El malentendido: Los extranjeros
Una obra sobre los límites de la criminalidad.
Por: Ludmila Barbero.
Este primer trabajo en dirección de Haydeé Ortubia nos interpela acerca de la existencia de vestigios de humanidad aun en quienes parecen haber renegado de toda ética.
En la novela El extranjero (1942), el protagonista, Mersault, lee obsesivamente un recorte de diario durante su estadía en la cárcel. Se trata de la crónica policial de un homicidio, que es el germen de la trama que, con algunas variaciones, conforma el núcleo argumental de El malentendido (1944). En Checoslovaquia, un hombre que había partido de su pueblo natal en busca de fortuna regresa luego de veinticinco años con su esposa e hijo para visitar a su familia. Su hermana y su madre regentean un hotel en el que, para jugarles una broma, decide hacerse pasar por huésped. Durante la noche, las mujeres lo asesinan para tomar su dinero. Al descubrir la identidad del muerto se suicidan. La reacción de Mersault ante el contenido de la noticia es coherente con el vacío moral que el narrador de esta novela exhibe en todas sus conductas. Desde su punto de vista, el homicidio, «por un lado, era inverosímil; por otro, era natural». Recordemos, en este sentido, que la indiferencia moral de Mersault llega al nivel de no poder decidir entre matar o no matar por un motivo tan azaroso como la dirección e intensidad del reflejo del sol sobre un cuchillo.
En la obra de teatro, la madre (Patrizia Alonso) vacila entre la acción y la quietud por motivos que la aproximan al protagonista de la novela de Camus: el cansancio físico, no los escrúpulos, provocan su duda. La mujer sosegada por el agotamiento, que parece ser arrastrada por Marta (Ana Riveros) al homicidio, fue la primera en instigar a esta última al crimen. La extranjería de la madre se manifiesta en la imposibilidad de orientar sus acciones a partir de un sistema de valores que exceda la búsqueda de su bienestar personal.
El personaje de Ana Riveros, por su parte, tiene una sensación de constante incomodidad respecto de su lugar de origen. Vive en el anhelo de partir hacia tierras lejanas en las que el sol y la lluvia revelen el verdadero rostro de la realidad con la intensidad con la que experimenta sus insatisfacciones y sus crímenes. Insiste en la necesidad de mantener una relación exclusivamente económica con Jan. Esta estrategia se le presenta como el camino más conveniente para concretar el asesinato sin que se lo dificulten factores emocionales. No obstante, hay una diferencia importante entre esta voluntad de asepsia permanentemente explicitada y la posición del protagonista de El extranjero, capaz de revelar en primera persona la más absoluta apatía hacia aquello que no le proporciona placer sensorial. La conducta de la hija difiere de esta forma radical de extranjería, en tanto que su insistencia en la importancia de desligarse de todo vínculo afectivo con el cliente delata su dificultad para llevarlo a cabo.
Jan (Darío Julio) es señalado en varias oportunidades como forastero: su regreso es la puesta en práctica de un plan para dejar de serlo, para recuperar al mismo tiempo a su madre y a su patria. Finalmente, en la ironía trágica de la historia, su deseo se concreta, pero no del modo imaginado. Se reúne con su progenitora en el viscoso «lecho común» de la madre tierra.
Asimismo, resulta interesante el lugar asignado al viejo criado, cuyo physique du rol es encarnado a la perfección por el actor Tito Hammer. En el programa de mano, su rostro ampliado ocupa una posición destacada, por encima de los demás personajes flota sobre un fondo negro con los ojos tachados por el título: El malentendido. El va, en cierta medida, al lugar de ese Dios que se nos muestra como pura ausencia. No ve: la equivocación ha cubierto sus ojos. No escucha. Y no habla: en la última escena vemos su incapacidad para responder a la interpelación de María (Erika Ruth), una mujer al borde dela desesperación. En esta versión, el criado abre la representación al atravesar el escenario tocando una campanilla y la cierra cruzando la sala en silencio. La obra de Camus daba una apertura ligeramente mayor al final, en tanto que no enfatizaba la falta de respuestas: la pieza concluía con el parlamento de María.
El malentendido al que hace referencia el título de la pieza tiene que ver con la dificultad de Jan para encontrar las palabras que le permitan darse a conocer y con la facilidad con que las dos mujeres lo toman por lo que finge ser y en cierta forma es: un desconocido. Al mismo tiempo, el hijo se equivoca al esperar que las dueñas del hotel lo acepten en la intimidad y sientan algún tipo de afinidad hacia él. Esta confusión se vincula con una falta de «recursos para las cosas del corazón» que permite entender la imposibilidad del reconocimiento. La madre recuerda a su hija, porque ha estado junto a ella toda su vida, de lo contrario la habría olvidado del mismo modo que a Jan. Se trata de seres que han llegado a un nivel de pobreza económica y emocional tal, que sólo pueden conservar la memoria de lo cotidiano, de las personas y objetos con los que conviven ininterrumpidamente. El personaje interpretado por Alonso recuerda a Gulchatai, la madre del protagonista de Dzan de Andrei Platonov, cuyo pensamiento estaba tan poblado de enseres y labores que le permitieran mantenerse con vida que no encontraba en él ningún lugar para su hijo.
Cabe mencionar que el tono sepia de las fotografías de Fernando Carrera, así como la elección de los colores grises y tierra del vestuario y la tenue iluminación nos sitúan en el universo emocional de dos mujeres que se sienten en «un país de nubes» en el que la única atracción turística es un claustro, del que el miserable hotel familiar no es sino una miniatura.
Por Ludmila Barbero.
Ficha artística:
Actúan: Patrizia Alonso, Tito Hammer, Darío Julio, Ana Riveros, Erika Ruth
Diseño de luces: Pablo Quiroga
Música: Claudio Guerreiro
Fotografía: Fernando Carrera
Diseño gráfico: Vicu Vázquez
Asistencia de dirección: Viviana Sosa
Prensa: Laura Brangeri
Dirección: Haydeé Ortubia
Sala: Puerta Roja (Lavalle 3636)
Funciones: Domingo – 20:00 hs
Precio: $ 40,00Por Ludmila Barbero.
Una obra sobre los límites de la criminalidad.
Este primer trabajo en dirección de Haydeé Ortubia nos interpela acerca de la existencia de vestigios de humanidad aun en quienes parecen haber renegado de toda ética.
[showtime] En la novela El extranjero (1942), el protagonista, Mersault, lee obsesivamente un recorte de diario durante su estadía en la cárcel. Se trata de la crónica policial de un homicidio, que es el germen de la trama que, con algunas variaciones, conforma el núcleo argumental de El malentendido (1944). En Checoslovaquia, un hombre que había partido de su pueblo natal en busca de fortuna regresa luego de veinticinco años con su esposa e hijo para visitar a su familia. Su hermana y su madre regentean un hotel en el que, para jugarles una broma, decide hacerse pasar por huésped. Durante la noche, las mujeres lo asesinan para tomar su dinero. Al descubrir la identidad del muerto se suicidan. La reacción de Mersault ante el contenido de la noticia es coherente con el vacío moral que el narrador de esta novela exhibe en todas sus conductas. Desde su punto de vista, el homicidio, «por un lado, era inverosímil; por otro, era natural». Recordemos, en este sentido, que la indiferencia moral de Mersault llega al nivel de no poder decidir entre matar o no matar por un motivo tan azaroso como la dirección e intensidad del reflejo del sol sobre un cuchillo.En la obra de teatro, la madre (Patrizia Alonso) vacila entre la acción y la quietud por motivos que la aproximan al protagonista de la novela de Camus: el cansancio físico, no los escrúpulos, provocan su duda. La mujer sosegada por el agotamiento, que parece ser arrastrada por Marta (Ana Riveros) al homicidio, fue la primera en instigar a esta última al crimen. La extranjería de la madre se manifiesta en la imposibilidad de orientar sus acciones a partir de un sistema de valores que exceda la búsqueda de su bienestar personal.
El personaje de Ana Riveros, por su parte, tiene una sensación de constante incomodidad respecto de su lugar de origen. Vive en el anhelo de partir hacia tierras lejanas en las que el sol y la lluvia revelen el verdadero rostro de la realidad con la intensidad con la que experimenta sus insatisfacciones y sus crímenes. Insiste en la necesidad de mantener una relación exclusivamente económica con Jan. Esta estrategia se le presenta como el camino más conveniente para concretar el asesinato sin que se lo dificulten factores emocionales. No obstante, hay una diferencia importante entre esta voluntad de asepsia permanentemente explicitada y la posición del protagonista de El extranjero, capaz de revelar en primera persona la más absoluta apatía hacia aquello que no le proporciona placer sensorial. La conducta de la hija difiere de esta forma radical de extranjería, en tanto que su insistencia en la importancia de desligarse de todo vínculo afectivo con el cliente delata su dificultad para llevarlo a cabo.
Jan (Darío Julio) es señalado en varias oportunidades como forastero: su regreso es la puesta en práctica de un plan para dejar de serlo, para recuperar al mismo tiempo a su madre y a su patria. Finalmente, en la ironía trágica de la historia, su deseo se concreta, pero no del modo imaginado. Se reúne con su progenitora en el viscoso «lecho común» de la madre tierra.
Asimismo, resulta interesante el lugar asignado al viejo criado, cuyo physique du rol es encarnado a la perfección por el actor Tito Hammer. En el programa de mano, su rostro ampliado ocupa una posición destacada, por encima de los demás personajes flota sobre un fondo negro con los ojos tachados por el título: El malentendido. El va, en cierta medida, al lugar de ese Dios que se nos muestra como pura ausencia. No ve: la equivocación ha cubierto sus ojos. No escucha. Y no habla: en la última escena vemos su incapacidad para responder a la interpelación de María (Erika Ruth), una mujer al borde dela desesperación. En esta versión, el criado abre la representación al atravesar el escenario tocando una campanilla y la cierra cruzando la sala en silencio. La obra de Camus daba una apertura ligeramente mayor al final, en tanto que no enfatizaba la falta de respuestas: la pieza concluía con el parlamento de María.
El malentendido al que hace referencia el título de la pieza tiene que ver con la dificultad de Jan para encontrar las palabras que le permitan darse a conocer y con la facilidad con que las dos mujeres lo toman por lo que finge ser y en cierta forma es: un desconocido. Al mismo tiempo, el hijo se equivoca al esperar que las dueñas del hotel lo acepten en la intimidad y sientan algún tipo de afinidad hacia él. Esta confusión se vincula con una falta de «recursos para las cosas del corazón» que permite entender la imposibilidad del reconocimiento. La madre recuerda a su hija, porque ha estado junto a ella toda su vida, de lo contrario la habría olvidado del mismo modo que a Jan. Se trata de seres que han llegado a un nivel de pobreza económica y emocional tal, que sólo pueden conservar la memoria de lo cotidiano, de las personas y objetos con los que conviven ininterrumpidamente. El personaje interpretado por Alonso recuerda a Gulchatai, la madre del protagonista de Dzan de Andrei Platonov, cuyo pensamiento estaba tan poblado de enseres y labores que le permitieran mantenerse con vida que no encontraba en él ningún lugar para su hijo.
Cabe mencionar que el tono sepia de las fotografías de Fernando Carrera, así como la elección de los colores grises y tierra del vestuario y la tenue iluminación nos sitúan en el universo emocional de dos mujeres que se sienten en «un país de nubes» en el que la única atracción turística es un claustro, del que el miserable hotel familiar no es sino una miniatura.
Por Ludmila Barbero.
Ficha artística:
Actúan: Patrizia Alonso, Tito Hammer, Darío Julio, Ana Riveros, Erika Ruth
Diseño de luces: Pablo Quiroga
Música: Claudio Guerreiro
Fotografía: Fernando Carrera
Diseño gráfico: Vicu Vázquez
Asistencia de dirección: Viviana Sosa
Prensa: Laura Brangeri
Dirección: Haydeé Ortubia
Sala: Puerta Roja (Lavalle 3636)
Funciones: Domingo – 20:00 hs
Precio: $ 40,00Por Ludmila Barbero.
Una obra sobre los límites de la criminalidad.
Este primer trabajo en dirección de Haydeé Ortubia nos interpela acerca de la existencia de vestigios de humanidad aun en quienes parecen haber renegado de toda ética.
[showtime] En la novela El extranjero (1942), el protagonista, Mersault, lee obsesivamente un recorte de diario durante su estadía en la cárcel. Se trata de la crónica policial de un homicidio, que es el germen de la trama que, con algunas variaciones, conforma el núcleo argumental de El malentendido (1944). En Checoslovaquia, un hombre que había partido de su pueblo natal en busca de fortuna regresa luego de veinticinco años con su esposa e hijo para visitar a su familia. Su hermana y su madre regentean un hotel en el que, para jugarles una broma, decide hacerse pasar por huésped. Durante la noche, las mujeres lo asesinan para tomar su dinero. Al descubrir la identidad del muerto se suicidan. La reacción de Mersault ante el contenido de la noticia es coherente con el vacío moral que el narrador de esta novela exhibe en todas sus conductas. Desde su punto de vista, el homicidio, «por un lado, era inverosímil; por otro, era natural». Recordemos, en este sentido, que la indiferencia moral de Mersault llega al nivel de no poder decidir entre matar o no matar por un motivo tan azaroso como la dirección e intensidad del reflejo del sol sobre un cuchillo.En la obra de teatro, la madre (Patrizia Alonso) vacila entre la acción y la quietud por motivos que la aproximan al protagonista de la novela de Camus: el cansancio físico, no los escrúpulos, provocan su duda. La mujer sosegada por el agotamiento, que parece ser arrastrada por Marta (Ana Riveros) al homicidio, fue la primera en instigar a esta última al crimen. La extranjería de la madre se manifiesta en la imposibilidad de orientar sus acciones a partir de un sistema de valores que exceda la búsqueda de su bienestar personal.
El personaje de Ana Riveros, por su parte, tiene una sensación de constante incomodidad respecto de su lugar de origen. Vive en el anhelo de partir hacia tierras lejanas en las que el sol y la lluvia revelen el verdadero rostro de la realidad con la intensidad con la que experimenta sus insatisfacciones y sus crímenes. Insiste en la necesidad de mantener una relación exclusivamente económica con Jan. Esta estrategia se le presenta como el camino más conveniente para concretar el asesinato sin que se lo dificulten factores emocionales. No obstante, hay una diferencia importante entre esta voluntad de asepsia permanentemente explicitada y la posición del protagonista de El extranjero, capaz de revelar en primera persona la más absoluta apatía hacia aquello que no le proporciona placer sensorial. La conducta de la hija difiere de esta forma radical de extranjería, en tanto que su insistencia en la importancia de desligarse de todo vínculo afectivo con el cliente delata su dificultad para llevarlo a cabo.
Jan (Darío Julio) es señalado en varias oportunidades como forastero: su regreso es la puesta en práctica de un plan para dejar de serlo, para recuperar al mismo tiempo a su madre y a su patria. Finalmente, en la ironía trágica de la historia, su deseo se concreta, pero no del modo imaginado. Se reúne con su progenitora en el viscoso «lecho común» de la madre tierra.
Asimismo, resulta interesante el lugar asignado al viejo criado, cuyo physique du rol es encarnado a la perfección por el actor Tito Hammer. En el programa de mano, su rostro ampliado ocupa una posición destacada, por encima de los demás personajes flota sobre un fondo negro con los ojos tachados por el título: El malentendido. El va, en cierta medida, al lugar de ese Dios que se nos muestra como pura ausencia. No ve: la equivocación ha cubierto sus ojos. No escucha. Y no habla: en la última escena vemos su incapacidad para responder a la interpelación de María (Erika Ruth), una mujer al borde dela desesperación. En esta versión, el criado abre la representación al atravesar el escenario tocando una campanilla y la cierra cruzando la sala en silencio. La obra de Camus daba una apertura ligeramente mayor al final, en tanto que no enfatizaba la falta de respuestas: la pieza concluía con el parlamento de María.
El malentendido al que hace referencia el título de la pieza tiene que ver con la dificultad de Jan para encontrar las palabras que le permitan darse a conocer y con la facilidad con que las dos mujeres lo toman por lo que finge ser y en cierta forma es: un desconocido. Al mismo tiempo, el hijo se equivoca al esperar que las dueñas del hotel lo acepten en la intimidad y sientan algún tipo de afinidad hacia él. Esta confusión se vincula con una falta de «recursos para las cosas del corazón» que permite entender la imposibilidad del reconocimiento. La madre recuerda a su hija, porque ha estado junto a ella toda su vida, de lo contrario la habría olvidado del mismo modo que a Jan. Se trata de seres que han llegado a un nivel de pobreza económica y emocional tal, que sólo pueden conservar la memoria de lo cotidiano, de las personas y objetos con los que conviven ininterrumpidamente. El personaje interpretado por Alonso recuerda a Gulchatai, la madre del protagonista de Dzan de Andrei Platonov, cuyo pensamiento estaba tan poblado de enseres y labores que le permitieran mantenerse con vida que no encontraba en él ningún lugar para su hijo.
Cabe mencionar que el tono sepia de las fotografías de Fernando Carrera, así como la elección de los colores grises y tierra del vestuario y la tenue iluminación nos sitúan en el universo emocional de dos mujeres que se sienten en «un país de nubes» en el que la única atracción turística es un claustro, del que el miserable hotel familiar no es sino una miniatura.
Por Ludmila Barbero.
Ficha artística:
Actúan: Patrizia Alonso, Tito Hammer, Darío Julio, Ana Riveros, Erika Ruth
Diseño de luces: Pablo Quiroga
Música: Claudio Guerreiro
Fotografía: Fernando Carrera
Diseño gráfico: Vicu Vázquez
Asistencia de dirección: Viviana Sosa
Prensa: Laura Brangeri
Dirección: Haydeé Ortubia
Sala: Puerta Roja (Lavalle 3636)
Funciones: Domingo – 20:00 hs
Precio: $ 40,00