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1 junio, 2012

(reseña de Un método peligroso, de David Cronenberg, 2011)

Por  Pablo Valle

 

La historia de un triángulo perverso y productivo (el de Sabina Spielrein, Sigmund Freud y Carl G. Jung) prometía más de lo que logra. ¿En qué residen sus imposibilidades (y su fascinación a pesar de ellas)?

 

Como se sabe, Cuéntame tu vida (Spellbound, 1945), de Alfred Hitchcock, fue uno de los primeros filmes que contaron un psicoanálisis. Si bien éste era más que nada una excusa para desarrollar el tópico hitchcockiano de la «caza del hombre» (ver el libro de reportajes de Truffaut), también estaba claro que se prestaba muy bien para un relato puntuado por las nociones (poco precisadas, desde ya) de trauma, amnesia histérica, transferencia, asociación libre, trabajo/interpretación del sueño (con la famosa colaboración de Dalí), etc.

Claro que, en definitiva, el relato de ese psicoanálisis (mezclado con una historia de amor y una historia policial) sólo pudo aparecer bruscamente recortado, resumido, como sucede con las peleas en las películas de boxeo o con los juicios en las películas de juicios. El psicoanálisis, que en cierto sentido es esencialmente narrativo (una historia de amor y una historia policial), se nos presenta así, paradójicamente, como algo irrepresentable.

¿Será este uno de los factores que hacen que la película de Cronenberg Un método peligroso no termine de cuajar? Veamos.

Sabina Naftulovna Spielrein (rusa, 1885-1942) fue una de las primeras psicoanalistas. Pero antes fue paciente del suizo Carl Gustav Jung, el entonces discípulo preferido de Freud, que la curó de su histeria traumática aplicando los métodos, aún incipientes, de su maestro. La apertura de los archivos de Spielrein, en 1980, desencadenó una suerte de moda, integrada, entre otras obras, por el filme Prendimi l’anima, de Roberto Faenza (2002); de ese mismo año es la pieza teatral de Christopher Hampton The Talking Cure (2002), basada a su vez en el libro (de no ficción) de John Kerr A Most Dangerous Method (1993). Hampton (adaptador en la inolvidable Relaciones peligrosas, de Frears) guionó el filme de Cronenberg.

Se afirma que los aportes de Sabina (Keira Knightley) fueron fundamentales para que Freud (Viggo Mortensen) ajustara su noción de pulsión de muerte, basándose en lo que ella investigó sobre el sadismo y la autodestrucción, luego de que Jung (Michael Fassbender) la «curara», y la hiciera su amante intermitente, prácticas SM mediante.

Un método peligroso es, entre otras cosas, la historia de cómo esa primera relación Sabina-Jung se espeja y se triangula (no hay dos sin tres, claro) en la relación Jung-Freud. Un espejo que multiplica los Edipos de manera abismal. Jung resiste hasta el final el (para él) excesivo énfasis en «lo sexual», que Freud no está dispuesto a sacrificar, porque es la piedra de toque de su teoría; y no sólo en lo científico sino también (y principalmente) en su posicionamiento intelectual, social, profesional. Aun con sus enormes costos (entre ellos, renunciar a ser heredado por su alumno predilecto).

Este «material» parecía mandado hacer para el realizador de espléndidos relatos perversos (léase relatos en los que la perversión es tanto la forma como la sustancia); Dead Ringers, Crash o M. Butterfly, por ejemplo.

Sin embargo, en varios aspectos de la película, parece que Cronenberg se hubiera quedado a mitad de camino, quizás demasiado atado a un guión profuso, rebosante de clichés (pero que la puesta en escena tampoco evita: ¿era necesario que Freud siempre tuviera un habano en la boca, hasta cuando se desmaya?; ¿era necesario que Vincent Cassel repitiera su habitual personaje oscuro/seductor?). En este sentido, la evitable maqueta de Nueva York  hace juego con la inevitada frase de Freud, «¿sabrán que les traemos la peste?».

Pero, sin duda, lo mejor de la película es el contraste de esos atildados decorados finiseculares ─aristocráticos (Jung) o pequeño burgueses (Freud) ─ con las corrientes oscuras, ocultas u ocultadas, de la enfermedad mental y el sexo prohibido.  Sin que ese contraste sea reflejado por cambios obvios en la ambientación o la iluminación, al contrario. Ahí está el Cronenberg de M. Butterfly, seguramente (de hecho, Fassbender a veces parece actuar como Jeremy Irons, sin lograr las sugestivas ambigüedades de éste). Y el de Dead Ringers fulgura en el infaltable gadget cronenberguiano, esta vez un galvanómetro y sus accesorios, que Jung usa para experimentar con Sabina y su esposa, Emma (Sarah Gadon).

Y he aquí otra clave para destacar. Si no hay dos sin tres, quizás tampoco haya tres sin cuatro. La esposa de Jung, que lo ama a toda prueba ─y lo mantiene─, cumple un rol fundamental en la historia, manejando los hilos desde un lugar aparentemente secundario, pero consciente de todo. (El matrimonio como cárcel tolerada: Naked Lunch.)

Guillermo Cabado, comentando la película, afirma. «Año curioso [1925] para la relación entre cine y psicoanálisis. Una serie de acontecimientos se van sucediendo a partir del intento de algunos productores cinematográficos por lograr el aporte del psicoanálisis a sus proyectos. En todo ese rosario de episodios hay un hilo que perdura: la negativa de Freud a participar de esos intentos. En una carta a Abraham dice que “no creo que sea posible representar gráficamente nuestras abstracciones de un modo digno”.» Y agrega, más específicamente, sobre el filme del canadiense: «Cada espectador juzgará el valor de Un método peligroso, en particular los seguidores del cine de Cronenberg. Pero acaso haya quien guste además dialogar con ella a la hora de abordar esta pregunta: la sexualidad de la que habla el psicoanálisis, ¿es la sexualidad de los hechos que le acontecen al paciente afuera del consultorio?, ¿o la del erótico hecho de decir que sucede en transferencia? Si nos atenemos al antiguo debate Jung-Freud, habrá que afirmar que es una pregunta que ha atravesado el siglo con la potencia de lo que no cesa de no inscribirse. ¿se puede filmar un saber, no ya referencial, sino textual?»

La última pregunta suena retórica. Posiblemente, la única respuesta que admite es no. Sin embargo, es sugerente esa referencia al siglo XX. Hablando con un célebre crítico, me sugirió algo parecido. Un método peligroso sería un intento de relevar cómo se prefiguraba el siglo XX en esa lucha edípica, triangular-cuadrangular, Jung-Freud-Sabina(-Emma). Quizás, agrego yo, en la estela de Más allá del bien y del mal, de Liliana Cavani («Celebran el nuevo siglo, ¡es nuestro siglo, Fritz!», dice al final Lou-Andreas Salomé, otra psicoanalista famosa).

Pero aquí surge otro problema. Recordando a Cavani, ¿no habría también algo de Portero de noche? ¿Por qué en Un método peligroso la biografía final de Jung omite su discutida relación con ese régimen nazi que terminaría sacrificando (no en lo imaginario, como él, sino en lo Real) a Sabina? Si en la historia de la película es tan importante la relación entre el protestantismo de Jung y el judaísmo de Freud (que aspiraba a ser «blanqueado» por aquél), esa omisión final se agiganta hasta límites insospechados. Precisamente como lo oculto, lo reprimido que, retrospectivamente, podría explicar muchas cosas.

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