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28 noviembre, 2012

 

El fluir de la vida plasmado por el artista halló motivos en la vida porteña.

 

Por: Graciela Ullán

 

El creador de la Magnum Photo Agency, Henry Cartier-Bresson, lo elogió cada vez que se le presentó la ocasión. Maestro entre sus pares, muchas de las imágenes inmortalizadas por André Kertész provocan eco en fotoperiodistas posteriores.

André Kertész nació en Budapest (Hungría), el 2 de julio de 1894. En 1925 se instaló en París, y hacia 1936, en Nueva York. Para cuando, en 1964, se realizó su muestra individual en el MoMA neoyorquino, su nombre era conocido en el escenario internacional de las artes visuales. Más tarde, la Bienal Internacional de Fotografía en Venecia y el Centro George Pompidou en París lo tendrían como protagonista.

En los XVII Encuentros Abiertos del Festival dela Luz2012 en Buenos Aires, que tuvieron lugar el último septiembre, unas doscientas fotografías dieron cuenta de su periplo por diferentes geografías del mundo. En ese recorrido, hubo un momento en que André Kertész emprendió rumbo al sur del continente americano, precisamente a Buenos Aires. En la muestra, pudieron apreciarse fotografías inéditas que tomó en sus tres viajes ala Argentina, atraído por el encuentro con sus lazos afectivos.

Las imágenes que se conocen de André Kertész sorprenden por su constante experimentación. Desde las tomas primigenias a los campesinos y los paisajes húngaros, hasta el posterior entrecruzamiento con las vanguardias que surgían enla Europade la primera mitad del siglo XX, y la mirada peculiar sobre Nueva York, siempre se adivina una búsqueda a través de sombras y tintes, planos que se rebaten y duplican, guiños humorísticos, juegos iconográficos novedosos.

La verdad es que, cuando observamos sus fotos, nos olvidamos de que provienen de un medio de reproducción técnica, y se nos presentan más bien como trazos de un pintor de cuadros. «Escribo con luz», solía decir él mismo. Y con luces y sombras registró, más allá de la percepción realista a la que nos tenía acostumbrados, la fotografía de la época.

Retomando el paso del fotógrafo por Buenos Aires, hay que indagar en sus motivaciones para advertir que no fue un advenimiento casual ni fugaz. En dicha ciudad vivía su hermano menor, Jenö (Eugenio), con quien no solo compartió su infancia y adolescencia enla Hungríanatal, sino que por él se sintió alentado a seguir adelante con su pasión por la fotografía. Su historia fraternal guarda una íntima relación con el hecho de plasmar su vocación plástica desde temprana edad. Si hubiese sido por otros allegados de la familia, lo preferían haciendo carrera en su trabajo inicial en el comercio, como corredor de bolsa, no por otra razón sino el temor a la inestabilidad laboral.

Lo cierto es que André tenía dos hermanos, Jenö (1897) e Imre (1889). Durante la infancia y la adolescencia, pasaban los veranos al sur de Budapest, en la campiña de Rackeve y Szigetbecse. Los paisajes y la gente del lugar fueron reflejados por la primera cámara que tuvo André, quien por entonces se llamaba Andor. Hacia 1912, los hermanos Jenö y André recibieron de regalo una cámara, de parte de su madre. Ambos quedaron fascinados con las posibilidades creativas que les brindaba el objeto y andaban a la caza de imágenes, que luego revelaban e imprimían. André elegía dirigir el objetivo y poner en la mira a sus hermanos. Hay fotografías memorables que muestran a Jenö en una representación del personaje mitológico Ícaro, saltando por el aire como si lo estuviera haciendo un momento antes de que las alas del hijo de Dédalo fueran abrasadas por el Sol.

Pero vayamos a 1914, cuando André es convocado como soldado del Imperio austrohúngaro. Era época de guerra, y una herida en la trinchera lo relegó varios meses a un hospital de Budapest. Su hermano Jenö supo que lo mejor que podía hacer para ayudar a su recuperación era enviarle una cámara fotográfica, una Ica Bébé «justo para ti», como le manifestó. André se distraía en su convalecencia tomando fotos, cuyas placas de vidrio enviaba para revelar a Jenö, quien se había convertido en una especie de agente fotográfico y en su «más perfecto colaborador», como alguna vez reconoció el artista. Por supuesto, no olvidaba señalarle detalles de cómo quería que se imprimieran las fotos, para ser enviadas a los periódicos y participar en certámenes.

Tanto bregaba el hermano menor por impulsar la vocación del hermano del medio que, enla Navidadde 1925, le regaló una cámara Goerz. Aprovechaba para acercarle un consejo que, como quedará demostrado, no sería en vano: la importancia de cultivar un estilo propio. Sin dudas, si se observan sus fotografías en forma cronológica, se advierten un encuadre y una composición de cada imagen, absolutamente personales.

Sin embargo, poco después, por esas circunstancias de la vida, los hermanos tomarían rumbos distantes. André va a instalarse nueve años en París, viviendo a pleno su pasión por la fotografía, y allí desechará la cámara con placas y comenzará a usar la Leica, mientras alterna con los vanguardistas que se reunían en cafés como Du Dôme y Lesdeux Magots. Las publicaciones francesas Vu, Voilà, La France à table, Art et Médicine, Vogue, Plaisir de France lo eligen como colaborador. Se casa, en 1935, con Elizabeth, su novia húngara, que había posado para sus fotos, así como lo hicieron artistas como Piet Mondrian, Marc Chagall, Colette, Sergei Eisenstein. Por su parte, Jenö llegará a Buenos Aires en 1926, tendrá tres hijos y se quedará en estas tierras. Eran tiempos difíciles para comunicarse con tanta distancia física, y por eso el reencuentro se demorará casi cuatro décadas.

Recién el 24 de junio de 1962, André podrá abrazar a su hermano Jenö en Buenos Aires. De ese entonces data una foto en blanco y negro con un dejo de ironía, que muestra a un hombre que transita por una vereda porteña abstraído en la lectura, frente a un muro atiborrado de pintadas políticas. André ya practicaba la fotografía color y estaba establecido en Nueva York, donde iba a recibir la visita de Jenö en varias oportunidades. Corría 1985, y André regresa a la capital argentina a ver a su hermano, que está enfermo. Ese mismo año, vuelve para inaugurar una muestra retrospectiva de sus fotografías, curada por Sara Facio, en el Museo Nacional de Bellas Artes. La exhibición se abre el 3 de septiembre y finaliza el 29 del mismo mes, un día después de que el artista de la pintura con luz hubiera muerto en su departamento de Nueva York, pocos días después de regresar de Buenos Aires. Jenö muere unos meses más tarde, en febrero de 1986.

La exposición André Kertész, El doble de una vida, que pudo verse en Buenos Aires, mostró imágenes seleccionadas por el Jeu de Paume, con un recorrido cronológico habitual en sus muestras: Hungría, París, Nueva York, y su proyección internacional. A ello se sumó un sector local, y fue que como si se hubiese abierto el álbum familiar: había fotos inéditas de su paso por Buenos Aires —facilitadas por Elizabeth, Erna e Imre André, los tres hijos argentinos de Jenö—, así como material de otros archivos de la ciudad que donde se registraba su paso por la ciudad porteña. Se pudo apreciar la medalla de Commmandeur de l’Ordre des Arts et des Lettres, que André recibió de parte del Gobierno francés y entregó en resguardo a su hermano Jenö, como reconocimiento a quien nunca había dudado de su talento y lo apoyara en el develamiento precoz de su vocación por la fotografía.

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Fuentes: Ändre Kertész-Greenogh, Gurbo’Kennel. Relatos de la familia Kertész en Buenos Aires.

Bibliografía: Andre Kertész, de Sarah Greenough, Robert Gurbo, Sarah Kennel.