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4 enero, 2012

Universidad universal

Por Oriane Fléchaire

 

La transformación de la sociedad por la educación: algunos sueñan con que ocurra, otros hacen lo posible para que suceda.

La Universidad de los Trabajadores no es lo que uno esperaría de una universidad, empezando por su ubicación: una fábrica recuperada. El edificio bordea la vía ferroviaria en una esquina del barrio de Almagro. Desde su techo, una torre de hierro sujeta alto en el cielo la sigla IMPA, Industria Metalúrgica y Plástica Argentina. Cuatro letras que se convirtieron, en todo el país, en un símbolo de la lucha de los trabajadores para salvar sus empleos. Llegando por la calle Rawson, a una hora temprana de la tarde, la entrada de la universidad esta aún cerrada por una persiana metálica. Hay que adelantarse hasta el número 4290 de la calle Querandíes para ver el vaivén de la gente por el portón principal de cuatro postigos pintados con las palabras Cultura, Trabajo, Resistencia y Educación. Daniel, voluntario en la universidad, me hace pasar por un laberinto insólito de maquinarias en penumbra hasta llegar a una sala amplia, armada con sillas de madera donde pronto se sentarán los alumnos. «¿Es la oficina de Vicente?», pregunto, apuntando a un cuarto vidriado en el fondo. «No, la del pueblo», me responde Daniel, medio en broma. El contexto está dado. Acá, el espacio es de nadie en particular y de todos en general. «Nadie tiene asegurada la verdad. La estamos construyendo humildemente entre todos», explica Vicente Zito Lema, el director de la Universidad de los Trabajadores, que acaba de llegar. La entrevista puede dar comienzo.

«Una universidad tiene que ser, en esencia, subversiva», dice Vicente, que no le teme a la palabra. «Un pensamiento subversivo que esté siempre vivo y en acción, transformando el mundo». La tarea no parece ser fácil, es más, para algunos suena a utopía, pero esta universidad ya tiene nombre, dirección, alumnos y docentes. Inauguró su primer ciclo lectivo a principios de 2011 con un seminario sobre la historia de la clase obrera.

La Universidad de los Trabajadores también quiere ser libre, gratuita y «pública, no estatal», insiste Vicente, a quien le parece que el concepto se ha ido pervirtiendo: «Las universidades pasaron a ser del Estado, en el mejor de los casos, o responden a un gobierno. El hecho de que, en principio, estén abiertas a todos y sean gratuitas no les da el fundamento esencial de lo público que es el bien común.»

El director de la Universidad habla con soltura, se expresa con precisión. Llámenlo poeta, dramaturgo, periodista, filósofo o docente, Vicente abre caminos reflexivos y de diálogo, cuestiona la condición humana, incentiva la conciencia social. Pero en realidad, hace dos años, cuando los trabajadores de IMPA lo convocaron por primera vez, llamaban al fundador y ex-rector dela Universidad Popularde las Madres de Plaza de Mayo.

Había soñado la universidad de las Madres en su exilio europeo, en los años de la última dictadura. «Quería que los derechos humanos fueran el centro del universo de este espacio», recuerda; un sueño plasmado en 2000 que dejó luego de tres años «por razones éticas», dice púdicamente (deja entender que por un profundo desacuerdo con Schoklender, exapoderado de la fundación, entre otras razones).

En 2009 cuando los «compañeros de IMPA», como los llama, golpearon a su puerta, Vicente respondió «sí» al desafío, «no»·a repetir el mismo esquema educativo. En su lugar, se votó por «una universidad donde el mundo iba a ser visto, los saberes iban a ser buscados, las reflexiones iban a ser originadas a partir del trabajo y de los trabajadores» explica, para ser coherente con una fabrica recuperada.

En la Argentina, entre 200 y 250 empresas se volcaron hacía la gestión sin patrón: metalúrgicas, gráficas, alimenticias, madereras, químicas, plásticas, textiles, hoteles, escuelas. Frente a la debacle económica que se fomentó en los 90 y después del estallido de 2001, muchos trabajadores se rehusaron a apagar las rotativas y sumarse a la cola de desocupados. Encontraron en la autogestión —generalmente en forma de cooperativas— cómo salvar a sus empresas en quiebra o abandonadas por sus dueños.

Además de resistir a pulmón a la destrucción de sus empleos, los trabajadores de IMPA —unos 70 hoy en día— fueron los primeros en celebrar el concepto de ciudad cultural. Bauen Hotel, Chilavert Artes Gráficas y otros tantos siguieron su huella. Se desarrollan actividades culturales en empresas recuperadas como un entramado de hilos solidarios que las contienen ante la amenaza de desalojo y beneficien a su vez a las comunidades que las albergan, un todo que genera nuevos pensamientos para redibujar líneas entre lucha, trabajo y cultura.

En los pasillos de IMPA se cruzan con los obreros: los que asisten a las clases del Bachillerato Popular, los que participan en los talleres del Centro Cultural, los que concurren a las funciones de teatro. Y no es todo: alojados en el cuarto piso de la fábrica, emiten también el canal de televisión comunitaria Barricada TV y la radio de los trabajadores del Subte Subteradio. Sumarle a este vivero la construcción de La Universidad de los Trabajadores fue, según Vicente, como «dar un salto de complejidad».

La complejidad radica en la elaboración de nuevos saberes. Parece fácil en el enunciado. «El trabajo y el amor, el trabajo y la libertad, y la guerra, la belleza, el cambio social, la felicidad, la política, la filosofía, el trabajo y los cielos y los infiernos…», enfatiza Vicente. Pero se dificulta a la hora de romper con los paradigmas educativos e invertir la mirada: «Si hay un ciclo de economía, no es la economía que mira a los trabajadores, sino los trabajadores que miran a la economía».

Para cumplir con la tarea, además de los propios trabajadores, se involucran docentes, intelectuales y pensadores. «Es muy difícil que uno se niegue a colaborar», afirma Vicente, cuya trayectoria le otorga un importante poder de convocatoria. Los que participan lo hacen en un «acto fraternal» de acuerdo con la «humildad absoluta» de la universidad —es decir, sin compensación monetaria— que resulta en una gran tarea de coordinación de los tiempos libres que cada uno pueda ofrecer.

Otra complejidad es mantener la esencia de la universidad de y para los trabajadores. Desde un primer momento, el espacio fue propicio para la gente ligada con el mundo intelectual, universitarios, militantes por los derechos humanos, gente de distintas corrientes políticas y sindicales con espíritu transformador. El desafío es «lograr que más trabajadores y desocupados se apoderen del espacio», gracias al desarrollo de actividades transversales con organizaciones afines.

Así nació y vive La Universidad de los Trabajadores. Aún tiene que crecer. Un «crecimiento lento», asegura Vicente, por la estructura horizontal que tiene: «busqué que fuera una organización de base, que todo se resolviera en asambleas donde todos tienen el mismo voto». Este consenso general que tiende a demorar el crecimiento también lo puede hacer más fuerte: «lento y fuerte, a la manera de los modelos culturales que planteaba Lévi-Strauss».

La apuesta es a varios años. Vicente, que recuerda sus 72 años, dice que no es una tarea para él: «el tema de fondo es tratar que las nuevas generaciones asuman la dirección». Confía en que, con el tiempo, «el espíritu de la universidad no será defraudado».