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6 mayo, 2014

Medellín, una ciudad de dos mundos

Por Tatiana Souza

Medellín, la capital del departamento de Antioquía, fue una de las ciudades más violentas del mundo entre los años ochenta y noventa como consecuencia del dominio de la ciudad por el narcotráfico, pero es hoy considerada una de las ciudades más innovadoras por sus políticas ambientales y de desarrollo social. Un viaje al corazón del pueblo paisa sorprende por su pasado, aunque impresiona más con su presente.

Medellín es la ciudad más poblada de Colombia después de Bogotá, con la que compite a la par tanto en el aspecto económico y cultural como en las oportunidades de desarrollo y, por qué no decirlo, por sentirse líder en su país. Los bogotanos, o rolos, miran con admiración y recelo a los medellinenses, o paisas.

En esta ciudad se respira aire de progreso en todas sus calles, en el ir y venir de la gente, en un ajetreo que marea al visitante, pero que nos deslumbra sobre todo porque fue una de las diez ciudades más peligrosas del mundo y hoy se jacta con orgullo de haber recibido en el año 2013 la distinción de City of the Year,otorgada por el Wall Street Journal, donde compitió con Tel Aviv y Nueva York.

Para entender este proceso de transformación enorme, es importante saber que existió un conjunto de intereses que hacia los años ochenta gobernaban no solo al pueblo paisa sino a toda Colombia. La aparición de los carteles de la droga, que comercializaban en el mundo entero toneladas de cocaína producida de manera clandestina, se convirtieron en emblema de país y sus líderes eran figuras públicas seguidas casi como héroes por un pueblo empobrecido y necesitado de ayuda.

Con Pablo Escobar Gaviria a la cabeza del Cartel de Medellín, se vivieron casi dos décadas de asesinatos políticos, secuestros y motines, que tuvieron al país en vilo, enfrentado a un nudo de intereses políticos y económicos que incluían la participación tanto de grupos paramilitares como las guerrillas colombianas de las FARC.

Las estadísticas de muertes son escalofriantes: entre los años 1962 y 2007, fueron asesinadas 709.000 personas, lo que podría equivaler a una ciudad completa. Los crímenes eran llevados a cabo por organizaciones mafiosas que tenían asentamientos en las comunas de las colinas empinadas de la ciudad. Todo esto la convertía en una ciudad digna de temer, con ciclos de violencia que iban variando año a año de acuerdo a la coyuntura y al clima social de cada momento histórico.

Con una política de Estado que, en un principio, se mostró dubitativa en la tarea de desarmar a narcos y paramilitares, posteriormente, a partir del gobierno de Gonzalo Gaviria se profundizó la búsqueda de los líderes de los carteles hasta, finalmente, matar a sus cabezas principales.

Después, con el gobierno de Álvaro Uribe, que militarizó las carreteras para liberar a los pueblos de la penetración de las guerrillas, Colombia empezó de a poco a volverse más segura, la gente salió de las ciudades y se trasladó a otras ciudades, se incrementó el turismo y crecieron las oportunidades de negocios. Se trata de una ardua tarea, exitosa en términos de resultados económicos y políticos, pero que aún hoy se continúa con intensas estrategias de comunicación para liberar al pueblo colombiano del estigma que lo arrebató tanto tiempo de la inserción mundial.

¿Cómo se pasa de ser una ciudad con alta criminalidad y desigualdad social a ser una ciudad innovadora y de avanzada?

Medellín se convirtió en la ciudad más competitiva de Colombia, desplazando de este lugar a Bogotá en 2012, a partir de una política de desarrollo sostenible en infraestructura y medio ambiente, con grandes emprendimientos de diseño, arte y finanzas de proyección internacional, de modo tal que se convirtió en un polo comercial e industrial que, junto a la estrategia innovadora de su alcaldía, ha logrado reducir la gran brecha de desigualdad y ha generado más oportunidades de inclusión de los sectores postergados.

Se creó un moderno sistema de transporte público con una infraestructura vial de seis rutas que van al centro de la ciudad y otras que alimentan al sistema metro, lo que reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y han ayudado a las zonas marginales a estar conectadas con los sectores de más desarrollo, una mayor movilidad de los residentes, mejora de la seguridad y un aumento de la cantidad de ciclistas. En este aspecto, es fundamental el intercambio vial Gilberto Echeverri Mejía, el puente intraurbano más grande de Colombia, que une las comunas de El Poblado y Guayabal.

Medellín tiene dieciséis comunas con 259 barrios zonificados por estratos sociales que van del uno al seis. Al decir del escritor Fernando Vallejo, en su libro La virgen de los sicarios, «hay dos ciudades, la de abajo, intemporal en el valle, y la de arriba, en las montañas».

Cada comuna desarrolla una actividad característica y muchas se iniciaron como asentamientos de ocupación ilegal. Impresiona subir en el flamante Metrocable hasta la comuna 1, donde se encuentra el Parque Biblioteca España, paradigma local intercultural e incluyente, y tener esa visión de casitas encaramadas unas sobre otras que pueblan las pendientes con un plano general de una ciudad llena de históricas carencias, pero que intenta construir una ciudadanía con actitudes de integración. Ubicar ese espacio cultural de jerarquía en uno de los lugares más pobres es una política audaz que apunta a la reducción de la criminalidad, a la convivencia pacífica a partir de la gestión de servicios públicos y espacios culturales para todos, algo impensado en la Medellín del reinado de Pablo Escobar.

En la comuna 3 del metro de la línea K se encuentra la avenida Carlos Gardel, donde hay un museo en honor del artista argentino.

Medellín está situada en la región de Valle de Aburrá, en la cordillera central de los Andes, tiene casi 3.500.000 millones de habitantes, incluida el área metropolitana, y se extiende a orillas del río Medellín, que la recorre de sur a norte. Tiene un área metropolitana digna de conocer con desarrollos urbanísticos como El Poblado y Envigado, zonas de residencia de las clases más pudientes, con caminos de frondoso y eterno verde por la parcelación de fincas de recreo.

Su gente es muy cálida y alegre, como todos los colombianos, ya acostumbrados a sobreponerse a todo tipo de desgracias; además, es un pueblo hospitalario por excelencia que hace sentir al visitante como en casa y que ahuyenta, con su dulzura, cualquier temor que ronda el imaginario colectivo al hallarse en una ciudad que fue tan peligrosa.

El cerro Nutibara es una pequeña formación montañosa con ochenta metros de altura y que permite vistas panorámicas en todo su alrededor de esta intensa y arrolladora urbe latina llena de contrastes. En su cima se encuentra el llamado pueblito paisa, una pintoresca y típica recreación que hace alegoría a las artesanías, comidas y antiguas residencias.

Llegar al centro de la ciudad marea definitivamente, con su zona plena de comercios, su edificio Coltejer como emblema y vendedores ambulantes que ofrecen todo tipo de productos, gente que duerme en las calles, músicos y artesanos. Y allí, en la plaza principal, nos topamos con el museo de Fernando Botero y su parque de esculturas de deliciosas y desmesuradas imágenes.

Con varios documentales sobre su vida y la reciente serie de televisión El patrón del mal, la tumba de Pablo Escobar, ubicada en el cementerio Jardines de Montesano, a 45 km del centro en la localidad de Itaguí, se ha convertido en un destino turístico impensado, junto con su hacienda Nápoles y el edificio donde fue abatido.

En el cementerio de San Pedro, monumento histórico local, equivalente al cementerio de la Recoleta porteña, existen circuitos de interés que son un secreto a voces y que llevan a las galerías de nichos donde se encuentran enterrados miles de niños sicarios. Al ingresar al cementerio, me pregunto por si aquello es verdad, pero nadie se anima a contestar ni a oficializar ese rumor. Sin embargo, un peón me lleva amablemente al pabellón donde se encuentran las tumbas de jóvenes que se dedicaban al sicariato y formaban parte de las bandas. Se me hace un nudo en el corazón al ver sus caras, sus nombres y las frases que les dedicaron familiares, es un recorrido entre la pena y el espanto.

Hay mucho por hacer y conocer en Medellín, desde la algarabía y el tumulto de la zona comercial e industrial hasta tomar la autopista rumbo a El Poblado con centros comerciales de alto nivel, zona de bares, restaurantes, mujeres y hombres llenos de glamour pertenecientes a las clases más altas.

La ciudad también es sede de varios festivales, de eventos de moda internacional y de actividades académicas. Es un lugar de contrastes permanentes que ofrece distintas visiones de un pueblo que ha sabido estar entre el cielo y el infierno, y al decir de su alcalde: «Ha cerrado la puerta a la delincuencia y abierto la puerta a la oportunidad».

No se puede uno ir sin conocer al menos uno de los tantos pueblitos que rodean Medellín y el más destacado, sin duda, es Guatapé, donde se ubica la Piedra del Peñol. Es ideal antes de ingresar a la capital, si uno viene desde el aeropuerto, tomarse unas horas para ir directo a este embalse ubicado a unos setenta kilómetros de Medellín.

Rodeada de majestuoso verde, la Piedra del Peñol se alza enorme, imponente en medio de lagos que forman parte de una represa en 360 ° de montañas con vistas a la ciudad y lagos fabulosos. Según la leyenda, la Piedra de Peñol es un meteorito que cayó en la zona, aunque parece ser más el producto de una película de ciencia ficción. Es la atracción turística más completa del departamento de Antioquía, que es visitada por escaladores de todo el mundo. También tiene su cara romántica y típica con Guatapé, el pueblo de los zócalos, llamado así por la decoración externa de sus casitas de colores, que tienen como tradición una base pintada con flores que unifican una arquitectura de casas pintorescas y vistosas en la línea medianera con personajes de película en sus puertas y que miran al turista con alegría y extrañeza.

Medellín es una ciudad de grandes diferencias y también de avanzada, de innovación pura, de trabajo, y que goza de una economía exitosa y en permanente evolución. Hay que conocerla porque se la sabe generadora de odios y amores, de miedos y nostalgias. Para los paisas, es una alegría inmensa saberse capaces de resolver sus problemas y animarse a cambiar, para sacarse de encima las marcas que la condenaron, por eso siguen adelante en su lucha por derrotar la delincuencia y la marginalidad que aún perdura, pese a las políticas que motorizan cambios culturales y sociales.

Vale la pena conocer este pueblo de orígenes campesinos que se convirtió en una ciudad llena de temores, con huella en la tradición local, pero que, poco a poco, gracias a la dirección de una alcaldía dispuesta al desafío, logró salir adelante y se reinventa a sí misma cada día.