Entrevista con el célebre humorista y psicoanalista retirado Marcelo Rudaeff, más conocido como Rudy, en ocasión del 25 aniversario de la creación de Buffet Freud, un grupo de psicoanalistas de ficción que ha publicado cinco libros y numerosas columnas, y ha participado en diversos debates, jornadas y foros del campo psi.
Por: Sabrina Haimovich
El festejo del aniversario de plata vino acompañado de un libro de preguntas titulado Buffet Freud responde, en el que más de 100 personalidades plantean sus interrogantes, y los personajes del Buffet se toman el trabajo de dar su respuesta. A continuación, algunas preguntas más, pero esta vez para Rudy.
¿Por qué un libro de preguntas?
A mí me interesan más las preguntas que las respuestas. Creo que las personas tenemos muchas preguntas y pocas respuestas, y que la vida está muy relacionada con las preguntas. Las preguntas tienen un protagonismo en general en mi vida, hasta puedo apelar a su origen judío. También disparan mi actividad habitual. ¿Qué es un chiste sino un intento fallido de responder a una pregunta que uno se hace?
Partir de las preguntas para hacer humor es algo particular tuyo. Hay otros humoristas que parten de elementos que le molestan de la sociedad, por ejemplo.
¿Y la molestia no es una pregunta? Quizás la palabra sea «inquietud»… Yo creo que el humor bueno surge de algo que movió a la persona que lo hizo, la conmovió, la sacó del lugar en donde estaba, le generó inquietud, le provocó angustia, y todo esto se parece demasiado a la palabra «pregunta». Algo que te mueve es algo que te saca de donde estabas y te pone en otro lado. Una pregunta también. Yo diría que toda pregunta provoca angustia, en el sentido de movimiento, energía que busca un objeto. La respuesta, a veces, es ese objeto que hace que la energía encuentre el lugar, y uno no busque más. Pero, la mayoría de las veces, ese objeto no era el que buscábamos, entonces es peor. A veces, quedándote con la pregunta, tenés un poquito de angustia, pero en el camino tenés ese placer que da el movimiento, esa búsqueda.
En otra entrevista, comentaste que el psicoanálisis «aliviana» a las personas. ¿Creés que el humor puede «alivianar» a las personas al igual que lo hace el psicoanálisis?
El humor, como una interpretación bien hecha que pega en el blanco, en algún lugar te alivia. Te sentís más liviano, más libre, porque revela que el terrible secreto tuyo en realidad no es tan importante para el resto. La sociedad y, sobre todo, los medios de comunicación tienden a que uno sienta culpa por los deseos. Y los deseos son los que te hacen humano. El humor, de alguna forma, revela esos deseos, como también lo revela el psicoanálisis. Uno les pone a las cosas más miedo, más peso, más expectativa de las que las cosas suelen tener. Cuando uno le saca ese peso, eso alivia.
¿Creés que el psicoanálisis te pudo haber ayudado en algo en tu profesión como humorista?
No, ayudarme no, me hizo directamente. El psicoanálisis me hizo descubrir que yo era humorista. Yo estudié medicina y después me dediqué al psicoanálisis. A lo largo de mi primera terapia, fui empezando a descubrir que había gente que podía vivir de humorista y que yo también podía. Que me gustaba, lo sabía desde siempre. Pero de ahí a convertir al humor en tu profesión hay un largo camino, que yo hice acompañado del diván. Pero, aparte, los humoristas y los psicoanalistas trabajamos de la misma manera porque, más que inventar, se trata de descubrir. En el diván, se descubren cosas. Y en el humor también. Yo creo que los chistes ya están en la sociedad, uno lo que hace es descubrirlos. Y luego, está la técnica para transmitirlo y que el otro lo entienda, se ría, etc. Lo mismo el psicoanalista: una vez que descubre lo inconsciente, trabaja en la forma de cómo decirlo. No tiene sentido que en la primera sesión uno le diga al paciente «bueno, usted quiso acostarse con su mamá y matar a su papá», y se ahorran 10 años de análisis (risas). No tiene sentido. Está el matiz, lo artístico, lo que le pasó a cada uno, el detalle, el texto y la palabra que, por ejemplo, hacen que ese chiste sea gracioso y otro no, o que una interpretación logre llegar al paciente y otra no.
Y, al revés, ¿creés que tu profesión como humorista puede ayudar al psicoanálisis?
Me pondría en una posición soberbia si digo eso. Pero pienso que a alguno le puede servir. Yo hago un libro para que la gente lo disfrute y se ría. Quizás con eso ya le está sirviendo. Me encantaría que viniera un psicoanalista y me dijera que a partir de mi libro le encontró un elemento divertido a su tarea habitual o que un paciente de diván pudiera divertirse más en sesión. Pero hay algo que no depende de mí.
¿Cómo es eso de divertirse en sesión?
Es lindo divertirse en sesión. Pero divertirse no como una burla sino como lo contrario de lo solemne, lo dogmático, lo ritualista. Diversión en el sentido artístico, poético, que también tiene el psicoanálisis. Es bastante poético el concepto de inconsciente si te lo ponés a pensar; estamos hablando de algo que no sabemos qué es, que no queda en ninguna parte, de donde parece que salen un montón de cosas que no son lo que quieren decir. Sin estar renegando de las bases científicas del psicoanálisis, uno ve vuelo en el texto de una sesión. También podría decirse que hay lirismo en la escena donde hay una persona tirada en el diván diciendo lo primero que se le ocurre, y otra señalando cosas que se relacionan con algo inconsciente. Además, lo que motoriza un análisis es la falta, la angustia, y en un análisis descubrís que nunca vas a conseguir eso que te falta, pero que esa falta es necesaria, es lo que te hace humano, y te lleva a buscar otras cosas que quizás te hacen más feliz que eso que estás buscando. Es divertido eso, ¿no? Es como cuando uno busca un libro que necesita y siempre encuentra otro, que estaba buscando en otro momento.
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