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30 enero, 2012

«Tú inventas, él posee, todos pagamos…»

 

La propiedad intelectual: ese artificio que parece creado para que ciertas corporaciones monopólicas decidan qué es lo que debe gustarnos y, además, nos lo vendan…

 

Por Stella Maris Cao

 

Durante las últimas semanas, hemos sido testigos de una serie de acontecimientos cuya novedad nos deja perplejos a muchos. El Congreso de los Estados Unidos se abocó al tratamiento de dos proyectos de ley —uno de ellos, contra la piratería; el otro, de protección de la propiedad intelectual en internet—, conocidos por sus acrónimos: SOPA (Stop Online Piracy Act) y PIPA (Protect Intellectual Property Act). La reacción a estas propuestas fue masiva: el 18 de enero pasado tuvo lugar un «apagón de protesta» en alrededor de 7.000 sitios web (entre ellos, la popular Wikipedia).

La contraofensiva no se hizo esperar: el Departamento de Justicia de los Estados Unidos ordenó el arresto y la extradición de los propietarios de uno de los más conocidos sitios de alojamiento de archivos en internet, Megaupload, en una causa conocida como la «Mega-Conspiración»; los acusados podrían estar enfrentando una condena de hasta 50 años de prisión, esto es, el equivalente al doble de la pena máxima por homicidio simple en nuestro país.…

El desacuerdo con esta medida pobló los blogs y las redes sociales, y se materializó en el hackeo de los portales de diversas empresas discográficas y de la página del FBI.

El tratamiento de los proyectos de ley SOPA y PIPA ha sido aplazado; ahora, al debate se suma OPEN (Ley de Protección y Ejecución en Línea del Comercio Digital), una propuesta menos draconiana pero que, según los expertos, tiene numerosos puntos débiles. Según parece, la historia recién comienza…

Los críticos de SOPA y de PIPA enfatizan que estos proyectos de ley tienen una fuerte impronta de censura —dado que permitirían cerrar páginas web sin otra explicación que la sospecha de piratería—, que vendría a sumarse a otras, de corte político, que ya afectan a la red global en numerosos países. (Pueden consultarse diversos «mapas de la censura» en http://map.opennet.net/).

En nuestras sociedades, la noción de propiedad intelectual parece un dato naturalizado; pero en modo alguno es natural. ¿Podemos imaginarnos un mundo sin copyright? Intentémoslo.

 

Intelectualmente ajena…

A grandes rasgos, la propiedad intelectual es considerada un derecho patrimonial y moral inherente al uso y a la explotación de invenciones o innovaciones (propiedad industrial), así como a la capacidad creativa de los seres humanos en obras literarias o artísticas (derechos de autor).

Antes de la invención de la imprenta, la noción de copyright carecía de razón de ser, dado que la reproducción de un texto resultaba un trabajo lento y fatigoso. Pero no fue sólo el invento de Gutenberg, sino también una sucesión de cambios sociales surgidos a partir de la era moderna (enaltecimiento de la figura del individuo, desarrollo industrial, surgimiento del libre mercado, creación de los Estados nacionales), lo que llevó a consolidar la idea de «propiedad intelectual». La primera patente de la que se tiene constancia es una patente de monopolio de la República de Venecia, de 1474, a favor de Pietro di Ravena, y aseguraba que solo él mismo y los impresores que él dictaminara tenían derecho legal, en el interior de la República, a imprimir su obra Fénix; pero el primer sistema legal para la protección de los derechos de propiedad intelectual recién apareció a comienzos del siglo XVIII.

Aunque muy a menudo la expresión «derechos de autor» es usada como sinónimo de copyright, hay un matiz de significado que no podemos soslayar. En la primera frase, el acento está puesto en el creador de la obra como poseedor «natural» del bien. La palabra copyright, en cambio, hace referencia a un derecho transferible: la obra se convierte en una mercancía.

Cuando hablamos de propiedad física y de propiedad intelectual, solemos olvidar que no se trata del mismo tipo de posesión. Quizá esta afirmación se pueda ilustrar señalando que, si tengo una lapicera y decido dársela a alguien, esa persona pasará a tener una lapicera, y yo ninguna. Pero, si conozco un poema y decido compartirlo con alguien, entonces ambos conoceremos un poema. Dicho en otros términos, el conocimiento y el arte no son «de suma cero». O de otro modo aun: se trata de bienes «no rivales», porque pueden compartirse sin que se agoten o se consuman. Es más: si el valor de un bien industrial disminuye con el uso, los bienes culturales son más valiosos cuando más personas se sirven de ellos…

Nos preguntamos: ¿Cuál es la relación entre propiedad intelectual, política neoliberal y concentración de poder y riqueza? ¿La protección del derecho de propiedad intelectual promueve la creatividad favoreciendo la inversión o, por el contrario, impone costos tan altos para la sociedad que termina frenando la creación de mayor conocimiento? ¿La difusión de literatura, de música, de videos a través de Internet contribuye a su difusión o, por el contrario, opera en desmedro de quienes poseen el copyright?

No son preguntas retóricas, ni mucho menos inocentes.

 

Cosechar lo que jamás se sembró

Según la Organización Mundialde la Propiedad Intelectual(OMPI), organismo especializado de las Naciones Unidas, la finalidad de este organismo es velar para que «los inventores y autores sean objeto del debido reconocimiento y retribución por su ingenio y creatividad» (www.wipo.int).

Pero seamos honestos: la propiedad intelectual no es sólo inherente al autor de una obra. Por mencionar un ejemplo bastante difundido: la línea melódica de la popular canción de cumpleaños Happy birthday to you (atribuida a dos maestras jardineras, las hermanas Hill, aunque originalmente tuviera otra letra) es «de dominio público» y, por consiguiente, puede tararearse libremente.

Pero la letra en inglés, que fue registrada en 1935, hoy es propiedad de la empresa Time Warner, por lo que cualquier interpretación pública por ejemplo, en un restaurante ¡estaría infringiendo el derecho de copyright! De hecho, se sostiene quela Time Warner Company tiene una ganancia aproximada de dos millones de dólares anuales por las regalías asociadas. Y se prevé que la posesión se mantendrá, al menos, hasta el año 2030.

 

La bolsa o la vida

Con la aparición de las nuevas tecnologías y la difusión masiva de los entornos virtuales, se abrieron posibilidades que, hace unas décadas, solo podían formar parte de las más imaginativas fantasías futuristas. Hoy los sistemas informáticos nos permiten dialogar con familiares a miles de kilómetros de distancia, acceder a información que anteriormente nos hubiera exigido recorrer biblioteca tras biblioteca, realizar trámites bancarios y hasta obtener títulos universitarios. Imposible minimizar su importancia: virtual y real no son antónimos.

Joost Smiers, autor del libro Imagine… No Copyright, cita en él el informe Gowers, publicado en Gran Bretaña en 2006, donde se señala que «los compositores, desde Beethoven hasta Mozart, Bartók o Charles Ives, han reciclado regularmente temas, motivos y segmentos de obras anteriores. Con el actual régimen del copyright, estos creadores deberían obtener permiso y negociar licencias para evitar demandas por infringir los derechos de autor». Somos afortunados de que no haya sucedido así: nos hubieran censurado toda esa belleza.

Creo que se impone hoy la necesidad de concebir una nueva manera de vincularnos con la producción cultural y artística. Y seguramente esta nueva modalidad no puede basarse en leyes persecutorias, que pretendan endurecer la aplicación de «más de lo mismo». Tampoco puede apoyarse en la connivencia entre los Estados nacionales y las corporaciones globalizadas que, más que proteger la diversidad cultural, terminan imponiéndonos su propia oferta.

Pensémoslo por un momento: al fin de cuentas, somos quienes pagamos la publicidad, el producto, el canon y, como si no bastara, el poder de policía (el Estado) que cuida de la propiedad intelectual. Una vez más, consumidores silenciosos de los productos culturales del mercado del copyright… Consumidores que debemos recuperar nuestra palabra, porque ella es también constructora de cultura.

 

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