Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Menu +

Arriba

Top

Gyula Kosice Desafiando los límites de lo posible

Por Rodrigo Alonso

Con más de setenta años de carrera artística, Gyula Kosice continúa siendo un   experimentador incansable. Día tras día, su imaginación da vida a nuevas obras y proyectos que pueblan su taller-museo de la calle Humahuaca, un verdadero compendio de su espíritu curioso y audaz. Desde sus primeras piezas cinéticas —que incorporan tempranamente el agua, los dispositivos mecánicos y los motores— hasta las actuales —con
luces, movimientos y sonidos cambiantes—, Kosice ha sabido articular, como pocos se han atrevido a hacerlo, las complejas relaciones entre creación artística, desarrollo científico e investigación estética. Esta actitud le ha valido el reconocimiento como pionero indiscutible de la historia del arte tecnológico en la Argentina.
En uno de sus primeros escritos, el artista asegura que «el hombre no ha de terminar en la Tierra». Desde entonces, su trabajo parece orientarse hacia la superación de algunos de los límites que conforman nuestra experiencia de seres terrestres. Con sus hidroesculturas —estructuras de acrílico que orientan la circulación de volúmenes acuosos mediante impulsión mecánica—, asume el desafío de modelar una sustancia completamente inaprensible como el agua, una tarea que otros habrían considerado imposible. Sin embargo, él la afronta, convencido de que el ser humano posee siempre la capacidad para transformar su entorno, con estudio, trabajo y decisión.
Una de sus primeras piezas con agua y movimiento ve la luz en 1948, con el título Una gota de agua acunada a toda velocidad. En ella, un mecanismo rudimentario desplaza de manera pendular un pequeño prisma rectangular que posee un reducido volumen de agua con una burbuja de aire. El aire es, de hecho, el elemento que permite la movilidad del líquido; agua y aire son aquí materias complementarias. A partir de esta primera incursión, surge el formato que Kosice bautiza como hidroescultura, y que se desarrolla a lo largo de las décadas del cincuenta y sesenta según un programa específico. Este queda plasmado en el manifiesto La arquitectura del agua en la escultura, en el que asegura: Progresivamente, habrá que ahondar en las posibilidades y el comportamiento que ofrece la medida cúbica, el volumen líquido. Habrá que permutar su conducta poética y su exacta naturaleza interior, cambiante y móvil. Su pulsación con cada cambio de posición y sus aproximaciones de nivel y refracción. Habrá que emplazar sus límites precisos de manera que su órbita  espaciotemporal funcione dentro de un orden compositivo, no sólo para disolver la antinomia contenido/continente, sino para superarla.
Hacer esculturas con agua parece una ocurrencia de la locura o del sueño. Pero para Kosice, los sueños no son manifestaciones irreales, sino el punto de partida para vislumbrar una realidad diferente en la que muchas de nuestras restricciones pierden fuerza. Visión, invención, anticipación y utopía son palabras de su vocabulario corriente, vocablos-fuerza que dirigen sus anhelos e intenciones, y que le ofrecen una plataforma para proyectarse al futuro, al tiempo que señalan caminos abiertos a la creación.

Esa voluntad inventiva, ese impulso instaurador, lo lleva a entrever la posibilidad de construir una ciudad alimentada mediante energía extraída del agua. Así, durante largos años trabaja en el desarrollo de la Ciudad hidroespacial, un proyecto ambicioso compuesto
por numerosas unidades habitacionales destinadas a flotar en el aire gracias a la fuerza provista por la fisión atómica de moléculas hídricas. Para llevar adelante este proyecto, Kosice recurre a la ciencia y la tecnología, que le permiten postular como probabilidad lo que de otro modo hubiera sido pura fantasía. Sin embargo, Kosice entiende que no puede haber una ciudad en verdad nueva si no se diseña en función de formas de vida igualmente inéditas. Por tal motivo, dota a sus recintos de objetivos poco convencionales. Uno de ellos está destinado a «canjear la oportunidad por el control del azar»; otro, a «vacaciones intermitentes»; otro, a «disolver el estupor del por qué y para qué: vivir con una vida multiopcional»; otro más, a «establecer coordenadas sentimentales, corporales, copulativas,
sexuales y eróticas en levitación sublimada». Incluso hay en esta megaurbe una «plataforma argentina de la amistad y la gauchada».
Las descripciones de estos lugares mezclan la prospección con la poesía, la necesidad con el anhelo, el plan con la imaginación. En ellos no existen las contradicciones, ni las imprecisiones, ni la sinrazón, porque están fuera de todos los parámetros que
encorsetan la cotidianidad mundana transformándola en una sucesión de acciones rutinarias y vacías. Su imposibilidad es, de hecho, su realidad máxima, porque nos obliga a repensar la categoría de lo posible, y a decidir, en definitiva, en qué mundo queremos vivir.