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21 enero, 2013

Los museos de moda (como concepto artístico) están en auge. Nos adentramos en el dedicado a los zapatos de Salvatore Ferragamo, situado en Florencia, y en el recién creado Museo Balenciaga de Getaria.

 

Por: Candela Vizcaíno (corresponsal en España)

 

Parece que todo empezó en el 2003, cuando un famoso Manolo Blahnik (gracias al fervor que por sus zapatos manifestaba el personaje de ficción Carrie Bradshaw, de Sex and the City) se convertía en el protagonista del Museo de Diseño de Londres. Sus zapatos, de los pies de ricas y actrices, subieron a las vitrinas de los museos como si de obras de arte se trataran. Y así, indudablemente, son algunos de sus modelos, a pesar de su carácter, ineludible, de objeto de consumo y de moda. A esa exposición se han venido sumando otras de similar carácter, como la reciente de Nueva York titulada Schiaparelli & Prada, Impossible Conversations, ya recogida por El Gran Otro.

 

Exposiciones y Museos de Moda

Y comienzo con el verbo «parece» porque ese acto en el que Manolo Blahnik se elevaba de mero artesano a artista no constituye un punto de inflexión o una marca histórica. Y no es así porque la consideración de los zapatos, de la ropa y de las prendas de vestir como objetos de arte venía gestándose desde mucho antes. Si el lector me apura, esta etiqueta de estatus artístico nace con la revolución de las vanguardias históricas y el posterior auge de la filosofía de la deconstrucción en los años sesenta. La moda, como el urinario de Duchamp, tambié puede ser arte. Todo es cuestión de otro enfoque. Y, con respecto al diseño de ropa o complementos, si estos objetos están revestidos de «intrínseca» belleza, esa calificación (la de pieza de museo) es aun más fácil.

En el mundo, sin contar las exposiciones temporales más o menos mediáticas, existen importantes museos de moda que cualquier aficionado al arte o a las cosas bellas va a disfrutar con fruición. Y no me refiero a los espacios dedicados a la historia del traje y el vestido, con fines educativos sobre las costumbres de una época y un lugar. No. Estos museos, como los ejemplos a continuación, están presentados con otro concepto (con el del arte, y no el de la etnografía), y las piezas que en ellos se exponen tienen, por tanto, esa consideración: la artística.

 

Florencia: Museo Salvatore Ferragamo

Es quizá el más antiguo. Está situado en Florencia, en el Palacio Spini Feroni, un impresionante edificio del Renacimiento adquirido por Salvatore Ferragamo tras su paso por tierras americanas (con triunfo en Hollywood incluido).

En las vitrinas de este museo, señorean los modelos del zapatero italiano: sandalias, plataformas o zapatos invisibles realizados con materiales exóticos de todo tipo (plumas de aves tropicales, pieles de pitón, sedas, tejidos barrocos o hilos metálicos). Cuando el viajero, el adicto al arte o a la moda se pasea entre estos modelos (realizados a mano y de forma personalizada), entiende, entonces, el porqué de su éxito entre las estrellas del cine mudo, del hablado, del blanco y negro y del de tres dimensiones.

Salvatore Ferragamo fue considerado, en vida, un auténtico artista por su innovación en el diseño del calzado y porque fue capaz de crear unos modelos extremadamente cómodos, incluso para personas con problemas en los pies. Recibió premios y honores, y su casa, al día de hoy, está considerada un referente del lujo (y no solo en zapatos).

El museo de Salvatore Ferragamo realiza talleres, conferencias y exposiciones temáticas, como la centrada en Marilyn Monroe, una adicta a los zapatos del diseñador.

 

Getaria: Museo Balenciaga

Y de Italia nos vamos a Euskadi, en el norte de España. En un pequeño pueblo de pescadores, cuna de Juan Sebastián El Cano, entre otros vecinos ilustres, nació en 1895 Cristóbal Balenciaga. Allí creó sus primeros modelos y allí fue descubierto por la Marquesa de Casa Torre.

Pues bien, en la villa de veraneo de la aristocrática señora, están situados los talleres encargados de devolver el lustre al que ha sido uno de los diseñadores más importantes de todos los tiempos: Balenciaga. Envidiado por sus colegas contemporáneos (incluso por Christian Dior, quien llegó a decir que él —y todos los demás modistos de París— hacían con los tejidos lo que podían, mientras que el español lo que le daba la gana), Balenciaga hizo escuela con sus modelos depurados.

Junto a esta residencia aristocrática que corona un alto de Getaria, se ha construido un modernísimo espacio expositivo, extremadamente bien diseñado para aprovecharla luz. Enel interior se muestran los modelos casi en penumbra, para no dañar tejidos, costuras y bordados. El concepto museístico es, además, bastante sobresaliente, y los vestidos de cóctel, de fiesta o de novia se exhiben junto a diseños de joyas, bisutería o sombreros, en un recorrido que será del agrado, incluso, de alguien no especialmente aficionado a la moda.

La exposición, junto con otras de carácter temporal, se renueva cada año. Con este detalle es posible, como en el Museo Salvatore Ferragamo de Florencia, disfrutar cada cierto tiempo de estas prendas de vestir que sobrepasan el concepto de artículos útiles para elevarse a los altares del arte.

 

¿Por qué gustan tanto los museos de moda?

No hay una explicación certera del éxito de las exposiciones con zapatos, trajes, vestidos o joyas, pero sí está comprobado que se convierten en un éxito de visitantes.

Cada uno tendrá su propia teoría, su propia explicación, pero es verdad que la moda, las prendas de vestir y los zapatos sobrepasan cualquier utilidad práctica inmediata para sobrecogernos con una belleza especial. Eso nos hace sentir bien, sobre todo al género femenino; pero también podemos encontrar esa sensación en los varones, e incluso en los niños muy pequeños.

La moda, como manifestación de un estatus económico y, por tanto, social y de poder, está tomando el lugar que, en otro tiempo, tuvo el arte. Si antaño los poderes de la Iglesia o de la aristocracia competían por mostrar el jardín más bello (Bomarzo), la galería más larga (Uffizi) o los frescos más impresionantes (Capilla Sixtina), hoy estas muestras de poderío se reservan a lo privado o, incluso, a la caja fuerte (para una posterior inversión monetaria). Este espacio dejado por el arte es ocupado, en parte, porla moda. Y, aun reconociendo lo arriesgado de mi hipótesis, remito a los desfiles (casi semanales) de la alfombra roja, donde se va dando cuenta de las novedades en moda, zapatos, bolsos, peinados y maquillaje.

Ese pase (literal) hace que el público en general se esté acostumbrando a ver estos objetos no solo como cosas útiles sino también como elementos bellos y codiciados. En definitiva, como piezas de museo.

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