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20 septiembre, 2013

¿Qué motiva el cuerpo en la praxis psicoanalítica?

Por Mara Musolino

 

 

“[…] La angustia es, precisamente, algo que se sitúa en otro lugar en nuestro cuerpo,

es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos viene de reducirnos a nuestro cuerpo.

J. Lacan. La Tercera, Roma: 1 al 3-11-74

 

“[…] Llamamos pulsiones a las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del Ello.

Representan los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica”.

S. Freud, Tomo XXIII, pág 146, Esquema del Psicoanálisis

 

 

En oportunidad de las Jornadas de Mayeútica, Del cuerpo en la praxis psicoanalítica, deseamos compartir con Uds., la pregunta que nos inspiró nuestra articulación de las ponencias enunciadas y debatidas en Foro.

Para situarnos. Partimos de La Tercera vez que Lacan plantea en Roma una torsión en la dirección de la cura. Está vez, está interesado en el goce del cuerpo que se goza cuando se piensa. Ese ronroneo imprevisible, lo conduce a la función de la voz[1] en el goce de lalengua.

Mientras lalengua soporta lo Simbólico que llega a decirse, lo inconsciente -el saber inscripto de ella- se elabora e impone al síntoma. En tanto, el cuerpo que allí goza contribuye con su miedo al malestar, porque hay un saber –lo reprimido primordial- que jamás podrá ser interpretado.

 

Desde La Primera vez que habló en Roma, Lacan planteó la Función del habla y el Campo del lenguaje en psicoanálisis. En La segunda, tuvo en cuenta el deseo del analista y las pulsiones que son lalengua.

En La tercera, nos conduce a analizar los efectos de metonimia de la voz que la homofonía y la onomatopeya inyectan en lalengua. Pues será de ella, de quien se opere la interpretación.

 

Con el sentimiento de que el lenguaje avanza retorciéndose, enrulándose, contorneándose -porque no hay otra forma de pensar-, Lacan dibuja el espacio que nos es común en la transferencia. Se refiere al decir o cadenudo borromeo R. S. I. Ese nudo de sentido, es el objeto a que había trabajado en …o peor.

Se trata –dice- que en este Real se produzcan cuerpos organizados que se mantengan en su forma. Lo que, evidentemente, no va de suyo. Al punto que la respuesta que esbozamos en el Foro, surgió de una situación clínica que nos hizo hacer preguntas.

La práctica cotidiana del psicoanálisis, muestra que lo que motiva el cuerpo es la angustia. La angustia no es el miedo a cualquier cosa.

Para mantenerse en su forma, la que se piensa tener, el cuerpo se motiva con un miedo del miedo. Pero, ¿en relación a qué se sitúa eso que la angustia manifiesta?. Veamos.

 

En Freud, el cuerpo se motiva con el miedo a la propia libido (Conferencia 32, 1932).

En 1925 desde Inhibición, síntoma y angustia, precisa que es el miedo del yo ante las exigencias de la libido. Este miedo que motiva el cuerpo no sólo es miedo al cierre o retracción narcísica que distorsiona la conexión con la realidad, sino el miedo a la castración –a la pérdida de una libra de carne.

Confirma así lo que venía pensando desde 1921 (Cap. VII de Psicología de las masas…). El cuerpo es el vacío incorporado, einverleibt, en la identificación del primer tipo, al padre o al amor. Este cuerpo de ‘goce’ es personificado, verkӧrpert, hecho cuerpo en lo simbólico. Pues el vacío introducido por la función del padre, regula la identificación al trazo unario o del segundo tipo.

Aunque ambos ‘cuerpos’, aún, necesiten ser legitimados por la ley del deseo. Se refiere a la voz que fundó el empuje, Drang, que conformó el ideal del yo en la identificación del deseo al deseo [ésa que Lacan situará en el a que constituye el corazón, el centro del nudo[2]].

 

Lacan, aporta que el miedo es a nuestro cuerpo. Lo que la angustia manifiesta es que el cuerpo se motiva por un miedo del miedo a que nuestro cuerpo estalle o se disuelva en pedazos. A que se desprendan las envolturas del deseo, que le dan unidad y vida en el lenguaje no sólo al cuerpo sino a su uni-verso.

A que aparezcan las imágenes de su propia fragmentación, no enlazadas al fantasma que organiza la pulsión, y reste reducido… a nuestro cuerpo.

 

En síntesis, nuestro cuerpo se motiva en el miedo al miedo de que los registros R. S. I. del deseo que hacen su cuerpsistencia, se desanuden y ya no pueda re-anudarlos en otra enunciación posible. Sin el enlace de la materia de lenguaje que activa/causa un sujeto, su goce se reduciría al goce del cuerpo viviente. Ese cuerpo sintomático, enfermo y padeciente que llega al análisis, no tiene acceso al goce de la vida.

Para que en lo Real o nudo se produzcan cuerpos organizados, el cuerpo libidinal/ pulsionalizado por las investiduras del A que fueran instiladas por el lenguaje desde el habla y lalengua materna, necesita ser legitimado y autenticado o padecerá extrañamiento. Tal como lo observamos en la adolescencia y en otros momentos de la vida, padece la experiencia pathemática del fantasma sin llegar a entrar en la estructura lógica, gramatical, que podría decirla. O peor aún en las llamadas ‘patologías graves’, cuando para motivar el cuerpo se necesita el goce de un corte real –oreja, genitales, panza o rostro. Nada más que para mostrar, qué sucede cuando alguno de los registros se desanuda y no alcanza a reconocerse ‘nuestro cuerpo’.

Tal como lo expresaron los foristas, el cuerpo sólo se introduce en la economía de goce por la imagen del cuerpo. La que debemos anticipar en el A, pues no podemos vernos a nosotros mismos. ¿De dónde advendrá el fallo, en legitimar y autenticar[3] que ése es el propio cuerpo?. Del reconocimiento, de la afirmación del A en su júbilo –han propuesto. En ese instante la mirada, la voz, las caricias y los cuidados del A nos sustraen de la sospecha de quedar reducidos a ‘nuestro’ cuerpo.

 

Viviana Rivero, entiende que esa sospecha viene de y por la prematuración biológica del nacimiento. Ese cuerpo fragmentado, despedazado por el deseo, precisa de una imagen ortopédica que le dé una unidad. La sospecha del retorno de ese «desamparo original», constituye una amenaza pues se reconoce en lo que sin duda alguna no es él mismo sino otro.

Empero, porque no todo el investimento pasa por dicha imagen corporal, hay un resto de cuerpo sin imagen ni palabra. El objeto que lo evoca, viene al lugar del vacío y, entonces, propicia el torbellino del deseo.

Se trata no del objeto causa del deseo, aquél vacío perdido eternamente, sino de un postizo. De una especie de objeto a, de un objeto del deseo en el hacer-se sujeto de esa pulsión en el fantasma.

 

El cuerpo se motiva porque la angustia se sitúa en otra parte.

La primera presentación, la de Guadalupe Alvarez situó la angustia del lado del analista. Nos trajo para ello, un interesante recorte clínico del que tomaremos la articulación que alcanzamos a hacer.

Su analizante, embarazada, dice después de un sueño: “estoy encapsulada en mi propio cuerpo. Quiero irme. Me desespero”.

Sesiones después, deja un mensaje en el contestador: “Guadalupe… no voy a ir. Perdimos el bebé”.

Así es como ella produce un cuerpo organizado, que puede mantenerse en forma: manifestando su miedo del miedo en lo Real del nudo enunciable. Mas…, sin poner el cuerpo.

En el debate, a partir de una falacia: que la clínica es la puesta en acto de la teoría, se puso en cuestión qué valor transferencial tiene la voz de un analizante en el contestador.

Como sabemos, de acuerdo con Freud, no hay (trabajo) de la transferencia en ausencia o en efigie[4]. Dado que dicha voz, no se actualiza en el trabajo de la transferencia.

Es importante recordar que, entre la clínica y la teoría no hay relación sexual.

Por consiguiente, lo escuchado restará en el agujero entre clínica y teoría hasta que la voz sea traída en discurso a la sesión de análisis. Entonces, se verá si responde a lo que dice afirmar: perdimos el bebé.

 

De modo seductor esta frase aparece como parte de lalengua interpretable, por los rastros indiciales de la transferencia imaginaria, narcísica. Lo que interroga la analista, pues deja a la interpretación abierta a innumerables sentidos, es la pasión de la ignorancia que suelda la relación analista-analizante.

En este punto, vale la pena que nos preguntemos, ¿qué análisis/trabajo de la transferencia es posible pensar cuando se habla a un gadget (el contestador telefónico)?.

¿Cómo no atribuir sentidos a los significantes que ésa voz le hace escuchar a su analista, cuando no es posible interpelar el goce con que los ha dicho?.

En el discurso analítico, ¿cómo se manifiesta la disyunción de cuerpo y goce, fuera del afecto engendrado por el no encuentro de los cuerpos?.

Tomamos con precaución el resultado de la discusión, pues tal como lo enunció Javier Calzada: La angustia se sitúa en otra parte en nuestro cuerpo. Con Lacan y más allá de su enseñanza, recordó que Harari planteaba esta irrupción del cuerpo… como un Real imprevisible. Cuerpo que, no sólo en un análisis, habla y goza sin saber.

Sin embargo, sólo en un psicoanálisis podrá hacer-se responsable de su saber-hacer con el síntoma. Porque allí, en ese espacio del decir, el anudamiento de su deseo puede desenlazarse y re-anudarse.

 

Quizás, también nos haga falta pensar, ¿de qué cuerpo/presencia del analista estaremos hablando en un espacio de discusión en foro?. ¿Es posible que en tan poco tiempo, cada analista diga lo que piensa y pueda hacerse cargo del goce que goza cuando piensa?.

¿Tendrá ocasión y causa, en ese espacio empático, de autorizarse de sí mismo ante esos otros que también intentan decir lo suyo?. ¿Desde dónde?. ¿Es que el analista podría prescindir cuando está en un público, de lo que le hace pensar el decir del otro o de la identificación al ideal del yo que sugestiona su deseo?.

¿Cómo opera la transferencia de trabajo en la transmisión, si cada acto de habla no cesa de no escribirse fuera de un análisis?. Son situaciones a tener en cuenta, cuando lo que ponemos en cuestión es la clínica psicoanalítica.

 

En ese sentido, se buscó algún saber hacer. Javier Calzada, responde estas preguntas del público: ¿En el analista hay angustia?. ¿Dónde se sitúa la angustia, cuando acontece el corte, desanude o desprendimiento de alguna consistencia corp-oral?. Su planteo vuelve a situarla en otra parte, pero en nuestro cuerpo.

Insiste en que es el cuerpo quien contribuye al malestar y sugiere que se puede interpretar.

Lo que es Real, es que ese malestar que se comprueba y atraviesa en la experiencia analítica, en el lazo social sólo encuentra dispersión, segregación, amor u odio a-palabrado.

Lo que motiva el cuerpo en la práctica, son las consonancias y disonancias del vacío que lo hace consistente. Esta es la razón por la cual Lacan introduce la herejía homofónica en el espacio transferencial R.S. I: hérésie, er-es-i.

Dentro de este espacio, ¿por qué exige que la interpretación se opere desde las pulsiones que son lalengua?. Porque, de este modo, impulsa la exégesis de las formas canónicas de interpretación.

Entendemos desde la lectura de Freud, Lacan y Harari, que los ecos, reverberancias, consonancias y disonancias vozeadas, fundan las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del Ello.

Este caosmos del deseo no se pierde, si la interpretación se opera de eso que se enuncia al anudar un cuerpo. Con este motivo, apuntamos a jugar con los vocablos hasta hacer del síntoma equívoco. El que confirmará la erosión, el desgaste del sentido en el uso y el empleo de los mismos.

Hasta que –como Lacan lo planteará en L’insu…– en la patinada de una palabra en otra, deslice la-una equivocación que dará a luz los requerimientos que el cuerpo hace a la vida anímica.

 

Por ahora, Lacan se sitúa en la voz que gira para hacerse-oír en sesión. Entonces, lo que el analista necesita oír, es eso que dice-lo-que. Eso es la enunciación del ronroneo de la carne macerada por el deseo. ¿También este orden de escritura motiva al cuerpo por el miedo del miedo?.

 

Así lo expuso Mónica Cuello al decir que: La angustia es ante algo. Que lo que acorrala al sujeto, es esta indeterminación que es señal de lo Real.

La que, en principio, Lacan ubica en el yo. Y luego, desde La Tercera, en la vivencia que no engaña. Dado que el cuerpo existe por un orden de escritura, es efecto de lalengua y el habla materna que lo han pulsionalizado.

Asimismo, propone que esa otra parte de nuestro cuerpo donde se sitúa la angustia, es lalengua que parasita el cuerpo mientras éste es siendo anudado. Mas no en lo Imaginario o lo Simbólico, sino en lo Real del cuerpo.

 

El pensamiento que motiva el cuerpo, se aloja en el cuerpo[5].

De la ponencia de Susana Viña se desprende que la angustia se sitúa en otro lugar en nuestro cuerpo, porque al cuerpo lo pensamos. Puntúa que este pensamiento trata de la relación a la imagen que él tiene de su imagen especular/corporal.

Entonces, se hace necesario el reconocimiento de nuestra forma. Empero, hay un residuo no imaginado del cuerpo, que no puede situarse porque no tiene imagen en el espejo.

La analista nos deja para pensar, que reducirnos a nuestro cuerpo es gozar del desperdicio: del objeto a cagada o mirada, voz o teta que caracteriza el cuerpo del sujeto.

 

Al cuerpo lo pensamos, lo hacemos cuerpo, lo panzamos [homofonía entre pensée y panse]. Lo sufrimos, porque ahí lo sexual miente cuando las pulsiones, lalengua, llevan el cuerpo a gozar de objetos a. A gozar de los borramientos del sujeto, de los que no hay sustancia ni idea.

De estos objetos, sólo tenemos idea cuando se rompen. Por consiguiente, lo que estalla y rompe la pantalla haciendo estallar al cuerpo, no viene de dentro de la pantalla. Nos viene del objeto a, que hace lugar y sitio al goce fálico.

Si el cuerpo dejase de ser siendo anudado[6], si se redujese al cuerpo viviente, al caer mostraría cómo se ha desprendido de las otras consistencias.

 

En este sentido, Guillermo Millia expone sus preguntas respecto de si hay algún saber sobre lo que motiva la reducción al cuerpo en la angustia. Creímos entender, que sus sospechas se dirigen al proceso de ‘aprehensión’ de un cuerpo que antecede la angustia. El sentimiento del que ellas surgen, sólo se confirma en su vuelta: volver al mismo lugar es que el miedo del miedo nos desintegre.

 

Lo escuchamos decir: “la angustia no motiva el cuerpo”. Tal vez sea cierto. Pues nos encadenamos al afecto, ante lo Real del goce. El que sólo es elaborable en un psicoanálisis o tramitable en lo bello (nos deleitamos con la Self obliteration de Yayoi Kuzama).

La práctica del psicoanálisis y la obra de arte, muestran el cuerpo motivado por el miedo del miedo: que no se limite a un goce fuera del cuerpo y el cuerpo se colme de objetos gozados en lugar de poder gozar de ellos. Esos objetos obstruyen con su presencia el vacío, el apretamiento central escrito por lo enunciable. Un plus de gozar, que nos permita decir con no demasiado goce.

En consecuencia, el miedo del miedo también se sitúa en relación a esa intersección del goce fálico: el fuera de cuerpo del goce del habla o las palabras pronunciadas.

Lo que hace lugar y sitio para el goce, es el objeto a. Lugar, para la conexión de todos los goces. Y sitio, del plus de gozar el trabajo de estrechar a lo Simbólico cuando logra abolir el sentido que portan las palabras en el lenguaje.

Y como sabemos, a las palabras se las puede llevar el viento. O al menos, a veces, en el acaloramiento de una discusión, podemos creer eso.

La analista nos deja para pensar

 

 

 

 

 

7 de setiembre de 2013

María Borgatello de Musolino

mrbmusolino@gmail.com



[1] J. Lacan, La Tercera, Actas de la Escuela Freudiana de París, Barcelona, Petrel, 1980: “La voz porta, trae, lleva este goce del cuerpo, lo hace conocer en el viento del decir que yo (moi) no puede prever. Basta con decir, yo (moi). Es la verdad, no hay medio de escapar de allí”.

 

[2] J. Lacan, R. S. I., seminario del 15 de abril de 1975, Inédito

[3] G. Agamben, El mistero del male, Bari, Italia, Editorial Laterza, mayo 2013

[4] S. Freud, La dinámica de la transferencia, Tomo XII, Buenos Aires, AE: “Es innegable que el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al psicoanalítico máxima dificultad; pero no debe olvidarse que precisamente estos fenómenos nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y manifiestos los impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en fin de cuentas nadie puede ser vencido in absentia o in effigie”.

[5] J. Lacan, El sinthoma, 13 de enero de 1976: “…el cuerpo no se evapora, es consistente, y esto es lo que le es, a la mentalidad, antipático, únicamente porque ella allí cree, tener un cuerpo para adorar: ésta es la raíz de lo Imaginario. Yo lo panzo, es decir lo hago panza, entonces lo sufro, ¡es a eso que eso se resume! Es lo sexual lo que miente ahí dentro por contarse demasiado, a falta de la abstracción imaginaria mencionada más arriba, la que se reduce a la consistencia. Pues lo concreto, lo único que conocemos, es siempre la adoración sexual, es decir la equivocación (méprise), dicho de otro modo el desprecio (mépris)”.

[6] Un efecto de lo Real, como la masturbación, una herida o enfermedad, el nacimiento de un hermanito, la asunción de un lugar padre, de autoridad o de prestigio, una hiperestimulación erótica continuada en el tiempo, etc. podría desmoronar el cuerpo y mostrarlo fragmentado y fragmentario. El pathos de ese corte pulsional, como el de cualquier otro, modelará un borde si el Nombre del Padre dirige y orienta el goce del cuerpo que es ser de las significancias. Mas si el vacío del objeto fallo no va al agujero de la relación sexual que no hay, entre cuerpo/goce y lenguaje, el cuerpo que lo goza puede padecer la supresión, invasión o disolución de los bordes corporales en lo que llamamos desbordes corporales.