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13 septiembre, 2012

ARTE

Un preámbulo para su comprensión. El arte contemporáneo ¿es solo para especialistas?

 

Por María Gnecco

 

En todas las épocas, el arte ha suscitado coetáneamente más preguntas que respuestas, más caminos para descubrir que verdades concluyentes. La legítima necesidad de buscar una definición de «arte contemporáneo» para poder comprenderlo no deja de ser un emprendimiento arduo. Tal definición solo puede ser explorada en la línea del diálogo permanente, sin pretensiones de llegar a una conclusión cerrada y definitiva, ya que el arte se resignifica constante e históricamente según la perspectiva estética, teórica y sociocultural desde la cual se lo aborde.

El arte siempre ha estado inmerso en un contexto específico desde donde emerge y en cierta medida es un metaforizado espejo de este. Ese contexto sociocultural, económico, filosófico, político, histórico y hasta geográfico está compuesto, además, por un sistema del arte (formado por galerías, museos, centros culturales, mercados, mecenas, críticos, prensa, coleccionistas). Este sistema dispone de intenciones, mecanismos y estrategias para rescatar y legitimar, o no, las producciones artísticas realizadas por una sociedad.

La pregunta sería: ¿Por qué motivo un arte que emerge de un contexto determinado es muchas veces incomprensible por la mayoría de los componentes (llámese público en general) de ese mismo contexto?

El caso que nos incumbe —el del arte contemporáneo— suscita reacciones opuestas, no solamente en el público. Ya en los últimos decenios del siglo xx la crítica especializada dividió las aguas a favor o en contra de las producciones artísticas coetáneas.

Hoy por hoy, podemos decir que las experiencias contemporáneas, en su gran mayoría, no promueven la aprobación fácil e intuitiva del gran público, hecho paradójico a la vista de la gran cantidad de visitantes a las megamuestras, a los grandes museos, a las bienales y a las ferias de arte.

En términos generales, el público oscila entre la curiosidad ante lo novedoso, aunque incomprensible, cierta desconfianza y sentimiento de burla, hostigación o irritación y una entusiasta adhesión, un tanto superflua y discontinua.

La respuesta a este fenómeno daría como resultado unas cuantas páginas más, para tratar de comprender qué se entiende por arte, qué se busca en el arte y cuánto hay de real comprensión y de verdadero goce estético o, por el contrario, de frivolidad, de entretenimiento y de necesidad de pertenecer a un círculo cultural determinado. Sin lugar a dudas, todo el aparato de exhibición, circulación y difusión de la producción artística es un elemento fundamental para hacer este análisis.

La primera complicación: Lo moderno y lo contemporáneo.

Cabe intentar aclarar que el término moderno no solo es una noción temporal que implica siempre y únicamente lo más reciente. De la misma manera, contemporáneo significa mucho más que todo lo realizado en el tiempo presente. De hecho, en la actualidad hay mucha producción artística que responde a cánones modernos. En términos de arte, la modernidad y la contemporaneidad se definen no solamente en cuestiones temporales sino también en cuestión de actitudes. El primer obstáculo con el cual tropieza el espectador para la comprensión de las nuevas manifestaciones es saber qué es aquello que  llamamos arte contemporáneo o, en su defecto, qué es lo que lo diferencia del arte moderno.

La respuesta está inmersa en la gran discusión que se desarrolló alrededor de los años sesenta, frente a la caída de las grandes narrativas de todo tipo, incluso la del arte: la oposición moderno/posmoderno.

Podríamos, a grandes rasgos y en términos de Historia del arte, decir que el arte de la modernidad es todo aquel producido bajo el dominio del pensamiento moderno, que comienza alrededor del 1400 y que declina paulatinamente hacia mitad del siglo xx. Este gran espacio temporal alberga todo tipo de corrientes, estilos y etapas, desde el Renacimiento, pasando por el Barroco, el Neoclásico, todos los manierismos, los romanticismos, realismos, impresionismos y simbolismos etc. En todas estas etapas, el arte estuvo sujeto, con mayor o menor intención, a la representación realista de personajes, objetos, paisajes, eventos históricos y mitologías.

Los principios del siglo xx, con el broche final esbozado por las vanguardias históricas, más comúnmente entendido como arte moderno (que incluye las abstracciones, suprematismo, constructivismo, cubismo, fauvismo, futurismo, etc.) marcan un punto de inflexión en la producción artística; la representación se pone en el centro de la cuestión, lo que lleva al arte a pensarse a sí mismo.

Las vanguardias históricas representan el momento en que el arte juega un papel autocrítico y reflexivo. Cada disciplina debía alcanzar su autonomía mediante la exploración de sus propias características y sus propios límites, de manera tal que la forma, el color, el espacio y la composición han sido elementos estructurales en la realidad artística, adosados por supuesto a la idea de revolución, de utopía y de originalidad. Proporcionan una mirada crítica hacia el arte del pasado y una fuerte necesidad de romper con lo establecido.

La pintura y la escultura fueron hasta este momento los ejes fundamentales a partir de los cuales se había escrito la historia del arte. A partir de la segunda mitad del siglo xx esta estructura comienza a debilitarse, lo que da lugar a la aparición de un sinfín de nuevos medios y posibilidades.

Sin embargo, las primeras manifestaciones de arte contemporáneo aparecen esporádicamente ya en la primera etapa del siglo xx, sin lugar a dudas con Duchamp, con el dadaísmo, con el arte de acción, los happenings y las performances. Son casos aislados que presienten el gran cambio de dirección que se avecinaba en cuanto a las condiciones ideológicas y de producción del arte.

Hacia 1960 —en un contexto sociopolítico, cultural y filosófico muy alterado, un mundo que comienza a globalizarse, con estructuras ideológicas y éticas en derrumbe, en medio de grandes movimientos y desplazamientos humanos— emerge un tipo de arte heterogéneo y complejo, de límites muy porosos, de definiciones escurridizas, antiutópico y que da por tierra muchos de los supuestos que estructuraban la idea de obra de arte. Se produce entonces una mayor ruptura con la modernidad y una real internacionalización de la cultura, conjuntamente con un cambio de paradigma a nivel filosófico.

Lecturas de autores como Eco, Barthes, Vattimo, Deleuze y Derrida, entre otros, son fundamentales a la hora de establecer lo contemporáneo como un nuevo espacio de múltiples interrelaciones entre los individuos, sus culturas y las direcciones ideológico-políticas en continuo procesamiento y cambio.

Los artistas entienden que las disciplinas clásicas tales como la pintura y la escultura ya no les permiten o no les alcanzan para dar cuenta de aquello de lo cual quieren hablar. Como consecuencia de esto, podemos ver una intensa experimentación, una desordenada producción, un sinfín de modalidades de soportes y nuevos materiales. El arte parece ser una suerte de «incalificables», en tanto no responde a líneas conductivas de representación, ni a manifiestos,  como tampoco a ninguna narrativa preestablecida.

De esta manera, ya que no hay una idea a priori de lo que debe ser una obra de arte, ni un manifiesto específico al cual los artistas deban atenerse, y desde que cualquier cosa puede llegar a ser una obra de arte, fue necesario pensar el arte en términos filosóficos. ¿Qué es el arte? ¿Por qué, cuando y de qué manera cualquier cosa puede ser una obra de arte?

Este cambio de perspectivas, de intenciones y de producción lleva consigo un cambio fundamental, no solo en la manera de pensar el arte, sino también en la manera de exhibirlo, de difundirlo y de entenderlo, con lo cual el arte contemporáneo exige, además, un nuevo espectador, no tan pasivo y contemplativo, sino mas inquisidor y reflexivo.

¿Cómo abordar una obra de arte contemporáneo?

Para comenzar el análisis de la situación de este nuevo espectador debemos entender que el arte contemporáneo ha cuestionado una infinidad de supuestos. Entre ellos, ha revisado la idea de arte, de belleza, de gusto, de trascendencia; la mirada de los centros de poder, los modelos expositivos, los soportes, el análisis y la crítica.

Hasta mediados del siglo xx, el estatuto del arte era muy claro y las producciones artísticas poseían límites y formatos precisos que las definían como tales: la pintura, la escultura, el dibujo, el grabado.

Bajo el nuevo paradigma, la producción artística pierde sus fronteras específicas y hoy asistimos a una inmensa variedad de soportes y experiencias llamadas «arte».

Montañas de arena movidas por cientos de personas, toneladas de tierra que cubren los espacios expositivos, una rajadura en el solado de una gran sala de exhibición, edificios envueltos, palabras iluminadas por leds en las paredes de los edificios, artistas que cocinan en las galerías, acciones diversas, construcciones indefinibles, objetos variados intervenidos o acumulados, situaciones efímeras o estructuras permanentes, etcétera, etcétera, etcétera.

La obra de arte, como bien dice el teórico Harold Rosenberg, es un «objeto de ansidedad», ya que la duda sobre su estatuto artístico es una de las principales inquietudes del espectador. La pregunta recurrente entre el público: «¿Esto es arte?» genera un espacio que intenta activar la capacidad de análisis y reflexión para entender mas allá de lo visible.

Sin embargo, para muchos el arte contemporáneo no pasa de una broma ingeniosa, con cierta carga de hostilidad, muy alejado del buen  gusto y de lo bello, y ya solo por esto, resistente a una comprensión fácil.

Por otro lado, el artista contemporáneo es ante todo un crítico inescrupuloso, punzante, irónico. Analiza no solamente las cuestiones del arte, sino su entorno particular y general. Es un investigador, un activador, casi un obsesivo. Maneja por sobre todas las cosas la idea antes que la forma, y esta es una consecuencia lógica de la primera.

El productor de obras, en la contemporaneidad, utiliza todas las competencias necesarias para crear, muchas veces, una mezcla de disciplinas. Trabaja incorporando elementos de la política, la genética, la sociología, el psicoanálisis, la ecología, la tecnología. Los límites entre los medios son altamente porosos y mixturables; están supeditados a la idea, al texto, a la poética de la obra. De tal manera, podemos ver productos artísticos que en su composición tienen presentes la pintura y el objeto, la instalación y la fotografía, las esculturas en campo expandido, el dibujo y el tejido, las acciones pictóricas, la Internet o el video.

Como elemento fundamental y programático, el artista hoy considera al espectador como un componente de interpretación, sin el cual su trabajo o bien queda incompleto o pierde sentido. El artista contemporáneo produce un arte altamente participativo en términos teoréticos.

El espectador contemporáneo

Esto, sin lugar a dudas, es un cambio fundamental que exige del espectador otro tipo de mirada y otro tipo de actitud frente al arte. El receptor es ahora parte constitutiva dela obra. Según palabras de Duchamp, el acto creativo es impensable sin la participación del receptor. El público se establece como coautor, un agente de suma importancia en la conclusión de la obra.

Es entonces fundamental entender el papel activo que debe sostener el espectador contemporáneo que, no anclado solamente en lo visual, debe atravesar la obra con su propio pensamiento, asociando, reflexionando y en muchos casos interviniéndola, tocándola, caminándola y poniéndola en funcionamiento.

Ante una obra que es programáticamente abierta a múltiples significaciones, cada espectador es libre en su interpretación. Decodifica las claves puestas en juego por los artistas y lo hace en la medida de sus competencias, entendiendo también que hay diferentes niveles de interpretación según cada espectador y todos ellos son válidos.

Ahora bien, hay algo esencial: en primer lugar, el público debe reconocer o aceptar que lo que está viendo es una obra de arte. Luego, cada obra debe ser entendida en su contexto, dentro de las pautas y las direcciones marcadas por el artista.

En concreto, aproximarse al arte contemporáneo implica un nuevo punto de vista. Tratar de entenderlo ubicados desde la misma perspectiva con la cual nos aproximamos a un Van Gogh, a un Picasso o incluso a un Caravaggio, desde ya es una tarea vacía de sentido. Nos encontraríamos con otro universo, con diferentes premisas, con otras necesidades; desde ya, el gran aporte del arte actual quedaría en silencio.

El goce estético del arte contemporáneo no es visual, retiniano, contemplativo; está vinculado a la reflexión, a la comprensión, a un mecanismo de asociaciones, de reformulaciones, de activación de la memoria.

La nueva experiencia estética es un tiempo para el pensamiento.

@MariaGnecco

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