Ariana Harwicz: “No hay nada que escape al acto de escribir”
Por Verónica Glassmann
Ariana Harwicz nació en Argentina en 1977 y vive en Francia desde 2007. Ha publicado las novelas Matate, amor, La débil mental, Precoz, Degenerado y Desertar. Sus historias hablan de relaciones familiares asfixiantes y rompen con estereotipos. Leerla es atravesar lo incómodo, lo oscuro y provocador. Una escritura íntima y filosa, desnuda de adornos que nos habla de la locura y violencia que tienen algunos vínculos.
¿Cuándo se inicia tu camino como escritora? ¿Tuviste algún docente que te haya impulsado?
Es un camino largo, no empecé a los cuarenta como Saramago o como algunos escritores que empezaron a los cuarenta o cincuenta. Hubo muchos intentos de escritura y, por supuesto, formación académica y artística. Como siempre, en el arte hay una etapa en los escritores que es la de intentos de juventud, más allá de la edad, de imitación de otros, de bosquejos y bocetos; pero lo primero que escribí verdaderamente fue Matate, amor y no sé bien qué edad tenía, pero treinta y cinco, seguro. Quiero decir que había estado veinte años formándome académicamente y yendo a talleres, estudiando cine, dramaturgia, filosofía, literatura, fotografía y periodismo. Hubo varios profesores que me influenciaron, pero no recuerdo sus nombres y apellidos: la profesora de historia, el profesor de filosofía y de literatura del secundario. Recuerdo perfectamente mi relación con las palabras de adolescente y de chica también, como las coleccionaba… No es algo muy original, pero las daba vuelta, las desfiguraba, las volvía a armar. Mi atracción por Artaud, por los dadaístas, los surrealistas, por Buñuel, por los que experimentaban, más adelante por Joyce. También tuve profesores de cine que me marcaron. Siempre hay profesores que son como faros, que iluminan y llevan hacia una verdad del arte. El cine, sin dudas, me abrió el camino hacia la escritura.
¿Cómo es el proceso de escritura? ¿Hay rutinas, ideas previas?
No hay rutinas en mi proceso de escritura. Tal vez, el período de escribir una novela es más álgido y fuerte, pero no es que haya un proceso preestablecido. Es una cuestión de deseo físico, casi biológico, de querer escribir todos los días y muchas horas o la mayor cantidad posible. Pero, por fuera del periodo de escritura, estando afuera del proceso de una novela, no hay un orden, es más bien caótico. Escribir no es escribir. Escribir es todo lo que arma una escritura; todo lo que se va pensando, lo que se va viviendo, lo que se va tramando y trabando mentalmente. La vida misma es la escritura. ¿Qué puede escapar? Una visión, una palabra, una experiencia, una pesadilla, el miedo, la angustia. Todo entra. Cuando estoy escribiendo una novela, lo fascinante es que uno duerme para levantarse y escribir.
¿Cuáles son tus temas recurrentes y por qué?
No pienso el arte en términos de tema, pero mis temas recurrentes son las relaciones filiales; los cuerpos, uno adentro de otro, en el sexo; pero también una mujer pariendo un hijo. Toda esa promiscuidad y también toda esa belleza, esa animalidad, todas esas variantes y variaciones del deseo y del amor que se producen dentro de la familia creo que son mis temas. Los uso como una especie de mini teatro, como una especie de escenario teatral.
¿Qué influencia tuvo el cine en tu escritura?
Muchísima influencia, más de la que puedo imaginar. Yo estudié ocho años cine en dos escuelas distintas. En una, estudié y me recibí de realizadora cinematográfica y en el ENERC, la Escuela Nacional de Cine que depende del Incaa, estudié guion. Siempre estuve rodeada de cine. Además, mi papá es distribuidor y productor. Estuve desde adolescente en los rodajes y siempre me pareció extraordinario. Siempre estuve rodeada de cine. Escribir es montar. El montaje es propio del cine, como lo que decía Eisenstein: el cine es montaje. La escritura también lo es; es edición, es recorte, es esa unidad de tiempo, como decía Tarkovski: esculpir en el tiempo, esa unidad espacio temporal. Me influenciaron los que escribieron sobre el cine, esa filosofía del cine, qué es un fotograma, los que desarrollaron qué es el espacio y el tiempo en el cine. Los rusos, los soviéticos, me ayudaron a entender qué es escribir. Por supuesto, me encantaban las adaptaciones de teatro y de novelas. Durante mucho tiempo di trasposición entre teatro, literatura y el cine, ese pasaje… Entonces, muchísimas películas de Bergman o de los rusos de “Venga y vea” de Elem Klimov me quedaron como novelas. En mi cabeza son novelas, aunque son películas.
Vivís en Francia y escribís en castellano, ¿cómo influye eso en tus obras?
Vivo en Francia y mi escritura es oficialmente en español, además de argentina, con sus modismos y su argot, con todo lo que implica un lenguaje y una lengua de un país. Yo empecé a escribir verdaderamente en Francia. Hice intentos de escritura de obras de teatro y de guiones cinematógrafos en Argentina, pero realmente empecé a escribir acá. Siempre pienso y digo que mi escritura ya nace y es bilingüe, doble patria, con doble diccionario, con doble lógica, con cierta musicalidad atravesada del francés, del extranjero y, obviamente, con la lengua de treinta años de porteña. Es una influencia para mí muy productiva, muy beneficiosa. Todo lo que son corrientes, son como un río que vienen a interceptar a la lengua. Esa intercepción, y a veces esa emboscada, ese encuentro entre dos lenguas y dos lógicas semánticas, para mí siempre es mejor. Producir más sentidos, sentidos distintos, oblicuos, para transformar una semántica, eso es de lo que para mí se trata. Tratar de huir de la convención, es toda una poética.
Mediante la escritura das voz para que las protagonistas mujeres puedan decirle a sus parejas, hijos o familia eso que supuestamente no deberían manifestar. ¿Hay algo autobiográfico o el deseo de rebelión a los mandatos en tus historias?
No hay nada autobiográfico o todo lo es. No quiero escapar de la pregunta e irme por la tangente, pero declaradamente y de manera indiscutida no son autobiográficas Matate amor, La débil mental o Degenerado. Yo no soy un hombre pedófilo, yo no huí por el bosque dejando a mi hijo abandonado y yo no maté a un hombre ni tuve un acercamiento erótico casi incestuoso como sucede en mis novelas. En el nivel de lo anecdótico puro, en el de las acciones, en el de la peripecia no es autobiográfico, por suerte. Si así fuera, sería repetir arte como réplica de la vida. Sí es autobiográfico en el sentimiento, en lo que me impulsa escribir eso. Siempre escribir es una tarea de introspección, de transposición del interior, aunque uno esté escribiendo sobre asesinos chinos del siglo XV. Diría que es autobiográfico y no lo es, ese es el todo juego y el interés de escribir.
Matate, amor, La débil mental y Precoz son tres libros que rompen con el estereotipo rosa de la maternidad. Lo incómodo, lo contradictorio, lo oscuro que pueden tener algunas madres. ¿Cómo fue que surgieron esas ideas? ¿Cómo es abordar la maternidad desde sus lugares más complejos?
Las ideas de las madres, de los lazos de los personajes van surgiendo como lo hace siempre una creación: de la pura observación de la vida. ¿Qué es observar la vida? No es pararse en la calle y ver. Es, también, poder mirar un cuadro. El arte y la vida son lo mismo en el sentido que se trata de prestar atención. Surgen de las fricciones, de las zonas de conflicto, de observar el comportamiento humano. Eso puede ser en una película, en un documental de la Segunda Guerra Mundial o de Matisse. Surge de las entrañas de lo humano y lo humano es el arte. No hay un modo ni un método para percibir de dónde salen los personajes. Construirlos es una tarea de una arquitectura muy complicada y compleja. Voy otra vez con la idea del río, no hay un único río. Un personaje no es una idea, no es una observación. Tiene muchos otros personajes adentro, algunos de ficción y otros reales. Y también las personas que uno observa: el tío alcohólico de la familia, el loco del pueblo; siempre esos personajes, a su vez, son otros.
En Degenerado asumís el punto de vista del personaje que es un violador. ¿Cómo fue el proceso de esa escritura?
En Degenerado cambió todo. Cambió la forma, el proceso de escritura, la relación con el texto. En las novelas anteriores, si bien no había nada planificado, había una empatía, un lazo, una inclinación natural mía, como autora de esos textos, hacia los personajes mujeres y también hombres. La voz principal y el flujo de la conciencia, el monólogo son mujeres; pero más allá de ser mujer u hombre, la situación en la que se encontraban, el dilema filosófico hacía que yo me sintiera totalmente y, de algún modo, cerca. Esa empatía natural me ayudaba mucho a escribirla, era como si realmente brotara de mí. Era un proceso orgánico. Pero, en cambio, el esfuerzo que tuve que hacer con el último personaje, un sacrificio querido ya que fue buscado ese efecto, significó ir en contra de mí. Fue una escritura muy dolorosa y pesada. Muy ardua en el sentido de que fue un proceso en el que fui en contra de lo que pienso y siento, de lo que es naturalmente mi posición. Ir a la búsqueda de un hombre, grande, viejo, que se lo acusa de un crimen sexual con una nena. Eso fue lo interesante; yo busqué que la escritura no fuera un influir ideológico en el que estoy de acuerdo, sino que fuera una pugna, una lucha, un choque de fuerzas. Fue mucho más difícil pero me gustó poder experimentar eso.
Tus relatos tienen siempre un componente provocador. La locura, lo violento, las relaciones asfixiantes, la ferocidad desnuda del discurso íntimo sin disfraz ¿Cómo llegan a ser esas las voces que valientemente caracterizan tus historias?
No puedo dar una respuesta que pueda satisfacer porque la escritura para mí es eso, con un estilo u otro, es siempre una provocación. Es siempre el lado oscuro, el lado B, el no visto, el lado no disfrazado de la máscara. Es pasar al otro lado, al lado de mal. Siempre la escritura tiene que bordear eso, tiene que asumir esa responsabilidad, ese riesgo de ir al encuentro de lo que no está mostrado, dado. Ir al revés de la convención. Después como cada autor logra dar con eso es un milagro, es un proceso de infinitas complejidades que tienen que ver con la sensibilidad y transposición que haga el escritor de la vida. Para mí la escritura es eso. Escribir consiste en ir a develar lo oculto. Siempre que escribo es con esa misión.
¿Cuáles son tus libros y autores preferidos?
Ahora estoy leyendo El porvenir es largo de Louis Althusser. Es una autobiografía de él, que mató a su esposa, hoy sería leída como un femicidio. Me fascinan los cuentos de Katherine Mansfield. Me gustan mucho todos los escritos de entre guerras y de posguerra, sobre todo los de la Primera y Segunda Guerra Mundial, lo que son las cartas de soldados, las notas, los libros de Céline, siempre que sean en el orden de lo extraordinario. Los relatos de los gulags. Casi todos los escritores que pienso son nazis y ahí da cuenta de cómo la literatura no tiene nada que ver con lo políticamente correcto. El proceso de generar belleza no tiene nada que ver con que el autor sea un asesino o no. Pienso en Knut Hamsun, que escribió Hambre, o Kafka. Todos los que son escritores de la angustia y del borde. También, Paul Celan, siempre, Sylvia Plath con su poesía intraducible, Rilke.