Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Menu +

Arriba

Top

27 febrero, 2012

Mujeres al límite

Por Andrés Patteta Toledo

 

En su último libro, Demasiada Felicidad, la canadiense Alice Munro retoma la senda de los relatos de mujeres en situaciones extremas, historias profundas que muestran el talento intacto de una de las grandes narradoras de nuestro tiempo.

Después de La vista desde Castle Rock, una colección de cuentos basada en la historia de sus antepasados, Alice Munro prometió que no  volvería a escribir. Era una obra diferente de su trabajo anterior (que incluye títulos imprescindibles de la literatura anglosajona como El amor de una mujer generosa, El progreso del amor, Secretos a voces y la elogiada Escapada), una visión autobiográfica que, para algunos, presagiaba cansancio y falta de ideas.  Dejó la escritura por  seis meses. Por suerte, su esencia fue más fuerte. La vuelta se titula Demasiada Felicidad. Son nueve relatos y una nouvelle que da nombre al libro. «Ya no sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada más», dijo para justificarse.  El resultado son narraciones repletas de detalles mínimos, acciones desgarradoras, vínculos intrincados e imágenes poderosas. En su más intensa veta chejoviana Munro disecciona los perfiles de personajes del Canadá rural: un ama de casa al borde de sus fuerzas para enfrentar una pérdida; una maestra de música marcada por un desengaño; un accidente que  modifica el vínculo entre una madre y  un hijo  hasta convertirlo en un extraño. De la crueldad de los chicos pasa a los huecos de soledad de una pareja. Sólo la nouvelle basada en la vida de Sofía Kavalevski se diferencia en cuánto al  registro. Además de estar narrada en otra época y situación geográfica, es la recreación de un personaje histórico que fascinó a la autora por su audacia e historia vital: una genial matemática rusa que además era novelista, una mujer que, a fines del siglo XIX, peregrinó buscando una universidad que admitiera a mujeres como profesoras.  Es una historia desbordante traspasada por la fuerza del mandato social  y sus consecuencias, un texto que algunos críticos consideraron lúgubre, pero que se despliega como un abanico ante los ojos del lector, contado en un estilo despojado y transparente. Sin embargo, son historias alejadas de las tramas compactas que avanzan sin respiro; se convierten en un río de diferentes planos y personajes. La crítica más acertada sobre los cuentos de Munro es  de su colega Lorrie Moore: «Su visión del mundo es la de una novelista, y un típico cuento de Alice Munro contiene la amplitud y las satisfacciones de una novela, en miniatura, como un barco en una botella o un bonsái». La misma autora ha señalado que sus comienzos como madre y escritora fueron fundamentales para su elección del cuento corto como forma narrativa. Tenía dos bebés y sólo podía escribir durante las siestas. Pensó, incluso, que sería novelista cuando sus hijos se hicieran grandes, pero las siestas marcaron para siempre su forma de contar, con saltos en el tiempo siempre al servicio de la acción. Un elemento del pasado impacta en el presente, ya sea como presencia, como misterio o como recuerdo, y cambia el curso de la vida. Es un entramado denso, construido de pinceladas dispares. En algunos pasajes, el lector parece entrar en un laberinto de fragmentos incomprensibles que hacia el final encajan para dar sentido.  Al hablar sobre su proceso creativo, esta eterna candidata al premio Nobel de Literatura  declara: «Una historia no es un camino a seguir, es más bien una casa. Uno entra y permanece ahí por un rato, deambulando de un lado al otro, acomodándose donde más le guste, descubriendo cómo se relacionan los pasillos y las habitaciones entre sí, cómo se modifica el mundo exterior al mirarlo a través de esas ventanas».

Forma construcciones únicas con protagonistas conscientes del precio de una elección: las mujeres de Munro siempre se topan con una disyuntiva, un punto de no retorno que les plantea un dilema moral. «Escribo sin pensar si hay un tema de fondo, pero sé que una idea sólo me interesa si tiene alguna complejidad moral, si tiene varias aristas. No es que me guste crear personajes que estén reflexionando sobre problemas morales, pero sí marcar cómo de las decisiones que uno toma, de las rutas que elige, uno puede arrepentirse tiempo después. Al mismo tiempo pienso que hay momentos en la vida en los que hay que ser egoísta en un grado tal que, luego, de mayor, uno pueda condenarlo. De eso se trata ser humano». Como si la confesión más preciada de las criaturas que habitan el mundo de estas ficciones fuera su modo de actuar y vincularse con los demás, los temas, en su mayoría relacionados  a las mujeres y al amor, se abren paso desde los detalles más recónditos. Quizás el aspecto más fascinante del libro sea la capacidad de la autora para pasar del detalle casi costumbrista y descriptivo al dato revelador, esa vuelta de tuerca que cambia el destino de un personaje, ese diálogo en apariencia inofensivo que esconde todo un microcosmos. Como dice la protagonista del segundo relato, titulado «Ficción», al enterarse de una infidelidad: «Eso no se podía considerar probable ni posible de ninguna manera, a menos que pensaras en que de repente te parte un rayo, en una desgracia inesperada. El revés del destino que deja a una persona impedida, la broma terrible que transforma unos ojos claros en ojos ciegos».

 

[showtime]