lacan dice que la pérdida es del orden del agujero. Cuando habla de las relaciones de objeto, donde establece las tres categorías de la falta —frustración, castración y privación—, al duelo lo pone en el orden de la privación, porque la falta aquí es real, el objeto no está más, hay algo ahí que desapareció. Pero es la pérdida de un objeto simbólico, porque ahí, justamente, es donde vemos que hay gente que no hace el duelo por la muerte de un hermano y lo hace porque se le murió el gato, porque lo importante es lo que representaba ese objeto. Y es interesante porque Lacan dice que el agente es imaginario; esto se ve bien en el primer momento, en el primer tiempo del duelo, donde siempre imaginariamente se le atribuye a un otro la pérdida: es el médico el que no le detectó a tiempo la enfermedad o, a veces, el propio sujeto que se dice a sí mismo «¿Cómo yo no estuve más atento?, ¿cómo yo no hice algo para evitar esto?». Después, la otra vuelta interesante que le da Lacan es a partir de una frase que ya la plantea en el Seminario X, donde termina de trabajar muy bien la cuestión del duelo, y dice que «sólo estamos de duelo por aquel del que podemos decir “Yo era su falta”», en el sentido de que en el duelo no se trata solamente o principalmente del lugar que ocupaba el objeto perdido para mi, sino fundamentalmente del lugar que yo ocupaba para ese que se fue y que ahora no ocupo más, quedo ahí pivoteando, no voy a poder ser más la falta de ese.

Es decir que, para poder cerrar el trabajo del duelo, debemos reconocer aquello en lo que le hacíamos falta al otro.

Exactamente. En ese sentido es que tiene algo de insustituible la pérdida, porque podré representar la falta de otro, pero nunca más de ese, ni como lo representaba para ese.

Entonces, por lo que contás, no sería posible sustituir o reemplazar el objeto perdido.

No, no. Lo que sí de alguna manera se puede lograr es el cambio de posición del sujeto, que el sujeto pueda hacer algo con eso. Por ejemplo, ver que puede ser el lugar de la falta para otros; de alguna manera el deseo se va a seguir moviendo, va a seguir circulando.

En el Seminario VI, El deseo y su interpretación, Lacan habla de «la función del duelo», y Freud hablaba del «trabajo del duelo». ¿Existe alguna diferencia entre estas expresiones?

Sí, porque para Freud se trata de ese trabajo sobre el que hablábamos anteriormente, que lo agrupará en tres tiempos y que para él culminaría con la posibilidad de investir la libido en otros objetos y encontrar sustituto. Pero fijate que yo en la tesis cito dos cartas que él escribe, una a Binswanger y la otra a Schweitzer, donde, por la muerte de su nieto y de su hija, dice que ante pérdidas así uno jamás podría hallar un sustituto. Ahí el propio Freud se da cuenta de que hay algo de imposible. Ahora, lo interesante de Lacan respecto de la función del duelo es poder reescribir esa pérdida como una falta, para que se ponga de nuevo en marcha el deseo.

Freud en «Duelo y melancolía» habla del duelo como un «afecto normal» en relación con la melancolía. ¿Qué diferencia hay entre ellos?

Él habla de una reacción normal y pone del lado de lo patológico la melancolía; pero propone para el duelo un trabajo. En la melancolía, hay una imposibilidad de trabajo del duelo y, para decirlo rápidamente, el sujeto se identifica con el objeto: como dice Freud, el objeto triunfa sobre el yo y, en vez de poder hacer algo con esa pérdida, se pierde el sujeto.

Y el hecho de que, en el desprendimiento de la libido del objeto amado, el sujeto incorpore rasgos de este, ¿es propio de la melancolía o también ocurre en el duelo?

En los primeros tiempos del duelo también ocurre. Identificarse con el objeto es una forma de elaborar la pérdida, cuando uno se identifica con ciertos rasgos del objeto y utiliza, por ejemplo, la ropa del padre que murió, o se identifica con ciertos giros o ciertas formas de hablar del hermano. Pero son identificaciones de rasgos, no masivas; por eso lo que dice Freud respecto de que la sombra del objeto cae sobre el Yo…, no es que el sujeto toma ciertos rasgos del objeto que perdió, es al revés, el sujeto es capturado y se ve arrastrado o condenado a perderse.

Anteriormente me comentaste que sólo algunos objetos perdidos producen el duelo. Ahora, si la elección de objeto es narcisista, ¿en su pérdida interviene también el narcisismo?

Sí, porque obviamente para estar de duelo ese objeto tuvo que estar investido narcisísticamente; por eso también se pierde una parte de uno con eso que se fue. Hay ahí una investidura narcisista, en este sentido la frase «Yo era su falta» es de este orden. Remitiéndonos al duelo fundamental, que es el duelo que produce la castración, por dejar de ser el falo, y que es el duelo estructural que el neurótico tiene que hacer, de alguna manera se podría decir que esto inaugura el ciclo.

Si estructuralmente el sujeto es siempre faltado, ¿el objeto es también falta de objeto? Es decir, ¿un objeto de amor es potencialmente un objeto de duelo?

Es un sustituto de ese objeto perdido, del objeto del cual Freud hablaba, del Das Ding, el objeto irremediablemente perdido, en el que, de alguna manera, los demás serán todos objetos sustitutos que vendrán a llenar esa falta primigenia de alguna forma, aunque nunca en su totalidad. Nos cuesta despegarnos del objeto porque estaba en ese lugar de colmar toda nuestra falta, todo nuestro ser incluso. Si me permitís, te leo brevemente la frase de Freud en la carta que te comentaba; es interesante porque acá, ante la muerte de su nieto Rudolph, uno de los hijos de su hija Sophie, Freud mismo dice que la sustitución no es posible, cosa que después no pasó al terreno de la teoría; pero vos fijate lo que le dice a Schweitzer: «La pérdida me ha afectado de manera distinta, ha muerto algo en mí. Hacía las veces de todos mis hijos y de todos mis nietos. Algo murió en mi, pero no obstante no lo puedo reemplazar». Esto responde tu pregunta, cuando él dice «Hacía las veces de todos mis hijos y de todos mis nietos», quería decir que iba más allá del lugar de nieto. Entonces, ¿cómo sustituir un objeto de estas características? Siempre hay un resto de insustituible.

¿Por qué elegiste el tema del duelo para tu tesis?

Tiene que ver con la clínica y, fundamentalmente, con una paciente del hospital con la cual trabajamos mucho; hubo que batallar mucho a propósito del duelo como combate, sobre todo por los primeros tiempos del duelo. Esta mujer tenía una nieta que su propia hija le confió para que la cuidara y, en definitiva, se hiciera cargo; incluso había llegado a amamantarla, era joven cuando fue abuela. Quiere decir que esta nieta, para esta abuela, ocupaba el lugar de hija menor. Su hija, en un determinado momento, se separa de su pareja, pero él seguía viendo a la nena cada tanto. Y, en una de esas salidas, donde ella lleva a la chica a la casa de su expareja, él mata a la nena, prende fuego la casa y luego se tira bajo un tren. Fue algo terrible, y a los pocos días de que ocurriera viene esta abuela a la consulta, donde hubo que trabajar, en realidad, dos pérdidas: una, la de esta nieta-hija, y otra, la de la hija, madre de la chiquita, a la cual ella responsabiliza por el crimen, porque tiempo antes su hija le comenta que una vez su pareja le había dicho que, si la llegaba a ver con otro, la iba a matar a ella, iba a matar a la nena y luego se iba a matar él. Como esta mujer no tomó en serio esto, la paciente la consideraba tan responsable como el asesino, y aquí está la segunda pérdida, porque empieza a rechazar a la hija por sentirla co-responsable. Fue un caso muy difícil, un caso en el que yo aposté hasta último momento a que no se la internara, sino a hacer tratamiento ambulatorio con medicación psiquiátrica. El primer tiempo del duelo, el más melancolizable si se quiere, fue bastante extenso y bastante difícil. Casi inmediatamente de que esto ocurriera, yo empiezo a cursar la Maestría en Psicoanálisis, donde tengo oportunidad de investigar sobre algún tema del psicoanálisis en la (Universidad John F.) Kennedy y, totalmente causado por este caso, empiezo a investigar sobre el duelo, paralelamente a que tenía en tratamiento a esta paciente.

Ustedes, que trabajan constantemente con el psicoanálisis, que están muy acostumbrados y tienen la teoría tan incorporada, sin embargo no pueden trabajar el duelo de otra forma que no sea atravesándolo. ¿Es así?

No hay otra forma que atravesándolo y, a veces, aceptando que en ese atravesarlo se necesita recurrir a una terapia. Hay gente que lo puede hacer sin una ayuda terapéutica, pero en otros casos es necesario, justamente para saber todas esas cuestiones que tienen que ver con el duelo, qué se perdió con ese objeto o con esa persona que se perdió, qué lugar ocupaba uno, qué lugar ocupaba para uno…, todas esas cosas que en un análisis uno puede llegar a desmenuzar.

[showtime]

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Guillermo Apolo comenzó la carrera de Psicología en la UBA. Durante la dictadura militar, época en la que esta carrera fue perseguida, continuó sus estudios en la Universidad John F. Kennedy, donde se recibió de licenciado en Psicología y realizó la Maestría en Psicoanálisis. Es docente en el Departamento de Psicoanálisis. También, coordinador del Equipo de Adultos del Servicio de Salud Mental del Hospital Zonal de Ezeiza, donde también se dedica a la docencia, dando clases de Psicosemiología y Psiquiatría, en la Unidad Docente-Hospitalaria para los alumnos de Medicina.