Woody Allen, ese estafador
Por: Roberto A.
Por favor, si no viste “Medianoche en Paris”, no sigas leyendo esto. Andá, la ves, y entonces sí.
Después de ver “Medianoche en Paris” salís envuelto en ese aura romántica de postal, que el genial director norteamericano usó para envolvernos como se usa el celofán para cubrir un ramo de flores.
Me gustó la película? Si, me gustó. Pero a la vez, tuve esa sensación que le agarra a uno cuando está en una kermesse y se encuentra frente a esos prestidigitadores que esconden una bolita en tres cáscaras de nuez. Sabés que te van a estafar, pero te quedás igual porque “te gusta”.
No hay estafa en la descarada continuidad entre la realidad y la fantasía (Allen confía en que nuestra “suspensión de la credibilidad” haga su tarea). La verdad es que ningún truco de efectos especiales sumaría algo a esta fábula.
Tampoco está en que los personajes famosos con los que se junta nuestro protagonista permanecen siempre dentro del perímetro de sus propias obras (especialmente Hemingway, que solo habla citándose a sí mismo).
El protagonista Gil Pender, “avatar” de Allen (Owen Wilson en su mejor papel), no se le parece físicamente, ni gestualmente ni en su vocalidad. La novia de Gil, superficial y materialista, es una muestra de las malas elecciones que uno suele hacer cuando privilegia la lógica sobre el corazón. Paul, el “pedante seudo-intelectual”, fue seguramente plagiado de Dolina. Sí, nuestro conocido comediante porteño y su famosa frase: “todo lo que hacen los hombres es para levantarse minas”. Y, sin embargo, Allen está allí, detrás de la marioneta, manejando genialmente los hilos, en su búsqueda de la Edad de Oro – pero ahí no nos estafa.
Tampoco me sentí estafado porque Adriana de la fantasía fuese el “avatar” de Gil, en cuanto ella, en los ´20s de la Generación Perdida, buscaba su Edad de Oro más atrás. Y no fue una casualidad que la bellísima anticuaria (che, yo me hago director de cine!), con la que Gil se aleja en la última escena bajo la romántica lluvia parisina, fuese el “avatar” de la novela de éste.
Todos estos trucos de prestidigitación ya los conozco. En el Siglo XIX alemán se llamaban “Rahmengeschichten” las historias dentro de otras. Lo que me costó mucho reconocer, fue que el mensaje que “no todo tiempo pasado fue mejor” es una estafa. Y me di cuenta, porque cuando Allen no deja algo libre a la interpretación del espectador, es que te está engañando. Acaso no se entendía esto desde el argumento, para que el protagonista lo tuviera que decir con todas las letras? Acaso no está toda la obra expresada con la más absoluta economía argumental, donde cada palabra y cada escena solo está porque expresa una idea? Y entonces, para qué Gil te lo tiene que decir en la cara? “El mejor momento es ahora”. Chocolate por la noticia!
Y ahí está la estafa. Allen nos dice: “Esta es mi mejor película, la de hoy”. Pero si sus mejores películas fueron otras: las que nos obligaban a discutir a la salida del Lorca durante incontables horas de la madrugada en el Café La Paz; las que nos daban argumentos para discutir si El Ser o La Nada – hasta que se acababan los Particulares con filtro; o si ese enano neurótico que gesticulaba y balbuceaba era parecido a alguno que conocíamos. Donde ver al personaje perseguido por una teta gigante que lo quiere aplastar, nos parecía la más genial interpretación de la psiquis humana. Las que nos inducían a consumir hectolitros de Cerveza Palermo y toneladas de pizza de muzzarela con doble tomate, mientras evaluábamos si “Bananas” se correspondía o no con algún país latinoamericano; si era un absurdo prejuicio de un neoyorquino ignorante, o si éste sabía algo que nosotros no. O “Manhattan”, que nos hizo debatir si Gerschwin era el súmmum de la música del siglo XX mientras imitábamos a un contorsionista jadeante en el asiento trasero de un fitito estacionado en el Rosedal. Y te lo reafirma la misma Adriana – avatar del avatar de Allen: “El presente? Aburrido!” Aquella sí que fue la Edad de Oro!
No ésta, donde él nos muestra una lindísima Paris, pero igualita a la que vi durante las vacaciones de invierno de no hace mucho. Es más, si quieren les muestro unas fotos que saqué, que son como las postales que Allen nos muestra al comienzo del film. Y este tipo me dice que su mejor film y mi mejor momento es hoy? No puede ser, seguro me está engañando! No te parece?
Por: Roberto A.Por: Roberto A.
Por favor, si no viste “Medianoche en Paris”, no sigas leyendo esto. Andá, la ves, y entonces sí.
Después de ver “Medianoche en Paris” salís envuelto en ese aura romántica de postal, que el genial director norteamericano usó para envolvernos como se usa el celofán para cubrir un ramo de flores.
Me gustó la película? Si, me gustó. Pero a la vez, tuve esa sensación que le agarra a uno cuando está en una kermesse y se encuentra frente a esos prestidigitadores que esconden una bolita en tres cáscaras de nuez. Sabés que te van a estafar, pero te quedás igual porque “te gusta”.
No hay estafa en la descarada continuidad entre la realidad y la fantasía (Allen confía en que nuestra “suspensión de la credibilidad” haga su tarea). La verdad es que ningún truco de efectos especiales sumaría algo a esta fábula.
Tampoco está en que los personajes famosos con los que se junta nuestro protagonista permanecen siempre dentro del perímetro de sus propias obras (especialmente Hemingway, que solo habla citándose a sí mismo).
El protagonista Gil Pender, “avatar” de Allen (Owen Wilson en su mejor papel), no se le parece físicamente, ni gestualmente ni en su vocalidad. La novia de Gil, superficial y materialista, es una muestra de las malas elecciones que uno suele hacer cuando privilegia la lógica sobre el corazón. Paul, el “pedante seudo-intelectual”, fue seguramente plagiado de Dolina. Sí, nuestro conocido comediante porteño y su famosa frase: “todo lo que hacen los hombres es para levantarse minas”. Y, sin embargo, Allen está allí, detrás de la marioneta, manejando genialmente los hilos, en su búsqueda de la Edad de Oro – pero ahí no nos estafa.
Tampoco me sentí estafado porque Adriana de la fantasía fuese el “avatar” de Gil, en cuanto ella, en los ´20s de la Generación Perdida, buscaba su Edad de Oro más atrás. Y no fue una casualidad que la bellísima anticuaria (che, yo me hago director de cine!), con la que Gil se aleja en la última escena bajo la romántica lluvia parisina, fuese el “avatar” de la novela de éste.
Todos estos trucos de prestidigitación ya los conozco. En el Siglo XIX alemán se llamaban “Rahmengeschichten” las historias dentro de otras. Lo que me costó mucho reconocer, fue que el mensaje que “no todo tiempo pasado fue mejor” es una estafa. Y me di cuenta, porque cuando Allen no deja algo libre a la interpretación del espectador, es que te está engañando. Acaso no se entendía esto desde el argumento, para que el protagonista lo tuviera que decir con todas las letras? Acaso no está toda la obra expresada con la más absoluta economía argumental, donde cada palabra y cada escena solo está porque expresa una idea? Y entonces, para qué Gil te lo tiene que decir en la cara? “El mejor momento es ahora”. Chocolate por la noticia!
Y ahí está la estafa. Allen nos dice: “Esta es mi mejor película, la de hoy”. Pero si sus mejores películas fueron otras: las que nos obligaban a discutir a la salida del Lorca durante incontables horas de la madrugada en el Café La Paz; las que nos daban argumentos para discutir si El Ser o La Nada – hasta que se acababan los Particulares con filtro; o si ese enano neurótico que gesticulaba y balbuceaba era parecido a alguno que conocíamos. Donde ver al personaje perseguido por una teta gigante que lo quiere aplastar, nos parecía la más genial interpretación de la psiquis humana. Las que nos inducían a consumir hectolitros de Cerveza Palermo y toneladas de pizza de muzzarela con doble tomate, mientras evaluábamos si “Bananas” se correspondía o no con algún país latinoamericano; si era un absurdo prejuicio de un neoyorquino ignorante, o si éste sabía algo que nosotros no. O “Manhattan”, que nos hizo debatir si Gerschwin era el súmmum de la música del siglo XX mientras imitábamos a un contorsionista jadeante en el asiento trasero de un fitito estacionado en el Rosedal. Y te lo reafirma la misma Adriana – avatar del avatar de Allen: “El presente? Aburrido!” Aquella sí que fue la Edad de Oro!
No ésta, donde él nos muestra una lindísima Paris, pero igualita a la que vi durante las vacaciones de invierno de no hace mucho. Es más, si quieren les muestro unas fotos que saqué, que son como las postales que Allen nos muestra al comienzo del film. Y este tipo me dice que su mejor film y mi mejor momento es hoy? No puede ser, seguro me está engañando! No te parece?
Por: Roberto A.Por: Roberto A.
Por favor, si no viste “Medianoche en Paris”, no sigas leyendo esto. Andá, la ves, y entonces sí.
Después de ver “Medianoche en Paris” salís envuelto en ese aura romántica de postal, que el genial director norteamericano usó para envolvernos como se usa el celofán para cubrir un ramo de flores.
Me gustó la película? Si, me gustó. Pero a la vez, tuve esa sensación que le agarra a uno cuando está en una kermesse y se encuentra frente a esos prestidigitadores que esconden una bolita en tres cáscaras de nuez. Sabés que te van a estafar, pero te quedás igual porque “te gusta”.
No hay estafa en la descarada continuidad entre la realidad y la fantasía (Allen confía en que nuestra “suspensión de la credibilidad” haga su tarea). La verdad es que ningún truco de efectos especiales sumaría algo a esta fábula.
Tampoco está en que los personajes famosos con los que se junta nuestro protagonista permanecen siempre dentro del perímetro de sus propias obras (especialmente Hemingway, que solo habla citándose a sí mismo).
El protagonista Gil Pender, “avatar” de Allen (Owen Wilson en su mejor papel), no se le parece físicamente, ni gestualmente ni en su vocalidad. La novia de Gil, superficial y materialista, es una muestra de las malas elecciones que uno suele hacer cuando privilegia la lógica sobre el corazón. Paul, el “pedante seudo-intelectual”, fue seguramente plagiado de Dolina. Sí, nuestro conocido comediante porteño y su famosa frase: “todo lo que hacen los hombres es para levantarse minas”. Y, sin embargo, Allen está allí, detrás de la marioneta, manejando genialmente los hilos, en su búsqueda de la Edad de Oro – pero ahí no nos estafa.
Tampoco me sentí estafado porque Adriana de la fantasía fuese el “avatar” de Gil, en cuanto ella, en los ´20s de la Generación Perdida, buscaba su Edad de Oro más atrás. Y no fue una casualidad que la bellísima anticuaria (che, yo me hago director de cine!), con la que Gil se aleja en la última escena bajo la romántica lluvia parisina, fuese el “avatar” de la novela de éste.
Todos estos trucos de prestidigitación ya los conozco. En el Siglo XIX alemán se llamaban “Rahmengeschichten” las historias dentro de otras. Lo que me costó mucho reconocer, fue que el mensaje que “no todo tiempo pasado fue mejor” es una estafa. Y me di cuenta, porque cuando Allen no deja algo libre a la interpretación del espectador, es que te está engañando. Acaso no se entendía esto desde el argumento, para que el protagonista lo tuviera que decir con todas las letras? Acaso no está toda la obra expresada con la más absoluta economía argumental, donde cada palabra y cada escena solo está porque expresa una idea? Y entonces, para qué Gil te lo tiene que decir en la cara? “El mejor momento es ahora”. Chocolate por la noticia!
Y ahí está la estafa. Allen nos dice: “Esta es mi mejor película, la de hoy”. Pero si sus mejores películas fueron otras: las que nos obligaban a discutir a la salida del Lorca durante incontables horas de la madrugada en el Café La Paz; las que nos daban argumentos para discutir si El Ser o La Nada – hasta que se acababan los Particulares con filtro; o si ese enano neurótico que gesticulaba y balbuceaba era parecido a alguno que conocíamos. Donde ver al personaje perseguido por una teta gigante que lo quiere aplastar, nos parecía la más genial interpretación de la psiquis humana. Las que nos inducían a consumir hectolitros de Cerveza Palermo y toneladas de pizza de muzzarela con doble tomate, mientras evaluábamos si “Bananas” se correspondía o no con algún país latinoamericano; si era un absurdo prejuicio de un neoyorquino ignorante, o si éste sabía algo que nosotros no. O “Manhattan”, que nos hizo debatir si Gerschwin era el súmmum de la música del siglo XX mientras imitábamos a un contorsionista jadeante en el asiento trasero de un fitito estacionado en el Rosedal. Y te lo reafirma la misma Adriana – avatar del avatar de Allen: “El presente? Aburrido!” Aquella sí que fue la Edad de Oro!
No ésta, donde él nos muestra una lindísima Paris, pero igualita a la que vi durante las vacaciones de invierno de no hace mucho. Es más, si quieren les muestro unas fotos que saqué, que son como las postales que Allen nos muestra al comienzo del film. Y este tipo me dice que su mejor film y mi mejor momento es hoy? No puede ser, seguro me está engañando! No te parece?
Por: Roberto A.