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19 julio, 2012

 

¿Una lucha «imposible» por la igualdad?

 

La tasa de incorporación de mujeres a puestos directivos en el mundo no alcanza el 5%, y en la Argentina la diferencia de salarios con sus pares hombres alcanza el 25%. Qué hay detrás de esta disparidad.

 

Por Gimena Rubolino

 

 

El 28 de octubre de 1998, por impulso del Ministerio de Trabajo y de la OIT, se puso en marchala Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades entre Varones y Mujeres en el Mundo Laboral. Aquellos fueron años en que la flexibilidad laboral contrariaba los objetivos de generación de trabajo decente. Entonces, hablar de igualdad de oportunidades parecía una utopía. Sin embargo, la realidad indicaba que las mujeres habían salido masivamente al ámbito laboral, es decir al espacio público, para tomar el lugar que la desocupación de sus hijos, maridos y compañeros había originado.

En condiciones totalmente desventajosas, con discriminación salarial que aún perduraba, con trabajo en negro, sin formación profesional acorde, ni sistemas de apoyo como guarderías u otras instancias, el balance fue totalmente negativo. Luego, el cierre compulsivo de las pequeñas y medianas empresas, y la política de total apertura a las importaciones en desmedro de la producción local, dejaron en el camino al empresariado nacional, que luego comenzó lentamente su recuperación.

Sabido es que la mujer en el espacio público es aún hoy sinónimo de trasgresión, porque culturalmente se le ha asignado como propio el espacio doméstico. Por esto no se visibilizan sus aportes, realizados durante décadas en el mundo de la producción, y tampoco se expresan en las relaciones concretas e institucionales del mundo del trabajo. Así, tanto en el sector de los sindicatos como en el sector empresarial, la presencia de la mujer es invisible y no reconocida.

En las últimas décadas, la presencia de las mujeres en el mundo del trabajo y en los índices de escolaridad ha ido en continuo aumento. Sin embargo, siguen concentrándose en un número restringido de áreas y ocupaciones que tienden a conceder menores remuneraciones y menor prestigio.

Incluso se observa que el proceso de reestructuración económica les ha abierto nuevas oportunidades, pero también ha obtenido como resultado una precarización de ciertos empleos y un aumento de ocupaciones de mala calidad, esto es, con características tales como inestabilidad, temporalidad, bajos salarios, falta de seguridad social, baja protección de sus derechos laborales, condiciones peligrosas para la salud y baja o nula capacidad de negociación.

La doctora Martha Alles, especialista en Recursos Humanos y autora de más de 40 libros en este rubro, explica: «El análisis del problema debe realizarse desde dos miradas, macro y micro. Las estadísticas miden el fenómeno a nivel macro, y allí entran en juego las especialidades laborales. Tanto en países desarrollados, como Alemania, o en el contexto latinoamericano, muchas mujeres realizan tareas de baja calificación, por lo cual, en el análisis macroeconómico, el resultado global es que ganan menos. En otros ámbitos, por ejemplo, profesionales, muchas mujeres también optan por empleos de menos horas o part time. Para las estadísticas, estas mujeres tienen empleo, pero sus salarios son menores. En el análisis micro, en el uno a uno, no se da así necesariamente. Una mujer puede ganar más que un varón, igual o menos, depende de cada caso en particular. No existen este tipo de estadísticas».

 

 

Los factores que dificultan la inserción laboral de la mujer

Además de la llegada tardía al mercado laboral, existen múltiples factores que dificultan la igualdad de condiciones para el sexo femenino, en el momento de percibir una remuneración y conservar un buen trabajo.

La psicóloga y sexóloga María Bernarda Romero, especialista en cuestiones de género, explica: «En la mayoría de los países, el sistema patriarcal del poder masculino sigue siendo prevalente, y mientras no logremos la igualdad y la equidad de género, será difícil romper con estas tendencias. Los principales obstáculos para el ascenso profesional de las mujeres son las obligaciones familiares, las barreras culturales y el dominio de los valores masculinos en las empresas. Por otro lado, en la institución laboral en sí, puede haber más un factor de discriminación: ser casada o soltera, o tener hijos o no. Esto tiene más que ver con las necesidades de la empresa, que busca optimizar recursos para acceder a mayores ganancias».

Es importante aclarar que uno de los temas que más dificulta el desarrollo profesional de la mujer es la maternidad. En la mayoría de los casos, el hecho de tener hijos genera muchas más responsabilidades para las mujeres y dificultades para trabajar en puestos que requieran una jornada full time.

«El gran dilema de la mujer es qué postergar primero: si la maternidad o la carrera profesional. Si elige lo profesional, en muchas ocasiones, es tanto el tiempo que le dedicó a su carrera que, cuando decide ser madre, se da cuenta de que se le han pasado los años y ya no se siente ni física ni psíquicamente preparada para serlo —explica la licenciada Romero—. Si elige ser madre en primer lugar, se encuentra que le resulta muy difícil insertarse laboralmente después de determinada edad, ya no sólo por la edad sino también porque ahora es madre, y muchas veces no puede dedicar a su trabajo el tiempo completo».

«Lo ideal sería poder hacer las dos cosas en paralelo, pero para eso debería tener una pareja que la acompañara en forma equitativa. Esto seria que el varón también pudiera hacerse cargo de la crianza de los hijos y de las cosas hogareñas», agrega.

Un ejemplo de una mujer que logró compatibilizar el trabajo y la maternidad es Mabel, psiquiatra, de 52 años, y directora de una clínica de psicopatología. «Una mujer necesita tener ayuda para poder desempeñarse tanto en el trabajo como en su casa —cuenta—. En mi caso particular, me ayudó sobre todo mi suegra en el cuidado de mis hijos, y en algunas ocasiones mi mamá. El fin de semana, siempre traté de hacer lo que no lograba hacer en la semana. Fundamentalmente, se necesita tener mucha vocación. Si no, es muy difícil llevarlo adelante».

La doctora Alles afirma que «las mujeres pueden aportar de manera interesante en el ámbito laboral, siempre y cuando no quieran parecer varones en sus comportamientos. Sin embargo, es muy difícil generalizar. En los grandes números, se puede decir que la mujer es más perceptiva, puede manejar varios temas al mismo tiempo sin perder eficacia en ninguno, y que el varón es más concentrado y menos perceptivo frente a los detalles del comportamiento humano».

 

 

La confusión de los roles

Por otro lado, al asumir la mujer una función de proveedora, más independiente, se ha diluido el concepto de familia, y en este punto el hecho de que la mujer gane lo mismo o más que el hombre no resultaría favorable.

La periodista Eva Herman, en El principio de Eva, cuestiona el desarrollo profesional de la mujer y argumenta que a la larga no la conduce ala felicidad. Lo que genera es una mujer talentosa e independiente, pero solitaria, y que no dispone del tiempo ni del interés suficiente como para asumir el rol de madre y educadora de sus hijos.

«La realidad es que, para los hombres, el crecimiento profesional de las mujeres es algo que los desestabiliza, no porque no lo toleren sino porque ellos no saben qué rol cumplir. Durante muchos años han cumplido el rol de proveedor y protector. Si ahora tienen que dejar de cumplirlo, no saben qué hacer con ello —explica la licenciada Romero—. Así como la nueva construcción femenina está en un proceso, también la nueva construcción masculina lo está. Esto requiere mucha educación y la deconstrucción del imaginario colectivo del término género masculino y femenino, y muchas reflexiones sobre sus roles respectivos».

No se trata de limitar la función de la mujer a la maternidad, pero tampoco de abandonarla, porque a la larga (como argumenta Eva Herman en su libro) esto le genera un gran vacío y la represión de un instinto quizás natural: ser madre y dar amor a sus hijos.

Será cuestión de años resignar la lucha entre los sexos y asumirse como un equipo en el que tanto las obligaciones como los derechos sean compartidos. Se trata de conciliar, ceder y priorizar en conjunto. Sólo así podrán las mujeres alcanzar su felicidad, la cual abarca mucho más que tener un salario competitivo a nivel laboral.

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