Juegos de contrastes
Por Marifé Marcó
Decía Susan Sontag: «La cámara tiene el poder de sorprender a la gente presuntamente normal (…), insinúa de modo persuasivo que el tiempo consiste en acontecimientos interesantes (…). El fotógrafo selecciona la rareza, la persigue, la encuadra, la procesa, la titula». Eso es exactamente lo que hace Andrea Chama con su cámara: narra con aguda mirada el paisaje urbano haciendo jugar los contrastes; luces y sombras arman diversos escenarios en los cuales se encuentran las huellas del tiempo.
El mes pasado expuso en Palermo una enigmática serie de fotografías a las que tituló El misterio de la calle 46, en la cual mostraba rincones desiertos y personajes neoyorquinos envueltos en una soledad impenetrable, espejando el ahora.
Andrea Chama empezó a estudiar fotografía en el año 2003 en la escuela Motivarte. A lo largo de todos esos años hizo diversos talleres con múltiples profesores, tales como Rodolfo Lozano, Lutz Matschke, Martín Linietsky. También estudió fotografía de moda con Aldo Bressi y William Kano. Cada uno de sus maestros, con sus diferentes enfoques, le aportó una diversidad de conocimientos. Actualmente se encuentra estudiando en un taller con Juan Travnik, quien la guía para la consolidación de su obra. Dice: «Estoy haciendo un perfeccionamiento con Néstor Crovetto en el uso de Photoshop que –si bien no soy una gran partidaria de esta herramienta que puede llevar a una utilización excesiva–, para mí, cumple la función que solía cumplir el laboratorio».
Sus referentes son Frank Brewer, Thomas Ruff y Thomas Struth, todos provenientes de la escuela de Düsseldorf, a la cual admira profundamente. Andrea hace referencia a que la enseñanza de los Becher (Bernd y Hilla), de carácter muy liberal, no desembocó en la uniformidad del lenguaje iconográfico de sus alumnos, sino en el desarrollo de planteamientos individuales extremadamente divergentes. El objetivo no era la imitación, sino la invención de nuevos universos iconográficos. Realismo, distancia y objetividad son conceptos a los que se recurre frecuentemente para uniformar la heterogeneidad de estos artistas, a fin de comercializar más fácilmente la etiqueta «escuela Becher». Probablemente no haya ningún maestro cuyos discípulos hayan cosechado tantos éxitos como el alumnado de los Becher. También se ha imbuido del pensamiento de Stephen Shore y Peter Marlow, quienes abarcan el paisaje físico y social.
La búsqueda estética de Andrea Chama la sumerge en un nuevo proyecto: seguir recorriendo Nueva York, meca del capitalismo industrial, para extraer sus contrastes; continuar narrando, a través de recortes fotográficos, para poner a nuestro alcance los procesos de cambio del primer mundo.
Chama es una artista emergente que proyecta seguir exponiendo en el exterior; en Argentina, se afirma en el circuito del arte con un futuro promisorio.