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30 octubre, 2012

La dramaturga, actriz y escritora Mariela Asensio nos habla de su mirada cuestionadora sobre ciertos valores hegemónicos y sobre su modo personal de hacer teatro.

Por Marcela Adriana Jelen

El ritual teatral en la ciudad de Buenos Aires hace de esta un lugar único, privilegiado para quienes disfrutamos de este arte, que en diversas coyunturas pone en escena diversas experimentaciones formales.

Hoy, sábado a la noche, este ritual se repite una vez más, pero con una diferencia. La ceremonia se da en el Teatro del Pueblo (otrora Teatro de la Campana).

La obra que nos convoca es Lisboa, el viaje etílico, escrita y dirigida por Mariela Asensio. El trabajo con el espacio, la musicalidad de la puesta y las excelentes actuaciones hacen que la faena dramatúrgica cobre una densidad e intensidad abrumadora y conmovedora. Es una invitación a pensarnos y pensar desde qué perspectiva –atravesada por múltiples discursos– nos representamos a nosotros mismos en un mundo profundamente atravesado por discursos que naturalizan el éxito y demonizan el fracaso.

Dice la autora, en el programa de mano: «Quería ser sincera con un momento creativo que me lleva al puerto, a la pena, a la pérdida, a la decadencia. Quería rebelarme a la idea estereotipada de lo que es ser un ganador en el mundo actual. Quería hablar del fracaso, en esta época mediatizada en la cual parece ser que, si no sos exitoso, no existís…».

Cabe destacar que la dramaturga integra, desde julio de este año, la Fundación Carlos Somigliana (SOMI), que tiene a su cargo la dirección artística del Teatro del Pueblo.

Este Teatro no es una sala más de las tantas que hay en nuestra ciudad de Buenos Aires. Estamos en el primer teatro independiente de Argentina y América Latina. Nace a fines de 1930, pero encuentra su lugar definitivo en 1943, y deja de funcionar en 1976, cuando muere su fundador, Leónidas Barletta. Y reabre sus puertas en 1987. Forma, desde sus orígenes, parte de la mejor historia cultural de los argentinos. Desde su reapertura, la Fundación Carlos Somigliana tiene a su cargo la dirección artística, técnica y ejecutiva.

Su función es la investigación del oficio del autor y la divulgación de obras dramáticas de autores argentinos. Para este espacio, la directora ha pensado esta obra.

Si bien tiene una larga trayectoria como dramaturga –la primera obra la escribió en su etapa de estudiante en el Conservatorio–, es la primera vez que el proceso de creación se materializará en una edición en papel. Y este impulso viene acompañado por el espíritu que motoriza a la fundación SOMI.

Respecto de su formación como autora, Asensio ha tomado un camino vinculado a la posibilidad de avanzar con cierta autonomía creativa: «Yo empecé a dirigir porque quería actuar, después empecé a escribir para

 tener la posibilidad de dirigir aquello que me interesaba. Fui llegando a diversas áreas de lo que hago, de una forma muy inocente, relacionada al deseo. Nunca pensé en ser dramaturga. Yo quería actuar y, como sabía que no me iban a llamar para trabajar, decidí hacer mis propias obras para actuarlas. Hasta Hotel Melancólico, escribía en pos de la dirección. Hace un tiempo, empecé a escribir textos que tengan identidad más allá de que lo haga o no en teatro. Esto se me armó así a partir de Mujeres en el baño».

A partir de la toma de conciencia de este deseo, en tanto dramaturga que gestiona sus propias puestas escena, se vincula con el Teatro del Pueblo: «Es un teatro que está basado en la idea de fomentar al autor nacional».

Respecto de Lisboa, considera que «tiene valor poético en sí misma. Es un texto con identidad propia. Entonces pensé que hacerla en un teatro que pensara que el texto era importante era el lugar ideal para mí».

Hay ciertos rasgos en su poética teatral, más allá de una puesta en escena particular, que aparecen como denominador común en sus trabajos. Temas tales como la experimentación sobre historias pequeñas, personajes anónimos en plena soledad, el humor como salvoconducto ante la desesperación y la asfixia, y la construcción de universos sonoros a partir de la música como un protagonista narrativo. En sus obras, el espectador es constantemente provocado, sus puestas ponen en juego «mucho del lenguaje musical, en principio porque siempre imagino mis obras a partir de determinadas músicas que a mí me interesan para narrar, creo a partir de universos musicales. En Lisboa es desde el fado, en Hotel Melancólico desde las guaranías paraguayas, en Mujeres en el baño desde el pop, y en Mujeres en el aire, el rock. Hay algo que se reitera en mi búsqueda y tiene que ver con que la música atraviesa el relato. No pienso en la música como un relleno sino como parte constitutiva de la narración. En Mujeres en el baño y Mujeres en el aire, la música es original, y las canciones tienen valor dramatúrgico, son parte del texto de la obra. Mi teatro tiene hermandad con la música, sin ser por esto comedia musical».

¿Sobre qué procedimientos teatrales tenés especial interés en experimentar? 

Parto de lo concreto de un texto escrito, luego trabajo sobre la energía real de los actores. Me gusta ver cómo ellos multiplican el sentido de las cosas cuando ponen su cuerpo en acción. No me interesa pensar un personaje de una manera externa al actor o actriz que lo va a interpretar; el proceso es inverso: a partir de la energía real del actor o la actriz, comienzo a moldear algo nuevo. Nunca al revés.

También construyo desde la puesta en escena; hay una estructura que genero, sobre la cual los actores pueden manifestarse. Lo que aparenta no ser muy libre termina aportando libertad para crear.

Durante los ensayos no modifico mucho un texto, pero sí creo los nexos entre escenas; eso es una particularidad que siempre le aporta un toque bastante personal a lo que hago.

 

¿Cómo es el trabajo respecto del proceso de creación con los actores?

Para mí, los actores son todo. Me animo a decir que en mis obras puede a veces fallar esto o aquello, pueden gustar más o menos de acuerdo con la subjetividad del que mira, pero lo que siempre es unánime es la idea de que los actores están muy bien. Creo que mi trabajo está basado principalmente en el trabajo que hago con ellos. Siempre la actuación esta por adelante.

 

¿A partir de qué perspectiva trabajás sobre la representación del universo femenino en tus puestas en escena? ¿Contra qué mirada hegemónica discutís?

Hace muchos años me asumí como feminista; en consecuencia, me considero bastante activa en temas de género. Con la trilogía Mujeres en 3d (integrada por Mujeres en el baño, Mujeres en el aire y próximamente Mujeres en ningún lugar), claramente decidí legitimar la perspectiva de género, y abordar temas como el mito de la belleza, el sexismo, la prostitución y la violencia de género. Aun así, en obras que tratan otras temáticas, siempre se filtra cierta opinión que trasciende mi voluntad.

Son los temas que me rondan, las inquietudes con las que convivo. Los cuerpos violentados, el cuerpo de la mujer como botín capitalista, el desamor en el sentido más amplio de la palabra, por citar algunos ejemplos. Si me pongo muy racional, digo que discuto con el patriarcado como construcción cultural, y también con el capitalismo. Y si uno ambas cosas me cierra: el capitalismo patriarcal.

Aun exceptuando la trilogía, que sí tiene una posición tomada al respecto, cuando hago mis obras no estoy pensando tanto, hago lo que me sale, y nunca hay tanta pretensión detrás de la acción creativa.

Desde esta perspectiva, la dramaturga pone en escena una mirada que articula la estética y la ideología con la representación. Es complejo poder dar cuenta de la propia mirada, pero la autora nos dice respecto de los grandes temas ante los que intenta ensayar diversas textualidades: «Yo siento que siempre estoy hablando de lo mismo pero de otra manera. Yo siempre digo que no es que yo elijo hacer este tipo de teatro; en realidad, es el teatro que a mí me sale hacer. No me sale de otra manera».

 

¿En qué nuevo proyecto estas ahora?

Estoy reescribiendo Crudo –obra próxima a ser estrenada en el teatro de La Comedia, en compañía de Muscari–, porque es una versión nueva en la cual actuamos los dos, y en ese sentido estoy trabajando.

Crudo es una obra que dirigí y escribí, pero hasta acá nunca la actué. Esta vez quisimos hacerla sin que nada sea un problema. Ya la hicimos en muchos lugares y con diversos artistas. En este momento, está pensada para todo aquel que la quiera ver sin que lo económico sea un problema. Nos parece interesante tener en cuenta el momento de gran exposición que tiene Muscari en los medios y aprovecharlo para hacer una obra sin cobrar entrada, a la gorra. Una especie de vuelta al teatro off.

Por otro lado, estoy escribiendo Malditos, un tributo a todos mis ex, que pone en juego la cuestión de los amores que ya fueron. Es la nueva obra que tengo ganas de hacer. Tendrá humor y canciones. Y también estoy pensando Las mujeres en ningún lugar, que es la última parte de la trilogía. También cabe la posibilidad de que próximamente me vaya a México a hacer Mujeres en el aire. 

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