CLAVES PARA VER A WIM WENDERS – LA BÚSQUEDA INCANSABLE
Por MAXIMILIANO CURCIO
A fines de los años ’60, Wim Wenders frecuentó la Hochschule für Film und Fernsehen en Munich. A partir de 1970, comenzaría a filmar proyectos con una rapidez infrecuente: “El Mismo Jugador Dispara de Nuevo” y “Klappenfilm” fueron dos experimentales cortometrajes que dieron paso a “Verano en la Ciudad” (1970), una ópera prima de tres horas de metraje a la que sucedió “El Miedo del Portero Ante el Penalty” (1971). Inserto dentro del incipiente Nuevo Cine Alemán e influido por la herencia norteamericana, sus obras tempranas abordaron la incomunicación humana, los conflictos personales, las familias disfuncionales y los viajes iniciáticos.
Todas estas temáticas confluyeron en su antepenúltimo film rodado antes de emigrar a Hollywood: “Alicia en las Ciudades” (1974). Autor de una road movie como “París, Texas” (1984), tan reflexiva y existencialista, que marcara profunda influencia cinéfila en los años ’80, las historias de Wim Wenders incurren en viajar y encontrar un sentido a la vida durante la aventura misma de su devenir. Acaso, su posterior “La Búsqueda” (2005) no solo lo vuelve a reunir con el actor y dramaturgo Sam Shepard, sino que reafirma los conceptos estéticos e intelectuales planteados dos décadas atrás.
El cineasta persigue un tipo de narrativa que prefigura personajes que transitan de distintos modos; ellos buscan la libertad, incluso a riesgo de sacrificar su condición de inmortales para lograrlo, como el protagonista de la inolvidable “Las Alas del Deseo” (1987). Su filmografía se puebla de historias vívidas e infinitas, encontrando el desenlace al final de un largo camino de redención. Estas cualidades otorgan a Wenders el status de cineasta de culto. Observemos que prefiere filmar en locaciones naturales y su cine prevalece la mirada del viajero, de aquel ajeno a una comunidad. Resulta llamativo notar que espontaneidad versus control pugnan dentro de sus argumentos.
Para este metódico realizador alemán, el cine es movimiento y la fotografía de la lente de Robby Muller devela un mundo oculto, tras cuyos velos descubrimos una serie de extraños caracteres: nómades, inquietos, en perpetuo movimiento. Una estética vintage, amalgamando colores primarios y matices pasteles destacan dentro de su preferencia visual. Las texturas cromáticas son, para este exquisito cineasta, como la melodía para los compositores musicales; a propósito de lo cual podríamos mencionar una plétora de autores que han trabajado a sus órdenes: Jürgen Knieper, Ry Cooder, Nick Cave y Thom Hanreich, entre otros. En sus films, tan manieristas, conceptos emotivos se explican con colores, de manera que el lenguaje adquiere un vuelo propio, poética comprobable en su temprana y maravillosa “La Letra Escarlata” (1972), adaptación de la novela de Nathaniel Hawthorne.
Autor tan prolífico en diversas vertientes genéricas, supo adaptar a un emblema de la novela de suspenso como Patricia Highsmith (“El Amigo Americano”, 1977), deleitarnos con paisajes naturales en su exploración documental sobre la obra fotográfica de Sebastião Salgado (“La Sal de la Vida”, 2014), homenajear a la magna figura de Yasujirō Ozu (“Tokyo-Ga”, 1985), retratar la esencia musical cubana (Buena Vista Social Club, 1999) o realizar colaboraciones a dúo sobre relatos de Michelangelo Antonioni (“Más Allá de las Nubes”, 1995).