Memorias del exilio infantil
Por Rafael Giménez
Entrevista con Carolina Meloni González.
Existe una amplia bibliografía sobre la última dictadura cívico-militar argentina, pero en ella el exilio infantil y juvenil no ocupa un lugar destacado. Ante ello, y partiendo desde las propias vivencias, tres autoras argentinas exiliadas en España se abocaron a la tarea de reflexionar sobre sus dolores y experiencias para construir un lugar de memoria desde la literatura. Un libro, tres mujeres y una deuda que la Argentina todavía está por saldar.
Sauf le nom (salvo el nombre) es una frase poderosa. Con su doble sentido de salvedad y seguridad, en este (aparente) simple enunciado, Derrida nos invita a cuestionarnos qué nombramos al nombrar.
Con esta reflexión Carolina Meloni González complementa la fotografía de su primer pasaporte. El nombre que aparece en el documento no se corresponde, no obstante, con el que hoy firma sus libros. Entonces, si tampoco el nombre es un lugar seguro, ¿cómo esbozar una definición sobre la identidad? ¿Quién es Carolina?
Carolina Meloni Gonzáez es Doctora en Filosofía (premio extraordinario de doctorado 2005, UNED), profesora titular de Ética y Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Sociales y Comunicación de la Universidad Europea de Madrid. Autora de varios libros, se ha especializado en filosofía política y pensamiento feminista contemporáneo. Ha escrito artículos en publicaciones especializadas en filosofía, brindado seminarios y colaborado en proyectos de investigación, cursos, congresos y másters en América Latina, España y Francia. Ha sido profesora invitada en la Universidad de Buenos Aires y en la Université Blaise Pascal de Clermont-Ferrand. También ha traducido obras de importantes pensadores franceses, como Paul Ricoeur y Jacques Derrida. (1)
Pero no sería justo no nombrar a las otras dos autoras del libro que hoy nos ocupa: Transterradas. El exilio infantil y juvenil como lugar de memoria.
Marisa González de Oleaga obtuvo su Doctorado en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, es investigadora en diversos proyectos de I+D+I y profesora titular de Historia Política y Social en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Ha publicado libros y artículos en revistas de Europa y América Latina sobre discurso político, experiencias utópicas, museos y memoria. Dos de sus principales líneas de investigación tienen que ver con la construcción de procesos de identificación a través del análisis de las matrices discursivas y la transmisión de memorias traumáticas a través de los relatos historiográficos. Vive entre dos mundos: la Sierra de Guadarrama, en las afueras de Madrid, y su casa al pie del arroyo Caracoles, en el Delta del Río Paraná.
Carola Saiegh Dorín es Licenciada en Filología Hispánica y especialista en Didáctica de Enseñanza de Lengua Extranjera. En la Universidad Carlos III es docente de Español y en el Máster de Formación de Profesores de E.L.E. También da clases en el Centro de Idiomas de esa casa de estudios, en la Universidad de California en Madrid, en el Instituto Cervantes y en el Instituto Universitario Ortega y Gasset.
Presentadas las credenciales de las escritoras, resulta pertinente aclarar que para leer Transterradas no hace falta contar con conocimientos de filosofía, ni conocer los conceptos de las teorías de género ni entender los lineamientos clave de la ética y el pensamiento político. Se trata de un libro que, pese a su profundidad y peso, viene de otro lugar y conecta de otra manera con los lectores.
Demos por satisfecha esta introducción y adentrémonos, ahora sí, en el tema que nos ocupa. Preguntémosle a Carolina todo sobre su último libro. Todo, salvo el nombre.
Hacia una poética de la memoria
Teniendo en cuenta que Transterradas es un libro a tres voces, interroguemos a Carolina sobre la génesis de este proyecto:
«Surge de una invitación, a mí me gusta llamarla “convocación”, de Marisa González de Oleaga. Marisa llevaba tiempo investigando sobre el exilio argentino en Madrid, tras la dictadura militar. Asimismo, tenía pensado abordar la cuestión de este exilio desde la mirada de niños y adolescentes que se habían visto obligados a abandonar el país con sus padres. Fue ella la que inició la poética y la que propició el encuentro.»
No es la primera vez que Meloni González escribe en conjunto. Sin embargo, y a diferencia de otros proyectos anteriores, esta vez entra en juego una implicación autobiográfica, vital, de memoria. Por eso, reflexiona Carolina, «creo que este libro supone una verdadera poética del recuerdo, de la palabra y de la memoria. Hemos intentado, de alguna manera, hacer alquimia con nuestros recuerdos, incluso, con los más dolorosos y traumáticos. Y eso, ese uso del lenguaje para exorcizar el dolor y los fantasmas, es lo más especial de este proyecto».
El exilio infantil y juvenil acarrea una soledad muy particular y a pesar de haber rehecho sus vidas en otras latitudes, los desterrados cargan con las memorias de un mundo negado y las vivencias de otro que nunca será del todo propio.
Así lo cuenta Marisa en la introducción del libro:
«Nosotras estamos vivas, pudimos reorganizar nuestra vida en otro lugar, pero ¿qué hacer con todo eso? ¿Cómo trabajar la memoria para que esa experiencia traumática sobre la que hemos decidido volver no nos paralice? ¿Cómo hacer de estos testimonios, después de tanto tiempo, un pasaje para nosotras y para otros? A través de la palabra. Entendida no como un vocabulario que habla del mundo sino como una trama de significaciones que lo crea o, lo que es lo mismo, que le da sentido. El testimonio es el relato de la experiencia y es a través de nuestros testimonios como queremos visibilizar a las niñas y adolescentes que fuimos para iluminar a los niños y adolescentes que hoy padecen destierro». (4)
Marisa sigue viviendo un poco allá y otro poco acá, pero no en Buenos Aires, tampoco en Madrid, sino en los márgenes. A prudente distancia. Allá, en la sierra. Acá, en el delta.
Por otro lado (o no) nos cuenta Carola Saiegh Dorín:
«Cuentan que yo me pasaba el día jugando a hacer paquetitos, agarraba cualquier trapito, pañuelo o servilleta, y envolvía y envolvía, seguramente porque había visto siempre a mi madre empaquetando todo para cada nueva mudanza: Cagallo, Aráoz, Vicente López, Canning y Las Heras, la quinta de Pacheco, Echevería y Obligado, y en Madrid, Torre Renta, Eladio López Vilches, el Pinar. Una casa tras otra y en cada una nunca faltó algún detalle que transformara la vivienda en un territorio propio y con historia. Ya de grande apenas me he mudado, aunque escapo a la casita del bosque siempre que la angustia me ronda». (5)
Cuando este libro todavía no era un proyecto, pero algo pasaba, Carolina y Marisa acompañaron a Carola en un tour/rompecabezas en busca de todas esas casas, de esos territorios apropiados.
Una noche de marzo de 2019, quien escribe tuvo la oportunidad de sentarse entre el público en una sala de la librería madrileña Traficantes de Sueños para asistir a la presentación de Transterradas. Las tres autoras hablaron del libro y su relación con él.
Cuando el micrófono se abrió para preguntas e impresiones, la audiencia se precipitó a contar sus propias experiencias. La sala de conferencias de Traficantes de Sueños se transformó esa noche en un espacio de memoria. Con acentos españoles, argentinos y algunos difíciles de definir, el debate que siguió a la presentación excedió a los comentarios sobre el libro, para hablar sobre la dictadura, el franquismo, el exilio y la infancia, desde lo personal y lo colectivo.
«Nunca nos esperamos esa reacción del público. En las presentaciones de “Transterradas” fuimos conscientes de que eran muchas las personas que se sentían afectadas e interpeladas por nuestros relatos, independientemente de su lugar de origen. Y es cierto que hemos vivido presentaciones tremendamente emotivas, donde la gente del público tomaba la palabra, muchas veces desde la emoción más pura, para contar sus propios relatos de exilio. Creo que el tema del exilio ha dejado huellas imborrables en muchos y, si bien, las historias son diferentes y radicalmente heterogéneas, de alguna manera, indagar estos temas hace que nos sintamos llamados y convocados en lo más profundo de nuestro ser».
Carolina es capaz de hablar en un castellano castizo, pero cuando su interlocutor es un argentino, su acento nativo se impone sin remedio. Es que ella nació en Tucumán en 1975. No en un hospital, ni en su casa, sino en un centro clandestino de detención, tortura y desaparición de personas donde su madre estaba privada de su libertad.
Carolina acompañó a su madre a medida que la movían de una cárcel a otra. Era chiquita cuando, devuelta a sus abuelos, recorría en tren los más de mil kilómetros que separan Tucumán de Buenos Aires, para estar con su mamá por un ratito, vidrio mediante. Sus padres serían, eventualmente, liberados, pero su tío aparecería recién 38 años después en el Pozo de Vargas, una enorme fosa común clandestina donde el equipo de antropólogos forenses le hizo entrega de una cajita con restos humanos en cuya tapa había un nombre: Hernán González.
«Tucumán es mi tierra, mi propio exilio, mi herida. Allí no solo está mi historia, sino la de mi familia, la de mis seres queridos y amigos. Tucumán es también el lugar de mis mayores fantasmas».
La Corpo-Escritura
Transterradas no es un libro lineal. Es un conjunto de textos atravesados por una temática común, pero con miradas distintas y abordajes diversos. Al navegar por sus páginas encontramos metáforas, historias, canciones, autores, poesías y sensaciones que fueron marcando a esas niñas y que han dejado huella en las autoras en las que se han convertido.
La filosofía emerge en la escritura de Carolina, mientras que Carola deja entrever su pasión por la filología y la docencia. La pluma de Marisa, por su parte, está atravesada por la narrativa literaria o, según ella misma, «historiografía poética».
Citando a la escritora chicana Gloria Anzaldúa, Meloni González cuenta que escribir es «hacer alquimia del alma» y que es en esa mutación donde se produce «cierta salvación, cierta construcción de una misma».
Carolina, apoyándose en Anzaldúa, concibe al oficio de pensar y de escribir desde el concepto de «corpo-escritura». Se trata, nos cuenta, de «una escritura hecha carne, cuerpo, materialidad de lo que somos».
Escribir, para Carolina, es un proceso íntimo y político a la vez. Es ahí donde, de alguna manera, tenemos el poder de transformar lo que nos rodea:
«Solo así concibo la escritura: como intervención, como lucha, como política».
La hora de los exiliados
En octubre de 2019 se presentó Transterradas en Tucumán. Fue en la librería El Griego y acompañaban a Meloni González Carolina Frangoulis, de H.I.J.OS., y Luisa Vivanco, psicóloga integrante de la Comisión de DD.HH. Del Colegio de Psicólogos de Tucumán y del Equipo de Acompañamiento de Víctimas-Testigos en los Juicios de Delitos de Lesa Humanidad.
El encuentro, recuerda, se dio en un marco muy emotivo, de contención y también de amor.
Durante décadas, las urgencias de los organismos de derechos humanos se centraron, con justa razón, en la búsqueda de los desaparecidos, en la recuperación de los niños robados, la reparación a las víctimas supervivientes y al enjuiciamiento de los genocidas. Pero hoy, asegura Carolina, «ha llegado el momento de pensar el exilio de una vez y de hacernos cargo de esas víctimas, pues también lo fuimos».
Y lo más interesante de este proceso de memoria, añade, «es que son los hijos los que han tomado la palabra».
Hacia el final del libro, pero no de estas historias, Carola Saiegh Dorín resalta que no se trata de adultas hablando con voz de niñas, sino que desde el hoy se ha intentado traer al presente todo lo que en aquel momento no se dijo, no se preguntó, no se convocó. Y cierra con un deseo:
«Ojalá a través de alguno de estos textos nuevas escuchas evoquen nuevos interrogantes». (6)
España ha acogido a un gran número de niños y jóvenes exiliados de la Argentina, pero la madre patria tiene también sus propias venas abiertas. Se trata, argumenta Carolina, de «un país donde el silencio y el medio han primado ante los traumas y heridas del franquismo». Son historias distintas, es cierto, y procesos diferentes.
La memoria es una cosa compleja. Es, dice Carolina, «ese territorio que nos traslada a espacio-temporalidades lejanas, que nos hace revivirlas, no siempre de la misma manera, dado que nunca recordamos los hechos tal y como fueron, sino cómo los vivimos».
En la génesis de Transterradas, cuando las tres autoras comenzaban a esbozar lo que habría de convertirse en este libro, surgió la idea de compartir entre ellas los objetos supervivientes de su juventud. Así fue como Carola, Marisa y Carolina expusieron, en una muestra para tres, una colección íntima de cartas, pasaportes, valijas, muñecos, fotos y dibujos. Es el humilde tesoro de sus exilios.
«La memoria nos salva, nos recuerda eso que fuimos y que somos».
En Madrid, en Tucumán, en todas partes hay infancias rotas, historias cortadas y heridas abiertas. Carolina, Carola y Marisa encontraron en la escritura, en la corpo-escirtura, una forma de luchar contra el olvido y convertirlo en poesía.
La memoria, en tanto ejercicio de resistencia ante al tiempo, es la herramienta con la que apuntalamos los recuerdos frente al viento del olvido, que nada respeta, que todo devora. Todo, salvo el nombre.
Citas
(4), (5) y (6) González de Oleaga, M., Meloni González, C. y Saiegh Dorín C. “Transterradas. El exilio infantil y juvenil como lugar de memoria”. 1ª Ed. Temperley: Tren en movimiento, 2019.