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Un espacio poco explorado dentro de los museos porteños, que acerca y reúne grandes hitos del arte.

 

Por Gisela Gallego

 

¿Qué diría Walter Benjamin si entrara al Museo «De la Cárcova»? El teórico crítico que renegaba de la fotografía —como mecánica reproducción, demasiado directa e inexpresiva— aseguraba que, al retratarla, la obra de arte «perdía el aura».

En el mencionado museo de calcos y escultura comparada, se dan cita las copias —perfectas y exactas— de esculturas icónicas y fácilmente reconocibles, así como de otras no tan populares.

El museo dependiente del IUNA se abrió por primera vez en 1928 y lleva el nombre de su fundador y  primer director de la Escuela de Bellas Artes, Ernesto de la Cárcova.

Hace un año, tuvo su reapertura, con una mejora edilicia notable y con sus objetivos airosamente cumplidos, pues el que se propone ser un museo de calcos lo logra gracias a la técnica que reproduce las esculturas mediante vaciamiento o moldes tomados de los propios originales. El resultado son copias exactas y fieles hasta en los más mínimos detalles.

Apenas el visitante entra se topa con el David, ese cuerpo fibroso, elegante y contorneado que, pese a los vaivenes y eternos cambios del concepto de belleza, sigue pareciendo lo más cercano a la perfección estética. En la misma sala central, Moisés con sus tablas.

Acorde a la misión pedagógica de este museo, epígrafes acompañan cada escultura, y además, explicaciones sobre estilos, escuelas, sus épocas de apogeo y sus características.

Las salas son temáticas, y allí se pueden apreciar obras que van desde el arte egipcio y caldeo-asirio, el griego, el grecorromano, el arte medieval románico-gótico, el del Renacimiento y el oriental. La última incorporación ha sido la de América Central, en la que sobresale la iconografía azteca.

Entre todas ellas, hay algunas fácilmente reconocibles, como la Dama de Elche, y otras menos frecuentadas, aunque no de menor importancia.

El acervo se despliega en salas con una iluminación natural inmejorable, gracias a los techos vidriados, que permiten apreciar los detalles de cada obra, de los retablos, los frisos y cada busto.

Un tanto escondido en la parte más postergada de la costanera sur, hay un destello, una reunión de esculturas que surcaron la imaginación de todos, que se han visto en los libros de ayer y de hoy, que han sido hitos y que siguen siendo perpetuamente valoradas.

Poco importa que no tengan el aura que solo podría tener los originales de Miguel Ángel o de los adelantados griegos. Son la manera más simbólica y corpórea de estar cerca de esos baluartes a veces inalcanzables. El Museo «De la Cárcova» apuesta a un fin educativo y, tal vez, por su prestación democratizante, logra mucho más.