Entrevistamos a la reconocida psicoanalista Rosa Sánchez, explayandose en una charla sobre el miedo, sus causas y sus formas.
Por Alejandra Santoro
Los preconceptos son inevitables, culturales, y se nos impregnan y adhieren bien fuerte a la piel; pero también se destierran. Ya desde la primera pregunta, Rosa Sánchez barrió con el hecho de que el miedo es un síntoma de la actualidad. Cliché, frase hecha. Poco tiene que ver el miedo con lo temporal; el miedo es a-histórico. El miedo nos constituye casi como lo hacen los pulmones. Dictando una clase, el 17 de marzo de 1965, Jacques Lacan hizo circular una reproducción de «El grito», de Edvard Munch, donde se representan un lago, una ruta, dos personajes que parecen alejarse, y en primer plano un ser que se tapa las orejas y abre grande la boca. Él grita. ¿Qué es ese grito? ¿Quién oirá ese grito que nosotros no oímos, sino el que impone ese reino del silencio, ese que él escucha subir y bajar en este espacio a la vez centrado y abierto? Esta imagen es donde la voz se distingue de toda cosa modulante, pues es el grito lo que la hace diferente hasta de todas las formas. Aquí la laringe no es más que una siringa. La implosión, la explosión. El corte, la falta. Es por este camino por el que se va dibujando lo que verdaderamente es el miedo.
¿Considerás que somos una sociedad miedosa y que los miedos son un síntoma de la actualidad?
No, para nada. El miedo es un síntoma que ha existido desde que existe el hombre, como sentimiento, como manifestación. Es más, Freud trabajó con la famosa histeria de angustia, que es miedo como manifestación, y hace ya varios años de eso. El miedo es un sentimiento humano, como otros; humano en el sentido de cultural. Es cierto que hay situaciones o momentos culturales, o momentos de la constitución del sujeto, donde los miedos toman lugares importantes. El caso Juanito es paradigmático porque muestra el lugar que la fobia tiene en esa etapa de la vida.
¿Estos tipos de miedos son endógenos o exógenos?
En psicoanálisis, no hablamos de lo endógeno o lo exógeno, sino de una relación que denominamos «la banda de Moebius». La banda es una figura de la topología, consiste en una cinta que tiene una torsión. Esa torsión produce una figura donde no hay ni adentro ni afuera: lo que en algún momento esté adentro, en otro momento será la cara del afuera. Con lo cual uno puede interpretar que lo endógeno y lo exógeno se encuentran en un continuo permanente, no podemos separarlos.
Entonces, ¿cómo se explica el miedo a partir del psicoanálisis? Me imagino que debe tener alguna raíz cultural, ya que, en El malestar en la cultura, Freud nos explica la represión y la emergencia de lo inconsciente a partir de lo cultural que intenta soslayar y aplacar a lo natural e instintivo.
Tomamos el miedo como manifestación. Entonces, con Freud, podemos decir que es el efecto de un conflicto entre lo pulsional y los mecanismos que reprimen su presentación. A esta manifestación la llamamos fobia.
Generalmente, el miedo tiene un objeto, se tiene miedo a algo. Cuando hay un miedo a algo determinado, cuando ese miedo se relaciona con un objeto determinado que lo provoca, decimos que se constituyó una fobia, con lo cual ya lo estamos tomando como un síntoma, como algo a trabajar.
Algo a trabajar implica que tanto ese sentimiento del miedo como el objeto que lo provoca son significantes, es decir, son representantes de lo inconsciente, de lo no sabido por el sujeto que lo padece ni por el analista que será quien ayude en el trabajo de lectura de ese síntoma.
Se podría decir que, en líneas generales, hay dos tipos de miedos: el miedo real, donde verdaderamente existe un peligro real, ante el cual corre riesgo la integridad de la persona, y otro tipo de miedo, el neurótico, donde no hay un peligro real que pueda suponer una amenaza para la vida, donde se siente algo que no existe. ¿Cómo se explica este miedo?
Supongamos una persona que le tiene miedo a un perro, le da miedo verlo, acercarse a él, se asusta, pero ¿el perro conlleva un peligro real? A veces son perros domésticos, de lo más cariñosos, que no suscitan ningún riesgo; y, sin embargo, la persona entra en pánico si se le acerca. Entonces, este miedo no obedece a ningún criterio de realidad, porque no hay un riesgo real. El riesgo, y Freud lo dice así, clarito, el riesgo es pulsional.
El riesgo es que lo pulsional reprimido aparezca, se presentifique al yo del sujeto. El riesgo es que lo inconsciente pulsa y genera modos de presentarse, como es el síntoma. El síntoma como efecto del fantasma inconsciente, donde el perro es un significante más.
Pensado así, en la realidad de su fantasma, el perro es un peligro real. En el caso Juanito, Freud lo explica magníficamente.
Hablando del caso de Juanito, según la interpretación que hace Lacan, en primera instancia todo parece ir perfectamente bien, el niño se desarrolla con la mayor franqueza, con la mayor claridad. En un primer momento, no parece haber represión, él interroga a su madre y su padre con la mayor libertad acerca de la presencia o la ausencia de «hacepipí», como lo llama. Por otro lado, exhibirse le produce al niño un gran placer. ¿Qué se produce entonces? ¿Se puede relacionar su fobia respecto del objeto «caballo» de forma simple y directa con la prohibición de la masturbación por parte de sus padres?
Su fobia está asociada al goce sexual, a la sexualidad, lo cual tiene que ver con determinadas amenazas, con determinados temores de sufrir algún tipo de pérdida o daño en su cuerpo, principalmente el pene, porque es un órgano que en ese momento le da mucho placer. Juanito tiene cinco años, en general es la edad cuando empieza a aparecer el temor, o cierto registro del límite y de la castración, y ahí es donde surge, como respuesta a esto, la angustia, que siempre está enlazada a una fantasía, que en este caso es el caballo que lo muerde a Juanito. Es el temor de que el caballo lo muerda, le saque pedazos de su cuerpo. El objeto fobígeno es siempre un objeto que está cercano al sujeto fóbico: nadie tiene fobia de un objeto que no esté cerca y que no se pueda controlar. Además, ningún síntoma es lineal en relación con la causa, hay un entramado, una trama de significaciones sobre la causa posible. Entonces, por un lado, Juanito vivía muy cerca de una estación de coches con caballos; por otro, este objeto tiene que ver también con el padre, con el que jugaba «al caballo», y el niño también vio un caballo que volcó y se desprendió del carro que llevaba, lo cual Freud relaciona con el nacimiento de su hermana, con la pérdida del lugar fálico para su madre. Hay toda una trama de causas posibles. Lacan también sigue a Freud en esto. Siempre está relacionado con una angustia generada por pérdidas, límites, lo que nosotros llamamos la castración.
Para que el sujeto alcance la madurez genital, ha de haber sido castrado. ¿La castración funciona como signo de qué? ¿Por qué se introduce la castración en el desarrollo típico del sujeto?
La castración determina, según el grado o la forma en que el sujeto se articula a ella, el sexo al que se identifique, el goce al que quede pegado, y los fantasmas y los síntomas que padezca.
Las formas en que se imaginariza la castración pueden pasar por el miedo de perder el pene en el niño, miedo de perder lo que tiene; y en la mujer, la angustia es angustia por lo que no tiene, pero no importa cómo, si es por el miedo de perderlo o por la angustia de no tenerlo, el punto es que lo que se genera ahí es una relación con la falta: ambos están marcados por la falta, porque la falta viene desde otro lugar, desde lo simbólico, no desde lo corporal, por eso es que, hombre o mujer, igual somos seres relacionados a la castración, con distintos fantasmas, con distintas posiciones de acuerdo con el sexo que portamos y que de alguna manera también nos determina.
En el Seminario 4. La relación de objeto, Lacan plantea que la «afanisis», que en griego significa «desaparición», es el temor por parte del sujeto de ver extinguirse en él el deseo. ¿A qué se refiere con esto?
La afanisis es una caída del sujeto y tiene que ver con algún tipo de recurso neurótico, un recurso que el sujeto tiene neuróticamente para sostener el deseo, pero precisamente haciéndolo caer. Es una paradoja. Tenemos límites que son límites neuróticos, no son límites de la castración. Un sujeto que tiene miedo a un perro, o a viajar en subte… Esto es un límite a su goce, su despliegue, si tiene que trabajar o estar por la calle. Pero no tiene que ver con el límite de la castración, es neurótico, lo enferma, lo limita, lo empobrece.
Un sujeto puede estar veinticinco años con ganas de estudiar un instrumento musical y nunca hacerlo. Si quiere hacerlo, ¿por qué no lo hace? Todos en algún punto nos privamos o postergamos. Es una paradoja porque, mientras vos no lo hagas y no lo concretes, ese deseo va a estar siempre ahí; ahora, si vos lo hacés, si lo concretás, lo realizás, te encontrás con que es distinto de como lo idealizaste en tus fantasías, aparecen obstáculos, aparece el goce de realizarlo, aparece otro sujeto que «aquel que tenía el deseo de», te quedás sin el deseo pegado a un ideal… Es una manera neurótica de preservarlo, por eso dice «el miedo a quedarse sin el deseo».
Respecto de esto, ocurre que muchas veces tenemos miedo a las situaciones nuevas, que puedan conllevar algún tipo de cambio, y solemos buscar la seguridad en lo conocido. Cuando el miedo atrae y el vértigo es lo que manda, y en vez de huir el sujeto se ve conminado a caer en él, ¿podríamos decir que se trata de un goce parasitario?
El goce parasitario es el goce neurótico, es el goce del síntoma, es aquel que no nos permite desplegarnos en la vida, por eso parasitario, porque actúa como un parásito y nos tiene tomados. No nos permite cierta libertad de movimiento que implica acceder a otras experiencias nuevas, o ciertos goces, como podría ser desarrollarnos en alguna profesión o un arte, o lo que fuere que necesitamos para disfrutar la vida.
Ahora, este goce es un goce-sufrimiento; hay que diferenciar el goce como disfrute de la vida, del goce-sufrimiento que es el goce parasitario. Por ejemplo, en la fobia, que es el caso que hablamos recién, el sujeto se encuentra impedido de moverse libre, producir, trabajar, amar…
Entonces, ¿cuál es la relación que existe entre el goce parasitario y la fobia?
La fobia, como cualquier otra sintomatología que podamos tratar desde el psicoanálisis, tiene que ver con el goce parasitario, con el síntoma, con el límite neurótico, con las situaciones donde el sujeto queda trabado, pegado a algo.
Coincido con lo que decías recién. Yo no sé si le pondría la palabra miedo a lo nuevo, yo diría resistencia a lo nuevo, resistencia al cambio, resistencia a perder esa esencia de «yo soy miedosa». Por ejemplo, una persona se podría definir diciendo «Yo soy miedoso»; entonces uno podría preguntarle: «¿Y por qué te definís así?, ¿por qué ese Yo soy miedoso?». En el Yo soy miedoso, ya hay una definición del ser, ya hay algo donde quedó pegado a eso, y en algún punto resistente a ser otro.
Las identificaciones a las que un sujeto queda fijado producen estos efectos que no son benéficos, generalmente es al revés, tendemos a fijarnos en un ser «yo soy de esta manera». Incluso hay ciertos rasgos de carácter, ciertas estructuras, que marcan el «yo soy así y no voy a cambiar». El cambio es costoso porque tiene que ver con un des-ser, con un dejar de ser lo que soy para ser otra, y eso duele, son rupturas.
El goce parasitario tiene relación con el síntoma, y el síntoma puede ser fóbico, puede ser histérico, puede tener que ver con una conversión donde uno no puede mover el brazo, y ahí hay un síntoma y hay sufrimiento, y eso no es una fobia. La fobia sería una de las maneras en que se presenta algo del orden de lo inconsciente. Puede ser histérico, obsesivo, fóbico, pero el goce siempre está. El goce parasitario tiene que ver con el síntoma, con la neurosis y con el sufrimiento, y esto se puede encontrar no sólo en la fobia.
¿Cómo detecta un psicoanalista un significante de goce?
No se detecta aislado, se va armando mediante la escucha. Lo vas ubicando en la medida en que el sujeto habla y va discurriendo su asociación libre. A veces, tiene que ver la entonación de voz, un corte de la palabra, los lapsus… A veces, hay ayuda para que eso se detecte; ayuda que da el mismo analizante, que, de alguna manera, se lo manda como marcado al analista, lo realza para la escucha del analista o lo muestra en un acting.
No es tan fácil decir «¡acá está!». Pero siempre algo aparece que el analista escucha, y ahí es donde apunta, y eso es lo que recorta. Por eso es que los analistas trabajamos con la palabra del otro: lo que hacemos es hacer hablar, y en la escucha siempre algo aparece. Yo siempre les digo a mis alumnos que Lacan dice que el analista tiene que permitirse ser curioso, cuando algo llama la atención no dejarlo pasar, repreguntar o repetir la frase, hacer algo para detener ahí la asociación del relato. Y eso provoca mucha resistencia, porque todos, cuando hablamos, queremos llegar a contar todo lo que queremos decir y que nos dejen llegar al punto final y armar toda la frase, y si te cortan en medio del relato por una palabra que dijiste, genera molestia; pero es parte del trabajo del análisis.
Se trata de provocar un punto de interrogación en algo que estaba muy cerrado, muy redondito en el sentido, porque el analizante lo que quiere es contar lo anecdótico, pero el analista rompe lo anecdótico, porque si no lo hace se queda con la lógica yoica. Es otro el trabajo que hace el analista con el lenguaje.
Voy a hacerte una pregunta que involucra un campo con el cual, imagino, guardarás algunas diferencias. En el año 2009 salió publicado un artículo en CNN digital donde se hablaba de «el gen del terror». La Universidad de Bonn, en Alemania, habría descubierto por qué algunas personas que viven una experiencia traumática guardan sólo un mal recuerdo y otras sufren de estrés postraumático, y la respuesta estaba en un gen llamado COMT, que regula un neurotransmisor vinculado con la ansiedad. ¿Cuánto de verdad pensás que hay en que el miedo podría llegar a tener una causa genética?
Es muy difícil decir qué es verdad y qué no es verdad, pero desde mi disciplina, desde mi formación como psicoanalista, siempre uno escucha que la ciencia intenta tomar el campo que es del psicoanálisis, y dar cuenta a través de lo orgánico, y también curar a través de lo orgánico; si salió un gen que produce esto, se podría manipular desde lo orgánico, desde lo químico, de la misma manera que los ataques de pánico y que todas esas siglas DSM-IV y DSM-V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), que ahora pululan por todos lados, y que tienen que ver con diagnósticos y rótulos que se ponen, terapias que aparecen y que no tienen nada que ver con el psicoanálisis, son absolutamente opuestas en la interpretación del fenómeno en sí, y también en el modo de tratarlo.
La creencia en la ciencia produce un confort, todo está explicado y solucionado rápida, cómodamente y sin sufrimiento, como decía Freud.
Incluso, se podría llegar a pensar que, si se logra controlar este gen, no habría más miedo.
Pero la ciencia intenta eso, siempre intenta cubrir todo, controlar todo, tener respuestas para todo. La ciencia intenta, pero no lo logra, porque además no hay qué ni quién pueda, porque ese es el concepto de la castración, no hay disciplina y no hay sujeto que pueda controlarlo todo, que pueda curar todo, resolver todo o saber todo. Cuando un psicoanalista dice esto, realmente ya se ubica en las antípodas de cualquier posición científica, porque el científico, si bien lo reconoce, parte de una posición donde parece que es posible; por ejemplo, decir que sería posible vencer el miedo a partir del trabajo sobre ese gen.
Por último, en un contexto donde prima un bombardeo de imágenes televisivas y noticias que nos llegan de diferentes medios de comunicación, que muestran una hiperrealidad y personas alimentadas con sustancias procesadas, sujetas a la inmediatez de la información y la acción, ¿se podría hablar de una funcionalidad del miedo en este tipo de sociedad, donde los cuerpos disciplinados, y las reacciones prefabricadas son útiles al sistema?
Seguro, es funcional y además es manipulado y provocado permanentemente, lo vemos todos los días en los medios. Matan a una persona, por ejemplo, en un acto delictivo, y están una semana con ese caso; te lo pasan constantemente por radio y televisión hasta que llega un momento en que la gente está aterrada y ve el riesgo de un homicida en cualquier lado.
Lo que ocurrió recientemente con la tragedia en Once por ejemplo. Una cosa es la terrible gravedad del caso, las responsabilidades y todo lo que no se hizo hace años, ni se hace, y otra cosa es el bombardeo que los medios generan, de todas las imágenes del caso, teniendo la capacidad de generar pánico en la sociedad.
Yo veo mucho de eso con el tema de la famosa inseguridad. Trabajo con adolescentes con causas penales, y hace unos días me encontraba en unas jornadas de trabajo donde un expositor probaba que las estadísticas sobre robo y homicidio en ocasión de robo no condicen con lo que los medios dicen o la mayoría de la gente cree.
Hay un homicidio en ocasión de robo, y te bombardean días y días hasta que ese episodio se te multiplica en cientos. De esta forma, generan un pánico en la gente, que hace que desconfíen hasta de su sombra, ponen siete llaves a la puerta, como si estuviesen acechados permanentemente.
Pero los medios lo hacen porque eso da rating, está el otro lado de la radio, el diario o la televisión, y es la gente que se prende al televisor, y se presta a ese goce de comentarlo, de mirarlo, de saber hasta los últimos detalles macabros… Y, por más que sea algo horroroso, la gente lo mira igual. Mejor dicho, porque es horroroso lo miran… Justamente, porque el goce no tiene que ver con lo que es bello y lo que hace bien.
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Rosa Sánchez , ex presidente del tribunal de disciplina del Colegio de Psicólogos distrito XIV. Docente de la Facultad de Psicología de la UdMM. Docente de Centro Dos.
Entrevistamos a la reconocida psicoanalista Rosa Sánchez, miembro de la Institución Psicoanalítica Mayéutica, en una charla sobre el miedo, sus causas y sus formas.
Por Alejandra Nazarena Santoro
Los preconceptos son inevitables, culturales, y se nos impregnan y adhieren bien fuerte a la piel; pero también se destierran. Ya desde la primera pregunta, Rosa Sánchez barrió con el hecho de que el miedo es un síntoma de la actualidad. Cliché, frase hecha. Poco tiene que ver el miedo con lo temporal; el miedo es a-histórico. El miedo nos constituye casi como lo hacen los pulmones. Dictando una clase, el 17 de marzo de 1965, Jacques Lacan hizo circular una reproducción de «El grito», de Edvard Munch, donde se representan un lago, una ruta, dos personajes que parecen alejarse, y en primer plano un ser que se tapa las orejas y abre grande la boca. Él grita. ¿Qué es ese grito? ¿Quién oirá ese grito que nosotros no oímos, sino el que impone ese reino del silencio, ese que él escucha subir y bajar en este espacio a la vez centrado y abierto? Esta imagen es donde la voz se distingue de toda cosa modulante, pues es el grito lo que la hace diferente hasta de todas las formas. Aquí la laringe no es más que una siringa. La implosión, la explosión. El corte, la falta. Es por este camino por el que se va dibujando lo que verdaderamente es el miedo.
¿Considerás que somos una sociedad miedosa y que los miedos son un síntoma de la actualidad?
No, para nada. El miedo es un síntoma que ha existido desde que existe el hombre, como sentimiento, como manifestación. Es más, Freud trabajó con la famosa histeria de angustia, que es miedo como manifestación, y hace ya varios años de eso. El miedo es un sentimiento humano, como otros; humano en el sentido de cultural. Es cierto que hay situaciones o momentos culturales, o momentos de la constitución del sujeto, donde los miedos toman lugares importantes. El caso Juanito es paradigmático porque muestra el lugar que la fobia tiene en esa etapa de la vida.
¿Estos tipos de miedos son endógenos o exógenos?
En psicoanálisis, no hablamos de lo endógeno o lo exógeno, sino de una relación que denominamos «la banda de Moebius». La banda es una figura de la topología, consiste en una cinta que tiene una torsión. Esa torsión produce una figura donde no hay ni adentro ni afuera: lo que en algún momento esté adentro, en otro momento será la cara del afuera. Con lo cual uno puede interpretar que lo endógeno y lo exógeno se encuentran en un continuo permanente, no podemos separarlos.
Entonces, ¿cómo se explica el miedo a partir del psicoanálisis? Me imagino que debe tener alguna raíz cultural, ya que, en El malestar en la cultura, Freud nos explica la represión y la emergencia de lo inconsciente a partir de lo cultural que intenta soslayar y aplacar a lo natural e instintivo.
Tomamos el miedo como manifestación. Entonces, con Freud, podemos decir que es el efecto de un conflicto entre lo pulsional y los mecanismos que reprimen su presentación. A esta manifestación la llamamos fobia.
Generalmente, el miedo tiene un objeto, se tiene miedo a algo. Cuando hay un miedo a algo determinado, cuando ese miedo se relaciona con un objeto determinado que lo provoca, decimos que se constituyó una fobia, con lo cual ya lo estamos tomando como un síntoma, como algo a trabajar.
Algo a trabajar implica que tanto ese sentimiento del miedo como el objeto que lo provoca son significantes, es decir, son representantes de lo inconsciente, de lo no sabido por el sujeto que lo padece ni por el analista que será quien ayude en el trabajo de lectura de ese síntoma.
Se podría decir que, en líneas generales, hay dos tipos de miedos: el miedo real, donde verdaderamente existe un peligro real, ante el cual corre riesgo la integridad de la persona, y otro tipo de miedo, el neurótico, donde no hay un peligro real que pueda suponer una amenaza para la vida, donde se siente algo que no existe. ¿Cómo se explica este miedo?
Supongamos una persona que le tiene miedo a un perro, le da miedo verlo, acercarse a él, se asusta, pero ¿el perro conlleva un peligro real? A veces son perros domésticos, de lo más cariñosos, que no suscitan ningún riesgo; y, sin embargo, la persona entra en pánico si se le acerca. Entonces, este miedo no obedece a ningún criterio de realidad, porque no hay un riesgo real. El riesgo, y Freud lo dice así, clarito, el riesgo es pulsional.
El riesgo es que lo pulsional reprimido aparezca, se presentifique al yo del sujeto. El riesgo es que lo inconsciente pulsa y genera modos de presentarse, como es el síntoma. El síntoma como efecto del fantasma inconsciente, donde el perro es un significante más.
Pensado así, en la realidad de su fantasma, el perro es un peligro real. En el caso Juanito, Freud lo explica magníficamente.
Hablando del caso de Juanito, según la interpretación que hace Lacan, en primera instancia todo parece ir perfectamente bien, el niño se desarrolla con la mayor franqueza, con la mayor claridad. En un primer momento, no parece haber represión, él interroga a su madre y su padre con la mayor libertad acerca de la presencia o la ausencia de «hacepipí», como lo llama. Por otro lado, exhibirse le produce al niño un gran placer. ¿Qué se produce entonces? ¿Se puede relacionar su fobia respecto del objeto «caballo» de forma simple y directa con la prohibición de la masturbación por parte de sus padres?
Su fobia está asociada al goce sexual, a la sexualidad, lo cual tiene que ver con determinadas amenazas, con determinados temores de sufrir algún tipo de pérdida o daño en su cuerpo, principalmente el pene, porque es un órgano que en ese momento le da mucho placer. Juanito tiene cinco años, en general es la edad cuando empieza a aparecer el temor, o cierto registro del límite y de la castración, y ahí es donde surge, como respuesta a esto, la angustia, que siempre está enlazada a una fantasía, que en este caso es el caballo que lo muerde a Juanito. Es el temor de que el caballo lo muerda, le saque pedazos de su cuerpo. El objeto fobígeno es siempre un objeto que está cercano al sujeto fóbico: nadie tiene fobia de un objeto que no esté cerca y que no se pueda controlar. Además, ningún síntoma es lineal en relación con la causa, hay un entramado, una trama de significaciones sobre la causa posible. Entonces, por un lado, Juanito vivía muy cerca de una estación de coches con caballos; por otro, este objeto tiene que ver también con el padre, con el que jugaba «al caballo», y el niño también vio un caballo que volcó y se desprendió del carro que llevaba, lo cual Freud relaciona con el nacimiento de su hermana, con la pérdida del lugar fálico para su madre. Hay toda una trama de causas posibles. Lacan también sigue a Freud en esto. Siempre está relacionado con una angustia generada por pérdidas, límites, lo que nosotros llamamos la castración.
Para que el sujeto alcance la madurez genital, ha de haber sido castrado. ¿La castración funciona como signo de qué? ¿Por qué se introduce la castración en el desarrollo típico del sujeto?
La castración determina, según el grado o la forma en que el sujeto se articula a ella, el sexo al que se identifique, el goce al que quede pegado, y los fantasmas y los síntomas que padezca.
Las formas en que se imaginariza la castración pueden pasar por el miedo de perder el pene en el niño, miedo de perder lo que tiene; y en la mujer, la angustia es angustia por lo que no tiene, pero no importa cómo, si es por el miedo de perderlo o por la angustia de no tenerlo, el punto es que lo que se genera ahí es una relación con la falta: ambos están marcados por la falta, porque la falta viene desde otro lugar, desde lo simbólico, no desde lo corporal, por eso es que, hombre o mujer, igual somos seres relacionados a la castración, con distintos fantasmas, con distintas posiciones de acuerdo con el sexo que portamos y que de alguna manera también nos determina.
En el Seminario 4. La relación de objeto, Lacan plantea que la «afanisis», que en griego significa «desaparición», es el temor por parte del sujeto de ver extinguirse en él el deseo. ¿A qué se refiere con esto?
La afanisis es una caída del sujeto y tiene que ver con algún tipo de recurso neurótico, un recurso que el sujeto tiene neuróticamente para sostener el deseo, pero precisamente haciéndolo caer. Es una paradoja. Tenemos límites que son límites neuróticos, no son límites de la castración. Un sujeto que tiene miedo a un perro, o a viajar en subte… Esto es un límite a su goce, su despliegue, si tiene que trabajar o estar por la calle. Pero no tiene que ver con el límite de la castración, es neurótico, lo enferma, lo limita, lo empobrece.
Un sujeto puede estar veinticinco años con ganas de estudiar un instrumento musical y nunca hacerlo. Si quiere hacerlo, ¿por qué no lo hace? Todos en algún punto nos privamos o postergamos. Es una paradoja porque, mientras vos no lo hagas y no lo concretes, ese deseo va a estar siempre ahí; ahora, si vos lo hacés, si lo concretás, lo realizás, te encontrás con que es distinto de como lo idealizaste en tus fantasías, aparecen obstáculos, aparece el goce de realizarlo, aparece otro sujeto que «aquel que tenía el deseo de», te quedás sin el deseo pegado a un ideal… Es una manera neurótica de preservarlo, por eso dice «el miedo a quedarse sin el deseo».
Respecto de esto, ocurre que muchas veces tenemos miedo a las situaciones nuevas, que puedan conllevar algún tipo de cambio, y solemos buscar la seguridad en lo conocido. Cuando el miedo atrae y el vértigo es lo que manda, y en vez de huir el sujeto se ve conminado a caer en él, ¿podríamos decir que se trata de un goce parasitario?
El goce parasitario es el goce neurótico, es el goce del síntoma, es aquel que no nos permite desplegarnos en la vida, por eso parasitario, porque actúa como un parásito y nos tiene tomados. No nos permite cierta libertad de movimiento que implica acceder a otras experiencias nuevas, o ciertos goces, como podría ser desarrollarnos en alguna profesión o un arte, o lo que fuere que necesitamos para disfrutar la vida.
Ahora, este goce es un goce-sufrimiento; hay que diferenciar el goce como disfrute de la vida, del goce-sufrimiento que es el goce parasitario. Por ejemplo, en la fobia, que es el caso que hablamos recién, el sujeto se encuentra impedido de moverse libre, producir, trabajar, amar…
Entonces, ¿cuál es la relación que existe entre el goce parasitario y la fobia?
La fobia, como cualquier otra sintomatología que podamos tratar desde el psicoanálisis, tiene que ver con el goce parasitario, con el síntoma, con el límite neurótico, con las situaciones donde el sujeto queda trabado, pegado a algo.
Coincido con lo que decías recién. Yo no sé si le pondría la palabra miedo a lo nuevo, yo diría resistencia a lo nuevo, resistencia al cambio, resistencia a perder esa esencia de «yo soy miedosa». Por ejemplo, una persona se podría definir diciendo «Yo soy miedoso»; entonces uno podría preguntarle: «¿Y por qué te definís así?, ¿por qué ese Yo soy miedoso?». En el Yo soy miedoso, ya hay una definición del ser, ya hay algo donde quedó pegado a eso, y en algún punto resistente a ser otro.
Las identificaciones a las que un sujeto queda fijado producen estos efectos que no son benéficos, generalmente es al revés, tendemos a fijarnos en un ser «yo soy de esta manera». Incluso hay ciertos rasgos de carácter, ciertas estructuras, que marcan el «yo soy así y no voy a cambiar». El cambio es costoso porque tiene que ver con un des-ser, con un dejar de ser lo que soy para ser otra, y eso duele, son rupturas.
El goce parasitario tiene relación con el síntoma, y el síntoma puede ser fóbico, puede ser histérico, puede tener que ver con una conversión donde uno no puede mover el brazo, y ahí hay un síntoma y hay sufrimiento, y eso no es una fobia. La fobia sería una de las maneras en que se presenta algo del orden de lo inconsciente. Puede ser histérico, obsesivo, fóbico, pero el goce siempre está. El goce parasitario tiene que ver con el síntoma, con la neurosis y con el sufrimiento, y esto se puede encontrar no sólo en la fobia.
¿Cómo detecta un psicoanalista un significante de goce?
No se detecta aislado, se va armando mediante la escucha. Lo vas ubicando en la medida en que el sujeto habla y va discurriendo su asociación libre. A veces, tiene que ver la entonación de voz, un corte de la palabra, los lapsus… A veces, hay ayuda para que eso se detecte; ayuda que da el mismo analizante, que, de alguna manera, se lo manda como marcado al analista, lo realza para la escucha del analista o lo muestra en un acting.
No es tan fácil decir «¡acá está!». Pero siempre algo aparece que el analista escucha, y ahí es donde apunta, y eso es lo que recorta. Por eso es que los analistas trabajamos con la palabra del otro: lo que hacemos es hacer hablar, y en la escucha siempre algo aparece. Yo siempre les digo a mis alumnos que Lacan dice que el analista tiene que permitirse ser curioso, cuando algo llama la atención no dejarlo pasar, repreguntar o repetir la frase, hacer algo para detener ahí la asociación del relato. Y eso provoca mucha resistencia, porque todos, cuando hablamos, queremos llegar a contar todo lo que queremos decir y que nos dejen llegar al punto final y armar toda la frase, y si te cortan en medio del relato por una palabra que dijiste, genera molestia; pero es parte del trabajo del análisis.
Se trata de provocar un punto de interrogación en algo que estaba muy cerrado, muy redondito en el sentido, porque el analizante lo que quiere es contar lo anecdótico, pero el analista rompe lo anecdótico, porque si no lo hace se queda con la lógica yoica. Es otro el trabajo que hace el analista con el lenguaje.
Voy a hacerte una pregunta que involucra un campo con el cual, imagino, guardarás algunas diferencias. En el año 2009 salió publicado un artículo en CNN digital donde se hablaba de «el gen del terror». La Universidad de Bonn, en Alemania, habría descubierto por qué algunas personas que viven una experiencia traumática guardan sólo un mal recuerdo y otras sufren de estrés postraumático, y la respuesta estaba en un gen llamado COMT, que regula un neurotransmisor vinculado con la ansiedad. ¿Cuánto de verdad pensás que hay en que el miedo podría llegar a tener una causa genética?
Es muy difícil decir qué es verdad y qué no es verdad, pero desde mi disciplina, desde mi formación como psicoanalista, siempre uno escucha que la ciencia intenta tomar el campo que es del psicoanálisis, y dar cuenta a través de lo orgánico, y también curar a través de lo orgánico; si salió un gen que produce esto, se podría manipular desde lo orgánico, desde lo químico, de la misma manera que los ataques de pánico y que todas esas siglas DSM-IV y DSM-V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), que ahora pululan por todos lados, y que tienen que ver con diagnósticos y rótulos que se ponen, terapias que aparecen y que no tienen nada que ver con el psicoanálisis, son absolutamente opuestas en la interpretación del fenómeno en sí, y también en el modo de tratarlo.
La creencia en la ciencia produce un confort, todo está explicado y solucionado rápida, cómodamente y sin sufrimiento, como decía Freud.
Incluso, se podría llegar a pensar que, si se logra controlar este gen, no habría más miedo.
Pero la ciencia intenta eso, siempre intenta cubrir todo, controlar todo, tener respuestas para todo. La ciencia intenta, pero no lo logra, porque además no hay qué ni quién pueda, porque ese es el concepto de la castración, no hay disciplina y no hay sujeto que pueda controlarlo todo, que pueda curar todo, resolver todo o saber todo. Cuando un psicoanalista dice esto, realmente ya se ubica en las antípodas de cualquier posición científica, porque el científico, si bien lo reconoce, parte de una posición donde parece que es posible; por ejemplo, decir que sería posible vencer el miedo a partir del trabajo sobre ese gen.
Por último, en un contexto donde prima un bombardeo de imágenes televisivas y noticias que nos llegan de diferentes medios de comunicación, que muestran una hiperrealidad y personas alimentadas con sustancias procesadas, sujetas a la inmediatez de la información y la acción, ¿se podría hablar de una funcionalidad del miedo en este tipo de sociedad, donde los cuerpos disciplinados, y las reacciones prefabricadas son útiles al sistema?
Seguro, es funcional y además es manipulado y provocado permanentemente, lo vemos todos los días en los medios. Matan a una persona, por ejemplo, en un acto delictivo, y están una semana con ese caso; te lo pasan constantemente por radio y televisión hasta que llega un momento en que la gente está aterrada y ve el riesgo de un homicida en cualquier lado.
Lo que ocurrió recientemente con la tragedia en Once por ejemplo. Una cosa es la terrible gravedad del caso, las responsabilidades y todo lo que no se hizo hace años, ni se hace, y otra cosa es el bombardeo que los medios generan, de todas las imágenes del caso, teniendo la capacidad de generar pánico en la sociedad.
Yo veo mucho de eso con el tema de la famosa inseguridad. Trabajo con adolescentes con causas penales, y hace unos días me encontraba en unas jornadas de trabajo donde un expositor probaba que las estadísticas sobre robo y homicidio en ocasión de robo no condicen con lo que los medios dicen o la mayoría de la gente cree.
Hay un homicidio en ocasión de robo, y te bombardean días y días hasta que ese episodio se te multiplica en cientos. De esta forma, generan un pánico en la gente, que hace que desconfíen hasta de su sombra, ponen siete llaves a la puerta, como si estuviesen acechados permanentemente.
Pero los medios lo hacen porque eso da rating, está el otro lado de la radio, el diario o la televisión, y es la gente que se prende al televisor, y se presta a ese goce de comentarlo, de mirarlo, de saber hasta los últimos detalles macabros… Y, por más que sea algo horroroso, la gente lo mira igual. Mejor dicho, porque es horroroso lo miran… Justamente, porque el goce no tiene que ver con lo que es bello y lo que hace bien.
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Rosa Sánchez es miembro de Mayéutica Institución Psicoanalítica desde 1984. Designada Miembro Analista desde el año 2008. Ex presidente del tribunal de disciplina del Colegio de Psicólogos distrito XIV. Docente de la Facultad de Psicología de la UdMM. Docente de Centro Dos y del Programa de Formación de Mayéutica.
Entrevistamos a la reconocida psicoanalista Rosa Sánchez, miembro de la Institución Psicoanalítica Mayéutica, en una charla sobre el miedo, sus causas y sus formas.
Por Alejandra Nazarena Santoro
Los preconceptos son inevitables, culturales, y se nos impregnan y adhieren bien fuerte a la piel; pero también se destierran. Ya desde la primera pregunta, Rosa Sánchez barrió con el hecho de que el miedo es un síntoma de la actualidad. Cliché, frase hecha. Poco tiene que ver el miedo con lo temporal; el miedo es a-histórico. El miedo nos constituye casi como lo hacen los pulmones. Dictando una clase, el 17 de marzo de 1965, Jacques Lacan hizo circular una reproducción de «El grito», de Edvard Munch, donde se representan un lago, una ruta, dos personajes que parecen alejarse, y en primer plano un ser que se tapa las orejas y abre grande la boca. Él grita. ¿Qué es ese grito? ¿Quién oirá ese grito que nosotros no oímos, sino el que impone ese reino del silencio, ese que él escucha subir y bajar en este espacio a la vez centrado y abierto? Esta imagen es donde la voz se distingue de toda cosa modulante, pues es el grito lo que la hace diferente hasta de todas las formas. Aquí la laringe no es más que una siringa. La implosión, la explosión. El corte, la falta. Es por este camino por el que se va dibujando lo que verdaderamente es el miedo.
¿Considerás que somos una sociedad miedosa y que los miedos son un síntoma de la actualidad?
No, para nada. El miedo es un síntoma que ha existido desde que existe el hombre, como sentimiento, como manifestación. Es más, Freud trabajó con la famosa histeria de angustia, que es miedo como manifestación, y hace ya varios años de eso. El miedo es un sentimiento humano, como otros; humano en el sentido de cultural. Es cierto que hay situaciones o momentos culturales, o momentos de la constitución del sujeto, donde los miedos toman lugares importantes. El caso Juanito es paradigmático porque muestra el lugar que la fobia tiene en esa etapa de la vida.
¿Estos tipos de miedos son endógenos o exógenos?
En psicoanálisis, no hablamos de lo endógeno o lo exógeno, sino de una relación que denominamos «la banda de Moebius». La banda es una figura de la topología, consiste en una cinta que tiene una torsión. Esa torsión produce una figura donde no hay ni adentro ni afuera: lo que en algún momento esté adentro, en otro momento será la cara del afuera. Con lo cual uno puede interpretar que lo endógeno y lo exógeno se encuentran en un continuo permanente, no podemos separarlos.
Entonces, ¿cómo se explica el miedo a partir del psicoanálisis? Me imagino que debe tener alguna raíz cultural, ya que, en El malestar en la cultura, Freud nos explica la represión y la emergencia de lo inconsciente a partir de lo cultural que intenta soslayar y aplacar a lo natural e instintivo.
Tomamos el miedo como manifestación. Entonces, con Freud, podemos decir que es el efecto de un conflicto entre lo pulsional y los mecanismos que reprimen su presentación. A esta manifestación la llamamos fobia.
Generalmente, el miedo tiene un objeto, se tiene miedo a algo. Cuando hay un miedo a algo determinado, cuando ese miedo se relaciona con un objeto determinado que lo provoca, decimos que se constituyó una fobia, con lo cual ya lo estamos tomando como un síntoma, como algo a trabajar.
Algo a trabajar implica que tanto ese sentimiento del miedo como el objeto que lo provoca son significantes, es decir, son representantes de lo inconsciente, de lo no sabido por el sujeto que lo padece ni por el analista que será quien ayude en el trabajo de lectura de ese síntoma.
Se podría decir que, en líneas generales, hay dos tipos de miedos: el miedo real, donde verdaderamente existe un peligro real, ante el cual corre riesgo la integridad de la persona, y otro tipo de miedo, el neurótico, donde no hay un peligro real que pueda suponer una amenaza para la vida, donde se siente algo que no existe. ¿Cómo se explica este miedo?
Supongamos una persona que le tiene miedo a un perro, le da miedo verlo, acercarse a él, se asusta, pero ¿el perro conlleva un peligro real? A veces son perros domésticos, de lo más cariñosos, que no suscitan ningún riesgo; y, sin embargo, la persona entra en pánico si se le acerca. Entonces, este miedo no obedece a ningún criterio de realidad, porque no hay un riesgo real. El riesgo, y Freud lo dice así, clarito, el riesgo es pulsional.
El riesgo es que lo pulsional reprimido aparezca, se presentifique al yo del sujeto. El riesgo es que lo inconsciente pulsa y genera modos de presentarse, como es el síntoma. El síntoma como efecto del fantasma inconsciente, donde el perro es un significante más.
Pensado así, en la realidad de su fantasma, el perro es un peligro real. En el caso Juanito, Freud lo explica magníficamente.
Hablando del caso de Juanito, según la interpretación que hace Lacan, en primera instancia todo parece ir perfectamente bien, el niño se desarrolla con la mayor franqueza, con la mayor claridad. En un primer momento, no parece haber represión, él interroga a su madre y su padre con la mayor libertad acerca de la presencia o la ausencia de «hacepipí», como lo llama. Por otro lado, exhibirse le produce al niño un gran placer. ¿Qué se produce entonces? ¿Se puede relacionar su fobia respecto del objeto «caballo» de forma simple y directa con la prohibición de la masturbación por parte de sus padres?
Su fobia está asociada al goce sexual, a la sexualidad, lo cual tiene que ver con determinadas amenazas, con determinados temores de sufrir algún tipo de pérdida o daño en su cuerpo, principalmente el pene, porque es un órgano que en ese momento le da mucho placer. Juanito tiene cinco años, en general es la edad cuando empieza a aparecer el temor, o cierto registro del límite y de la castración, y ahí es donde surge, como respuesta a esto, la angustia, que siempre está enlazada a una fantasía, que en este caso es el caballo que lo muerde a Juanito. Es el temor de que el caballo lo muerda, le saque pedazos de su cuerpo. El objeto fobígeno es siempre un objeto que está cercano al sujeto fóbico: nadie tiene fobia de un objeto que no esté cerca y que no se pueda controlar. Además, ningún síntoma es lineal en relación con la causa, hay un entramado, una trama de significaciones sobre la causa posible. Entonces, por un lado, Juanito vivía muy cerca de una estación de coches con caballos; por otro, este objeto tiene que ver también con el padre, con el que jugaba «al caballo», y el niño también vio un caballo que volcó y se desprendió del carro que llevaba, lo cual Freud relaciona con el nacimiento de su hermana, con la pérdida del lugar fálico para su madre. Hay toda una trama de causas posibles. Lacan también sigue a Freud en esto. Siempre está relacionado con una angustia generada por pérdidas, límites, lo que nosotros llamamos la castración.
Para que el sujeto alcance la madurez genital, ha de haber sido castrado. ¿La castración funciona como signo de qué? ¿Por qué se introduce la castración en el desarrollo típico del sujeto?
La castración determina, según el grado o la forma en que el sujeto se articula a ella, el sexo al que se identifique, el goce al que quede pegado, y los fantasmas y los síntomas que padezca.
Las formas en que se imaginariza la castración pueden pasar por el miedo de perder el pene en el niño, miedo de perder lo que tiene; y en la mujer, la angustia es angustia por lo que no tiene, pero no importa cómo, si es por el miedo de perderlo o por la angustia de no tenerlo, el punto es que lo que se genera ahí es una relación con la falta: ambos están marcados por la falta, porque la falta viene desde otro lugar, desde lo simbólico, no desde lo corporal, por eso es que, hombre o mujer, igual somos seres relacionados a la castración, con distintos fantasmas, con distintas posiciones de acuerdo con el sexo que portamos y que de alguna manera también nos determina.
En el Seminario 4. La relación de objeto, Lacan plantea que la «afanisis», que en griego significa «desaparición», es el temor por parte del sujeto de ver extinguirse en él el deseo. ¿A qué se refiere con esto?
La afanisis es una caída del sujeto y tiene que ver con algún tipo de recurso neurótico, un recurso que el sujeto tiene neuróticamente para sostener el deseo, pero precisamente haciéndolo caer. Es una paradoja. Tenemos límites que son límites neuróticos, no son límites de la castración. Un sujeto que tiene miedo a un perro, o a viajar en subte… Esto es un límite a su goce, su despliegue, si tiene que trabajar o estar por la calle. Pero no tiene que ver con el límite de la castración, es neurótico, lo enferma, lo limita, lo empobrece.
Un sujeto puede estar veinticinco años con ganas de estudiar un instrumento musical y nunca hacerlo. Si quiere hacerlo, ¿por qué no lo hace? Todos en algún punto nos privamos o postergamos. Es una paradoja porque, mientras vos no lo hagas y no lo concretes, ese deseo va a estar siempre ahí; ahora, si vos lo hacés, si lo concretás, lo realizás, te encontrás con que es distinto de como lo idealizaste en tus fantasías, aparecen obstáculos, aparece el goce de realizarlo, aparece otro sujeto que «aquel que tenía el deseo de», te quedás sin el deseo pegado a un ideal… Es una manera neurótica de preservarlo, por eso dice «el miedo a quedarse sin el deseo».
Respecto de esto, ocurre que muchas veces tenemos miedo a las situaciones nuevas, que puedan conllevar algún tipo de cambio, y solemos buscar la seguridad en lo conocido. Cuando el miedo atrae y el vértigo es lo que manda, y en vez de huir el sujeto se ve conminado a caer en él, ¿podríamos decir que se trata de un goce parasitario?
El goce parasitario es el goce neurótico, es el goce del síntoma, es aquel que no nos permite desplegarnos en la vida, por eso parasitario, porque actúa como un parásito y nos tiene tomados. No nos permite cierta libertad de movimiento que implica acceder a otras experiencias nuevas, o ciertos goces, como podría ser desarrollarnos en alguna profesión o un arte, o lo que fuere que necesitamos para disfrutar la vida.
Ahora, este goce es un goce-sufrimiento; hay que diferenciar el goce como disfrute de la vida, del goce-sufrimiento que es el goce parasitario. Por ejemplo, en la fobia, que es el caso que hablamos recién, el sujeto se encuentra impedido de moverse libre, producir, trabajar, amar…
Entonces, ¿cuál es la relación que existe entre el goce parasitario y la fobia?
La fobia, como cualquier otra sintomatología que podamos tratar desde el psicoanálisis, tiene que ver con el goce parasitario, con el síntoma, con el límite neurótico, con las situaciones donde el sujeto queda trabado, pegado a algo.
Coincido con lo que decías recién. Yo no sé si le pondría la palabra miedo a lo nuevo, yo diría resistencia a lo nuevo, resistencia al cambio, resistencia a perder esa esencia de «yo soy miedosa». Por ejemplo, una persona se podría definir diciendo «Yo soy miedoso»; entonces uno podría preguntarle: «¿Y por qué te definís así?, ¿por qué ese Yo soy miedoso?». En el Yo soy miedoso, ya hay una definición del ser, ya hay algo donde quedó pegado a eso, y en algún punto resistente a ser otro.
Las identificaciones a las que un sujeto queda fijado producen estos efectos que no son benéficos, generalmente es al revés, tendemos a fijarnos en un ser «yo soy de esta manera». Incluso hay ciertos rasgos de carácter, ciertas estructuras, que marcan el «yo soy así y no voy a cambiar». El cambio es costoso porque tiene que ver con un des-ser, con un dejar de ser lo que soy para ser otra, y eso duele, son rupturas.
El goce parasitario tiene relación con el síntoma, y el síntoma puede ser fóbico, puede ser histérico, puede tener que ver con una conversión donde uno no puede mover el brazo, y ahí hay un síntoma y hay sufrimiento, y eso no es una fobia. La fobia sería una de las maneras en que se presenta algo del orden de lo inconsciente. Puede ser histérico, obsesivo, fóbico, pero el goce siempre está. El goce parasitario tiene que ver con el síntoma, con la neurosis y con el sufrimiento, y esto se puede encontrar no sólo en la fobia.
¿Cómo detecta un psicoanalista un significante de goce?
No se detecta aislado, se va armando mediante la escucha. Lo vas ubicando en la medida en que el sujeto habla y va discurriendo su asociación libre. A veces, tiene que ver la entonación de voz, un corte de la palabra, los lapsus… A veces, hay ayuda para que eso se detecte; ayuda que da el mismo analizante, que, de alguna manera, se lo manda como marcado al analista, lo realza para la escucha del analista o lo muestra en un acting.
No es tan fácil decir «¡acá está!». Pero siempre algo aparece que el analista escucha, y ahí es donde apunta, y eso es lo que recorta. Por eso es que los analistas trabajamos con la palabra del otro: lo que hacemos es hacer hablar, y en la escucha siempre algo aparece. Yo siempre les digo a mis alumnos que Lacan dice que el analista tiene que permitirse ser curioso, cuando algo llama la atención no dejarlo pasar, repreguntar o repetir la frase, hacer algo para detener ahí la asociación del relato. Y eso provoca mucha resistencia, porque todos, cuando hablamos, queremos llegar a contar todo lo que queremos decir y que nos dejen llegar al punto final y armar toda la frase, y si te cortan en medio del relato por una palabra que dijiste, genera molestia; pero es parte del trabajo del análisis.
Se trata de provocar un punto de interrogación en algo que estaba muy cerrado, muy redondito en el sentido, porque el analizante lo que quiere es contar lo anecdótico, pero el analista rompe lo anecdótico, porque si no lo hace se queda con la lógica yoica. Es otro el trabajo que hace el analista con el lenguaje.
Voy a hacerte una pregunta que involucra un campo con el cual, imagino, guardarás algunas diferencias. En el año 2009 salió publicado un artículo en CNN digital donde se hablaba de «el gen del terror». La Universidad de Bonn, en Alemania, habría descubierto por qué algunas personas que viven una experiencia traumática guardan sólo un mal recuerdo y otras sufren de estrés postraumático, y la respuesta estaba en un gen llamado COMT, que regula un neurotransmisor vinculado con la ansiedad. ¿Cuánto de verdad pensás que hay en que el miedo podría llegar a tener una causa genética?
Es muy difícil decir qué es verdad y qué no es verdad, pero desde mi disciplina, desde mi formación como psicoanalista, siempre uno escucha que la ciencia intenta tomar el campo que es del psicoanálisis, y dar cuenta a través de lo orgánico, y también curar a través de lo orgánico; si salió un gen que produce esto, se podría manipular desde lo orgánico, desde lo químico, de la misma manera que los ataques de pánico y que todas esas siglas DSM-IV y DSM-V (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), que ahora pululan por todos lados, y que tienen que ver con diagnósticos y rótulos que se ponen, terapias que aparecen y que no tienen nada que ver con el psicoanálisis, son absolutamente opuestas en la interpretación del fenómeno en sí, y también en el modo de tratarlo.
La creencia en la ciencia produce un confort, todo está explicado y solucionado rápida, cómodamente y sin sufrimiento, como decía Freud.
Incluso, se podría llegar a pensar que, si se logra controlar este gen, no habría más miedo.
Pero la ciencia intenta eso, siempre intenta cubrir todo, controlar todo, tener respuestas para todo. La ciencia intenta, pero no lo logra, porque además no hay qué ni quién pueda, porque ese es el concepto de la castración, no hay disciplina y no hay sujeto que pueda controlarlo todo, que pueda curar todo, resolver todo o saber todo. Cuando un psicoanalista dice esto, realmente ya se ubica en las antípodas de cualquier posición científica, porque el científico, si bien lo reconoce, parte de una posición donde parece que es posible; por ejemplo, decir que sería posible vencer el miedo a partir del trabajo sobre ese gen.
Por último, en un contexto donde prima un bombardeo de imágenes televisivas y noticias que nos llegan de diferentes medios de comunicación, que muestran una hiperrealidad y personas alimentadas con sustancias procesadas, sujetas a la inmediatez de la información y la acción, ¿se podría hablar de una funcionalidad del miedo en este tipo de sociedad, donde los cuerpos disciplinados, y las reacciones prefabricadas son útiles al sistema?
Seguro, es funcional y además es manipulado y provocado permanentemente, lo vemos todos los días en los medios. Matan a una persona, por ejemplo, en un acto delictivo, y están una semana con ese caso; te lo pasan constantemente por radio y televisión hasta que llega un momento en que la gente está aterrada y ve el riesgo de un homicida en cualquier lado.
Lo que ocurrió recientemente con la tragedia en Once por ejemplo. Una cosa es la terrible gravedad del caso, las responsabilidades y todo lo que no se hizo hace años, ni se hace, y otra cosa es el bombardeo que los medios generan, de todas las imágenes del caso, teniendo la capacidad de generar pánico en la sociedad.
Yo veo mucho de eso con el tema de la famosa inseguridad. Trabajo con adolescentes con causas penales, y hace unos días me encontraba en unas jornadas de trabajo donde un expositor probaba que las estadísticas sobre robo y homicidio en ocasión de robo no condicen con lo que los medios dicen o la mayoría de la gente cree.
Hay un homicidio en ocasión de robo, y te bombardean días y días hasta que ese episodio se te multiplica en cientos. De esta forma, generan un pánico en la gente, que hace que desconfíen hasta de su sombra, ponen siete llaves a la puerta, como si estuviesen acechados permanentemente.
Pero los medios lo hacen porque eso da rating, está el otro lado de la radio, el diario o la televisión, y es la gente que se prende al televisor, y se presta a ese goce de comentarlo, de mirarlo, de saber hasta los últimos detalles macabros… Y, por más que sea algo horroroso, la gente lo mira igual. Mejor dicho, porque es horroroso lo miran… Justamente, porque el goce no tiene que ver con lo que es bello y lo que hace bien.
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Rosa Sánchez es miembro de Mayéutica Institución Psicoanalítica desde 1984. Designada Miembro Analista desde el año 2008. Ex presidente del tribunal de disciplina del Colegio de Psicólogos distrito XIV. Docente de la Facultad de Psicología de la UdMM. Docente de Centro Dos y del Programa de Formación de Mayéutica.