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6 febrero, 2013

La Vida cultural en la Villa de Merlo, San Luis

El paso de un hombre en un momento dado de la historia ha logrado que su impronta quede marcada en toda una comunidad que vive bajo una tutela difícil de explicar fuera de cualquier instancia que no tome en cuenta su poética.

 

Por Carlos Mansilla

 

El poeta de la Villa de Merlo, San Luis, hace tiempo que trascendió la misma contención de su cuerpo físico para abarcar una ciudad, su villa natal, y extenderse por todo un pueblo:La Nación Argentina, de la cual se declaró presidente por intermedio de su puño y letra, para llegar a países que sólo la perpetuidad de las letras pudieron lograr. Su poema: Capitán de pájaros, encierra su compromiso con la política y con la naturaleza, dos facetas indivisibles en su prédica.

Agüero preexiste a su nacimiento y subsiste a su muerte

Esta declaración es una concepción acorde a su obra, ya que el arraigo profundo que tenía con la naturaleza hacía de su vida una unión simbiótica con las mismas raíces del suelo, una conexión con el medio y el entorno. Por esto, a cuarenta y dos años de su muerte, al respirar la atmósfera ionizada del tercer microclima del mundo, podemos decir confortablemente que respiramos el mismo aire que hiciera de Agüero una vida entregada a la pasión por su lugar de origen, un fervor por esa conexión con la vida cimentada a la natural liturgia articulada en la fauna, en la flora, en la sierra, en los arroyos y en todo el entorno.

La estela de su corporeidad nos toca diariamente en una vida que transcurre y discurre a velocidades muy diferentes a las de otras metrópolis mucho más contaminadas por la modernidad y que borra los trazos de la identidad propia del lugar.
Nuestro poeta se encargo de dar a la comunidad, que en ese momento era muy pequeña, aliento de vida, como si fuera un creador de la misma creación, puso en el mapa de las corazones un asterisco para la existencia de lo que el concibió como suyo. Por todo esto, la naturaleza que conocemos y que circunda, el faldeo de la sierra de los comechingones, etcétera, es agüeriana, tienen su impronta e identidad, y por lo tanto, antes de que el viniera al mundo ya existía, aunque sin la forma y la contención de quién mejor podía hacerlo con la pluma en sus manos.
El tiempo y el espacio dejaron de ser parámetros cuando su tinta acunó el extraordinario entorno que lo vio nacer, crecer, fallecer y perpetuarse, con esas armas que en su poder adquirían horizontes letales, con un papel subordinado a cada uno de sus pensamientos.

Más allá de cualquier idealización, lo que lo ha inmortalizado es su condición de humano, que aunque fuera lógico, hoy pocos se imaginan que nuestro protagonista haya sido odiado, ignorado y dejado de lado por muchos contemporáneos y vecinos. Ese ser mortal con errores, falencias, sentimientos y virtudes ha hecho de sus emociones un móvil para toda su dedicada producción escrita.

Turismo y cultura

Clima, naturaleza, poesía, eternidad, historia, todo hace una conjunción para un gigantesco museo de más de treinta mil habitantes que se multiplica diametralmente en época estival. Panteón poético que recibe al visitante con los brazos abiertos y que los abraza invitándolos a afincar sus raíces en una nueva concepción del bienvenido.

Pero, cómo podríamos hablar de un paraje turístico como lo es la esquina de esta provincia, ángulo y recodo costeando la sierra de los Comechingones, sin hablar de quién supo vivirla, determinarla y diagramarla para las futuras generaciones, para nosotros.
Hoy todos pisamos incautos un pueblo conquistado por sus cimentados versos que proporcionan la génesis de lo que hoy se define bajo su legado.

“El Tono” como le decían, ha dejado su marca en cada espacio público de Merlo, San Luis, acercando la ciudad cada vez más a lo que sería una meca cultural y alejándola de los conceptos clásicos de turismo, nunca haciendo una diferencia, pero sí, forjando un valor añadido en la que se complementan y refuerzan. Por esto, plasmar en palabras y despejar esa separación entre cultura y turismo que muchas veces inocentemente se creen distanciadas y enfrentadas, es nuestra misión para los gestores de la cultura regional.
Nuestro poeta merlino, puntano, argentino y latinoamericano, tuvo la idoneidad de demostrar con su vida que se pueden unir parámetros que artificialmente la gente separa por una convención acabada de la praxis, pero son dicotomías que la historicidad contradice totalmente.  Lo placentero y lo que se puede disfrutar toma entonces otros carriles.

Esto es lo que pregonaba su vida. Es la ventisca que nos ha legado a todos, es lo que se siente como si fuese una picazón en la nuca. Eslo que fomentaba y afirmaba cuando sus dedos se deslizaban por las hojas en vaivenes circulares, lo que siempre trataba de inculcar como político, como poeta y vecino.
Muchas de sus ideas han germinado en esta casa que les estamos presentamos, ó quizá a la vera del Algarrobo Abuelo, o en alguna calle venerada por sus labios, o en la cárcel, o en Buenos Aires cuando viajó marcando sus pasos. Es en esas concepciones donde están las ansias de dejar un legado que se manifieste en todo y en todos, en cada uno que pise el suelo de su terruño, ese al que nosotros asistimos casi desbordados por la magnificencia de los designios naturales, al que nosotros arribamos recibiendo tanto su intangible como su material herencia, casi imprevistamente pero súbitamente. Es así que comparecemos presentándonos ante su concilio como humanos, seamos turistas, nativos, criados, descendientes, o “simplemente” por su naturaleza invocados.

A continuación les exponemos uno de sus poemas en la que somos exhortados:

Canción para decir en la calle

Un día, siquiera, por semana

ensayemos el oficio humano:

Paremos el reloj,

ocultemos el calendario;

no abramos periódico ni libro,

ni escuchemos radio,

y tomemos un ómnibus cualquiera

que nos conduzca al campo.

Y una vez allí,

busquemos un sitio solitario,

entre pinos

y los álamos

a la vera del agua, si el arroyo

quiere ofrecernos su cristal cercano,

o en la abierta llanura donde el viento

galopa con los caballos.

Y vivamos,

sí, nada más,

vivamos,

mientras crece la luz, y la marea

de la savia asciende

por arterias de árbol;

vivamos,

mientras vuelan insectos, y las nubes

livianas y lentas como barcos

viajan al sur, y el aire

conduce pájaros;

sí, nada más,

vivamos

en reposo total como la hierba

que nos da su regazo

de vez en vez oyendo

el oscuro corazón del mundo

que late soterrano.

Sí, nada más,

vivamos,

solamente vivamos.

La casa del poeta

La casa del poeta está ubicada en la entrada de la Villa de Merlo, la ruta lleva su camino hasta sus puertas. Actualmente la casa permanece abierta como edificio histórico y como museo, sede de la asociación que lleva su nombre. Es un paso obligado de toda la confluencia turística proveniente del sur de la provincia y del país.

Hoy la casa del poeta se erige en una esquina emblemática, bajo la tutela de la Asociación que pelea con denuedo la perpetuidad y la diseminación de su obra y su vida con la visión de que la humanidad tome como patrimonio suyo lo que ya pertenece a una universalidad preexistente.

Desde el pórtico se ingresa a una galería semi colonial que rodea todo el interior de la casa, un paseo que nos conduce por las puertas de las habitaciones que todavía contienen el alma de lo que fuera otrora realidad de nuestra historia. Tan lejana realidad arquitectónica, pero tan cercana y palpable, tantos deliciosos artilugios que van coronando en cada ambiente la evocación inequívoca de quienes fueran nuestros antecesores, precursores de tantos prodigiosos hechos, de tanta vida, que para ellos era el tránsito por el carril normal de afrontar un día a día. No imaginaban que el amor y la devoción por lo que hacían, iba a ser el surco que quedaría marcado para la siembra de un poblado actualmente coronado por las legiones del apego y del arraigo como bastión de las venas incandescentes clamando por un cambio de vida.

En uno de los ambientes está la biblioteca con la obra de Agüero, y siempre se escucha por los parlantes, ubicados estratégicamente, la voz de un gran narrador, trovador nato musicalizando con su tonada cada palabra, edificando en nuestro entendimiento la intensidad de su locución, de su elocuencia y de su pausa.

El aljibe a un costado del descampado central clama por ese hábito que un día se transformó en eterna pausa. Rejas, ladrillos y techos acampanados por un lado, ventanas y rasguños de historia por otro, vestigios de lo que físicamente se ha convertido en espiritual, tanta forma y estructura se han transformado en inmaterial, en patrimonio de los sentimientos y de los sentidos ávidos de su portentosa personalidad.

Lugar sacro por donde han pasado a lo largo de la historia y en estos últimos días grandes personalidades, sean políticas, literarias ó musicales, donde el respeto, la devoción y la ofrenda son moneda corriente para cada visitante. Lugar propicio para la lectura como no habrá otro igual si de leer las obras de Agüero se trata.

La casa del poeta hoy es de todos. Y si bien es el lugar al cual todos desembocan como parada obligada, son sólo algunos metros cuadrados que se tornan anecdóticos cuando uno comprende la totalidad de la incidencia que ha provocado su obra.

Material e inmaterial

Podemos mencionar también como sitio material la reserva que limita al norte con la provincia de Córdoba, ahí se encuentra el algarrobo abuelo (que ya hemos mencionado), árbol bajo la sombra del cual han vivido él y su familia tantos momentos como poemas ha escrito bajo el amparo de sus ramas y hojas. Árbol al que le dedicara su Cantata del algarrobo abuelo, poema en el que todos sus recuerdos se fundamentan en dar cuenta de que el árbol no es testigo, sino un protagonista intrínseco de su propio linaje arbóreo, un hermano más, un padre y un abuelo, un integrante más de esa familia-bosque que los acunó.

Pero tenemos que destacar el sitio inmaterial, como lo venimos haciendo, que es el sitio que fraguó creando un imaginario que trasciende su corporeidad, que se levanta por encima de todo lugar históricamente convencional, que es la naturaleza misma, la comunidad, una región creada a su imagen y semejanza, a su pluma y su espada, a su sentimiento y su empeño por ver todo conquistado con el corazón y no con la matanza, por dar identidad a la naturaleza para perpetuarla antes de verla devastada. No todo lo ha podido lograr porque el avance de la humanidad atropella los deseos de un mundo natural, pero SÍ ha logrado perpetuar en la conciencia un sentimiento de culpa al que corrompe, y un sentimiento de amor al que se vincula y se conecta a su fantasía ya advenida realidad.

Eso intangible es tan real como respirar, se puede sentir y apreciar letra tras letra, idea tras idea, y es lo que tan bien supo explicar cuando escribió: VIVAMOS.

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