Por: Fabiola Di Mare L.
El día siguiente a las elecciones presidenciales del 7 de octubre en Venezuela, en las que nuevamente resultó ganador el presidente Hugo Chávez, muchos despertaron satisfechos, jubilosos y aún embriagados con la victoria de la noche anterior. No obstante, otro amplio sector de la sociedad, que votó en contra del proyecto del actual mandatario, no dejó de sentir desazón frente al desenlace de una campaña electoral llena de muchas expectativas sobre la continuidad de un proyecto político o el emprendimiento de otro radicalmente diferente.
De hecho, desde hace varios años, cualquier extranjero que visite Venezuela notará que, junto a sus exuberantes y variados paisajes, lo abigarrada y jovial de su gente, está presente, de manera muy particular, la conformidad o discrepancia con el modelo político actual.
Para continuar con esta reflexión, es necesario contextualizar lo que ocurre. A partir de 1989 viene gestándose un proceso, en el cual, el país dejó de proyectar una imagen artificial, que se construyó a partir de las industrias culturales y que tenía, entre otros slogans, “el país de las mujeres bellas”, o que apostaba por aquel reflejo de Venezuela como una vitrina de exhibición para toda América Latina, con un modelo de paz y entendimiento entre los sectores sociales. A causa de una serie de hechos históricos en la década de los noventa, adviene el fenómeno político Chávez, que logra alcanzar el poder por la vía electoral en 1999.
Desde hace más de diez años, con el desplazamiento de la elite que tradicionalmente ocupó los espacios del poder estatal y la ejecución de una serie de reformas políticas, económicas y sociales, se desencadenó un proceso de confrontación entre quienes detentan ahora el poder y quienes lo perdieron. No obstante, la discusión y diatriba política no permaneció en las capas altas o medias de poder, como ocurría antes, sino que involucró a toda la población, que ahora vive inmersa en un clima de polarización casi permanente, pero con gradaciones que disminuyen o se intensifican de acuerdo a la agitación electoral.
En ese sentido, en el campo político, Venezuela pareciera estar conformada por dos grandes grupos, denominados bajo los ya comunes términos de “chavistas” y “antichavistas”, calificativos que incluso se han entronizado en el imaginario colectivo, a partir de tipologías creadas sobre la base del sentido común y no de la razón, que supondrían la pertenencia a una posición social, educativa o económica, privilegiada o no.
Verdad de Perogrullo, todo dependerá del lente con el que se mire y el lugar que se ocupe. Tomando como referencia a Iuri Lotman (1996) y su teoría sobre la Semiosfera, podría decirse que la exclusión o inclusión moral dependerá del lugar que cada quien piensa que ocupa dentro del entramado político: periférico o central. Ambas nociones sólo tienen sentido desde un punto de vista particular, puesto que, tanto periferia como centro son concepciones relativas a la posición y reconocimiento en torno a sí mismo y a quienes están alrededor.
La idea ahora es analizar desde las relaciones y espacios cotidianos, virtuales y reales, cómo se expresa la escasa empatía hacia el otro en este escenario político. Para observar esta idea con más claridad, a continuación se presentan algunos epítetos muy utilizados en este momento para definir al otro, es decir, aquel que es ajeno a la posición propia. En posturas extremas de parte de quienes apoyan al gobierno actual, los peyorativos más comunes son: “majunche”, “escuálido”, “escuaca”, “fascista”, entre otros; en el mismo orden, por parte de quienes se ubican en posturas radicales de oposición, se repiten términos descalificativos hacia el otro sector, tales como: “lumpen”, “indio”, “tierrúo”, “negro”, “mono”, “ignorante”, por mencionar algunos. La expresión de estas y otras descalificaciones, que muestran una conducta intolerante, se observan en aquellas personas o sectores con posturas intransigentes, que exacerban sus ánimos con el apogeo de la contienda electoral.
En este marco, retomando los recientes resultados de los comicios presidenciales y la forma pacífica y ciudadana asumida por la población frente a éstos (pese a los pronósticos de violencia en días previos, que podrían calificarse como otro síntoma de la neurosis y ansiedad colectiva en medio de la efervescencia electoral) se observó que la sensación de derrota que invadió a muchos, en algunos casos, estuvo rayana con la tristeza, el odio, el racismo y demás expresiones de intolerancia.
Esto demuestra que cada proceso electoral en Venezuela implica un nivel de involucramiento emocional significativo en las personas, lo cual quedó confirmado en los recientes comicios presidenciales. Estas conductas y reacciones han sido analizadas por psiquiatras y psicólogos del país, como Axel Capriles, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello y coordinador del programa de formación de la Sociedad Venezolana de Analistas Jungianos (SVAJ), quien opinó sobre el sentimiento de perplejidad e incomprensión por parte de los venezolanos que no entienden cómo puede haber ocho millones de personas que votan por la opción del presidente Chávez (Capriles, 2012). A su juicio, la única forma de resolver esta conmoción es desarrollar una gran labor de simpatía, de ponerse en el lugar del otro y ver qué hay de nuestros valores y mensajes que no están presentes en el otro sector.
Asimismo, el psiquiatra Edgar Belfort, director de la Asociación Mundial de Psiquiatría, reconoció la alegría y el entusiasmo electoral de los venezolanos, pero a su vez señaló que “hubo una reacción inesperada, una reacción de duelo, que puede durar horas o meses. La buena noticia es que nadie muere de esto y uno se recupera, es una reacción afectiva adaptativa ante una pérdida con una cantidad de alteraciones en la conducta, en las emociones neurofisiológicas, pero que se puede recuperar fácilmente, si comenzamos a evaluar objetivamente nuestros resultados” (Belfort, 2012).
Las dos fuentes citadas coinciden en que la salida a esta situación pasa por el hecho de que cada sector reconozca las diferencias del otro. En las relaciones sociales e interpersonales, la estrategia estaría en ubicarse en el lugar del otro. El semiólogo y critico literario Tzvetan Todorov (2003), refiere tres ejes en los que se puede situar la problemática de la alteridad. En primer lugar hay un plano axiológico, que implica un juicio de valor: “el otro es bueno o malo, lo quiero o no lo quiero, es igual o inferior a mí”. En segundo término se ubica el nivel praxiológico: “adopto los valores del otro, me identifico con él, o asimilo al otro a mí, le impongo mi propia imagen; dentro de este eje hay un tercer punto, que es la neutralidad”. En tercer lugar, se ubica el plano epistémico: “conozco o ignoro la identidad del otro” (Todorov, 2003: 221).
Todorov, en sus estudios sobre el problema del otro en el contexto de la conquista y colonización española en tierras americanas y el papel que jugaron personajes históricos, como Cristóbal Colón o Fray Bartolomé de Las Casas, frente a la cultura de los aborígenes, constató que vivir la alteridad es un proceso que comienza al evitar las posturas asimilacionistas y reconocer los valores que cada persona y grupo social tiene.
En el juego de las alteridades se podría localizar la clave para enfrentar la dificultad actual entre ambas antinomias venezolanas. ¿Qué requerimos los venezolanos para encaminarnos hacia ese proceso de reflexión?
Vivir la diferencia
Vivir la diferencia se dice muy fácil, pero no lo es. El intento por resolver este problema y encontrar un punto de entendimiento, podríamos ubicarlo nuevamente en los tres ejes descritos por Todorov. En el plano axiológico, se podría intentar estimar y valorar la opinión del otro, no en función del ideal propio, sino del que es ajeno, lo que implica también en este estadio asumir una suerte de papel de “neutralidad” frente a la opinión política contraria.
En el orden epistémico o del conocimiento, la segunda salida sería posible a través del diálogo, en el que ninguna de las voces reduce a la otra al estado de objeto, sino que hay un reconocimiento de esta diferencia a través de la valoración del otro como sujeto, es decir, reconocer el “yo” de los “otros” que habitan y forman parte del entramado social.
Esta última estrategia sería ideal para avanzar hacia la construcción de una verdadera cultura política, en la que se entablen las diferencias con respeto y se propongan soluciones viables a los problemas del país. Alcanzar este estado permitiría que, con la llega de cada contienda electoral, no se exacerbe de esa forma el clima de confrontación. Aunque ambos polos se nieguen al reconocimiento mutuo, son ciudadanos venezolanos, indivisibles, que se necesitan uno del otro.
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Referencias
• Belfort, Edgar (2012). Reconciliación en Venezuela «Entre Periodistas» 09 10 2012 [Documento en línea]. Revisado el 26/10/12. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=5h-mCnmRSn4#!
• Capriles, Axel (2012). Reconciliación en Venezuela «Entre Periodistas» 09 10 2012 [Documento en línea]. Revisado el 26/10/12. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=5h-mCnmRSn4#!
• Lotman, Iuri (1996). La semiosfera I. Semiótica de la cultura y del texto. Madrid: Ediciones de Desiderio Navarro.
• Todorov, Tzvetan (2008). La conquista de América. El problema del otro. Argentina: Siglo Veintiuno Editores.
Crédito de fotos:
Fotos 1 y 2: Diario Ciudad Caracas. www.ciudadccs.info
Foto 3: autoría propia