Los nombres de Deleuze
Por Luciano Lutereau[1]
[1] Psicoanalista. Lic. en Psicología y Filosofía por la UBA. Magíster en Psicoanálisis por la misma Universidad, donde trabaja como docente e investigador. Es también profesor Adjunto de Psicopatología en UCES. Autor de varias publicaciones, entre ellas los libros: Los usos del juego (2012) y ¿Quién teme a lo infantil? (2013). El presente texto expone la conferencia pronunciada el sábado 3 de mayo de 2014 en las Jornadas “Deseo y repetición. Deleuze con el psicoanálisis” en el Centro de Lecturas: Debate y Transmisión.Veámoslo desde otro punto de vista. Deleuze mismo sabía que El Anti-Edipo es un libro algo “púber”. Así lo dice en Conversaciones:
“Es por esa razón que hemos dicho que este libro, al menos de derecho, estaba dirigido a tipos de entre quince y veinte años.” (Deleuze, 1990, 17)
Un “pecado de juventud”. Con estos términos nos referimos a esos pasos que no podríamos dejar de dar, pero que sólo damos para abjurar de ellos. Era necesario hacerlo, aunque para olvidar su causa. No su efecto. Todo pecado es, a decir verdad, una confesión de amor. Deleuze quiso ser moderno. Masotta ya no tenía interés en seguir rodeándose de jóvenes.
La de Deleuze es una filosofía pop. La demostración y la argumentación le resultan ajenas. Retomemos las Conversaciones, donde nos da una clave de cómo leer El Anti-Edipo:
“Algo sucede o no sucede. No hay nada que explicar, nada que comprender, nada que interpretar. Es como una conexión eléctrica. Cuerpo sin órganos, conozco gente sin cultura que comprendió enseguida.” (Deleuze, 1990, 17)
Esos adolescentes sin cultura. Algunos de los que también eligió Lacan para que lo siguieran en su enseñanza. Así como también invitó a Deleuze a su seminario, e intentó seducirlo para que fuera una de sus voces parlantes.
Esos jóvenes eléctricos, “modernos”. Y nosotros, que escribimos sobre Deleuze y Lacan. Que nos preguntamos cómo hacerlo. ¿Tiene sentido una tesis sobre la obra de Deleuze? ¿Es posible explicar a Lacan? Decir Lacan dice. Decir Deleuze dice. Contradicciones performativas. En todo caso, pensar con Lacan, con Deleuze. Y, así y todo, la fricción es continúa cuando queremos vincular sus nombres.
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Kojève decía de Paracelso que todas sus proposiciones eran falsas, pero que su pensamiento expresó perfectamente el mundo que lo rodeaba. Lo mismo podría decirse de Deleuze como lector de Lacan. No hay en ese libro eléctrico que es El Anti-Edipo ninguna pretensión de validez en los enunciados; y, a pesar de esto, su enunciación expone una verdad.
Detengámonos un momento. Quizá un aspecto fue tomado como evidente. Deleuze, ¿lee a Lacan? Quien tome El Anti-Edipo (o la presentación de Sacher-Masoch, así como casi cualquier libro en que Deleuze comente conceptos del psicoanálisis), podrá notar que Deleuze suele hacer referencias a comentadores de Lacan. En otras ocasiones, a discípulos de la Escuela Inglesa o, incluso, de quien sí podría decirse que Deleuze fue un lector es de Freud. Toda la última parte de El Anti-Edipo es una lectura que opera con el mito de horda de Tótem y Tabú como referencia implícita.
No hay dudas de que Deleuze fue un excelente lector. Sus libros sobre filósofos hablan más de él que de Bergson, Spinoza, Nietzsche, etc. También fue un lector de Freud; pero no de Lacan.
Deleuze no leyó a Lacan. Volvamos a Conversaciones:
“Nosotros, nuestro afuera, al menos uno de nuestros afueras, ha sido una cierta masa de gente (sobre todo jóvenes) que estaban hartos del psicoanálisis.” (Deleuze, 1990, 18)
Quisiera plantear una pregunta seria. ¿Se puede ser deleuziano después de los treinta? Dicho de otra forma, ¿hay algo más tradicional, más edípico, que ese hartazgo del psicoanálisis? Ese aire de rebelión, esa nueva modernidad, el pataleo contra el padre. ¡Oh, juventud! En definitiva, ¿no podría ser a esos jóvenes demasiado listos que Lacan dedicó sus seminario sobre Los nombres padres (Les noms du père), que también podría traducirse como “los no incautos yerran” (Les non dupes errent)?
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¿Cuáles son los nombres de Deleuze? Podríamos creer que los encontraríamos en sus máscaras. Ya las mencionamos. Aunque un nombre no es un alter ego. Y mucho menos la pluralizaciones de nombres equivale a un conjunto de nombres.
Lacan se ocupó de los nombres de Freud: transferencia, repetición, inconsciente, pulsión. En efecto, jamás se trató de conceptos. Durante un año –en el curso del seminario del año 1964– Lacan intentó precisar el alcance conceptual del psicoanálisis. Al año siguiente, en su seminario titulado “Problemas cruciales para el psicoanálisis” –en la clase del 2 de diciembre– afirmaba lo siguiente:
“El año pasado hablé de los fundamentos del psicoanálisis. Hablé de los conceptos que me parecen esenciales para estructurar su experiencia y pudieron ver que ninguno de esos niveles se trató de verdaderos conceptos; que no pude hacer que ninguno resistiera, en la medida en que los hice rigurosos, en el lugar de referente alguno; que siempre, de algún modo el sujeto, que es quien porta esos conceptos, está implicado en su discurso mismo.”
No hay conceptos del psicoanálisis toda vez que, para hablar del inconsciente, es preciso encarnar ese modo de retorno (apertura y cierre) que es el inconsciente; y lo mismo podría decirse de los demás conceptos. Ya Freud notaba las dificultades de definir la pulsión –es “nuestra mitología”, sostenía en su ensayo de 1915 sobre el tema–. De ahí que no sea necesario partir de condiciones necesarias (y suficientes) de aplicación de un término para construir la teoría psicoanalítica. En efecto, incluso podría afirmarse que el psicoanálisis no es una teoría –dado que rechaza toda derivación deductiva a partir de ciertos componentes iniciales–. El psicoanálisis es la puesta en acto de una experiencia. Es un método de puesta en acto de categorías o nociones, que no tienen más referente que las operaciones que inscriben en el modo de vivir en que se encuentran analista y analizante. Por lo tanto, ¿no hay una inspiración psicoanalítica en la filosofía de Deleuze, más allá de sus dichos sobre el psicoanálisis?
Conocemos los nombres de Deleuze: repetición, deseo, rizoma, acontecimiento, etc. Nunca encontramos definiciones, sino procedimientos. La escritura de Deleuze siempre impacta como precipitada. Su estilo podría parecer dogmático, sino fuera porque es hiperbólico e irrisoriamente delirante. El Anti-Edipo tiene el ritmo de la objeción y la ironía esquizofrénicas. Deleuze –al igual que Lacan– no está en sus afirmaciones, sino en su estilo. Entonces, ¿cómo responder a esos intentos de comparaciones entre autores a partir de críticas blandas, demasiado dirigidas a interlocutores antes que a una forma de pensar y sentir?
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Un lugar común. Lacan definiría su concepción del deseo a partir de la falta. En esto consistiría su interpretación del complejo de castración. En última instancia, Lacan sostendría la hipoteca freudiana del complejo de Edipo.
Esto no es leer. Esta idea se desprende de la lectura fácil de El Anti-Edipo, pero esto no es leer. Esto puede calentar a algunos adolescentes, pero la filosofía no es para producir un reaseguro narcisista. Un filósofo no es un profesor. De acuerdo con Lacan, un profesor es el que enseña acerca de enseñanzas; es decir, un idiota útil. La filosofía es para aprender a leer.
Lacan leyó a Freud. Nada de lo que dice Lacan está en Freud, pero es el saldo de una lectura. Todo lo que dice Lacan está en Freud, pero es el efecto de una enseñanza. Después del encuentro con un lector ya no hay modo de volver a la ingenuidad. ¿Qué es leer? ¿Qué es filosofía?
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Hoy en día nos encontramos con una variedad enorme de estudios deleuzianos. No obstante, ¿es posible ser deleuziano? ¿Cuántos han sido lectores de Deleuze? Badiou fue un lector de Deleuze. Žižek no.
¿Sería posible conocer el alcance de la obra de Deleuze sin interrogar su deseo? Acaso, ¿el deseo de Deleuze puede ser distinguido de sus nombres? En principio, Deleuze eligió la pluralización. Esto ya implica que no hay nombre para el deseo. Hay nombres del deseo, pero nombre de deseo.
Con Lacan ocurre algo semejante. Todos sus intentos de teorización es desvanecen. Los críticos sólo pueden encontrar inconsecuencias. Sin embargo, este es el aspecto fundamental. Por ejemplo, no hay concepción lacaniana de las psicosis; sí un intento de aprehender la posición subjetiva de Schreber. De la misma manera, durante meses (hacia el año 1957) Lacan formula diferentes elaboraciones en torno a la estructura perversa para, luego, al poco tiempo, publicar un ensayo donde contradice cada uno de los puntos establecidos. Una clínica de lo imposible, de la singularidad como excepción. El psicoanálisis no es una teoría de la subjetividad, sino una experiencia de esa forma de división del ser que llamamos “sujeto”.
Un ser dividido. ¿No es también lo que encontramos en Deleuze? ¿No es hacia esta orientación que se dirigen sus desarrollos en torno a lo virtual y el fantasma? ¿No sería vano intentar una “ontología deleuziana”? Todo esto nos supera. Buscamos que las palabras sean conceptos. No nos alcanzan los nombres. Así, reconducimos la fuerza de un pensamiento a un conjunto de postulados.
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Deleuze y Lacan fueron lectores. Estuvieron demasiado ocupados con sus cosas como para leerse entre ellos. Es a nosotros que nos queda ese horizonte. ¿Desde dónde nos pondremos en juego? Que la disciplina del comentario no agote la potencia del pensar.
Bibliografía
Masotta, O. (1977) Lecciones de introducción al psicoanálisis, Barcelona, Gedisa.
Deleuze, G. (1990) Pourparlers, Paris, Minuit.