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4 mayo, 2012

 

INTERÉS GENERAL

 

Cada cultura tiene su mirada sobre qué es tener un hijo. Libros sagrados y tradiciones lo definen. Pero hay algunos puntos en común: la dificultad de las mujeres para salirse de ello sin perder identidad de género. Informarse es el primer paso para decidir por sí mismas.

 

Por Noelia Leiva

 

¿Qué es ser mamá? La pregunta tal vez se ha repetido en muchas mujeres con hijos y, aunque pudiera haber tantas respuestas como seres humanos, a través del tiempo se definieron matrices para ese rol, que van desde la responsabilidad en la «reproducción del linaje» hasta la conformación de una familia como instancia de satisfacción personal. Haber nacido en un pueblo en particular, en zona urbana o rural, bajo la protección de determinadas deidades y con un sistema de valores propios de la comunidad, carga de diferentes sentidos a la maternidad. Un marco de explicaciones que algunas decidieron desandar.

«El embarazo y la maternidad son roles definidos culturalmente. Es parte de las cosas propias de comunidades insertas en algún contexto de país o de región con características particulares. Por ejemplo, se puede hablar de alguna cultura argentina pero hay que entrar en las especificidades después. Es muy distinta una mujer que vive en Capital Federal de la que reside en el Gran Buenos Aires, en el Noroeste o el Noreste», plantea Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM).

Entonces, ¿esa etapa en la vida es registrada de la misma forma por todas las adultas de una misma colectividad? No como un absoluto, porque intervienen los deseos y las ideas de cada una, pero incluso estos están encuadrados en un determinado paradigma del deber ser.

Es justamente la delimitación de lo aceptado lo que equipara a las chicas y las grandes en una base de valoración, que a veces logran modificar, aunque para ello suelen lidiar con el sentimiento de «culpa por ser diferentes» de sus antecesoras, explica la especialista en salud pública. «Algo común de la cultura occidental y cristiana, porque las religiones también tienen mucho que ver, es que considera la maternidad como una cosa esencial e inherente a la identidad de las mujeres. Para vencerlo se debe deconstruir ese mandato en base a otras posibilidades, fortalecer la capacidad de decisión y la autoestima», convoca.

Para la mujer africana, por ejemplo, «procrear es fundamental porque es parte del ciclo de vida. El rol de la mujer es secundario en una sociedad machista, pero desde el concepto yoruba la maternidad es un principio central», asegura Indiana Bauer, perteneciente a la línea batuque de la religión umbanda y la nación Jeje. Así como para esa comunidad cada uno elige su «destino» antes de nacer, la concepción es previa a la existencia de una persona, porque es entendida como un fenómeno «presocial», que es hacedor del grupo de personas, y no como una actividad particular de alguien. Hay una «función maternal» por encima de una mamá.

En Occidente, a partir de la colonización, se «convirtió a la mujer en vehículo de descarga emocional del hombre», denuncia. Allí —y no en la expectativa de que en algún momento de sus vidas asistan a, al menos, un parto— radica para ella la distinción entre la forma propia y la europea de asignar espacios a lo femenino, que se evidenció en el descenso de la cantidad de hijos que tenían las esclavas que no podían cuidarse por su situación de explotación.

Si bien los años y las migraciones hicieron mutar algunas costumbres, por la dificultad de transmitirse a las jóvenes (por ejemplo, la prohibición de bañarse en los ríos durante la menstruación porque se «contaminaban» las aguas), las explicaciones marco sobre la maternidad se rastrean desde los textos sagrados y en el arcón de sus deidades, los orixás. Así como en el catolicismo la Virgen María es el símbolo de «dar a luz», Yemoja (su nombre significa «madre cuyos hijos son peces») es la fuerza protectora de las mujeres grávidas, «el útero que resguarda al nuevo ser y que alimenta a través de sus aguas; aquella que sufre y cuida a sus hijos pero es implacable a la hora de un castigo, aunque después llore desconsoladamente», define Bauer. El carácter justiciero de la energía es una diferencia con el Vaticano, que destaca la pureza y la piedad de sus santas, y recomienda lo mismo a las que profesan esa fe en la Tierra.

Para los pueblos originarios de Argentina, también útero y esencia femenina van de la mano, pero «la asistencia, el embarazo, el cuidado, la elaboración de alimentos y la crianza de los niños son ocupaciones fundamentales para fortalecer los lazos y transmitir la cultura», recalca Norma Aguirre, cantante popular y descendiente de los huarpes. No obstante, la responsabilidad de producir, de enfrentarse a animales salvajes se asocia con la virilidad y el poder, y es en general potestad de los varones.

Para la nación indígena de Cuyo, «nunca es bien vista la mujer que decide y se trata con hierbas para la anticoncepción, porque es parte de la continuidad de su comunidad el hecho de procrear y sostener la vida cultural de su gente», plantea la también promotora de género. A diferencia de la tradición africana, «una mujer que no es fértil se dedica al cuidado de los niños de la familia y a la asistencia de sus congéneres».

En el colectivo umbanda, la relevancia que se le asigna al embarazo trae como contrapartida que, cuando se produce una situación de infertilidad, es «una ofensa para un esposo, por lo que la mujer es sometida a duras humillaciones, y hasta puede ser devuelta a la familia materna, siempre y cuando sus padres acepten a la hija indecorosa», transmite la perteneciente a esa comunidad. El sacerdote del pueblo consulta a los oráculos sobre las posibilidades de que cada una tenga descendencia, de modo que contradecir un diagnóstico venturoso puede generar la marginación de la mujer; pero insistir, si las energías dijeron que no albergará un feto en su útero, puede ser «mucho peor». En ese marco, el «aborto es considerado un pecado», define la también escritora.

Las otras madres

Cuando sus hijas son adultas, las mamás no pierden importancia. Así como en la urbanidad pueden encontrarse muchos casos en que las abuelas cuidan de sus hijos pequeños cuando el resto trabaja, entre las huarpes son las ancianas las que velan por proteger a la descendencia de aquello que está prohibido, incluso en la actualidad. Cuentan a las embarazadas qué hierbas no deben consumir y qué actividades no deben realizar para cuidar la gestación, así como enfatizan la influencia del calendario lunar sobre la gravidez. Cuando llega la descendencia, a ellas les toca narrar las historias fundantes de su comunidad.

A la distancia, los abuelos tienen hoy en China un rol fundamental en la crianza porque, como no se suele tener más de un hijo, debido a la superpoblación del país (después del parto, deben colocarse un DIU, a menos que hayan tenido una beba, lo que les permite embarazarse otra vez por no ser considerada una actriz productiva central), son los adultos mayores los que los cuidan. Mientras, padre y madre dedican mucho de su vida al trabajo, ya que casi todos los sueldos se miden por artículo terminado. Desde Confucio, las características femeninas eran la vida doméstica, el trabajo manual y la maternidad. Aunque cada vez más ellas salen a buscar un empleo, sus salarios suelen ser inferiores a los de los varones.

En el marco del batuque y con modificaciones en cada pueblo, «al fallecer la mujer, su cadáver es devuelto al seno familiar, que será el encargado de los rituales mortuorios», explica Bauer. De ese modo, si sobrevivió a su hija, será la que la parió quien ahora la abrace en su muerte.

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