Taller Yeruá: arte en familia
Por Verónica Glassmann
Son compañeros, comunidad, familia. En Yeruá nunca faltan los asados, la cerveza y el vino, las risas y la música. Pero lo que los define en su magia es que a pesar de ser artistas consagrados, valoran lo que puede nutrirlos emocional y artísticamente del encuentro con otro. Juntos hacen una marca, un sello propio, una identidad: son los yeruenses.
Primero vamos a ubicarlos geográficamente. Están en lo que llaman “La Isla de La Paternal” y es el triángulo delimitado por el cementerio de Chacarita, Agronomía y los ferrocarriles San Martín y Urquiza. Detrás de las fachadas grises y con aire abandonado explota el color y la creatividad. Una población escondida compuesta por artistas de distintas disciplinas eligieron este barrio de perfil bajo para formar parte de una comunidad haciendo de esta zona un polo cultural.
Taller Yeruá es administrado por Hernán Salamanco y Celina Baldasarre. Ellos compraron una antigua fábrica de zapatos de dos pisos en el año 2017. El funcionamiento consiste en el alquiler de lugares individuales o compartidos más expensas comunes y división de gastos. Ahí conviven, trabajan y se divierten en grande los artistas: Francisco Olivero, Joaquín Burgariotti, Vicky Lamas, Sergio Bosco, Hernán Torres, Mariana Poggio, Rodrigo Túnica, Valentina Ansaldi, María Elisa Luna, Juan Sorrentino, Verónica Romano y Silvana Muscio.
Hernán Salamanco estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en el taller de Luis Duarte (1992-94) y en el Taller de Litografía de la Academia Real de Bellas Artes de Bélgica (1996). Ha participado de diversas muestras individuales y colectivas. Entre otras distinciones ha obtenido el 4º Premio ITAU Cultural (2013); el 2° Premio del LXII Salón Nacional de Rosario, Museo Castagnino +Macro (2008) y la Beca Nacional de apoyo a la creación artística, Fondo Nacional de las Artes (2000).
A la hora de contarnos sobre cómo nace la idea de crear Yeruá afirma: “Compartí varios talleres colectivos antes y me di cuenta de lo importante que eran como lugar de trabajo y, también, como lugar social. En el entramado artístico cumplen una función muy vital para discutir ideas, hacer fiestas, organizar muestras, para invitar a otros. Así el taller se convierte, incluso, en un espacio en el que gente que no es del arte interactúa con artistas visitándolos o compartiendo una comida o algún hecho artístico que los vincule. Después de eso me di cuenta de que no me gustaría tener un taller para mí solo y que me nutro mucho de las propuestas que otros puedan estar desarrollando y la interacción de ayuda que se necesita en el trabajo para mover algo pesado o para compartir algún parecer sobre la obra que estás haciendo; tener una mirada extra. Contrarrestar la soledad para ayudarse unos a otros. Compartir los momentos de trabajo sabiendo respetar los espacios de cada uno y también respetando los espacios en común que son sagrados y que son como la columna vertebral de este taller. La cocina, el patio y el living de la planta alta hacen lugares comunes que se usan mucho y con Celina, que es mi socia, intentamos satisfacer todas las necesidades posibles, tanto las laborales como las de esparcimiento”.
Celina Baldasarre es arquitecta y profesora de FADU UBA. Se ha formado en talleres de pintura, dibujo y grabado con Eduardo Stupía, Nahuel Vecino, Delfina Estada y Hernan Salamanco. Sus trabajos fueron expuestos en Buenos Aires, Venezuela, Barcelona, Madrid y New York. Socia fundadora de Yeruá también define al taller con amor afirmando que “se ha transformado en la familia de todos, un refugio y lugar de reunión en donde la comida y el fuego siempre están presentes. Al ser un espacio abierto con pocas divisiones entre los distintos lugares de trabajo, cada artista presencia el proceso creativo de los otros, abriendo el universo propio y generando preguntas al quehacer individual. Actualmente, catorce artistas la habitan y producen obra de distintas disciplinas en esta fábrica que nunca descansa”.
Cada año, todos los talleres de la zona hacen juntos hacen “La Gran Paternal”, una iniciativa que abre las puertas para mostrar y compartir procesos, formas de trabajo y obra terminada. Un acercamiento directo entre el artista y el público para conocer su espacio de trabajo y su obra. Salamanco explica que “La Gran Paternal surge como la búsqueda de hacer una ligazón de los talleres que estaban física y geográficamente muy cercanos uno al otros. Tener esa noción de proximidad y de comunidad, sobre todo al estar tan cercanos, hizo que los artistas de esa zona pudieran interactuar de forma más fluida y conocerse más a fondo. A algunos les brindó muchísima visibilidad y les resultó muy interesante el hecho de pertenecer a un colectivo que está orgulloso de todo lo que pudo hacer y sigue haciendo”.
Para cerrar este año tan distinto a todos, Yeruá inauguró el proyecto “La Vitrina”. Celina explica que “es una iniciativa que se desarrolló en el año 2020, durante la pandemia. Es un dispositivo móvil, que contiene obras en pequeño formato de los artistas del taller. El sábado 12 de diciembre se inauguró la primera edición de este proyecto. Las obras de la vitrina se encuentran a la venta y un porcentaje será destinado a expandir el taller, como solemos decir, a beneficio del fuego yeruense”.
Silvana Muscio asistió a los talleres de fotografía de Eduardo Gil, Rosana Schoijett, Guillermo Ueno, Nacho Iasparra, Andy Goldstein, Julieta Escardó, Ariel Authier entre otros. Participó de varias muestras colectivas, entre ellas: A una Casa de Rosas no te acerques (2013), Universidad Torcuato Di Tella en el marco de FotoCineClub, con curaduría Rosana Schoijett; Instalación Lumínica (2013), Espacio Forest, con curaduría de Ana Gallardo; Evolución (2005), Museo de Ciencias Naturales, con la curaduría de Juana Neuman y Pablo La Padula. Silvana tampoco ahorra palabras generosas y de amor a la hora de definir el taller: “En Yeruá hay cuerpo, hay alimento, se habita el taller en todas sus formas. Compartimos saberes y, particularmente, a mí se me activan las ganas de dar lo mejor a todos y a cada uno de los yeruenses como quien comparte un pan, ese que amasaste por horas y querés que esté delicioso. Cuerpos que se unen, que ríen y cocinan sus alimentos con alegría, los espirituales también. Siempre el fuego encendido, el compartir una mesa y soltar el cuerpo bailando después. El ritual yeruense, algo que se plasma en la obra también. Todo lo que sale del taller tiene como esa especie de bendición”.
María Elisa Luna estudió Diseño Textil en la UBA, Profesorado de Pintura en la ENBA Prilidiano Pueyrredón y Licenciatura en arte visuales en el UNA. Participó de muestras colectivas en galerías, ferias y centros culturales de Buenos Aires como El CC Recoleta y El CC San Martín. Sus obras son parte de la colección del MACBA y colecciones privadas en Argentina, Brasil, Estados Unidos e Inglaterra. Ella cree que Yeruá “es un el taller donde se comparten cuestiones cotidianas, se ven los procesos artísticos en forma transparente e incorporas nuevos conocimientos. Con Juan Sorrentino estuvimos juntos durante toda la pandemia. Compartiendo taller fuimos modificando el proceso de trabajo. Poder presenciar el proceso día a día es lo mejor y sobre todo, perder el miedo a mostrarlo”.
Juan Sorrentino es un artista chaqueño, músico y compositor que también forma parte de Yeruá. Crea instalaciones electrónicas, acústicas y conciertos multimedia. Su trabajo ha sido presentado en diversas bienales. Recibió la Beca UNESCO-Aschberg, la Residencia de Bourges, fue premiado por el Ministerio de Cultura de España Reina Sofía y participó de la Residencia Medialab Prado en ARCO Madrid 2017. En el monte chaqueño tiene una casa que funciona como residencia para artistas, son llamados por el “sus ñeris” (amigues). Algo de esa arraigada sensación de compañerismo, como forma de pasar la vida, quizás hizo que buscara trabajar en comunidad. Sobre su trabajo en el taller afirma “para mí trabajar en comunidad es un cóctel, es encontrarse en los otros y los otros en uno, una mezcla rara, interesante, explosiva. En esa dinámica de estar en comunidad surge fascinarse, encontrarse, desencontrarse, dialogar y también que existan roces. Todo eso nos potencia y también nos paraliza, pero eso significa detenerse y pensarse y pensarnos. Hay algo en la comunidad que hace muy dinámica esta idea de la sinergia que moviliza las cosas. Como una manera vibrante que nos expande, potencia y revitaliza en los aspectos personales, estéticos y, hasta te diría que filosóficos, en un dialogo constante de uno con lo colectivo. Pensar un asado al chapón en la calle, salir de cacería de palets para hacer un fogón y bailar, mirar horas las obras de amigues, artistes y vecines que cuando no están uno se toma el tiempo y se queda solo en el taller; en el silencio y se puede ver toda esa energía puesta ahí. Dialogar, visualizar, entender de una manera más concreta qué le está pasando al otro a la hora de hacer y manifestarse en la disciplina que sea. Creo que Yeruá es la mejor escuela que tuve en mi vida porque aprendo de todas las disciplinas que ahí convergen y encuentro artistas que trabajan de manera individual, como los pintores, pero nunca trabajan solos porque siempre están pensando y pensándose en un contexto. Los colores, los olores, los aromas, los químicos… todo eso inspira a la hora de pensar. Yo creo que en ese contexto no se puede dejar de crecer”.
Cerramos la charla con los integrantes del taller Yeruá tocados por la mística que los define. Algo de eso que fuimos buscando en algunas entrevistas a lo largo de este año tan difícil. Artistas generosos que nos hablen de lo vital, lo que nos salva, lo que creemos irremplazable. El amor y lo valioso del encuentro con el otro. En resumen: el fuego del ritual yeruense.
Fotografía de portada de Sergio Bosco.