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28 enero, 2013

En el arte contemporáneo, cada vez más hay una proliferación de lenguajes y posibilidades formales, las que están integradas tanto por las tradicionales como por las introducidas en la posmodernidad; y a ello se le suma una cantidad de recursos aportados por la tecnología. En este espectro pluralista de opciones, ¿qué papel desempaña la pintura ante un panorama que parece serle tan adverso?

Por: Raúl Fernando Zuleta

La pintura ha sido, sin lugar a dudas, el lenguaje artístico por excelencia a través del tiempo; en su espacio, se ha dado una multiplicación de imágenes de todo tipo, desde una representación simbólica, mimética y expresiva de la realidad, pasando por una amplia variedad de temas, religiosos, míticos, históricos, hasta paisajes, bodegones o escenas cotidianas. Pero, aun con este largo recorrido, ha tenido que sortear una serie de amenazas, a las que podemos identificar en tres momentos: la aparición de la fotografía, el llamado «fin (o muerte) del arte» y el momento actual.

Con la aparición de la fotografía (oficialmente presentada en 1839), se lograba por primera vez generar imágenes a través de un dispositivo no artístico; y, más aun, su ejecución no involucraba la manipulación manual. Además, alcanzaba un altísimo grado de fidelidad respecto de lo real. Con todos estos aspectos, entre otros, la pintura difícilmente podía competir en el mismo nivel, con la función que había desarrollado por muchos años, la de representar el mundo. Pero, en contravía de la visión apocalíptica de muchos artistas, en su momento, de que esta sería la muerte de la pintura, lo que realmente significó fue la muerte de una de sus funciones,(1) con lo cual la pintura se encontró liberada y pudo entonces encarar otro tipo de problemas plásticos. La crisis de la representación conllevó la apertura de los primeros movimientos de la vanguardia artística, donde la naciente pintura moderna se distanció de los valores clásicos.

A mitad del siglo XX, se da la «muerte del arte», interpretada posteriormente por Hans Belting,(2) Gianni Vattimo(3) y Arthur Danto. Este último, en su muy famoso libro Después del fin de arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia,(4) señala que aquella lógica histórica del arte como un desarrollo progresivo lineal había llegado a su etapa máxima con el expresionismo abstracto y, por ende, todo arte a partir del pop era una arte poshistórico; por lo tanto, un arte posmoderno.(5)

Asimismo, durante la década de los setenta, el protagonismo del que había gozado la pintura durante siglos es anulado a favor de una proliferación de nuevos lenguajes y medios artísticos. El mundo del arte se ve colmado por performances, instalaciones, descontextualización de objetos, fotografías, videos, videoinstalaciones, instalaciones, happenings, accionismo, land art, body art, arte conceptual, arte povera, entre otros. Tal irrupción desplazó completamente a la pintura, con lo que muchos consideraron que este sería su final.

Pero, en el transcurso de esta década, y con ese panorama adverso, la pintura había tomado nuevas posturas, otra vez: la presencia de la muerte la obligó a replantearse. Así, con un espíritu renovado conceptualmente y adoptando los parámetros que se abrieron con la posmodernidad, la pintura regresa airosa en los ochenta, a partir una serie de exposiciones emblemáticas.(6)

Cada vez más, la tecnología está reconfigurando nuestra visión del mundo: no solo ha generado un impacto de información y comunicación a nivel global, sino que además aporta un amplio número de posibilidades visuales, desde impresiones digitales en toda clase de soportes y formatos, pasando por todas las opciones de creación y proyección audiovisual, hasta la concepción de la imagen en 3D. ¿Es entonces el medio tecnológico el que llevará a la pintura a su extinción?

Si bien existe un protagonismo reciente de obras dadas en soportes tecnológicos, tal panorama no implica la desaparición de la pintura, pues una obra contemporánea no se define con la perspectiva del medio utilizado; es decir, no es más contemporánea una obra en impresión digital que una en pintura al óleo. Entonces, ¿con qué condiciones se la designa como contemporánea? Lo que hace que una obra sea contemporánea es la conciencia misma de que lo es, desde sus postulados, sus intenciones y sus argumentos conceptuales. En este sentido, el arte actual es la solución de un problema, como lo define Luis Camnitzer, y dicha solución se puede dar desde cualquier medio; de ahí que en la contemporaneidad no exista un lenguaje privilegiado por sobre otro.

Hoy la pintura dispone de un amplio repertorio de opciones nunca antes visto; por un lado, puede apropiarse de fuentes visuales de toda procedencia: desde imágenes extraídas de la historia del arte hasta contextos visuales extraartísticos, como la publicidad, la televisión, el cine, la prensa, revistas, etc. Igualmente, cuenta con un campo formal que va desde las técnicas tradicionales hasta la utilización de materiales industriales, artesanales, tecnológicos, orgánicos, de segunda mano, entre otros. Así que esa visión de muchos detractores de la pintura, de que las posibilidades de esta ya están agotadas, carecen de argumentos; pues cabe señalar que la pintura, durante siglos, solo exploró el campo de la creación de imágenes, y a partir del arte moderno inicia una exploración de sus posibilidades formales, entre las que se destaca la utilización de cualquier clase de materiales. A raíz de esta indagación, el espacio hegemónico del cuadro se ha «profanado», llevándolo a una variedad de trasformaciones, a una apertura de nuevos límites, donde no solo se concibe como un objeto, sino que el formato cuadrado o rectangular y el carácter bidimensional (que históricamente habían identificado la pintura) se han ampliado para generar nuevos estados pictóricos, a tal punto que puede adoptar un carácter tridimensional o bien ser emplazado en el espacio real, como sucede en las instalaciones que propone Katharina Grosse.(7)

Sí la pintura logró, durante muchísimos años, reinventarse en un espacio tan limitado como el cuadro, entonces, ahora que ha ampliado sus límites, sus posibilidades se vuelven casi infinitas. Así, el bastidor impregnado de óleo es solo una opción entre las muchísimas estrategias que componen la pintura contemporánea; pero es necesario concebir una pintura que abandone concepciones ortodoxas y se abra a un espacio de interacción, diálogo e hibridación, siendo estas maniobras puntos indispensables con que actúa el arte contemporáneo, donde la relación entre lenguajes artísticos y extra artísticos, en vez de anular el campo de la pintura, hace que esta amplíe sus estrategias formales y visuales vertiginosamente, como lo ha hecho en la última década.

Ante este panorama, ¿cómo decir entonces que la pintura está agotada o que se encuentra cerca de su extinción? La pintura tiene una pertinencia innegable en el panorama del arte; y más aun: su vigencia se da desde los aportes que constantemente introduce al ámbito visual y reflexivo del arte contemporáneo.

[showtime]

Notas

1. Walter Benjamin. Discursos Interrumpidos I. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Madrid: Taurus, 1982. En este capítulo, el autor amplía muchos aspectos en torno a este debate.

2. Hans Belting. La historia del arte después de la modernidad. Universidad Iberoamericana, 2010. Sin embargo, Arthur Danto hace referencia a un texto de Belting de 1983, ¿El fin de la historia del arte?, en Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós, 1997, p. 84.

3. Gianni Vattimo. El fin de la modernidad: nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Buenos Aires, 1990.

4. Arthur Danto. Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós, 1997.

5. Jean-François Lyotard. La condición postmoderna. Madrid: Cátedra, 2006.

6. Entre ellas podemos citar: Bad Painting, en el New Museum de Nueva York, 1978; A New Spirit in Painting, en la Academia Real de Londres, 1981; Zeitgeist (espíritu del tiempo), en la Martin Gropius Bau de Berlín, 1982.

7. Katharina Grosse (Alemania, 1961). Artista cuya obra pictórica acompaña el presente artículo. One Floor Up More Highly. Installation styrofoam, acrylic on wall, floor, soil and reinforced plastic, 2010. Mass MoCA (www.katharinagrosse.com).

En el arte contemporáneo, cada vez más hay una proliferación de lenguajes y posibilidades formales, las que están integradas tanto por las tradicionales como por las introducidas en la posmodernidad; y a ello se le suma una cantidad de recursos aportados por la tecnología. En este espectro pluralista de opciones, ¿qué papel desempaña la pintura ante un panorama que parece serle tan adverso?

Por: Raúl Fernando Zuleta

La pintura ha sido, sin lugar a dudas, el lenguaje artístico por excelencia a través del tiempo; en su espacio, se ha dado una multiplicación de imágenes de todo tipo, desde una representación simbólica, mimética y expresiva de la realidad, pasando por una amplia variedad de temas, religiosos, míticos, históricos, hasta paisajes, bodegones o escenas cotidianas. Pero, aun con este largo recorrido, ha tenido que sortear una serie de amenazas, a las que podemos identificar en tres momentos: la aparición de la fotografía, el llamado «fin (o muerte) del arte» y el momento actual.

Con la aparición de la fotografía (oficialmente presentada en 1839), se lograba por primera vez generar imágenes a través de un dispositivo no artístico; y, más aun, su ejecución no involucraba la manipulación manual. Además, alcanzaba un altísimo grado de fidelidad respecto de lo real. Con todos estos aspectos, entre otros, la pintura difícilmente podía competir en el mismo nivel, con la función que había desarrollado por muchos años, la de representar el mundo. Pero, en contravía de la visión apocalíptica de muchos artistas, en su momento, de que esta sería la muerte de la pintura, lo que realmente significó fue la muerte de una de sus funciones,(1) con lo cual la pintura se encontró liberada y pudo entonces encarar otro tipo de problemas plásticos. La crisis de la representación conllevó la apertura de los primeros movimientos de la vanguardia artística, donde la naciente pintura moderna se distanció de los valores clásicos.

A mitad del siglo XX, se da la «muerte del arte», interpretada posteriormente por Hans Belting,(2) Gianni Vattimo(3) y Arthur Danto. Este último, en su muy famoso libro Después del fin de arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia,(4) señala que aquella lógica histórica del arte como un desarrollo progresivo lineal había llegado a su etapa máxima con el expresionismo abstracto y, por ende, todo arte a partir del pop era una arte poshistórico; por lo tanto, un arte posmoderno.(5)

Asimismo, durante la década de los setenta, el protagonismo del que había gozado la pintura durante siglos es anulado a favor de una proliferación de nuevos lenguajes y medios artísticos. El mundo del arte se ve colmado por performances, instalaciones, descontextualización de objetos, fotografías, videos, videoinstalaciones, instalaciones, happenings, accionismo, land art, body art, arte conceptual, arte povera, entre otros. Tal irrupción desplazó completamente a la pintura, con lo que muchos consideraron que este sería su final.

Pero, en el transcurso de esta década, y con ese panorama adverso, la pintura había tomado nuevas posturas, otra vez: la presencia de la muerte la obligó a replantearse. Así, con un espíritu renovado conceptualmente y adoptando los parámetros que se abrieron con la posmodernidad, la pintura regresa airosa en los ochenta, a partir una serie de exposiciones emblemáticas.(6)

Cada vez más, la tecnología está reconfigurando nuestra visión del mundo: no solo ha generado un impacto de información y comunicación a nivel global, sino que además aporta un amplio número de posibilidades visuales, desde impresiones digitales en toda clase de soportes y formatos, pasando por todas las opciones de creación y proyección audiovisual, hasta la concepción de la imagen en 3D. ¿Es entonces el medio tecnológico el que llevará a la pintura a su extinción?

Si bien existe un protagonismo reciente de obras dadas en soportes tecnológicos, tal panorama no implica la desaparición de la pintura, pues una obra contemporánea no se define con la perspectiva del medio utilizado; es decir, no es más contemporánea una obra en impresión digital que una en pintura al óleo. Entonces, ¿con qué condiciones se la designa como contemporánea? Lo que hace que una obra sea contemporánea es la conciencia misma de que lo es, desde sus postulados, sus intenciones y sus argumentos conceptuales. En este sentido, el arte actual es la solución de un problema, como lo define Luis Camnitzer, y dicha solución se puede dar desde cualquier medio; de ahí que en la contemporaneidad no exista un lenguaje privilegiado por sobre otro.

Hoy la pintura dispone de un amplio repertorio de opciones nunca antes visto; por un lado, puede apropiarse de fuentes visuales de toda procedencia: desde imágenes extraídas de la historia del arte hasta contextos visuales extraartísticos, como la publicidad, la televisión, el cine, la prensa, revistas, etc. Igualmente, cuenta con un campo formal que va desde las técnicas tradicionales hasta la utilización de materiales industriales, artesanales, tecnológicos, orgánicos, de segunda mano, entre otros. Así que esa visión de muchos detractores de la pintura, de que las posibilidades de esta ya están agotadas, carecen de argumentos; pues cabe señalar que la pintura, durante siglos, solo exploró el campo de la creación de imágenes, y a partir del arte moderno inicia una exploración de sus posibilidades formales, entre las que se destaca la utilización de cualquier clase de materiales. A raíz de esta indagación, el espacio hegemónico del cuadro se ha «profanado», llevándolo a una variedad de trasformaciones, a una apertura de nuevos límites, donde no solo se concibe como un objeto, sino que el formato cuadrado o rectangular y el carácter bidimensional (que históricamente habían identificado la pintura) se han ampliado para generar nuevos estados pictóricos, a tal punto que puede adoptar un carácter tridimensional o bien ser emplazado en el espacio real, como sucede en las instalaciones que propone Katharina Grosse.(7)

Sí la pintura logró, durante muchísimos años, reinventarse en un espacio tan limitado como el cuadro, entonces, ahora que ha ampliado sus límites, sus posibilidades se vuelven casi infinitas. Así, el bastidor impregnado de óleo es solo una opción entre las muchísimas estrategias que componen la pintura contemporánea; pero es necesario concebir una pintura que abandone concepciones ortodoxas y se abra a un espacio de interacción, diálogo e hibridación, siendo estas maniobras puntos indispensables con que actúa el arte contemporáneo, donde la relación entre lenguajes artísticos y extra artísticos, en vez de anular el campo de la pintura, hace que esta amplíe sus estrategias formales y visuales vertiginosamente, como lo ha hecho en la última década.

Ante este panorama, ¿cómo decir entonces que la pintura está agotada o que se encuentra cerca de su extinción? La pintura tiene una pertinencia innegable en el panorama del arte; y más aun: su vigencia se da desde los aportes que constantemente introduce al ámbito visual y reflexivo del arte contemporáneo.

[showtime]

Notas

1. Walter Benjamin. Discursos Interrumpidos I. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Madrid: Taurus, 1982. En este capítulo, el autor amplía muchos aspectos en torno a este debate.

2. Hans Belting. La historia del arte después de la modernidad. Universidad Iberoamericana, 2010. Sin embargo, Arthur Danto hace referencia a un texto de Belting de 1983, ¿El fin de la historia del arte?, en Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós, 1997, p. 84.

3. Gianni Vattimo. El fin de la modernidad: nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Buenos Aires, 1990.

4. Arthur Danto. Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós, 1997.

5. Jean-François Lyotard. La condición postmoderna. Madrid: Cátedra, 2006.

6. Entre ellas podemos citar: Bad Painting, en el New Museum de Nueva York, 1978; A New Spirit in Painting, en la Academia Real de Londres, 1981; Zeitgeist (espíritu del tiempo), en la Martin Gropius Bau de Berlín, 1982.

7. Katharina Grosse (Alemania, 1961). Artista cuya obra pictórica acompaña el presente artículo. One Floor Up More Highly. Installation styrofoam, acrylic on wall, floor, soil and reinforced plastic, 2010. Mass MoCA (www.katharinagrosse.com).

En el arte contemporáneo, cada vez más hay una proliferación de lenguajes y posibilidades formales, las que están integradas tanto por las tradicionales como por las introducidas en la posmodernidad; y a ello se le suma una cantidad de recursos aportados por la tecnología. En este espectro pluralista de opciones, ¿qué papel desempaña la pintura ante un panorama que parece serle tan adverso?

Por: Raúl Fernando Zuleta

La pintura ha sido, sin lugar a dudas, el lenguaje artístico por excelencia a través del tiempo; en su espacio, se ha dado una multiplicación de imágenes de todo tipo, desde una representación simbólica, mimética y expresiva de la realidad, pasando por una amplia variedad de temas, religiosos, míticos, históricos, hasta paisajes, bodegones o escenas cotidianas. Pero, aun con este largo recorrido, ha tenido que sortear una serie de amenazas, a las que podemos identificar en tres momentos: la aparición de la fotografía, el llamado «fin (o muerte) del arte» y el momento actual.

Con la aparición de la fotografía (oficialmente presentada en 1839), se lograba por primera vez generar imágenes a través de un dispositivo no artístico; y, más aun, su ejecución no involucraba la manipulación manual. Además, alcanzaba un altísimo grado de fidelidad respecto de lo real. Con todos estos aspectos, entre otros, la pintura difícilmente podía competir en el mismo nivel, con la función que había desarrollado por muchos años, la de representar el mundo. Pero, en contravía de la visión apocalíptica de muchos artistas, en su momento, de que esta sería la muerte de la pintura, lo que realmente significó fue la muerte de una de sus funciones,(1) con lo cual la pintura se encontró liberada y pudo entonces encarar otro tipo de problemas plásticos. La crisis de la representación conllevó la apertura de los primeros movimientos de la vanguardia artística, donde la naciente pintura moderna se distanció de los valores clásicos.

A mitad del siglo XX, se da la «muerte del arte», interpretada posteriormente por Hans Belting,(2) Gianni Vattimo(3) y Arthur Danto. Este último, en su muy famoso libro Después del fin de arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia,(4) señala que aquella lógica histórica del arte como un desarrollo progresivo lineal había llegado a su etapa máxima con el expresionismo abstracto y, por ende, todo arte a partir del pop era una arte poshistórico; por lo tanto, un arte posmoderno.(5)

Asimismo, durante la década de los setenta, el protagonismo del que había gozado la pintura durante siglos es anulado a favor de una proliferación de nuevos lenguajes y medios artísticos. El mundo del arte se ve colmado por performances, instalaciones, descontextualización de objetos, fotografías, videos, videoinstalaciones, instalaciones, happenings, accionismo, land art, body art, arte conceptual, arte povera, entre otros. Tal irrupción desplazó completamente a la pintura, con lo que muchos consideraron que este sería su final.

Pero, en el transcurso de esta década, y con ese panorama adverso, la pintura había tomado nuevas posturas, otra vez: la presencia de la muerte la obligó a replantearse. Así, con un espíritu renovado conceptualmente y adoptando los parámetros que se abrieron con la posmodernidad, la pintura regresa airosa en los ochenta, a partir una serie de exposiciones emblemáticas.(6)

Cada vez más, la tecnología está reconfigurando nuestra visión del mundo: no solo ha generado un impacto de información y comunicación a nivel global, sino que además aporta un amplio número de posibilidades visuales, desde impresiones digitales en toda clase de soportes y formatos, pasando por todas las opciones de creación y proyección audiovisual, hasta la concepción de la imagen en 3D. ¿Es entonces el medio tecnológico el que llevará a la pintura a su extinción?

Si bien existe un protagonismo reciente de obras dadas en soportes tecnológicos, tal panorama no implica la desaparición de la pintura, pues una obra contemporánea no se define con la perspectiva del medio utilizado; es decir, no es más contemporánea una obra en impresión digital que una en pintura al óleo. Entonces, ¿con qué condiciones se la designa como contemporánea? Lo que hace que una obra sea contemporánea es la conciencia misma de que lo es, desde sus postulados, sus intenciones y sus argumentos conceptuales. En este sentido, el arte actual es la solución de un problema, como lo define Luis Camnitzer, y dicha solución se puede dar desde cualquier medio; de ahí que en la contemporaneidad no exista un lenguaje privilegiado por sobre otro.

Hoy la pintura dispone de un amplio repertorio de opciones nunca antes visto; por un lado, puede apropiarse de fuentes visuales de toda procedencia: desde imágenes extraídas de la historia del arte hasta contextos visuales extraartísticos, como la publicidad, la televisión, el cine, la prensa, revistas, etc. Igualmente, cuenta con un campo formal que va desde las técnicas tradicionales hasta la utilización de materiales industriales, artesanales, tecnológicos, orgánicos, de segunda mano, entre otros. Así que esa visión de muchos detractores de la pintura, de que las posibilidades de esta ya están agotadas, carecen de argumentos; pues cabe señalar que la pintura, durante siglos, solo exploró el campo de la creación de imágenes, y a partir del arte moderno inicia una exploración de sus posibilidades formales, entre las que se destaca la utilización de cualquier clase de materiales. A raíz de esta indagación, el espacio hegemónico del cuadro se ha «profanado», llevándolo a una variedad de trasformaciones, a una apertura de nuevos límites, donde no solo se concibe como un objeto, sino que el formato cuadrado o rectangular y el carácter bidimensional (que históricamente habían identificado la pintura) se han ampliado para generar nuevos estados pictóricos, a tal punto que puede adoptar un carácter tridimensional o bien ser emplazado en el espacio real, como sucede en las instalaciones que propone Katharina Grosse.(7)

Sí la pintura logró, durante muchísimos años, reinventarse en un espacio tan limitado como el cuadro, entonces, ahora que ha ampliado sus límites, sus posibilidades se vuelven casi infinitas. Así, el bastidor impregnado de óleo es solo una opción entre las muchísimas estrategias que componen la pintura contemporánea; pero es necesario concebir una pintura que abandone concepciones ortodoxas y se abra a un espacio de interacción, diálogo e hibridación, siendo estas maniobras puntos indispensables con que actúa el arte contemporáneo, donde la relación entre lenguajes artísticos y extra artísticos, en vez de anular el campo de la pintura, hace que esta amplíe sus estrategias formales y visuales vertiginosamente, como lo ha hecho en la última década.

Ante este panorama, ¿cómo decir entonces que la pintura está agotada o que se encuentra cerca de su extinción? La pintura tiene una pertinencia innegable en el panorama del arte; y más aun: su vigencia se da desde los aportes que constantemente introduce al ámbito visual y reflexivo del arte contemporáneo.

[showtime]

Notas

1. Walter Benjamin. Discursos Interrumpidos I. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Madrid: Taurus, 1982. En este capítulo, el autor amplía muchos aspectos en torno a este debate.

2. Hans Belting. La historia del arte después de la modernidad. Universidad Iberoamericana, 2010. Sin embargo, Arthur Danto hace referencia a un texto de Belting de 1983, ¿El fin de la historia del arte?, en Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós, 1997, p. 84.

3. Gianni Vattimo. El fin de la modernidad: nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Buenos Aires, 1990.

4. Arthur Danto. Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Barcelona: Paidós, 1997.

5. Jean-François Lyotard. La condición postmoderna. Madrid: Cátedra, 2006.

6. Entre ellas podemos citar: Bad Painting, en el New Museum de Nueva York, 1978; A New Spirit in Painting, en la Academia Real de Londres, 1981; Zeitgeist (espíritu del tiempo), en la Martin Gropius Bau de Berlín, 1982.

7. Katharina Grosse (Alemania, 1961). Artista cuya obra pictórica acompaña el presente artículo. One Floor Up More Highly. Installation styrofoam, acrylic on wall, floor, soil and reinforced plastic, 2010. Mass MoCA (www.katharinagrosse.com).