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17 julio, 2012

 

RECOMENDADOS – CINE

 

Por inexplicables razones, excelentes películas no se estrenan en las salas comerciales argentinas. Esto no significa un  obstáculo para cinéfilos y espectadores con buen paladar artístico que, dvd mediante, gozarán del estreno en casa. En la siguiente nota van dos botones de muestra  del mejor cine de autor para ver —obligatoriamente— en el hogar. 

 

Por Carlos Algeri

 

 

A principios de la década del 80, cuando la actividad cinematográfica en la Argentina ostentaba una movilidad lindante con el vértigo, un exhibidor nacional esgrimió su personal  —y escasamente académica— teoría de cómo se decidía a comprar una película. «Si a lo largo de la proyección no me acomodo una y otra vez en la butaca, significa que la película es buena; entonces la compro».

Hoy, en el mismo país y en idéntico rubro, la industria cinematográfica afronta uno de sus momentos más delicados, en el que muchos exhibidores —lejos de aplicar el método pragmático de su colega en los 80— se devanan los sesos en torno de fórmulas muchas veces extremada e inexplicablemente complejas para decidir si adquieren tal o cual película. Es difícil saber si por esta cuestión algunas grandes obras saltean su estreno en salas comerciales  y van a parar directamente al dvd.

La vida de los peces (2010), del chileno Matías Bize, es un ejemplo cabal. El guionista y director trasandino regresa a los conflictos de pareja, que había desnudado (estética y literalmente) en su notable En la cama (2005), donde un hombre y una mujer, en medio de una noche de pasión, van hurgando progresivamente en sus interioridades hasta sospechar que el sexo es más una huida que un punto de encuentro, sin salir nunca del encierro entre las cuatro paredes del cuarto en el que transcurre la película.

En La vida de los peces, Bize presenta una historia de amor frustrado desde la perspectiva más dolorosa y emotiva: cuando los propios enamorados comprueban que el regreso es imposible, luego de habérselo planteado fugazmente a lo largo de la noche en la que transcurre la película.

La historia es sencilla en su presentación, extraordinariamente atractiva en su formulación estética y contundente en su contenido poético. Luego de diez años de vivir en Alemania, Andrés (Santiago Cabrera) regresa a Chile para intentar ajustar cuentas con su pasado y cerrarlo definitivamente antes de radicarse en Berlín.  Su pasado, fundamentalmente, tiene un nombre: Beatriz (Blanca Lewin), el gran amor de su vida, a quien redescubre en la fiesta de cumpleaños uno de sus amigos, un ámbito en el que el presente pareciera esfumarse, detenerse, desaparecer.

Bize pasea su cámara —inquieta, inquisidora— por aquí y por allá; sale y entra de la casa, hurga en los cuartos, espía conversaciones; buena parte del metraje se detiene en las palabras y en los silencios que se provocan entre Andrés y Beatriz. Es una de sus principales virtudes: las palabras son pocas (y se agradecen) y los silencios son muchos (y se agradecen más aún). El juego de gestos y miradas de dos actores formidables (mérito del preciso guión de Julio Rojas y  Matías Bize) no necesita más música de fondo que la aportada por la excelente banda sonora de Diego Fontecilla, que acentúa cada suspiro, cada palabra no dicha, cada exclamación pronunciada o acallada.

Amante de los espacios bien delimitados (una habitación, una casa con  parque) para «encerrar» sus historias, el cineasta chileno es un consumado director de actores, a los que lleva, por momentos,  a límites exasperantes para retornarlos luego a aguas sospechosa, engañosamente calmas; lógicamente, lo serán por poco tiempo.

Acaso como en aquellos versos cantados por Joaquín Sabina («Y morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren»), La vida de los peces  indaga y homenajea a la vez el amor que más atrae a ciertos artistas: el amor imposible. El que mata y nunca muere.

De Matías Bize podrán decirse muchas cosas. Hay una que es indiscutible: su calidad de artista. A pesar de ello y de los numerosos premios internacionales que cosechó en prestigiosos festivales, los exhibidores argentinos decidieron pasar por alto el riesgo de estrenar comercialmente La vida de los peces. Con astucia y perseverancia, es posible hallar el dvd que contiene esta sinfonía sentimental de trazos sutiles y aguda lectura psicológica.

Beginners (2010), del norteamericano Mike Mills, es una muestra de película de autor moderna, entretenida y profundamente conmovedora.  La intención del guión del propio Mills es la de enfrentar a sus personajes con las consecuencias de actos imprevistos: la muerte, el amor, el descubrimiento de un secreto celosamente guardado.

Cautivante y melancólica, vital y nostálgica, la película está contada a través de las referencias del apocado y estructurado Oliver (encarnado por el mayúsculo Ewan McGregor), quien comienza la película retirando las pertenencias de la casa de su padre, fallecido recientemente. Hal (un antológico Christopher Plummer, que recibió el Oscar 2011 al Mejor Actor de Reparto por este papel) decidió salir del armario a los 75 años y vivir la última etapa de su vida, antes de morir a raíz de una enfermedad, con un hombre mucho más joven que él.

Estructurada sobre la base de numerosos flashbacks (saltos hacia atrás en la narración), la historia muestra a Oliver intentando procesar simultáneamente los recuerdos de su madre muerta, el reciente fallecimiento de su padre y la llegada de otro sacudón: la impredecible e irreverente  Anna, quien despertará en Oliver sentimientos a menudo contrapuestos.

Puede hacerse una lista suficientemente extensa con los méritos de este conmovedor  film de Mike Mills aunque,  intentando una síntesis abarcadora, no sería inexacto afirmar que su amplitud de conceptos, la inexistencia de juicios morales y un bienvenido espíritu de disfrute cotidiano conforman los puntos salientes de una película nacida del amor y la comprensión.  Mills no cuenta una historia ajena: su propio padre se declaró gay a los 75 años, cinco antes de su muerte.

Beginners (estrenada como Principiantes en países de habla hispana, menos la Argentina, como se dijo)  respira una serie de curiosas virtudes: celebra la vida a partir de  evocar la muerte, comprende sin juzgar, modifica sin lastimar.

Además, por si el lector abriga alguna duda, durante la visión de ambas películas apenas me moví de mi silla, confirmando la antiacadémica teoría de aquel exhibidor ochentoso,  y  tornando inexplicable la decisión de sus colegas 2.0 de privar a los espectadores argentinos de dos formidables obras de arte.

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