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23 octubre, 2019

La ira de Klaus Kinski

Por Omar López Mato

La ira de Klaus Kinski

Este conocido actor alemán nació el 18 de octubre de 1926 en una convulsionada Alemania. Tuvo una carrera notable como interprete a pesar de sus actitudes psicopáticas.

 

La película “Aguirre, la ira de Dios” del director Werner Herzog, con la actuación de Klaus Kinski en el papel del conquistador Lope de Aguirre en búsqueda del mítico Dorado fue un éxito resonante en 1972 y hoy es un clásico del cine. Pocas veces se recreó con semejante verismo el ambiente de codicia y barbarismo encarnado en este personaje, donde la interpretación entre lunática y obsesiva del conquistador se funde con la personalidad del actor. Sin embargo esta película estuvo a poco de no llegar a concluirse porque los choques periódicos entre el actor y el director llegaron a tal punto que el film se hacía inviable. A pesar de los enfrentamientos y entuertos, se inició entre ambos una serie de películas que trascendieron la historia del cine, nos referimos a “Nosferatu, el vampiro de la noche”, “Fitzcarraldo”, “Woyzek” y “Cobra Verde”.

Herzog y Kinski se habían conocido en su juventud cuando ambos eran personajes casi marginales. Mientras que el primero había pasado la guerra en una remota villa bárbara lejos de las bombas y las privaciones, Kinski había sido prisionero de guerra y vivió como tal un año en Inglaterra, donde aprendió el idioma y se compenetró con el teatro de Shakespeare.

Al volver a Alemania se encontró sin familia ni contención. Distintos actos de violencia le valieron la internación en un psiquiátrico bajo el diagnóstico de esquizofrenia. En 1955 tuvo dos intentos de suicidio. Sin embargo y a pesar de los permanentes conflictos con sus compañeros de trabajo, Kinski ganó fama de actor mientras el jovencito al que había conocido en Baviera, se convirtió en un conocido cineasta que había comenzado a filmar con una cámara robada.

Quince años más tarde, Herzog pensó hacer una película sobre el revoltoso conquistador español y nadie mejor que Kinski para el papel. Lo que Herzog nunca se imaginó fue la problemática relación de Kinski con sus semejantes. Se peleaba con los demás actores y contradecía cada instrucción de Herzog. Tal era su mal carácter que llegó a disparar con un rifle a extras porque no lo dejaban dormir y en varias oportunidades amenazó con renunciar. En un momento la situación fue tan tensa que el director, sin vueltas, amenazó con matar a Kinski. De hecho, se dice que Herzog filmó lo que restaba de la película apuntándole con un arma.

Diez años más tarde, Herzog se involucró en el ambicioso proyecto de filmar la vida de Fitzcarrald, un empresario irlandés que pretendió levantar un teatro en Iquitos, plena selva amazónica, para que su ídolo, Caruso, cantase allí.

Una vez más la conflictividad de Kinski puso en su contra a los extras, aborigenes locales quienes no tuvieron empacho alguno en ofrecerle a Herzog deshacerse del problemático actor. Aunque tentado de aceptar, Herzog necesitaba a Kinski para terminar la película que se prolongó por factores climáticos y la obsesión de Herzog de filmar escenas reales que podrían haberse hecho en post producción.

Para cumplir esta “adicción al sensacionalismo” como decía Kinski, Herzog hizo deslizar un barco de 340 toneladas por un caudaloso río selvático. El barco terminó destruído pero la escena filmada fue de un realismo impactante.

Kinski era un lunático y tenía aspecto de insano, cosa que no pasaba con Herzog, aunque sus métodos inusuales y sus ambiciones desproporcionadas crearon dudas sobre su juicio al borde de lo megalomaníaco. Herzog llegó a afirmar que él era el mejor escritor alemán desde Kleist. En fin, como dijo el director, “El está loco (Kinski), yo estoy loco y esta es una perfecta combinación de locura”.

Kinski confesó que prefería irritar a los actores de reparto porque creía que de esta forma sacaba lo mejor de cada uno. “Necesito odiar” exclamó en algún momento, aunque el único libro que publicó se llamó “Necesito amor”. En realidad, más que amor necesitaba descargar su increíble tensión erótica. Kinski era un adicto al sexo.

Estos dos personajes que se creían dueños de un genio ilimitado, chocaron una y otra vez hasta llegar a las agresiones físicas como en “Cobra Verde” cuando definitivamente se quiebra la relación. De seguir así uno de los dos –por no decir los dos- iba a terminar lastimado. De todas maneras Herzog no iba a desaprovechar la oportunidad de relatar estas situaciones tan desopilantes y recogió las partes de las peleas que fueron filmadas en su corto llamado, irónicamente, Mi mejor amigo.

¿Megalómanos paranoides? ¿Personalidades psicopáticas? ¿Era Kinski un verdadero esquizofrénico o acaso sobreactuaba su vanagloria y agresividad? Lo cierto es que después de su muerte por un infarto, Kinski fue acusado por sus hijas de abusos sexuales, mientras que Herzog se convirtió en un patriarca venerado y premiado del cine alemán que dio su versión de la tortuosa relación con este actor proclive a los excesos en todos los ordenes de la vida.

 

Klaus Kinski atacando al director Werner Herzog.