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9 julio, 2021

Proyecto Trasborde: una amorosa creación colectiva

Por Verónica Glassmann

Proyecto Trasborde: una amorosa creación colectiva

Proyecto Trasborde nació en el mes de abril de 2020, cuando un grupo de mujeres decidió unirse para generar una acción que las ayudara a atravesar el encierro generado por la pandemia. Ellas son un colectivo de artistas unidas por la certeza de saber lo amoroso que es crear en comunidad. Afrontaron el desafío de aprender a estar cerca en lo frío de lo virtual, hasta romperlo, traspasarlo, trasbordarlo. Encontraron que el arte podía llegar como un regalo generoso y desinteresado para acompañarse.

 

Decidieron armar una caja, comúnmente usada para reparto de empanadas, como contenedor de sus obras. Cada una realizó la suya con las medidas acordes a ese tamaño, y lograron una forma de acompañarse, de hacer un poco más amable el tiempo de incertidumbre. Así surgió la propuesta del arte como ofrenda, como un regalo de unas a otras y como un encuentro desde el confinamiento. Un obsequio material en tiempos virtuales. Una caja repleta de arte que se desplegó en las manos de cada una. Para estar más cerca, para estar menos aisladas, para ir de casa en casa, uniendo distancias, y para seguir confiando en lo colectivo como mujeres trabajadoras del arte.

Las artistas son: Marina Btesh, Laura Della Fonte, Diana Dreyfus, Edith D’Imperio, Analía Gaguin, Mariana Legon, María Elisa Luna, Andrea Moccio, Silvana Muscio, Mariana Poggio, María del Mar Skiaderessis, Betina Sor y Mariana Luz Ticheli.

 

Analía Gaguin afirma: «Pertenecemos a un colectivo de artistas del barrio de La Paternal, zona que se caracteriza por estar llena de talleres, y dos veces al año abrimos las puertas para que la gente conozca nuestros trabajos. El 8 de marzo de 2020, convoqué a las mujeres de esos talleres para que usemos los guantes de goma de la cocina y así mostrar la violencia invisible de ese elemento. Hicimos remeras serigrafiadas y fuimos con los guantes al Congreso Nacional. Llevamos a cabo una intervención que invitaba a la gente a dejar frases y pensar a qué les remitía la imagen de los guantes, los cuales luego quedaron colgados. Ese fue el primer impulso. Después empezó la cuarentena obligatoria y tuvimos que pensar qué hacer, así nació Trasborde».

 

 

Parece un gran desafío armar una acción colectiva con mujeres de tan distintas características y con diversas maneras de pensar el arte, en especial, en un contexto en donde cada una se enfrenta a un virus y a un miedo desde un lugar particular, pero todas estaban convencidas de que estar juntas era el antídoto y la mejor forma para atravesar el encierro y la soledad.

Silvana Muscio afirma: «Ya desde el inicio, comenzamos a visualizar la imagen del hilo rojo del que habla la tradición japonesa, el que de manera invisible nos conectaba a todas y a cada una desde nuestras casas. Así, casi inevitablemente, empezamos a conocernos y a vincularnos en una forma muy amorosa y nutritiva».

Marina Btesh dibuja con sus palabras: «Y con aquel hilo rojo, bordamos en un plano los cruces de cada una con todas las demás. Así, nos dimos cuenta de que habíamos construido una trama que nos sostenía día tras día».

 

 

Betina Sor manifiesta: «Tenemos diferentes disciplinas en el arte y distintos caminos, recorridos. La caja fue nuestra primera acción y un momento fundacional. Nos acompañó y nos sostuvo. Nos dio una identidad en la pandemia. Sentimos que, cuando tuvimos que aislarnos, se perdieron algunas cosas, pero ganamos este nuevo terreno. La caja trasborde tenía un mapa que nos reunía. Fue el primer proyecto y empezó como un juego».

Andrea Moccio sostiene: «El desafío era generar sin presencia física, pero pudiendo expresar lo que cada una sabía hacer; eso representó el proyecto grupal de la caja. Hicimos una obra múltiple, cada una con su lenguaje y su técnica para compartir. Saboreamos cada paso de la creación, del armado, del estampado… Quizás, en otra situación, no hubiera tenido tanta importancia, pero la pandemia volvió virtud un problema».

Traspasar las pantallas, salir de lo virtual, reconocerse. La emoción del encuentro queda plasmada cuando Edith D’Imperio nos cuenta: «Un día cargamos todas las cajas y fuimos casa por casa, tocando el timbre de cada una, era la primera vez que veíamos el cuerpo entero de muchas, no verlas solo en un cuadrado virtual».

«Cuando cada una había recibido su caja, nos volvimos a reunir por Zoom y vimos todas las obras al mismo tiempo. Jugamos juntas. Fue emocionante. Cada una en su casa, algunas solas, pero sintiéndonos acompañadas», afirma Mariana Legon.

A esta altura, ya todes queremos nuestra propia caja y saber qué puso cada una de las artistas. Es como abrir un cofre de tesoros. Develamos, entonces, algunos de esos misterios cuando María del Mar Skiaderessis nos muestra sus anillos tallados en jabón y nos cuenta: «Ante la propuesta surgida en el grupo, Whatsapp y Zoom mediante, me resultó un gran desafío el hecho de hacer una obra/ofrenda para cada una y recibir las mías. Fue un gran motor para pensar y hacer una obra que, además, dé cuenta de la situación que estábamos viviendo. El lavado de manos, la limpieza de las superficies, los productos de higiene, cambiarse la ropa si salías a la calle, bañarse al llegar, desinfectar las compras, eran los temas recurrentes junto al número de casos de contagios y muertes. El aseo y la higiene se volvieron artículos de lujo. Por esos días, moría Ramona Medina, referente de la Villa 31, quien luchaba por la falta de agua en el barrio. ¿Quién se lava las manos?».

 

 

Otra de las obras que pudimos ver fue la de María Elisa Luna: «En un momento tan oscuro y tan gris que estábamos viviendo todas con mucha incertidumbre, se me ocurrió el arcoíris como lo más feliz que podía pensar en ese momento, como una especie de regalo que nos sorprende. Nunca sabés cuándo va a suceder, cuándo va a aparecer un arcoíris. Además, en esos días, los primeros de la cuarentena, desde el balcón vi uno y me emocioné mucho, por eso decidí hacer esta obra. Un pedacito de arcoíris como refugio. La luz segmentada en colores. Una breve experiencia cromática espacial».

Mariana Luz Ticheli fue la única que no puso la misma obra: «En cada caja coloqué una obra distinta: un collage mixto con impresiones y fotocopias, de una medida aproximada de 15 x 9 cm. Imprimí varias copias de ilustraciones mías y las recorté; con esos pedazos compuse otras obras sobre un soporte de cartón de base negra. El nombre de la serie es Dialogar con nuestras tristezas. La palabra fragmento significa: parte o pedazo, generalmente irregular, de una cosa partida o quebrada. Estoy fragmentada, cortada, transformada, reconstruida. Permitir-se dialogar una y otra vez con nuestras tristezas».

En la caja, además, estaba el rompecabezas de Laura Della Fonte: «Desde el aislamiento social que impuso el 2020, mi obra intentó construir caminos, imaginando calles transitadas o aquellas por las que querríamos transitar. Son rompecabezas, a modo de mapas, donde cada quien encontrará una solución, una ruta posible que permita armar el viaje».

 

 

Y, también, está la libreta de Mariana Poggio, que tiene dibujos y anotaciones realizados durante los meses vividos en contexto de pandemia: «Decidí desarmar mi libreta, desabrochar los pliegos. Es un registro orgánico acorde al impulso de los días, un eco. Me adhiero a la repetición. Eso también es un ritmo».

Después de esta emocionante apertura de la caja, a las chicas trasborde las sorprende una invitación del Museo de Costa Rica. Diana Dreyfus nos cuenta que «fue interesante la invitación a participar del museo, ellos nos incluyeron en su programación y pasamos con nuestra querida caja a ser parte de sus proyectos exhibidos».

 

 

Por último, llega la acción de hacer un mural en la calle Cucha Cucha en el barrio de La Paternal. Las invita Paternal Cultura a dejar una impronta artística como grupo. Ellas decidieron que querían buscar la manera de que las mujeres estén presentes en los muros. Las que están en el mural, nombradas a continuación, representan simbólicamente a todas las vecinas: las anónimas, las que inventan, las que sueñan, las que luchan día a día.

 

 

En el mural están homenajeadas: Magdalena Gimena, que fue una de las primeras mujeres en recibirse como Asistente social. Fundó el COVIFAC (Centro para la vida familiar y comunitaria), donde ayudaba a mujeres a decidir sobre su maternidad. Junto al pastor protestante Luis Parrilla, fundaron la escuela Laura y Henry Fischbach¸ un espacio pionero en derechos humanos y en el desarrollo de la ESI (Educación Sexual Integral). Cristina Marino es científica investigadora del Conicet, jefa del Laboratorio de Bioinformática de la Fundación Instituto Leloir. Estudia un tipo de proteínas vinculadas a enfermedades degenerativas y cáncer. Este año organizó el Primer Congreso Internacional de Ciencias de Datos, con mujeres oradoras y protagonistas. Gabriela Parrilla es docente y pedagoga. Desde los catorce años comenzó a alfabetizar niñes de bajos recursos, acompañando a su madre, Magdalena Gimena. Siempre se interesó por el trabajo con la niñez y las familias. Actualmente es la directora de la Escuela cooperativa Laura y Henry Fischbach, y María Pinco es fonoaudióloga, docente jubilada y cuenta cuentos. Un abuelo suyo fundó el Colegio y Templo Tel Aviv en el barrio de La Paternal. El otro abuelo fundó el club Macabi de Argentina. María es activista en distintos grupos humanitarios, solidarios y de lucha por el bien común.

 

Créditos Fotográficos: Maria Zorzon

 

Una caja llena de amor. Mujeres que se acompañan y sostienen. El arte como regalo. El maravilloso nacimiento del Proyecto Trasborde que se expandió de una caja a un museo, a paredes y a bellas acciones futuras.