¡Los Océanos del planeta están en peligro!
Conservar los océanos es uno de los mayores desafíos de la actualidad.
Por: Paula Rizzi
Los océanos del Planeta están en peligro, como así también todas las especies que los habitan. En los últimos años, numerosos estudios científicos se encargaron de alertar sobre esta situación y señalaron su preservación como uno de los mayores desafíos de la actualidad para evitar, en un futuro no muy lejano, una extinción masiva de la biodiversidad marina.
Dos terceras partes de la superficie terrestre se encuentran cubiertas por océanos. Estos recursos hídricos no sólo nos proveen del líquido para la vida sino que además son el hábitat de miles de especies, generan gran parte del oxígeno que respiramos, moderan el clima y, al igual que como ocurre con los árboles, son capaces de capturar y almacenar emisiones de dióxido de carbono antes de que lleguen a la atmósfera.
Sin embargo, el calentamiento global y la actividad humana están poniendo en peligro a este valiosísimo recurso natural. Según un reciente estudio del Programa Internacional sobre el Estado del Océano, la vida que allí se desarrolla se está deteriorando a niveles nunca antes vistos, lo que exige tomar medidas urgentes para evitar consecuencias devastadoras.
Entre los numerosos problemas que afectan a los océanos, la contaminación es una de las principales causas. Como es conocido, las aguas suelen recibir residuos químicos de industrias o de fertilizantes utilizados para el cultivo, lo que altera la oxigenación y lleva a la muerte de cientos de animales y plantas. Así, se altera el ecosistema y nuevas especies mueren al ver modificado su hábitat natural.
Los derrames de petróleo son otro ejemplo claro de la contaminación causada por la actividad irresponsable del hombre sobre los océanos. Hace poco más de un año, el 20 de abril de 2010, se produjo una explosión en la plataforma petrolera de la empresa británica British Petroleum (BP), en el Golfo de México. Al poco tiempo, este derrame que duró unos 84 días se conoció como el peor de la historia mundial: fueron vertidos al mar un total de 4,4 millones de barriles de crudo, dejando consecuencias devastadoras en la biodiversidad de la zona. A pesar de los riesgos que implica esta actividad, aún los subsidios globales hacia los combustibles fósiles superan ampliamente a aquellos que reciben las energías limpias, como es el caso de la solar, eólica o biocombustibles.
Otra situación que no puede dejar de mencionarse para analizar el panorama actual es la sobrepesca que se registra a nivel global. Algunos estudios alertan que en tan sólo 50 años los peces podrían desaparecer a causa del manejo irresponsable de esta actividad. Así lo relata la película de Rupert Murray “The end of the line” (también conocida como “Un mundo sin peces”), donde se muestra cómo la población de Newfounland, Canadá, pasó de ser epicentro mundial de la pesca de bacalao a convertirse en un pueblo fantasma que agotó todos sus recursos. A pesar de abordar este caso local, lo que propone el film es alertar sobre algo que está ocurriendo a nivel global y exigir medidas políticas y ciudadanas para revertirlo.
Argentina también es una de las naciones donde se hace más visible el problema de la sobrepesca. Aquí se encuentra una de las plataformas continentales más grandes del mundo, con un mar donde hay una diversidad de especies única, que produce oxígeno, captura gases de efecto invernadero, y sirve de fuente de energía, agua, hidrocarburos y minerales. Sin embargo, los trabajos en su conservación son nulos, o por lo menos dejan mucho que desear.
En la actualidad ya casi no quedan territorios nacionales sin actividad pesquera, con importantes carencias en cuanto a la protección y regulación para un manejo responsable. Tal es el caso de la merluza, uno de los principales recursos del país y que genera miles de empleos. Más allá de su importancia, no se respetan las formas de producción adecuadas para que el día de mañana pueda seguir existiendo. El problema es que se extrae más de lo que el ambiente marino puede sostener y un 60 por ciento de los ejemplares capturados son jóvenes, esto es menores a 35 centímetros, por lo que no se les da tiempo a reproducirse.
Deberían, entonces, adoptarse medidas firmes y que estén sujetas a controles permanentes, que incluyan la reducción de al menos un 30 por ciento de las capturas y la implementación de dispositivos de selectividad para evitar la extracción de juveniles. También se debe controlar la “pesca de descarte”, especies no deseadas que, tras haber sido capturadas, son arrojadas sin vida al mar.
Como ocurre en otros sectores, los grandes empresarios aprovechan a extraer la mayor cantidad recursos disponibles, aún a sabiendas de esta alarmante situación. Lo que importa es el aquí y el ahora, las “ganancias” inmediatas que no tienen en cuenta proyecciones a futuro, pasando a segundo plano lo que quede para el mañana. En este contexto, la responsabilidad no sólo es de las autoridades que no aplican las normas adecuadas para asegurar el desarrollo a largo plazo, sino que también de todos los ciudadanos, quienes deben asumir el compromiso de no consumir aquellas especies que fueron extraídas de manera poco sustentable, aún cuando se encuentran en serio peligro de extinción. Para ello es necesario informarse y tomar conciencia de que un desarrollo más amigable con el medioambiente no sólo es posible sino que además necesario.
Por todo esto puede afirmarse que el estado de los océanos depende definitivamente de las acciones del hombre. Resulta positivo que, ante este panorama, surgen cada vez más acciones de denuncia que pretenden concientizar y exigir prácticas más sustentables para, contra todos los pronósticos, asegurar un futuro mejor. Tal es el caso de incansable lucha contra la caza de ballenas, cetáceo en peligro de extinción que aún sigue siendo capturado bajo el pretexto de “fines científicos” por flotas de Japón, Noruega e Islandia. Organizaciones como Greeanpeace y Sea Shepherd, denuncian constantemente esta actividad y en varias oportunidades lograron detener su macabro propósito.
Al respecto, también resulta interesante el documental presentado recientemente en Buenos Aires, “The Cove”, donde se muestra de manera realista y cruda la matanza de más de 20 mil delfines en las costas de Japón. Repudiar estas actividades es la mejor manera de luchar para eliminarlas, por lo que cada ciudadano puede ayudar, por ejemplo, dejando de visitar acuarios con delfines en cautiverio o evitando consumir especies sobre las que se conoce su peligro de extinción.
También urge revertir la contaminación que hay sobre los mares, prohibiendo todo tipo de actividades que pongan en peligro su óptima conservación. Para esto es fundamental la implementación de nuevas reservas marinas que protejan a las especies vulnerables y los hábitats en que se desarrollan.
Los océanos son sinónimo de vida, calma, relajación. Sus especies son de una belleza inigualable y su disponibilidad resulta vital para los seres vivos y ecosistemas del Planeta. Protegerlos es un compromiso de todos y un enorme desafío que no puede hacerse esperar.Por: Paula Rizzi
Conservar los océanos es uno de los mayores desafíos de la actualidad.
Los océanos del Planeta están en peligro, como así también todas las especies que los habitan. En los últimos años, numerosos estudios científicos se encargaron de alertar sobre esta situación y señalaron su preservación como uno de los mayores desafíos de la actualidad para evitar, en un futuro no muy lejano, una extinción masiva de la biodiversidad marina.
Dos terceras partes de la superficie terrestre se encuentran cubiertas por océanos. Estos recursos hídricos no sólo nos proveen del líquido para la vida sino que además son el hábitat de miles de especies, generan gran parte del oxígeno que respiramos, moderan el clima y, al igual que como ocurre con los árboles, son capaces de capturar y almacenar emisiones de dióxido de carbono antes de que lleguen a la atmósfera.
Sin embargo, el calentamiento global y la actividad humana están poniendo en peligro a este valiosísimo recurso natural. Según un reciente estudio del Programa Internacional sobre el Estado del Océano, la vida que allí se desarrolla se está deteriorando a niveles nunca antes vistos, lo que exige tomar medidas urgentes para evitar consecuencias devastadoras.
Entre los numerosos problemas que afectan a los océanos, la contaminación es una de las principales causas. Como es conocido, las aguas suelen recibir residuos químicos de industrias o de fertilizantes utilizados para el cultivo, lo que altera la oxigenación y lleva a la muerte de cientos de animales y plantas. Así, se altera el ecosistema y nuevas especies mueren al ver modificado su hábitat natural.
Los derrames de petróleo son otro ejemplo claro de la contaminación causada por la actividad irresponsable del hombre sobre los océanos. Hace poco más de un año, el 20 de abril de 2010, se produjo una explosión en la plataforma petrolera de la empresa británica British Petroleum (BP), en el Golfo de México. Al poco tiempo, este derrame que duró unos 84 días se conoció como el peor de la historia mundial: fueron vertidos al mar un total de 4,4 millones de barriles de crudo, dejando consecuencias devastadoras en la biodiversidad de la zona. A pesar de los riesgos que implica esta actividad, aún los subsidios globales hacia los combustibles fósiles superan ampliamente a aquellos que reciben las energías limpias, como es el caso de la solar, eólica o biocombustibles.
Otra situación que no puede dejar de mencionarse para analizar el panorama actual es la sobrepesca que se registra a nivel global. Algunos estudios alertan que en tan sólo 50 años los peces podrían desaparecer a causa del manejo irresponsable de esta actividad. Así lo relata la película de Rupert Murray “The end of the line” (también conocida como “Un mundo sin peces”), donde se muestra cómo la población de Newfounland, Canadá, pasó de ser epicentro mundial de la pesca de bacalao a convertirse en un pueblo fantasma que agotó todos sus recursos. A pesar de abordar este caso local, lo que propone el film es alertar sobre algo que está ocurriendo a nivel global y exigir medidas políticas y ciudadanas para revertirlo.
Argentina también es una de las naciones donde se hace más visible el problema de la sobrepesca. Aquí se encuentra una de las plataformas continentales más grandes del mundo, con un mar donde hay una diversidad de especies única, que produce oxígeno, captura gases de efecto invernadero, y sirve de fuente de energía, agua, hidrocarburos y minerales. Sin embargo, los trabajos en su conservación son nulos, o por lo menos dejan mucho que desear.
En la actualidad ya casi no quedan territorios nacionales sin actividad pesquera, con importantes carencias en cuanto a la protección y regulación para un manejo responsable. Tal es el caso de la merluza, uno de los principales recursos del país y que genera miles de empleos. Más allá de su importancia, no se respetan las formas de producción adecuadas para que el día de mañana pueda seguir existiendo. El problema es que se extrae más de lo que el ambiente marino puede sostener y un 60 por ciento de los ejemplares capturados son jóvenes, esto es menores a 35 centímetros, por lo que no se les da tiempo a reproducirse.
Deberían, entonces, adoptarse medidas firmes y que estén sujetas a controles permanentes, que incluyan la reducción de al menos un 30 por ciento de las capturas y la implementación de dispositivos de selectividad para evitar la extracción de juveniles. También se debe controlar la “pesca de descarte”, especies no deseadas que, tras haber sido capturadas, son arrojadas sin vida al mar.
Como ocurre en otros sectores, los grandes empresarios aprovechan a extraer la mayor cantidad recursos disponibles, aún a sabiendas de esta alarmante situación. Lo que importa es el aquí y el ahora, las “ganancias” inmediatas que no tienen en cuenta proyecciones a futuro, pasando a segundo plano lo que quede para el mañana. En este contexto, la responsabilidad no sólo es de las autoridades que no aplican las normas adecuadas para asegurar el desarrollo a largo plazo, sino que también de todos los ciudadanos, quienes deben asumir el compromiso de no consumir aquellas especies que fueron extraídas de manera poco sustentable, aún cuando se encuentran en serio peligro de extinción. Para ello es necesario informarse y tomar conciencia de que un desarrollo más amigable con el medioambiente no sólo es posible sino que además necesario.
Por todo esto puede afirmarse que el estado de los océanos depende definitivamente de las acciones del hombre. Resulta positivo que, ante este panorama, surgen cada vez más acciones de denuncia que pretenden concientizar y exigir prácticas más sustentables para, contra todos los pronósticos, asegurar un futuro mejor. Tal es el caso de incansable lucha contra la caza de ballenas, cetáceo en peligro de extinción que aún sigue siendo capturado bajo el pretexto de “fines científicos” por flotas de Japón, Noruega e Islandia. Organizaciones como Greeanpeace y Sea Shepherd, denuncian constantemente esta actividad y en varias oportunidades lograron detener su macabro propósito.
Al respecto, también resulta interesante el documental presentado recientemente en Buenos Aires, “The Cove”, donde se muestra de manera realista y cruda la matanza de más de 20 mil delfines en las costas de Japón. Repudiar estas actividades es la mejor manera de luchar para eliminarlas, por lo que cada ciudadano puede ayudar, por ejemplo, dejando de visitar acuarios con delfines en cautiverio o evitando consumir especies sobre las que se conoce su peligro de extinción.
También urge revertir la contaminación que hay sobre los mares, prohibiendo todo tipo de actividades que pongan en peligro su óptima conservación. Para esto es fundamental la implementación de nuevas reservas marinas que protejan a las especies vulnerables y los hábitats en que se desarrollan.
Los océanos son sinónimo de vida, calma, relajación. Sus especies son de una belleza inigualable y su disponibilidad resulta vital para los seres vivos y ecosistemas del Planeta. Protegerlos es un compromiso de todos y un enorme desafío que no puede hacerse esperar.Por: Paula Rizzi
Conservar los océanos es uno de los mayores desafíos de la actualidad.
Los océanos del Planeta están en peligro, como así también todas las especies que los habitan. En los últimos años, numerosos estudios científicos se encargaron de alertar sobre esta situación y señalaron su preservación como uno de los mayores desafíos de la actualidad para evitar, en un futuro no muy lejano, una extinción masiva de la biodiversidad marina.
Dos terceras partes de la superficie terrestre se encuentran cubiertas por océanos. Estos recursos hídricos no sólo nos proveen del líquido para la vida sino que además son el hábitat de miles de especies, generan gran parte del oxígeno que respiramos, moderan el clima y, al igual que como ocurre con los árboles, son capaces de capturar y almacenar emisiones de dióxido de carbono antes de que lleguen a la atmósfera.
Sin embargo, el calentamiento global y la actividad humana están poniendo en peligro a este valiosísimo recurso natural. Según un reciente estudio del Programa Internacional sobre el Estado del Océano, la vida que allí se desarrolla se está deteriorando a niveles nunca antes vistos, lo que exige tomar medidas urgentes para evitar consecuencias devastadoras.
Entre los numerosos problemas que afectan a los océanos, la contaminación es una de las principales causas. Como es conocido, las aguas suelen recibir residuos químicos de industrias o de fertilizantes utilizados para el cultivo, lo que altera la oxigenación y lleva a la muerte de cientos de animales y plantas. Así, se altera el ecosistema y nuevas especies mueren al ver modificado su hábitat natural.
Los derrames de petróleo son otro ejemplo claro de la contaminación causada por la actividad irresponsable del hombre sobre los océanos. Hace poco más de un año, el 20 de abril de 2010, se produjo una explosión en la plataforma petrolera de la empresa británica British Petroleum (BP), en el Golfo de México. Al poco tiempo, este derrame que duró unos 84 días se conoció como el peor de la historia mundial: fueron vertidos al mar un total de 4,4 millones de barriles de crudo, dejando consecuencias devastadoras en la biodiversidad de la zona. A pesar de los riesgos que implica esta actividad, aún los subsidios globales hacia los combustibles fósiles superan ampliamente a aquellos que reciben las energías limpias, como es el caso de la solar, eólica o biocombustibles.
Otra situación que no puede dejar de mencionarse para analizar el panorama actual es la sobrepesca que se registra a nivel global. Algunos estudios alertan que en tan sólo 50 años los peces podrían desaparecer a causa del manejo irresponsable de esta actividad. Así lo relata la película de Rupert Murray “The end of the line” (también conocida como “Un mundo sin peces”), donde se muestra cómo la población de Newfounland, Canadá, pasó de ser epicentro mundial de la pesca de bacalao a convertirse en un pueblo fantasma que agotó todos sus recursos. A pesar de abordar este caso local, lo que propone el film es alertar sobre algo que está ocurriendo a nivel global y exigir medidas políticas y ciudadanas para revertirlo.
Argentina también es una de las naciones donde se hace más visible el problema de la sobrepesca. Aquí se encuentra una de las plataformas continentales más grandes del mundo, con un mar donde hay una diversidad de especies única, que produce oxígeno, captura gases de efecto invernadero, y sirve de fuente de energía, agua, hidrocarburos y minerales. Sin embargo, los trabajos en su conservación son nulos, o por lo menos dejan mucho que desear.
En la actualidad ya casi no quedan territorios nacionales sin actividad pesquera, con importantes carencias en cuanto a la protección y regulación para un manejo responsable. Tal es el caso de la merluza, uno de los principales recursos del país y que genera miles de empleos. Más allá de su importancia, no se respetan las formas de producción adecuadas para que el día de mañana pueda seguir existiendo. El problema es que se extrae más de lo que el ambiente marino puede sostener y un 60 por ciento de los ejemplares capturados son jóvenes, esto es menores a 35 centímetros, por lo que no se les da tiempo a reproducirse.
Deberían, entonces, adoptarse medidas firmes y que estén sujetas a controles permanentes, que incluyan la reducción de al menos un 30 por ciento de las capturas y la implementación de dispositivos de selectividad para evitar la extracción de juveniles. También se debe controlar la “pesca de descarte”, especies no deseadas que, tras haber sido capturadas, son arrojadas sin vida al mar.
Como ocurre en otros sectores, los grandes empresarios aprovechan a extraer la mayor cantidad recursos disponibles, aún a sabiendas de esta alarmante situación. Lo que importa es el aquí y el ahora, las “ganancias” inmediatas que no tienen en cuenta proyecciones a futuro, pasando a segundo plano lo que quede para el mañana. En este contexto, la responsabilidad no sólo es de las autoridades que no aplican las normas adecuadas para asegurar el desarrollo a largo plazo, sino que también de todos los ciudadanos, quienes deben asumir el compromiso de no consumir aquellas especies que fueron extraídas de manera poco sustentable, aún cuando se encuentran en serio peligro de extinción. Para ello es necesario informarse y tomar conciencia de que un desarrollo más amigable con el medioambiente no sólo es posible sino que además necesario.
Por todo esto puede afirmarse que el estado de los océanos depende definitivamente de las acciones del hombre. Resulta positivo que, ante este panorama, surgen cada vez más acciones de denuncia que pretenden concientizar y exigir prácticas más sustentables para, contra todos los pronósticos, asegurar un futuro mejor. Tal es el caso de incansable lucha contra la caza de ballenas, cetáceo en peligro de extinción que aún sigue siendo capturado bajo el pretexto de “fines científicos” por flotas de Japón, Noruega e Islandia. Organizaciones como Greeanpeace y Sea Shepherd, denuncian constantemente esta actividad y en varias oportunidades lograron detener su macabro propósito.
Al respecto, también resulta interesante el documental presentado recientemente en Buenos Aires, “The Cove”, donde se muestra de manera realista y cruda la matanza de más de 20 mil delfines en las costas de Japón. Repudiar estas actividades es la mejor manera de luchar para eliminarlas, por lo que cada ciudadano puede ayudar, por ejemplo, dejando de visitar acuarios con delfines en cautiverio o evitando consumir especies sobre las que se conoce su peligro de extinción.
También urge revertir la contaminación que hay sobre los mares, prohibiendo todo tipo de actividades que pongan en peligro su óptima conservación. Para esto es fundamental la implementación de nuevas reservas marinas que protejan a las especies vulnerables y los hábitats en que se desarrollan.
Los océanos son sinónimo de vida, calma, relajación. Sus especies son de una belleza inigualable y su disponibilidad resulta vital para los seres vivos y ecosistemas del Planeta. Protegerlos es un compromiso de todos y un enorme desafío que no puede hacerse esperar.