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14 agosto, 2019

Toda poesía es política

Por Maxi Moncalvillo

Toda poesía es política

Entrevista a la poeta María Magdalena.

De las noches en la infancia tomó el hábito de la lectura y la escritura, su momento, su lugar. Sus padres como primeras influencias: del amor por los libros, pero por sobre todo de la «rigurosidad con el lenguaje». Habida lectora. Noctámbula. Del grunge de Cobain a la poesía de Rimbaud y Baudelaire, de Pizarnik a Plath, de la adolescencia con Beauvoir al movimiento feminista de los últimos años, sentencia: «toda poesía es política».

Su vida está atravesada por las letras, pero también por el psicoanálisis, algo que le es inherente a su escritura, a su modo de vincularse y de observar la realidad.

María Magdalena ha publicado cuatro libros: Spleen (2013); La pequeña muerte (2015); Los nombres del padre (2016); La perfecta desnudez: conversaciones desde Alejandra Pizarnik (2018); y su último poemario Continente negro (2018).

 

Si tuvieras que elegir algunas palabras que te definan como poeta ¿cuáles elegirías?

Difícil definirse poeta y quizás más difícil aún definirse como poeta. La neurosis me hace adepta a las definiciones, pero en la poesía me permito hacer con la contingencia y lo variable.

¿Cuáles son tus influencias en relación con la escritura? ¿Podés liberarte de ellas al escribir o en algún momento se ha vuelto en contra?

Mis primeras influencias las recibí de mi padre y de mi madre. Influencias en el sentido de transmisión: del amor a los libros y del ritual de la escritura. También de cierta rigurosidad con el lenguaje. Mi madre escribía de noche, mientras todos dormíamos. Saberla despierta me hacía sentir amparada, era como una guardiana del sueño. La noche se convirtió también para mí en el espacio privilegiado para la escritura, así que de algún modo mientras escribo estoy recreando esa escena mágica de la infancia. En cuanto a la lectura, me inicié en la poesía a través de Baudelaire y de Rimbaud, a los doce o trece años. Con un ejemplar de Las flores del mal que había en mi casa jugaba a la poetomancia, hacía preguntas y abría el libro al azar. Entendí que se trataba de resonancias, de correspondencias, no de respuestas, y que la poesía implicaba una mística diferente a todo lo demás. A Rimbaud llegué gracias a Kurt Cobain, quien, dicho sea de paso, me abrió un vastísimo universo musical y literario. Esos son los artistas que me interesan, los que abren mundos. Luego vinieron Alejandra Pizarnik y Sylvia Plath, dos imprescindibles. De ninguno siento haberme liberado, y tampoco quisiera hacerlo. Hay rastros de lo que he leído en mi escritura, y creo que es inevitable que así sea: somos –escribimos– de acuerdo a lo que nos hizo marca, a lo que nos produjo algún efecto. Cuando leo busco ser conmovida, interpelada. Todo lo demás es intrascendente. Entonces creo que sería en vano rebelarme contra lo que me formó y transformó, pero sí intento hallar algo propio en la escritura.

¿Qué libros «tenés siempre a mano» para volver a leer?

Hay libros a los que nunca volví, y sin embargo me acompañaron con mucha sabiduría durante un largo tiempo, como El lobo estepario de Hesse en mi adolescencia. Hay otros libros que no dejan de volver, como los de Pizarnik, aunque intente soltarlos. Y otros a los que vuelvo con hambre y sed, como los de Pessoa y Kafka, porque me hacen sentir menos sola y porque le restituyen la magia al universo. Pero también siempre tengo cerca a esas poetas y escritoras que me convocan una y otra vez, de distintas formas y en diferentes momentos: Woolf, Plath, Sexton, Thenon, Cixous, Duras.

En alguna entrevista leí que una de tus formas de duelar es escribiendo: ¿hoy en día sentís que ese proceso de duelo seguido de escritura sigue siendo «reparador» o «liberador» al hacerlo?

La escritura permite dejar ir aquello a lo que nos aferramos con fervor y dolor cuando estamos duelando. En ese sentido, tiene un carácter liberador, sí. Pero no cura. En tal caso, es un modo de hacer con lo incurable. Y ese hacer implica, justamente, otra cosa. El duelo, si se hace, es un trabajo. Hay un texto de Fabio Morábito en el que dice que no se puede escribir llorando. Lo leí justo mientras debatía con una amiga poeta sobre si la escritura cura. Llorando no se escribe, contra toda romantización de la locura o del dolor. Hay algo del sufrimiento que es profundamente autoerótico, si se me permite lo psicoanalítico, y el acto de escribir ya implica un lazo con el mundo, aun cuando se lleva a cabo en la más absoluta soledad.

 

 

¿Cómo es el vínculo de tu poesía con el psicoanálisis? Y ¿cuánto de psicoanálisis o análisis hay en tus letras?

Hay un entrelazamiento, por un lado, inevitable, y por otro, buscado. Me interesa la poética del psicoanálisis y también cómo la poesía dice mejor, y más preciso, sobre mucho de lo que teoriza el psicoanálisis. Antes decía que la escritura es un modo de hacer con lo incurable, de eso saben los poetas, los analistas y los analizantes. En mi último poemario, Continente negro, me serví de algunas mujeres paradigmáticas de los historiales freudianos: Dora, Anna O., Emmy von N., Elizabeth von R., además de poetas y escritoras. Y el título refiere a cómo Freud nombró a la sexualidad femenina, pero con una vuelta poética y sobre todo política: no hay cuerpo, ni sexualidad, que no sea oscuridad o enigma. Adjudicárselo sólo a las mujeres habla de la necesidad histórica –patriarcal– de reducirnos a una esencia ineludible: somos extravío, un poco locas, lo que no tiene nombre, la carencia. Como en otros tiempos habíamos sido demoníacas e insaciables y, después, frígidas y adeptas al amor. En mi libro conviven las poetas, las locas, las histéricas, porque son los cuerpos que resisten al intento de domesticación. No es una lógica de la normalidad sino del tropiezo y de la falla. Entonces, si escribo sirviéndome del psicoanálisis es para restituirle su potencial subversivo, que sin dudas comparte con la poesía.

¿Cómo ves el actual circuito de la poesía en la Ciudad de Buenos Aires? ¿Participás en algún ciclo?

Abundante, lo cual es alentador, y también circular, muy en sintonía con la palabra circuito. Celebro que prolifere la poesía en todas sus manifestaciones –libros, editoriales, ciclos–, sobre todo en tiempos en los que pretenden arrasar con la cultura. Son formas de resistir la tempestad. Pero creo que no casualmente los poetas contemporáneos argentinos que más me conmueven son aquellos que están un poco al margen de ese círculo, como María Malusardi, Javier Galarza, Paulina Vinderman, Susana Villalba, entre otros.

¿Crees que la poesía puede ser pensada como una forma de militancia?

Me sirvo de Hélène Cixous para responder: «Escribir: para no dejarle lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorprender jamás por el abismo. Para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama como si nada hubiera pasado, nada podía pasar». De eso se trata la escritura, de eso se trata la militancia: cambiar la vida, como quería Rimbaud. Entiendo que, en ese sentido, toda poesía es política. Pero hay una distinción en la que insisto: política no significa propaganda, la cual suele estar al servicio del poder –y de ese tipo de poder que no transforma–. Ya lo dijo Leonard Cohen: «el poema no es un slogan, no puede promocionarte».

¿Cómo atraviesa el actual movimiento feminista tu vida, la forma de ver la sociedad, la cultura y de escribir?

Tuve la suerte de que el feminismo atravesara mi vida muy temprano, en la adolescencia, con la música y la literatura: el movimiento de las riot grrrls y Simone de Beauvoir fueron mis primeras referentes. A los dieciocho entendí lo que significa hacerse un aborto en la clandestinidad, y a partir de esa experiencia comenzó mi militancia, muy en soledad porque no estaba vinculada a ninguna organización ni partido político. La primera marcha a la que fui era por la legalización del aborto, y acompañé a mujeres en el proceso de abortar. Lo que cambió en estos últimos años, para mí y creo que también para otras, fue el modo de vivirlo. Ahora sabemos que somos muchas, que estamos acompañadas. Que el pañuelo verde de una desconocida en la calle sea un signo de hermandad me parece un símbolo de lo que está representando el feminismo. «Ya no estamos solas» no es una frase hecha, es una convicción que nos transformó la vida.

¿Estás investigando a Sylvia Plath?

Sí, estoy investigando y escribiendo sobre el amor romántico y sus implicancias en la obra de Plath, que está íntimamente ligada a su vida amorosa. El punto de partida fue pensar en las condiciones sociales, políticas, económicas, subjetivas, materiales en las que escriben las mujeres y cómo repercuten en la escritura. ¿Es lo mismo tomar la pluma con la libertad del varón que se sabe autorizado para hacer uso de la palabra, que hacerlo desde la clandestinidad de un seudónimo, mientras se cambian pañales y se lava ropa, o bajo el temor de la condena social? Así como Virginia Woolf tuvo que enfrentarse a ese personaje no tan ficticio que denominó «El Ángel de la casa» para poder escribir, Plath se despertaba al alba, mientras los niños dormían, para escribir febrilmente sus últimos poemas, en estado de exilio y abandono, sola a cargo de sus hijos, en una casa en medio del campo inglés. Pero el hombre que devino monstruoso al fugarse con otra mujer, antes había sido adorado como un dios. Estos interrogantes me llevaron a las problemáticas específicas de ese tipo de amor tan naturalizado como peligroso que llamamos romántico y que es, en esencia, un engranaje fundamental del patriarcado. Fuimos educadas para amar y para morir de amor. Kate Millett decía que mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Deconstruirlo es urgente. Pero sin caer en la trampa de convertirlo en una vivencia aséptica, sin riesgos, como si fuese un producto más del mercado que ofrece satisfacción garantizada.

 

 

¿De qué se trata el trabajo publicado «La perfecta desnudez»: conversaciones desde Alejandra Pizarnik?

El libro es el resultado de largas conversaciones entre Leonardo Leibson, Javier Galarza y yo: tardes y noches en el café La Paz, con una libreta que funcionaba a modo de acta y testimonio, intercambios de mails en la madrugada, debates y discusiones, viajes a Rodez y Nueva York (con Alejandra como guía), poetomancias, lecturas, relecturas y descubrimientos. Interrogantes y más interrogantes. Después, el desafío del editor, Nicolás Cerruti, fue transformarlo en libro pero manteniendo el espíritu del diálogo. El «desde» implica un posicionamiento muy preciso: mucho se escribió sobre Pizarnik, mucho de lo cual nos resultaba sesgado, repetitivo, psicopatológico y condescendiente. La propuesta, y la apuesta, fue ese escribir «desde», es decir apelando a lo que ella nos causaba. Por otro lado, también implicó rescatar su potencial erótico y vital, contra todo el regodeo que se produce en torno a su muerte. Fernando Noy alguna vez definió a Alejandra como «una enorme carcajada, que se volvía como un gemido». Es una precisa y preciosa metáfora, porque solemos olvidar que Alejandra no sólo fue un gemido (la muerte ineludible de nuestra poeta maldita) sino también esa enorme carcajada: alguien poseído por el humor, sacerdotisa de la gracia y de la ironía, Hilda la polígrafa y Bucanera de Pernambuco, cacofónica y neologista. Hay una cita de Adrienne Rich que tomo en el libro, se refiere a cómo se suele destacar en las poetas suicidas su deseo de autodestrucción más que su capacidad para el trabajo y para mantenerse con vida. Es parte de la construcción del mito que la quiere niña, frágil y loca, y del intento de domesticar aquello que resulta revulsivo en una mujer. La Pizarnik censurada y silenciada es la mujer desobediente, la que abortó en Paris, la que tenía una vida sexual diversa y festiva, la que supo hacerse un lugar entre los grandes poetas de su época, la que trabajaba lúcidamente su escritura, la del humor corrosivo, la lesbiana, la judía. Así que ese libro fue una forma de militancia y justicia poética a la vez.

¿En qué proyectos te encontras hoy? Ya sean relacionados a la escritura u a otra vertiente.

Este año retomé un ciclo de conversatorios sobre la perspectiva de género en el psicoanálisis, junto a Natalia Neo Poblet y Nicolás Cerruti. Estamos organizando el tercero, que seguramente será en septiembre. Y con algunos libros abiertos, en proceso de escritura: un diario de viaje, un poemario y otro sobre la investigación de Sylvia Plath desde una mirada feminista.