«La libertad de conciencia, el derecho de creer en cualquier dios o en ninguno, implica también, para algunos, el derecho de cada uno de estudiar, defender, criticar, hacer arte, humor, cine, teatro, literatura, con cualquiera de las creencias» (León Ferrari, Prosa política, 2005).

 

Por:  Emmanuel Docco

En imágenes, objetos o escritos se despliega el discurso estético de Ferrari, donde Civilización occidental y cristiana es un ornato junto a un gorila plástico y otros elementos provenientes del siempre fértil barrio de Once.

Representaciones religiosas parodiadas en conjunto con elementos culinarios, íconos enjaulados y collages que entreveran genocidios, dogmas e ironías son una tonalidad característica que el artista construyó en toda su carrera. Entre sus obras también se cuentan los manuscritos, aquellos registros difíciles de definir, caracteres plásticos ilegibles que, además de ser poesía caligráfica, son una riqueza de valores —en sentido óptico— y ritmos.

León Ferrari fue un artista que, desde temprana edad, irreverente y rebelde, dio comienzo a su quehacer artístico de manera autodidacta, experimentando con diversos materiales y técnicas. La intolerancia, los genocidios y la violencia fueron sus preocupaciones principales, y los motivos que propiciaron una búsqueda artística y poética. En 2007 recibió el León de Oro, que lo definió como el mejor artista de la 52 Exposición Internacional de Arte Bienal de Venecia. Participó en muestras colectivas e individuales en museos nacionales e internacionales, y es considerado uno de los artistas contemporáneos más importantes del mundo. En palabras de Andrea Giunta: «Ferrari reflexiona sobre aspectos vinculados al lenguaje artístico y, al mismo tiempo, sobre cómo mezclar esas líneas abstractas con un contenido emparentado a la realidad política inmediata» (Vanguardia, internacionalismo y política. Arte argentino en los años 60, 2001).

 

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