Nos alejamos del otro, ¿nos alejamos de Dios?
Por: Cecilia Iudice
Relaciones y espiritualidad.
En la actualidad, las relaciones humanas son más frágiles y «artificiales», ¿está también debilitado el vínculo con la religión?
[showtime]
Con el correr de los años, el hombre ha debido adaptarse a la evolución de las relaciones interpersonales y aprender a enfrentarse a los cambios sociológicos con los que nos encontramos hoy a la hora de tratar con el otro.
Las sociedades han visto transformaciones en estos lazos; me permito valerme del concepto enunciado por el pensador polaco Zygmunt Bauman, que los denomina relaciones líquidas, basadas en lo más profundo del ser humano: el deseo. Hoy por hoy, nos dice Bauman, los deseos que impulsan nuestra vida son artificiales, fugaces, frágiles, alejados de la necesidad de entablar vínculos y estimulados por conseguir de aquellos solamente lo que satisfaga intereses propios. Pienso que no está del todo equivocado: en la era cibernética, donde nos juntamos menos con los amigos a tomar café y charlamos más por chat o Facebook, podría afirmarse que esta idea de liquidez está presente en la cotidianidad de casi todos.
Teniendo esto en mente, me pregunto hasta qué punto una persona se puede ver afectada por la fragilidad de sus conexiones humanas, y si concierne a otros aspectos de sí misma. Recuerdo muchas veces haber escuchado eso de «Dios se encuentra en el corazón del prójimo», entonces, si el intercambio con las personas que nos rodea se ve, en cierta medida, debilitado, ¿en dónde cae la relación con Dios? O bien, expresado de otro modo —y para no dejar a ningún credo de lado—, ¿qué lugar ocupa la fe en la vida del hombre moderno?
A lo largo del tiempo, la religión ha pasado de ocupar un papel principal, siglos atrás, para dejarle el lugar de las respuestas a la ciencia.
Para profundizar sobre este tema consulté a Marcelo Musante, sociólogo, quien me habló un poco más sobre esta cuestión de supuesta pérdida de la fe: «Desde lo que se conoció como el principio de la modernidad occidental, es decir, a partir de procesos sociales como la revolución industrial y francesa, se dio un proceso de secularización en el que la religión dejó de ocupar el rol de legitimadora del saber y este espacio lo pasó a ocupar la ciencia».
Sin embargo, siempre hubo y habrá preguntas que la ciencia, explayada en todas sus complejas y diversas ramas, nunca podrá contestar. ¿Por qué vivimos? ¿Qué es la felicidad? ¿Adónde vamos después de morir? Estos son simplemente algunos interrogantes con los que todo ser humano se cruza a lo largo de su existencia, consciente o inconscientemente. Al respecto, continúa Musante: «Lo referido a las preguntas que tienen que ver con el trasfondo de la existencia humana sigue siendo un espacio de respuesta de la religión. Es un espacio de experiencia sensible que el hombre no encuentra en la ciencia. Esta, incluso, es su reconfiguración de todos los ámbitos de la vida humana y de las estructuras sociales, ha sumido al hombre en ciertos vacíos de sentido».
En un contexto de amistades y amores frágiles y pasajeros, muchos se sorprenderán, ya que, en lo que atañe a la espiritualidad, ocurre todo lo contrario. Según el Registro Nacional de Cultos, en los últimos años se oficializaron casi 800 en nuestro país, la mayoría entidades evangélicas.
Estas expresiones de religiosidad popular coexisten con las doctrinas tradicionales, pero presentan una alternativa: mientras que el Vaticano se encarga de profesar la obediencia y condenar las conductas que no se encuentran encuadradas en sus creencias, los cultos le presentan a aquella persona en busca de guía —y donde la presencia de las religiones hegemónicas se encuentra debilitada— una opción diferente, en donde no hay interferencia entre el Dios y el creyente. No es solo esta la razón: muchos pastores o predicadores deciden adecuarse a los tiempos que corren, y no falta la celebración de la misa en línea, o a través de la televisión, que crea así un sentido de cercanía, de pertenencia, una dimensión de identidad que lo tradicional no llega a alcanzar.
Musante nos dice: «por eso, en momentos de crisis, de desempleo, de rotura de lazos sociales como lo que sucedió en Argentina a fines de los 90, la gente se vuelca a fenómenos como San Cayetano, el Gauchito Gil y decenas de vírgenes o mitos del interior de país. Son símbolos donde los sujetos se proyectan y vuelcan sus expectativas, deseos, miedos: su fe. Por supuesto, este nuevo lugar de la religión no esta exento de tensiones, ya que las religiones dominantes intentan retener, disponer y monopolizar los bienes sagrados. Por eso intentan subestimar a la religiosidad popular, y la definen como “cultos de segunda” cuando, en realidad, en términos de dadoras de sentido, cumplen el mismo rol unas y otras».
Al sentir un vacío interior, el hombre precisa un referente, sentirse parte de algo, saber quién es. A pesar de que —supuestamente— se la ha relegado, la religión nunca dejará de ser un pilar fundamental en la vida del que cree, y un misterio inexplicable para que el que no. De todas maneras, sería positivo volcar esa búsqueda de sentido en las personas que nos rodean, pasar de lo místico a lo palpable y tal vez así lograr convertir aquella liquidez en lazos sólidos, en lazos permanentes.
Por: Cecilia Iudice
Relaciones y espiritualidad.
En la actualidad, las relaciones humanas son más frágiles y «artificiales», ¿está también debilitado el vínculo con la religión?
[showtime]Con el correr de los años, el hombre ha debido adaptarse a la evolución de las relaciones interpersonales y aprender a enfrentarse a los cambios sociológicos con los que nos encontramos hoy a la hora de tratar con el otro.
Las sociedades han visto transformaciones en estos lazos; me permito valerme del concepto enunciado por el pensador polaco Zygmunt Bauman, que los denomina relaciones líquidas, basadas en lo más profundo del ser humano: el deseo. Hoy por hoy, nos dice Bauman, los deseos que impulsan nuestra vida son artificiales, fugaces, frágiles, alejados de la necesidad de entablar vínculos y estimulados por conseguir de aquellos solamente lo que satisfaga intereses propios. Pienso que no está del todo equivocado: en la era cibernética, donde nos juntamos menos con los amigos a tomar café y charlamos más por chat o Facebook, podría afirmarse que esta idea de liquidez está presente en la cotidianidad de casi todos.
Teniendo esto en mente, me pregunto hasta qué punto una persona se puede ver afectada por la fragilidad de sus conexiones humanas, y si concierne a otros aspectos de sí misma. Recuerdo muchas veces haber escuchado eso de «Dios se encuentra en el corazón del prójimo», entonces, si el intercambio con las personas que nos rodea se ve, en cierta medida, debilitado, ¿en dónde cae la relación con Dios? O bien, expresado de otro modo —y para no dejar a ningún credo de lado—, ¿qué lugar ocupa la fe en la vida del hombre moderno?
A lo largo del tiempo, la religión ha pasado de ocupar un papel principal, siglos atrás, para dejarle el lugar de las respuestas a la ciencia.
Para profundizar sobre este tema consulté a Marcelo Musante, sociólogo, quien me habló un poco más sobre esta cuestión de supuesta pérdida de la fe: «Desde lo que se conoció como el principio de la modernidad occidental, es decir, a partir de procesos sociales como la revolución industrial y francesa, se dio un proceso de secularización en el que la religión dejó de ocupar el rol de legitimadora del saber y este espacio lo pasó a ocupar la ciencia».
Sin embargo, siempre hubo y habrá preguntas que la ciencia, explayada en todas sus complejas y diversas ramas, nunca podrá contestar. ¿Por qué vivimos? ¿Qué es la felicidad? ¿Adónde vamos después de morir? Estos son simplemente algunos interrogantes con los que todo ser humano se cruza a lo largo de su existencia, consciente o inconscientemente. Al respecto, continúa Musante: «Lo referido a las preguntas que tienen que ver con el trasfondo de la existencia humana sigue siendo un espacio de respuesta de la religión. Es un espacio de experiencia sensible que el hombre no encuentra en la ciencia. Esta, incluso, es su reconfiguración de todos los ámbitos de la vida humana y de las estructuras sociales, ha sumido al hombre en ciertos vacíos de sentido».
En un contexto de amistades y amores frágiles y pasajeros, muchos se sorprenderán, ya que, en lo que atañe a la espiritualidad, ocurre todo lo contrario. Según el Registro Nacional de Cultos, en los últimos años se oficializaron casi 800 en nuestro país, la mayoría entidades evangélicas.
Estas expresiones de religiosidad popular coexisten con las doctrinas tradicionales, pero presentan una alternativa: mientras que el Vaticano se encarga de profesar la obediencia y condenar las conductas que no se encuentran encuadradas en sus creencias, los cultos le presentan a aquella persona en busca de guía —y donde la presencia de las religiones hegemónicas se encuentra debilitada— una opción diferente, en donde no hay interferencia entre el Dios y el creyente. No es solo esta la razón: muchos pastores o predicadores deciden adecuarse a los tiempos que corren, y no falta la celebración de la misa en línea, o a través de la televisión, que crea así un sentido de cercanía, de pertenencia, una dimensión de identidad que lo tradicional no llega a alcanzar.
Musante nos dice: «por eso, en momentos de crisis, de desempleo, de rotura de lazos sociales como lo que sucedió en Argentina a fines de los 90, la gente se vuelca a fenómenos como San Cayetano, el Gauchito Gil y decenas de vírgenes o mitos del interior de país. Son símbolos donde los sujetos se proyectan y vuelcan sus expectativas, deseos, miedos: su fe. Por supuesto, este nuevo lugar de la religión no esta exento de tensiones, ya que las religiones dominantes intentan retener, disponer y monopolizar los bienes sagrados. Por eso intentan subestimar a la religiosidad popular, y la definen como “cultos de segunda” cuando, en realidad, en términos de dadoras de sentido, cumplen el mismo rol unas y otras».
Al sentir un vacío interior, el hombre precisa un referente, sentirse parte de algo, saber quién es. A pesar de que —supuestamente— se la ha relegado, la religión nunca dejará de ser un pilar fundamental en la vida del que cree, y un misterio inexplicable para que el que no. De todas maneras, sería positivo volcar esa búsqueda de sentido en las personas que nos rodean, pasar de lo místico a lo palpable y tal vez así lograr convertir aquella liquidez en lazos sólidos, en lazos permanentes.
Por: Cecilia IudicePor: Cecilia Iudice
Relaciones y espiritualidad.
En la actualidad, las relaciones humanas son más frágiles y «artificiales», ¿está también debilitado el vínculo con la religión?
[showtime]Con el correr de los años, el hombre ha debido adaptarse a la evolución de las relaciones interpersonales y aprender a enfrentarse a los cambios sociológicos con los que nos encontramos hoy a la hora de tratar con el otro.
Las sociedades han visto transformaciones en estos lazos; me permito valerme del concepto enunciado por el pensador polaco Zygmunt Bauman, que los denomina relaciones líquidas, basadas en lo más profundo del ser humano: el deseo. Hoy por hoy, nos dice Bauman, los deseos que impulsan nuestra vida son artificiales, fugaces, frágiles, alejados de la necesidad de entablar vínculos y estimulados por conseguir de aquellos solamente lo que satisfaga intereses propios. Pienso que no está del todo equivocado: en la era cibernética, donde nos juntamos menos con los amigos a tomar café y charlamos más por chat o Facebook, podría afirmarse que esta idea de liquidez está presente en la cotidianidad de casi todos.
Teniendo esto en mente, me pregunto hasta qué punto una persona se puede ver afectada por la fragilidad de sus conexiones humanas, y si concierne a otros aspectos de sí misma. Recuerdo muchas veces haber escuchado eso de «Dios se encuentra en el corazón del prójimo», entonces, si el intercambio con las personas que nos rodea se ve, en cierta medida, debilitado, ¿en dónde cae la relación con Dios? O bien, expresado de otro modo —y para no dejar a ningún credo de lado—, ¿qué lugar ocupa la fe en la vida del hombre moderno?
A lo largo del tiempo, la religión ha pasado de ocupar un papel principal, siglos atrás, para dejarle el lugar de las respuestas a la ciencia.
Para profundizar sobre este tema consulté a Marcelo Musante, sociólogo, quien me habló un poco más sobre esta cuestión de supuesta pérdida de la fe: «Desde lo que se conoció como el principio de la modernidad occidental, es decir, a partir de procesos sociales como la revolución industrial y francesa, se dio un proceso de secularización en el que la religión dejó de ocupar el rol de legitimadora del saber y este espacio lo pasó a ocupar la ciencia».
Sin embargo, siempre hubo y habrá preguntas que la ciencia, explayada en todas sus complejas y diversas ramas, nunca podrá contestar. ¿Por qué vivimos? ¿Qué es la felicidad? ¿Adónde vamos después de morir? Estos son simplemente algunos interrogantes con los que todo ser humano se cruza a lo largo de su existencia, consciente o inconscientemente. Al respecto, continúa Musante: «Lo referido a las preguntas que tienen que ver con el trasfondo de la existencia humana sigue siendo un espacio de respuesta de la religión. Es un espacio de experiencia sensible que el hombre no encuentra en la ciencia. Esta, incluso, es su reconfiguración de todos los ámbitos de la vida humana y de las estructuras sociales, ha sumido al hombre en ciertos vacíos de sentido».
En un contexto de amistades y amores frágiles y pasajeros, muchos se sorprenderán, ya que, en lo que atañe a la espiritualidad, ocurre todo lo contrario. Según el Registro Nacional de Cultos, en los últimos años se oficializaron casi 800 en nuestro país, la mayoría entidades evangélicas.
Estas expresiones de religiosidad popular coexisten con las doctrinas tradicionales, pero presentan una alternativa: mientras que el Vaticano se encarga de profesar la obediencia y condenar las conductas que no se encuentran encuadradas en sus creencias, los cultos le presentan a aquella persona en busca de guía —y donde la presencia de las religiones hegemónicas se encuentra debilitada— una opción diferente, en donde no hay interferencia entre el Dios y el creyente. No es solo esta la razón: muchos pastores o predicadores deciden adecuarse a los tiempos que corren, y no falta la celebración de la misa en línea, o a través de la televisión, que crea así un sentido de cercanía, de pertenencia, una dimensión de identidad que lo tradicional no llega a alcanzar.
Musante nos dice: «por eso, en momentos de crisis, de desempleo, de rotura de lazos sociales como lo que sucedió en Argentina a fines de los 90, la gente se vuelca a fenómenos como San Cayetano, el Gauchito Gil y decenas de vírgenes o mitos del interior de país. Son símbolos donde los sujetos se proyectan y vuelcan sus expectativas, deseos, miedos: su fe. Por supuesto, este nuevo lugar de la religión no esta exento de tensiones, ya que las religiones dominantes intentan retener, disponer y monopolizar los bienes sagrados. Por eso intentan subestimar a la religiosidad popular, y la definen como “cultos de segunda” cuando, en realidad, en términos de dadoras de sentido, cumplen el mismo rol unas y otras».
Al sentir un vacío interior, el hombre precisa un referente, sentirse parte de algo, saber quién es. A pesar de que —supuestamente— se la ha relegado, la religión nunca dejará de ser un pilar fundamental en la vida del que cree, y un misterio inexplicable para que el que no. De todas maneras, sería positivo volcar esa búsqueda de sentido en las personas que nos rodean, pasar de lo místico a lo palpable y tal vez así lograr convertir aquella liquidez en lazos sólidos, en lazos permanentes.
Por: Cecilia Iudice