VIGENCIA Y TRASCENDENCIA DEL RETRATO
Por Julio Sánchez
CAPA RUSA es la nueva serie fotográfica de Leandro Allochis: una galería de personajes masculinos enfundados en uniformes que remiten a la Rusia de fines del siglo XIX y proponen reflexionar sobre los nuevos modos de representación. El artista retoma la tradición del retrato oficial para darle nuevos aires, mediante el uso de la tecnología digital y la inclusión de gráficos sobreimpresos. Imágenes que respetan, a la vez que transgreden, los arquetipos del retrato clásico, imprimiendo a sus composiciones diversas capas de temporalidad e interpretación.
¿Por qué justamente rusos? Quizá por asociación con los inviernos crudos y los paisajes áridos de Perito Moreno, el pueblo santacruceño que vio nacer a Leandro Allochis. Sin embargo, el artista sostiene que se sintió atraído por un momento bisagra en la historia de la fotografía, cuando todavía se pintaban retratos al óleo y a la vez comenzaba la novedosa tecnología del daguerrotipo, no en cualquier lugar, sino específicamente en la Rusia de los últimos Romanov. La tipología que le interesa a nuestro fotógrafo es la del retrato oficial, la que técnicamente los historiadores llaman «retrato de aparato», especialmente destinado a reyes europeos que necesitaban refulgir con toda su majestad echando mano de los atributos y símbolos de poder disponibles. En el caso de los rusos, primaba el uniforme militar, las condecoraciones, cetros, coronas, capas, charreteras y cordones dorados, todo dispuesto con la sobriedad masculina que requería el cargo.
Allochis no refleja, sino que construye la identidad de cada uno de sus retratados. ¿Qué tienen en común estas fotografías? Sobre un fondo neutro, casi todos los personajes están de frente rotundo (algunos pocos, de perfil y menos, de tres cuartos) a la manera de los documentos de identidad que, a la vez, siguen el modelo antropométrico del policía francés Alphonse Bertillon para identificar criminales ‒retomado por Andy Warhol en su serie Thirteen Most Wanted Men‒. Los modelos fueron elegidos con rigor, son hombres jóvenes, de ojos claros y pelirrojos, algunos barbados o con bigotes para que no queden dudas de su hombría, todos enfundados en uniformes militares de gala. En estos retratos hay una tensión entre la voluntad de unificar y diversificar, dentro de un patrón de representación que acentúa plenamente los rasgos personales. Hay un sinnúmero de punctum ‒según Roland Barthes, aquellos detalles que nos punzan‒: el anillo de perla blanca en los dedos sucios, el hilo de sangre de remolacha, la bandera rusa tricolor entre los botones del uniforme, los párpados somnolientos, los restos de comida en la barba. Hay gráficos sobreimpresos de mayor o menor densidad que parecen corresponder a rasgos de la personalidad de cada uno, y a la vez exacerban el carácter digital de la obra.
La pose hierática recuerda la tradición de los íconos rusos, y la forma de disponer ciertos elementos que acompañan a estos militares tiene algo de la iconografía del Renacimiento italiano, forma de componer que ya ha transitado Allochis en otras oportunidades. La manera en que un personaje sostiene un bebé y otros dos a sendos perros recuerdan ciertos retratos de Leonardo da Vinci (La dama del Armiño, por ejemplo). Los guiños a la historia del arte son constantes: el brócoli que sale de la boca del cosaco con gorro de piel es como una filacteria medieval; el rústico de pelo revuelto y manos grandes y sucias que sostiene un plato con una papa evoca sin querer ‒o adrede‒ a Los comedores de patatas de Vincent Van Gogh, que era tan pelirrojo como el retratado. Al muchacho con hemangioma en el rostro, de uniforme blanco y charreteras rojidoradas con un plato con dos remolachas sangrantes, no cuesta mucho asociarlo con la iconografía de Santa Lucía que sostiene una bandeja con sus dos ojos, o de Santa Águeda, también con una bandeja conteniendo sus senos. La ficción del retrato no siempre es tal: en el retrato doble de los gemelos barbados se observan audífonos anticuados, otoscopios y una corneta auditiva; los muchachos en verdad son hipoacúsicos.
En esta nueva serie, Allochis echa mano de la iconografía tradicional del retrato del siglo XIX como homenaje y subversión a la vez. La pureza visual de otrora es ahora alterada con diferentes grados de incertidumbre: el rostro de un bebé se pixela como lo hacen los medios de comunicación masiva, los gráficos sobreimpresos pueden remitir a universos paralelos que nos atraviesan y que no percibimos, los elementos antiguos en rostros contemporáneos nos hablan de una humanidad trascendente, más allá de Rusia, más allá del derrumbe de tantos imperios.