En su muestra La calle, el fotógrafo Dani Yako aborda el mundo de los que viven en la calle, para reflexionar sobre la fragilidad que acecha a todo lo humano.
Por Alejandra Santoro
Alguien está recostado en el piso, cubierto de mantas, trapos, quizá. No se ve absolutamente nada de este «alguien», solo un bulto eternamente velado, y eso consterna aún más. ¿Será algo?, ¿alguien? ¿Seré yo? Más adelante, un grupo de chicos, unos encima de otros, componen una pequeña masa amorfa que de tanto que duele se vuelve bella; descansan sobre una gran rejilla desde la cual —uno imagina— asciende algo de calor.
El acto fotográfico es un modo de certificar la experiencia, pero también una manera de rechazarla, cuando todo se confina a la búsqueda de lo fotogénico, cuando se convierte a la experiencia en una imagen, en un recuerdo. Sin embargo, al mirar las fotografías de Dani Yako, estas parecen hablarnos de otra cosa. Pareciera que, sólo con esfuerzo, Yako podría obligar a la cámara a mentir. La belleza y crudeza de estas fotografías nos interpelan en forma descarada, nos sopapean despiadadamente, nos ruborizan, nos queman. Existe una gran discusión respecto de la labor ética del fotoperiodismo. Hay quienes sostienen que fotografiar es un acto de no intervención a partir del momento en que, ante una situación trágica y extrema, el fotógrafo, entre optar por una fotografía o una vida, opta por la fotografía. Esta postura sostiene que la persona que interviene no puede registrar, y la que registra no puede intervenir. A partir de la exposición La calle, de Dani Yako, se destierra totalmente esta suposición. Aquí, la fotografía se vuelve en sí misma un puro acto de intervención. Para que las fotografías denuncien o acaso alteren una conducta han de conmocionar, y las de Yako revolucionan; como sostenía Susan Sontag: «Las fotografías trazan las rutas de referencia y sirven de tótem para las causas: es más probable que los sentimientos cristalicen ante una fotografía que ante un lema».
Son esos vientres hinchados por el hambre, esos seres anónimos que caminan perdidos, esos ojos chiquitos de trasfondos duros, golpeados, que así y todo regalan sonrisas bien grandes. Las imágenes conmueven, conmocionan, y no pueden más que apelar a nuestra acción, a nuestro compromiso.
El fotógrafo Dani Yako nació en Buenos Aires, cursó algunos estudios de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires y en 1975 comenzó su carrera de reportero en el diario La Calle. Un año más tarde, tras ser secuestrado por el ejército, se exilió en Madrid, donde trabajó para varios medios europeos y americanos, como Associated Press, New York Times, Time, Interviú, El Periódico de Cataluña, Dinero, Siete Días, La Semana y El Gráfico. Con el retorno de la democracia, vuelve a la Argentina y se incorpora a la agencia DyN, donde se desempeñó como editor jefe. En el año 1996 pasó a trabajar como editor en el diario Clarín, del cual, actualmente, es el editor jefe de fotografía. Desde su vuelta al país, Yako no ha dejado de tener una mirada comprometida con cada una de las experiencias sobre las cuales ha posado la lente de su cámara.
En esta muestra, Yako barre con cualquier discusión semiótica. Sus fotografías son imágenes que se encuentran en el lugar de la «cosa», de la experiencia, de eso no hay duda: la reemplazan, la significan. Sin embargo, son algo más, o por lo menos así se nos aparecen, como la cosa misma; significado y significante se mezclan, nos hablan al unísono de una realidad que duele. Un grito sordo que asoma desde las imágenes nos dice que somos espectadores de una brutalidad y nos pide dejar de serlo.
«Pinto lo que no puedo fotografiar y fotografío lo que no deseo pintar», dijo Man Ray. Ocurre, a veces, que los sufrimientos, los dolores y las panzas vacías son tan grandes, tan crudos, que no dan ganas ni de imaginarlos.
Desde el 12 de julio al 05 de agosto.
Centro Cultural Borges. Viamonte esq. San Martín.
Horarios: lunes a sábados de 10 a 21 hs. Domingos y feriados de 12 a 21 hs.
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