Entrevistamos a la actriz Eleonora Wexler en una charla sobre sus comienzos en la actuación, el papel de la televisión y su opinión sobre la mujer.
Por Alejandra Santoro
En su camarín del teatro Regio, uno de los más antiguos y mejor conservados de la ciudad de Buenos Aires, nos esperaba Eleonora Wexler, unas tres horas antes de que comenzara la función de la obra teatral que la tiene como protagonista, Las descentradas. A medida que se iba desarrollando la charla, sus compañeros y el personal del teatro pasaban por la puerta del camarín, imitando los ejercicios que Eleonora realiza antes de salir a escena para calentar la voz.
Fuertemente entrenada como actriz dramática, cuenta que le gustaría explorar más la comedia, aunque considera que no hay una sin la otra. Nos habló del papel y el rol de la televisión de hoy en día y de la importancia de la ficción. También indagamos sobre su personaje en la obra, Elvira Ancizar, mujer «descentrada» de los años ’20, que habita la piel y el cuerpo de esta mujer del siglo XXI que también se encuentra algo corrida del centro.
La actuación, juego eterno
¿Cómo llegaste al mundo de la actuación? Empezaste desde muy pequeña en teatro, en el año 1983, con Annie, de la mano de Wilfredo Ferrán. ¿Cómo fue la decisión de dedicarte a esto?
En realidad, era como un juego. Tenía ocho años, y salió un aviso en el diario, donde buscaban nenas para la comedia musical Annie. Mi papá me preguntó si quería ir, yo ya venía imitando, torturando a mis compañeritos del colegio porque actuaba en todos los actos. Entonces, cuando mi papá me preguntó, respondí que sí sin dudarlo. Era un casting.
Tenías un gran apoyo por parte de tu familia.
Sí, sí. Y creo que eso es una gran ayuda porque, más allá de que yo sostenga que quiero continuar, que quiero seguir, si no tenés un apoyo por ahí se hace muy difícil. Tenía ocho años y vivía en un mundo de adultos siendo una chica, imaginate. Hice la comedia musical Annie, y ya después de ahí salté a televisión e hice Mesa de noticias. Hasta ahí era todo un juego para mi, hasta que a los quince años sentí la necesidad de fortalecer la decisión, si era lo que quería hacer o no. En realidad, lo sentí adentro, fue una crisis profunda donde me preguntaba si era esto lo que yo quería hacer. Justo —yo creo en las casualidades— me llaman de una comedia musical, Alta sociedad, para hacer el reemplazo de un personaje en una semana, y pensé en hacerlo y ver qué me pasaba. Me preparé, estrené y, cuando me subí al escenario, me di cuenta de que la sensación que sentí me gratificaba de tal forma que supe que era eso lo que yo quería.
¿Considerás que es esencial que un sujeto, para ser actor, tenga que formarse, o la actuación tiene más bien que ver con un saber entregarse y jugar a ser algo distinto de aquello que somos en nuestra cotidianidad?
Yo eso lo comparo con la música. En realidad, no puedo siquiera llegar a compararlo con eso, porque para mí la música es algo muy elevado, no encuentro otro arte que me transmita lo que me transmite la música. Pero yo creo que el músico por ahí tiene talento, pero necesita pulir, y con nosotros pasa lo mismo: quizá uno tiene el talento para hacerlo, pero es como un diamante en bruto, tenés que afilar, tenés que pulir, tenés que conocer las herramientas. A veces hay situaciones que no te permiten tanto tiempo para concentrarte o para armar un personaje, entonces vos tenés que saber hacerlo y tener armas para poder atravesar todo tipo de situaciones diferentes.
¿Y vos te formaste o estudiaste teatro?
Sí, me formé. Mi gran maestro a los doce años fue Hugo Midón, y ahora la llevo a mi hija a ver obras que fueron de él; para mi dejó su marca, su sello. Después de eso estudié con Miguel Santín enla Escuelade Arte Dramático, con Norman Briski, con Beatriz Matar, con Augusto Fernandes, que también fue un maestro muy importante para mí. También estudié con Carlos Moreno y con Lito Cruz. Luego hice varios seminarios.
En esos períodos de formación, muchas veces hacen subirse al escenario a los estudiantes e improvisar alguna escena o situación, como un ejercicio para soltarse y liberar la imaginación. Yo relaciono esto con la libre asociación en el psicoanálisis, con el hecho de hilvanar frases, palabras de la nada, pero que, sin embargo, tienen mucho que ver con lo que somos. ¿Alguna vez te ha tocado improvisar algo? ¿Recordás qué? ¿Y podés asociar eso con tu vida?
Me acuerdo más que nada del ejercicio del «Yo afectado», que tenía que ver con improvisar respecto de algo que habías vivido durante el día. Por ejemplo, te había pasado algo en el colectivo, una situación que no me gustó que viví en el colectivo; entonces hacés toda una improvisación con esa situación que no te gustó. Y surgían varios momentos para explorar. Eran cosas que tenían que ver con la vida cotidiana.
¿Te ocurre, a veces, que no puedas despegar cosas que te afecten en tu día a día con tu trabajo?
Sí, me ha pasado. Si es algo que me trauma mucho, algo que lo tengo rumiando y que me generó una angustia muy particular, se me hace difícil. Pero, si no, acá adentro me olvido de todo, es como un espacio de mucha liberación.
Ficción y concientización: dos grandes necesidades
En muchas de las últimas telenovelas que has hecho, como Son de Fierro y Valientes, te tocó interpretar a mujeres que se encontraban fuera de sí, «locas» de amor por algún hombre, y que siempre terminaban lastimándose o anulando su vida. También has participado en Mujeres asesinas, donde tuviste que interpretar un papel muy fuerte. ¿Cómo es el trabajo que tenés que realizar para meterte en la piel de ese tipo de mujeres?
Yo creo que todos tenemos un costado oscuro y un costado no oscuro, y quizá a mí ese costado oscuro me resulta más fácil para explorarlo y dejarlo salir, para prestárselo a cualquier personaje; yo se lo presto, después que el personaje haga lo que quiera con eso. Además no tengo una mirada prejuiciosa, nunca juzgué a ese tipo de personas, y no me importa hacer de mala o hacer de la más villana, yo exploro y voy a donde tengo que ir, a donde me lleve; igual creo que es un trabajo en equipo.
También has representado personajes totalmente opuestos, como la participación en El hombre de tu vida, donde tu personaje no podía reconocer a aquel que había sido su novio y con quien se iba a casar. ¿Cómo te sentiste en este papel? ¿Dónde te sentís más cómoda, en la comedia o en el drama?
Pienso que el drama y la comedia son parte de lo mismo. Por ahí uno se siente más cómodo en uno que en otro; por ejemplo, yo no tuve tantas posibilidades de explorarme en la comedia, pero para mí no hay uno sin la otra, el que hace drama hace comedia y viceversa. La vida es tragicómica. A mí, quizá, me resulta más cómodo interpretar a estos personajes de mujeres locas, malas o villanas, porque son para los que más fui convocada; entonces uno tiene más armas para poder jugar, y te sentís más seguro.
Has realizado muchísimas obras de teatro, has hecho cine y televisión. Pero dos de las participaciones que has tenido durante el 2011 fueron en Canal 9, en Televisión por la inclusión y en Decisiones de vida. En la primera te tocó interpretar a una mujer, madre y esposa, que ocupaba el fondo «desocupado» de la casa de una mujer, y en Decisiones de vida interpretaste un papel donde intervenía fuertemente el factor de la discriminación. ¿Considerás que hace falta realizar más de este tipo de televisión que concientice y no sólo entretenga?
Sí, de todas formas yo creo que hay de este tipo de programas, por ejemplo en Canal Encuentro. Quizá no haya muchos en canales de aire, como estos ciclos que tenían que ver particularmente con programas del INCAA. Pero, primero, yo quiero que haya ficción, me parece lo más importante, y siento que hay mucha ficción. Sí me parece importante lo que pasó con estos programas, como con Maltratadas, que tienen que ver con una concientización y dejar un mensaje.
¿Por qué pensás que es muy importante que haya ficción?
Porque en un momento yo vi que estaba desapareciendo la ficción. Yo creo que la ficción tiene que ver con nuestra cultura, tiene que ver con nuestra ideología y con quienes somos, porque si tenés ficción tenés posibilidad de contar diferentes historias. Si vos tenés una sola ficción, todo se retrotrae a eso y todo queda en un círculo vicioso; por eso, cuanta más variedad y posibilidades tengamos, más cosas se pueden hacer y más diversidad de cosas se pueden decir. Esto, para mí, tiene que ver con nuestra cultura. Podés hacer programas como estos de Canal 7, que tienen que ver con una ideología o dejar un mensaje, podés hacer un programa que entretenga y que esté bien actuado y producido, podés hacer una telenovela que cuente una historia de amor. Hay muchas opciones, y yo creo que el espectador lo agradece.
¿El minuto a minuto influye en los actores como en los productores?
No, a mí jamás se me ocurriría poner en mi celular el minuto a minuto porque me volvería loca. Es como una especie de enfermedad, porque me imagino que eso les debe generar una gran presión; porque, además de la presión por ganar y estar, hay muy poco tiempo para poder establecer un producto y, si ese producto no se establece, lo levantan muy rápidamente. Todo se volvió muy veloz e instantáneo, cosa que antes no era así. Hoy no hay tanto tiempo para pensar demasiado: si no va y no mide bien, afuera; y esto genera un círculo que hace que todos estén pendientes de ver si funciona o no funciona. Tiene que ver con la vorágine que genera la televisión.
Y en cierta forma eso rompe la verosimilitud y el contrato implícito que hay entre el espectador y aquello que mira, porque uno no espera que las cosas terminen tan abruptamente sin ninguna explicación. Ahora, respecto de esto, ¿cómo sos en tu rol de madre?
Cuidadosa. Ella ve algunos programas de tele, pero no me gusta que esté todo el tiempo mirando televisión. A la noche, por lo general, leemos, y esto tiene que ver con que mis padres me fomentaron un montón el tema de la lectura de chica, y entonces me parece muy importante fomentárselo a ella, y le gusta. No digo que siempre sea así, pero en la medida de lo posible trato de fomentarle otro tipo de conductas. No se ven programas de adultos, ella a las 9.30 está durmiendo. Soy muy cuidadosa con respecto a esto, porque me parece que hay cosas que no son para ella; además se pasa cualquier cosa, en cualquier momento y a cualquier hora. Mi hija tiene ocho años, y todavía está con todo un mundo muy infantil, ve programas para chicos; el tema va a ser cuando sea preadolescente y adolescente. Entonces, desde mi lugar tengo que ver hasta dónde y qué. Está bien que los chicos tengan información, pero otra cosa es legitimizar cosas que por ahí no está bien que ellos vean. Más allá de lo que vean, lo importante también es cómo lo ven.
Mujer descentrada
Eleonora, actualmente te encontrás interpretando una obra bellísima, Las descentradas, nada más y nada menos que escrito por Salvadora Medina Onrubia, y nuevamente te ha tocado un papel fuerte. En primer lugar, contanos un poco acerca de la obra y de qué se trata ponerse en la piel de Elvira Ancizar.
Estoy fascinada con Elvira, me encanta Elvira. Me pasa de todo con ella, desde que empiezo hasta que termino la obra. El texto me llegó por Eva Halac el año pasado y, cuando lo leí, no supe cómo iba a entrar en este personaje tan grande para mí, con tantas capas para poder descular. Más allá de que sea un melodrama, es un personaje que pasa por todos los colores, desde la ironía, la risa, el armarse una coraza y decir «Las mujeres que se enamoran son vulgares. El amor es vulgar, yo soy extraordinaria», escondiendo esa sensibilidad que tiene y ese deseo de ser amada de verdad, hasta encontrarse con el amor, y ahí empiezan a jugar la lealtad y la amistad. Elvira es una mujer que está casada hace diez años con un ministro muy importante, a quien detesta profundamente. Yo creo que ella se casó enamorada de él, creo que se casó queriéndolo y que después descubrió lo que era el matrimonio con este hombre, el rol que ocupaba la mujer; ella se casó muy joven, como solía ocurrir en esa época. Pero era una mujer muy inteligente, con muchas luces, con un pensamiento muy avanzado para ser una mujer de esa época, que siente un desencanto enorme con este matrimonio, es infeliz y está desesperada. ¿Qué hace con esta desesperación? Por atrás lo denuncia al marido con un periodista, del cual se va a enamorar profundamente; a su vez, él es quien se va a casar con su amiguita protegida, que es Gracia, que es como una sobrina postiza de Elvira, y que tienen una relación como de hermanas, muy fuerte. Y Gracia sí corresponde a la típica mujer de la época, que lo que deseaba era casarse, tener una familia, y ella sabía que ocupando ese rol y ese lugar estaba completa. Elvira se ríe de todo eso, hasta que lo conoce a Juan Carlos Gutiérrez, que fue a quien ella hizo la denuncia clandestina de su marido, contando que había chanchullos en el Ministerio. Ya ahí tiene una fuerza enorme porque, más allá de que no lo denuncie públicamente, por atrás lo hace. Por otro lado, se burla de toda la hipocresía de lo que era la época, de la parte social de la época, de lo mentirosa y el poco vuelo que tenía la sociedad en ese momento. Todo lo toma con mucho humor, fingido. Cuando en el primer acto lo conoce a Juan Carlos cara a cara, se enamoran profundamente, porque los dos son iguales. Viven su historia de amor, que por otro lado ella sabe que no va a llegar a buen puerto. A todo esto aparece Gracia, diciéndole que Juan Carlos la va a dejar. Y esto dispara muchas cosas, el tema de la lealtad, el tema del amor. Y se divorcia del marido, porque la descubre en el hotel con el supuesto amante, que nunca habían hecho nada, pero ella buscaba el límite todo el tiempo. Entonces mirá todo lo que pasa desde el primer acto al último acto: de ser una mujer desesperada que no quería nada, no buscaba el amor, hasta que se enamora profundamente de alguien. Y lo que pasa en el tercer acto, cuando supuestamente ellos se van a casar en Montevideo escapándose juntos, ¿qué sucederá con eso?
¿Qué opinión te vale la vida de una mujer como Salvadora, quien marcó un camino, la escritura y la militancia, que perteneció a una generación que podría ser llamada «de las modernas»? Mujeres nacidas a partir de las últimas dos décadas del siglo XIX, que recogieron la experiencia de la vanguardia feminista, que se enrolaron en la búsqueda de un camino personal, en condiciones que acorsetaban, que imponían un determinado estereotipo de mujer; y, sin embargo, ellas compartieron la decisión de no ajustarse a lo que se esperaba y eligieron hacerlo a través del arte o la militancia política.
Para mí son maravillosas, son increíbles, de una fortaleza y una perseverancia enormes, porque me imagino las cosas que se te ponen en el camino y las piedras, primero por ser mujeres en esa época, segundo por su pensamiento tan avanzado. La verdad es que me despiertan una admiración profunda.
El título de la obra es bastante sugestivo. Remite a aquello de lo que veníamos charlando, al hecho de salirse de ese centro impuesto por la sociedad y por la condiciones del momento, de escaparse y rebelarse. ¿Vos en cuánto te considerás descentrada?
En todo. Uno busca encajar, y a veces se da cuenta de que no encaja. Los patrones culturales de la mujer van cambiando constantemente, y uno se va reacomodando a ese nuevo patrón que va apareciendo. Pero hay un lugar donde todas somos descentradas, en algún lugar no encajamos. Y hay que hacerle caso a eso que nos pifia. A veces cuesta, duele, pero me parece que es importante para poder crecer.
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