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3 julio, 2012

 

ACTUALIDAD

 

Por Candela Vizcaíno (corresponsal España)

 

 

Por si la ingobernabilidad de Grecia no fuera suficiente, Europa debe hacer frente a los conflictos y problemas de otro país: España. ¿Será esta la última prueba de fuego? ¿Está la Unión Europea al borde del colapso?

De «emergencia nacional» tildó, hace apenas una semana, el expresidente del gobierno Felipe González la situación del país que solo una década atrás era el milagro económico internacional. Pero ¿qué ha pasado? ¿Cómo se ha llegado desde una situación de superávit y crecimiento hasta la quiebra total?

No quiero repetirme, y remito al lector al artículo publicado bajo el título «España en la encrucijada», donde resumo los condicionantes adversos que afronta la nación. Sin obviar los problemas que se señalaban en enero, la situación en estos primeros meses de 2012 ha empeorado notablemente.

 

 

Bancos españoles y burbuja inmobiliaria. Algunas aclaraciones

En primer lugar, se está poniendo de manifiesto la insolvencia de grandes entidades bancarias españolas. La voz de alarma la ha dado Bankia (formada por un conglomerado de antiguas cajas de ahorro), al reconocer unas pérdidas de más de 3.000 millones de euros en el ejercicio de 2011, cuando había declarado previamente beneficios, con el consiguiente reparto de bonos multimillonarios entre los altos gestores del banco. El agujero dejado por esta única entidad financiera (se sospecha que hay otras en similar o peores condiciones) va a suponer a las arcas públicas una erogación de más de 24.000 millones de euros, aproximadamente un 20% del presupuesto total del Estado, el cual asciende a la 122.083 millones de euros.

El descalabro se achaca a la consabida frase que se repite como un soniquete desde hace cuatro años: «estallido de la burbuja inmobiliaria y alta exposición al ladrillo». Desgraciadamente, los números que da esta entidad no cuadran con otras cuentas públicas, ya que, de ser cierta la deuda de difícil cobro, mantenida con promotores inmobiliarios (las cifras rondan en torno a los 54.000 millones de euros), Bankia estaría soportando entre el 70% y el 80% de los pisos que aún quedan por vender (cifrados en 600.000 unidades aproximadamente). Y hay más bancos «expuestos al ladrillo».

Entonces, ¿qué está pasando? ¿Qué ha pasado? ¿No es verdad que la culpa sea de la actividad inmobiliaria? Y, si no es así, ¿de quién es? ¿Cómo la falta de transparencia de las entidades financieras españolas está llevando a la quiebra a todo un país? ¿Puede afectar esta situación a Europa al completo?

Volvamos un poco atrás, hacia el año 2003 o 2004, cuando comenzó a gestarse todo este descalabro. Los bancos disponían de margen suficiente para vender su mercancía (que consiste, recordemos, en dar créditos), ya que se compraba barato, y la situación de auge económico permitía vender con importantes plusvalías. Pero este pingüe beneficio, tal como está aflorando diez años después, parece que no era del todo satisfactorio para las altas esferas, así que se incentivaron por todos los medios posibles las grandes operaciones de venta de dinero. Estas estaban en la construcción, la única actividad que por entonces permitía mover cantidades ingentes de euros de un lado para otro.

En contra, un empresario que se dedicara a otro negocio o cualquier emprendedor con el más imaginativo y/o lucrativo de los proyectos eran arrinconados. No había dinero para estas iniciativas porque «eso no era negocio». Estaba en la promoción, en grandes cantidades, de viviendas (también locales, garajes, trasteros, centros comerciales y construcción civil). Era (y es) la actividad que, en una simple operación, permitía cuadrar la contabilidad (con beneficios, claro está) de todas las oficinas bancarias repartidas por el país. Y de paso apuntarse suculentos bonos de beneficio, aunque la ganancia, tal como estamos viendo diez años después, no fuera tal.

El resultado es de todos conocidos: una locura colectiva que encumbró a estrambóticos personajes que exhibían sin pudor ni elegancia alguna su recién conquistada fortuna. Mientras tanto, los pequeños promotores, constructores, vendedores de material, oficios autónomos diversos existentes antes de la crisis y que se ganaban la vida desahogadamente con proyectos viables se vieron envueltos en esta expansión sin control. El resultado es que muchos de ellos, en un intento por adaptarse a los nuevos tiempos, se endeudaron tan peligrosamente que, llegado el parón de la producción, se vieron abocados a la quiebra. Hay que recordar que las grandes empresas han declarado, en su mayoría, concurso de acreedores, una figura legal que les permite no hacer frente a la totalidad de la deuda y que los gestores de dichas empresas, como la de los bancos, estaban y están blindados con obscenos contratos multimillonarios.

¿Qué quiero decir con esta larga exposición? Pues que ese desarrollo fuera de control de la industria inmobiliaria estaba promovido por las mismas entidades bancarias porque, mediante una complicada ingeniería financiera, podían anotar suculentos beneficios; lo que era, y sigue siendo, inversiones a largo plazo. Inversiones que serán fallidas o llevadas a buen término, pero eso se comprobará en décadas. El apunte contable permitía a los miembros de los distintos consejos de administración, a los altos gestores e, incluso, a los cuadros medios beneficiarse de suculentos bonos que serían imposibles con otra actividad. Pero eso no significa (ni significaba entonces) que la ganancia fuera real. Además, al paralizarse la construcción, al ser fallida la inversión, la inercia avariciosa de los gestores siguió funcionando: declararon beneficios donde solo se contabilizaban pérdidas, un desfase que no es de ahora, sino que se viene produciendo desde hace años.

 

 

España frente a Europa

El futuro está aún por ver, y no podemos prever la capacidad del actual gobierno (presionado por las instancias gubernamentales dela Comunidad Económica Europea, que conoce la caótica situación bursátil de la mayoría de los bancos españoles) a la hora de arrojar luz sobre las verdaderas cuentas de las entidades financieras españolas, y también de las comunidades autónomas y otros órganos administrativos.

Podemos decir que la llamada «burbuja inmobiliaria» ha servido como una cortina de humo para las entidades bancarias. Se han achacado todos los problemas a esta actividad (que tiene su parte de culpa, por supuesto), sin reconocer que el meollo de la cuestión se cocía dentro de los bancos reacios a apostar por cualquier proyecto con menor margen de beneficios, pero viable a medio plazo. Han sido décadas de emprendimientos abortados que son los que hoy el país necesita y que va a ser muy difícil recuperar.

El resultado es una economía estancada, sin liquidez para afrontar nuevos proyectos, una población humillada y deprimida moralmente que tiene que enfrentarse a la pobreza extrema (Unicef ha alertado de niños malnutridos en España, algo impensable hace tan solo unos años), a noticias de desahucios diarios de casos extremadamente dolorosos, al paro endémico, a una corrupción inadmisible, a una actitud chulesca por parte de los gestores de lo público, a un desbarajuste en la producción, devenido de las exigencias de la aldea global, y al desprestigio de todas y cada una de las instituciones que conforman el país.

Ante esta situación de total quiebra, el gobierno tiene sus últimas esperanzas puestas en la Unión Europea (también se apunta al FMI y cualquier fondo de inversión que nos aporte un respiro), pero estos recursos parece que no llegan. Y es muy difícil que así sea, ya que los Estados miembros con superávit económico llevan meses estudiando la posibilidad de que los países incumplidores y que han mentido en sus cuentas tomen la salida del euro. Se está ensayando con Grecia, así que con España, tras la prueba del país heleno, será más fácil y menos dolosa (para las naciones que se queden en el euro, claro está).

Hasta hace nada, en España se tenía la percepción de que Europa no nos dejaría caer; pero la Europa rica, que tenía esa asignatura pendiente, ya ha hecho los deberes y, con matices legales y logísticos, sabe cómo expulsar a las naciones que puedan suponer un problema para su desarrollo. Se caminará hacia una unidad e, incluso, hacia un federalismo, pero solo estarán integrados los países que sean capaces de cumplir sus compromisos. Y España lo tiene muy difícil, a pesar del sacrificio de la población general.

La situación se presenta así de extrema porque sus bancos, y sobre todo sus cajas de ahorros, no son viables, solventes ni fiables, y los números rojos (ocultos por ahora) van más allá de la manida burbuja inmobiliaria. La situación se está destapando en esta primavera de 2012.

 

 

@CandelaVizcaino

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