«Una llamarada pertinaz: La intrépida marcha de la colección del moderno»
Reseña sobre la nueva puesta de la colección del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba)
Por Jesu Antuña
¿Qué sentido tiene, frente al carácter efímero de buena parte del arte contemporáneo, la colección permanente de un museo? ¿Qué desafíos aparecen sobre el horizonte cuando se trata, además, de una colección que pertenece a un museo público latinoamericano? En oposición al carácter fotogénico, siempre atento al mercado, que proponen gran parte de los museos privados, la función de una colección perteneciente a un museo público pareciera ser aquella capaz de dar cuenta de tiempos más prolongados, lentos, propio de las transformaciones culturales. Sin perder de vista la producción novedosa – muchas veces rupturista – la colección de un museo público implica en buena medida la creación de una tradición visual, tradición que entonces servirá de archivo – entendido ahora como conjunto de obras -, sobre el cual volver para producir nuevas figuras interpretativas.
Como señala Claire Bishop en Museología radical «los museos son una expresión colectiva de lo que consideramos importante en nuestra cultura y ofrecen un espacio para reflexionar y debatir acerca de nuestros valores; sin reflexión no puede haber movimiento hacia adelante que pueda ser considerado tal». La colección de un museo es el espacio ideal para atender a esa reflexión. Por supuesto que en toda colección habrá omisiones, lagunas, como por otra parte siempre las hay en la construcción de una tradición. Lo importante, en todo caso, es la posibilidad de establecer nuevos relatos curatoriales que den cuenta de estas omisiones, lo que de alguna manera implica repensar cada museo como institución.
En este sentido, una producción de relatos curatoriales verdaderamente efectiva sería aquella que implique la noción de constelaciones, tal como las entendía Walter Benjamin. Una constelación de este tipo implicaría desarmar las taxonomías heredadas, las divisiones disciplinares, las formas calcificadas y el sentido inerte del pasado, para ser capaz de unir los eventos – y las obras – de otra manera, potenciando una lectura sobre el pasado que dé lugar a los elementos omitidos, a las lagunas conformadas por determinada concepción histórica.
Así, y con una impronta celebratoria por cumplirse 62 años desde su fundación – y después de haber realizado una gran ampliación – el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba), presenta Una llamarada pertinaz. La intrépida marcha de la colección del Moderno, que exhibe unas 300 obras de más de 120 artistas para proponer un recorrido por la historia del Museo y de su colección. La puesta – llevada a cabo por el equipo curatorial del museo – parece asumir una responsabilidad tanto con la propia institución como con su colección, pero también con las distintas manifestaciones artísticas de la ciudad y del país. Como señala Bishop, «Sin una colección permanente, es difícil para un museo afirmar cualquier compromiso significativo con el pasado -pero también, yo apostaría, con el futuro», el Moderno parece hacer carne esta afirmación, ya que además de poner en valor la propia colección, relee su propia historia como una institución púbica de vanguardia que apuesta a reconocer la novedad y la transformación constante.
La exposición se encuentra estructurada en núcleos que atraviesan distintos momentos históricos del siglo XX y XXI, y propone diferentes conjuntos de obras que dan cuenta de las transiciones por las que pasó el museo desde su fundación. Los núcleos recuperan el legado de quienes fueron los fundadores y los directores del museo a través de su historia, con la idea de acercarse a los proyectos que cada uno de ellos llevó a cabo, tanto para hacer visibles estas transiciones, como para dar cuenta de la forma en que se constituyó la colección.
De esta manera, la exposición va desde la Colección Pirovano – que pone en foco el inicio y desarrollo de la abstracción en la Argentina – hasta las distintas manifestaciones artísticas que se produjeron en el país a partir del 2001, periodo a partir del cual el museo recupera – después de 35 años – su programa de adquisiciones. Por otra parte, se retoma el impulso de Squirru como fundador y entonces director del museo, quien, entre otras cosas, le dio al informalismo un lugar destacado tanto en la ciudad de Buenos Aires como en La Plata. Así, este núcleo propone un conjunto de obras que van desde Kenneth Kemble hasta Alberto Greco y su primer Vivo Dito.
Otro núcleo es el que hace foco en la década del ´70, década marcada por las dictaduras militares latinoamericanas, que se manifiesta en una producción artística entendida como vehículo para la crítica política y el cambio social. Este conjunto reúne obras de Alberto Heredia – 400 piezas donadas por el artista en el año 2000 – Berni, Pablo Suárez, Mirtha Dermisache, Víctor Grippo, Juan Carlos Romero y León Ferrari.
En el medio aparecen ciertas joyitas, como Transparencias (de 1928) del fotógrafo Horacio Coppola, que forma parte de la colección fotográfica del museo, siendo además la obra más antigua de la colección. Este conjunto está integrado por obras de otros renombrados fotógrafos, como Grete Stern, Sameer Makarius y Annemarie Heinrich.
Una de las secciones más interesantes es aquella que recupera la producción que desde 1989 se produce en torno al Centro Cultural Rojas y a la figura de Jorge Gumier Maier. Las obras de Marcelo Pombo, Omar Schiliro, Alfredo Londaibere, y Alejandro Kuropatwa se dan cita para proponer una constelación que da cuenta de una década marcada tanto por una política de la sexualidad que gira en torno al HIV, como por la búsqueda de una materialidad popular producida a partir de una estética doméstica y de un lenguaje decorativo.
Una llamarada pertinaz es entonces una puesta celebratoria sobre la colección del museo. Pero además, es la puesta en evidencia de la importancia de una institución pública de este tipo, de un museo público con una colección propia. A eso, en los tiempos que corren, también hay que celebrarlo.