Manuel Puig y las telarañas del deseo
Por Martín Jali
Entre la opresión sistemática de General Villegas, su pasión por el cine y su genio creativo, Manuel Puig se convirtió en uno de los mayores novelistas de la literatura del siglo XX. Aquí, una recorrida por su vida y el peculiar encanto de su narrativa.
Un modelo de explotación sexual. Así definió Manuel Puig, en reiteradas oportunidades, a General Villegas, el pueblo donde nació el 28 de diciembre de 1932. Por suerte, María Elena Delle Done, su madre, era una mujer sensible que se ajustaba a la perfección al universo de la ficción cinematográfica. Ella le enseñó que, más allá de la monocromía y el austero paisaje de Villegas, había algo más. Así, en 1936, un pequeñísimo Puig, acompañado por su madre, comenzó a asistir al cinematógrafo. Otra vuelta del destino: entre 1935 y 1946 Hollywood atravesaba su época de oro. Los grandes estudios, las películas de género y aquellos sofisticados íconos femeninos como Ingrid Bergman, Joan Crawford y Gingers Rogers alimentaron los sueños de una generación. Finalmente, al promediar su adolescencia, la familia Puig viajó a Buenos Aires y Manuel ingresó en el colegio Ward de Ramos Mejía. Este será el primero de sus dos viajes iniciáticos. Más tarde comenzará a estudiar arquitectura en la UBA, cursará estudios de francés, inglés e italiano, hará el servicio militar y, en 1956, recibirá una noticia que le cambiará la vida: una beca para estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma. Manuel Puig, entonces, viaja a Europa. Entre estos dos periplos —de Villegas a Buenos Aires, de Buenos Aires a Europa— aparecerá cifrado un espacio de representación, un tono narrativo y una estética. En la primera novela de Puig, La traición de Rita Hayworth (1968) —finalista del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral— se encuentran todos los condimentos que cruzan su obra narrativa. En otras palabras, tanto La traición de Rita Hayworth como Boquitas pintadas (1969) buscan reproducir la vida pueblerina, su particular cosificación y las costumbres de sus habitantes, todo mediado por la influencia de los productos del cine hollywoodense, la traducción literaria que realiza el propio Puig y el uso de géneros populares como el folletín o el melodrama.
Entre 1975 y 1981, el implacable español Joaquín Soler Serrano entrevistó a escritores y artistas como Octavio Paz, Salvador Dalí, Juan Carlos Onetti, Atahualpa Yupanqui o Jorge Luis Borges para el programa A fondo. Muchos de estos programas, con el tiempo, se convirtieron en material de antología, ya por las escasas apariciones públicas de varias de las figuras entrevistadas, por los verborrágicos giros de Serrano o las largas y distendidas explicaciones que brindaba, por poner un ejemplo, Julio Cortázar, mientras fumaba un cigarrillo tras otro, o Dalí, un poco más allá de la niebla cósmica del surrealismo. En YouTube puede encontrarse, dividida en 5 secciones, la entrevista que Soler Serrano le realiza a Manuel Puig. Él, de impecable camisa oscura y pantalón de vestir, encanta de inmediato con su sonrisa, su pose relajada y una primera confesión que quiebra cualquier distancia con el espectador. Me refiero no solo al televidente español de la década del 70 sino también al usuario del siglo XXI, el visitante virtual que entumecido por la pantalla en blanco y negro respira con tranquilidad y se deja llenar con la voz espaciosa, clara y tímida del escritor bonaerense. La entrevista comienza con un particular elogio a la riqueza de la lengua española, que pone en foco el hablar defectuoso del propio Puig. Aquí acontece una revelación literaria: en sus ocho novelas publicadas al momento de su muerte y como ha anotado una y otra vez la crítica literaria, nunca habrá un narrador omnisciente. Entre tantas otras marcas estilísticas y los múltiples recursos estético-literarios puestos en juego, una de las más notables en su obra literaria será la primacía de las voces de los personajes, con los cuales Puig se identificaba completamente. No hay parodia ni burla, sino un entretejido innovador entre los caracteres y sus historias. La de Puig es una luz que va mucho más allá de la estética pop de los 60 y 70.
Por aquellos años, Boquitas pintadas se convierte inmediatamente en un best-seller. En 1973 aparece su tercera novela: The Buenos Aires Affair. Autoexiliado, Puig recibe amenazas por el contenido antiperonista de su texto. Años más tarde, El beso de la mujer araña será prohibida por la dictadura militar. Hasta su muerte en 1990, Puig escribirá cuatro novelas más: Pubis Angelical (1979), Maldición eterna a quién lea estas páginas (1980), Sangre de amor correspondido (1982) y desde Brasil, Cae la noche tropical (1988), inspirada en alguna medida en la mentalidad de sus padres ancianos. Escribió, además, decenas de guiones de cine y adaptaciones como El lugar sin límites del chileno José Donoso, por el cual obtuvo el premio del Festival de Cine de San Sebastián. Antes lo había recibido por el guión de Boquitas pintadas, película dirigida por Leopoldo Torre Nilson. Completan su obra distintas piezas teatrales, como Bajo un manto de estrellas (1983) y su correspondencia, editada hace pocos años por Editorial Entropía. Entre la publicación de su primera obra y 1988, Puig recorre el mundo: es un verdadero nómada, un escritor exiliado. Vive en Roma, Londres, Nueva York, Francia, México, Río de Janeiro. Muere en 1990, en Cuernavaca, México, en compañía de su madre, quien hace incinerar sus restos y los traslada a Buenos Aires. Queda inconclusa su última obra, Humedad relativa, 95%.
El grupo teatral Sambuseck viene de estrenar Impalpable en el Teatro Vera Vera, obra inspirada en textos y entrevistas de Manuel Puig. Para entender de qué manera el peculiar universo de Puig alimenta el imaginario de nuevos creadores, decidimos consultarlos al respecto:
Impalpable está inspirada en entrevistas y relatos de Manuel Puig. La obra, desde mi óptica, no solo toma un paisaje y ciertos personajes, sino también un tono y una estética, pero también, construye y traduce al lenguaje de otra disciplina una obra literaria con un fuerte sesgo cinematográfico. Les quería preguntar, en relación a este punto, ¿cómo fue el acercamiento a Manuel Puig? ¿Qué elementos de su obra les resultaron atractivos para el trabajo teatral?
Todos nosotros habíamos leído algo de su obra, y nos atraía mucho el mundo que proponía: femenino, con personajes complejos y posibles a la vez. En realidad nos interesaba Cae la noche tropical, porque tiene una estructura que nos servía, para tres mujeres. Pero empezamos a leer más de toda su obra. De ahí rescatamos recursos interesantes para trasladar a lo teatral: el collage, el nunca nombrar lo que sucede (que todo quede por debajo, como en los personajes de Boquitas pintadas, que hablan siempre de otra cosa), el pueblo de la provincia de Buenos Aires, la forma de vincularse, el rol de la mujer. Todos elementos que nos servían para improvisar, para construir imágenes que luego se transformaron en escenas y más tarde, como un rompecabezas, en una obra.
¿En qué instancias de su obra o biografía se apoyaron para construir Impalpable? ¿Qué sienten que les brindó Puig?
Algo que nos atrajo desde siempre fue una entrevista que le hicieron a él en el 76, cuando publicó El beso de la mujer araña. En esa entrevista habla de su propia experiencia en General Villegas y confiesa que para él, su vida allí era un western al que había entrado por error, una película de la cual no podía salir. Entonces, para poder escapar de esa realidad, se refugiaba en la penumbra del cine. Esta premisa nos reclamaba siempre que estos personajes que estábamos construyendo se vincularan del mismo modo con su realidad. La posibilidad que nos da el teatro, en este sentido, es que ese límite entre la verdad y la ficción es bastante delgado, porque lo que pasa es real, ahí con los actores en escena, pero a la vez, es una historia, es ficción. Tomamos una escenografía que pudiera notarse como tal, como si fuera un set. La música original para piano de Nicolás Bari y Matías Neibur funciona como una banda sonora que va uniendo las distintas escenas. La iluminación de Sandra Grossi, que trabajó siempre en cine, tiene la impronta de lo cinematográfico en cada escena; con determinados tipos de luces podemos hasta crear primeros planos, cosa muy difícil en teatro. En fin, Puig nos sirvió como un trampolín lleno de recursos para trasladar a lo teatral, y entre ellos estaba ese vínculo directo con lo cinematográfico. La dramaturgia fue alimentándose sola con todo ese banquete y luego, otra tarea fue organizarlos para que apareciera una historia, un cuento para contar.
A más de veinte años de su muerte, la obra de Puig continúa siendo absolutamente contemporánea, es una referencia dentro del canon literario y también fuente de inspiración para el trabajo de distintas disciplinas. No solo para el cine, sino también para la dinámica teatral. La maquinaria Puig, más allá de esto, ha ensamblado distintas corrientes y estéticas, y las fusiona para crear un estilo único. Su obra supone, también, una toma de posición ante cualquier sistema de opresión. ¿Cómo leer, sino, el interjuego discursivo entre la militancia revolucionaria de Valentín y la homosexualidad de Molina en El beso de la mujer araña?