Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Menu +

Arriba

Top

20 septiembre, 2012

El artista que extrae del corazón de la incertidumbre la partícula arquetípica del color y la forma.

 

Por Nicolás Romano

 

Es sabido que, cuando un sujeto interactúa con una obra de arte, esta necesita una cantidad de re-creación por parte del observador, lector u oyente. Ningún producto con valor artístico termina en sí mismo. El arte, cada vez más, empuja a quien lo percibe a un estado de interpretación subjetiva que terminará eliminando la posición jerárquica del creador: artista y observador crean, a la par, la misma obra.

Como potenciador de dicha premisa, Richard Sturgeon nos propone a través de sus obras tal fraternidad en el vínculo pintor-observador, que casi sentimos al azul ultramar aceitándonos la coyuntura de los dedos. En sus telas nos igualamos a él, pintando, en ese mismo instante.

El azar, lo arquetípico y la energía ligadora de lo lúdico crean un universo de ley abierta en la obra de Sturgeon. Al observar, nuestra psique va encontrando reposo y encastrando las piezas de un rompecabezas en blanco para pintar sobre él. La multiplicidad de estados en cada una de las pinturas de Sturgeon nos obliga, de manera consciente o no, a sacar una instantánea y fijar para nosotros aquellos elementos espirituales que nos son propios, únicos aunque amparados bajo lo universalmente humano: aquel baúl infinito de donde Sturgeon se nutre

En sus óleos se percibe una infinitud de caminos posibles por recorrer; no obstante, cada uno proviene de la misma matriz del observador puntual en ese momento. La comunión se logra al instante.

Los colores rojos y bermellones de sus obras recuerdan a la carne, al fuego, a la flor bella entre la bravura, mientras que el fondo ambiental es habitado por verdes olivos y ocres del valle; los matices nos dicen que aquel lugar ya lo conocemos, que a aquel lugar queremos volver siempre.

Sucede algo particular con los azules: son el agua misma, pero no en su forma mansa y reposada, sino en la furiosa que dibuja figuras reconocibles en cada momento en que tenemos tiempo de contemplarla. Son las figuras que se relacionan con recuerdos o deseos, que necesitan hacerse materia, color. El agua de Sturgeon es azul como el cielo y fluye como las nubes, ensamblando conejos, calas perfumadas o retazos de algodón.

Sus pinturas, para ser comprendidas, deben sentirse. La visión suscita un estado sinestésico en donde la obra a la vez se escucha y se huele. Percibimos la suavidad o la aspereza de las diversas texturas que habitanla obra. Cuandosentimos en nuestra propia piel y nos adentramos en un mundo de color que nos envuelve (¿quién no siente el vértigo de zambullirse en un lienzo de 2 x2,5 metros), nos damos cuenta de que ya somos parte de la obra, y lo de entender queda relegado por el genuino hambre interior que desconoce la fría comprensión intelectual de una obra de arte. Las obras de Sturgeon saltan la valla de «lo que hay que entender» y se amalgaman con nosotros, cobran vida en nuestro interior, respiran a nuestro ritmo.

Artefactos, paisajes, minerales, sistemas biológicos, espejismos de la luz: todo está dispuesto en un caos que se expande libre y armónico. Un caos que se transmuta en el utópico orden fluido. En cualquiera de sus pinturas, debemos jugar con la posibilidad de trasladar y prolongar cada uno de los objetos que están apenas apoyados sobre el lienzo.

Los trabajos tienen una soltura admirable que logra, paradójicamente, transmitir un vigor plástico consciente y evolucionado. No existe referencia plástica que se adueñe del estilo de Sturgeon. Tacha sin ser informalista, paisajista sin paisajes, no es simbolista, y sus cuadros contienen símbolos por cientos. El lenguaje es más bien encriptado, pero de modo amable, como si el artista manejara un lenguaje íntimo entre todos los seres vivientes. Sturgeon controla la red de vibraciones que comunica cada mínima partícula del cosmos con las otras. Desde esa red surge el alma de sus pinturas.

Podemos recorrer cualquiera de las obras de Sturgeon parándonos a tres veces y medio su tamaño o acercarnos a desenmarañar el hilo de oro que sostiene todo desde un mecanismo oculto pero entrañable. Cuando vemos las obras, asistimos a la encarnación de un teórico universal de la pintura que explica el funcionar de un sistema de supercuerdas por medio de la representación gráfica. Quien se adentra en alguna de las monumentales telas de Richard Sturgeon se integra a su naturaleza y, al salir, se lleva un volumen de su atmósfera.

 [showtime]

Durante el año 2012, Richard Sturgeon (Buenos Aires, 1952) obtuvo el primer premio del Salón Nacional de Artes Visuales en la disciplina Pintura. La exposición de la obra, junto con las de los otros artistas premiados, se realizará, a partir del 21 de septiembre y hasta el 21 de octubre, en el Palais de Glace. Ahora pueden verse, en la muestra Celebración, algunas obras de Sturgeon; hasta el 6 de septiembre, en la galería Elsi Del Rio (Humboldt 1510, Buenos Aires).