La participación ciudadana, una herramienta que mejora la calidad de vida.
Por: Gustavo Borda
En la gestión del plan de urbanización del Barrio Carlos Gardel, un proceso participativo visto como modelo por otras ciudades de Latinoamérica, 500 familias participaron del diseño de sus propias viviendas.
El derecho a una vivienda digna, como el derecho a la educación, la salud y el empleo, es de esos beneficios que todos y todas deberíamos tener garantizados. Lejos de ser una realidad, esto, que aparece claramente enunciado en la Constitución Nacional y, por qué no decirlo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y la Convención sobre los Derechos del Niño, suele ser apenas una expresión de deseo de quienes aspiramos a vivir en una sociedad más justa y equitativa; y, sin lugar a dudas, es una de las deudas pendientes de muchos gobiernos.
Hace unos meses, en la provincia de Buenos Aires, finalizó una de las experiencias más interesantes vinculadas con este tema. Esta no solo posibilitó que unas 500 familias pudieran acceder a una vivienda digna, sino también que ellas mismas, en un proceso de participación inédito y casi sin precedentes en proyectos de este tipo, pudiesen ser participes del diseño del espacio en el que seguramente habrán de pasar gran parte del resto de sus días: su casa.
«En la gran mayoría de los casos, los encargados de ejecutar una obra como esta caen en un barrio, casi como descendiendo de un plato volador, hacen las casas, sin respetar ni consultar ni articular con la gente, que es la que va a pasar gran parte de sus vidas en esas construcciones, y se van», dice el arquitecto Ernesto Gorbacz, titular dela Dirección para la Producción Social del Hábitat del Municipio de Morón; una de las partes involucradas enla Urbanización del Barrio Carlos Gardel, en la localidad de El Palomar, obra a la que hacemos referencia.
«La transformación de Gardel fue un enorme proceso de participación ciudadana, un ir y venir de los vecinos y las vecinas del barrio que fueron del no creer al compromiso de involucrarse en la definición de temas difíciles de abordar, como la justicia en la adjudicación de las viviendas; en todo esto, el rol y el trabajo del Estado local fueron fundamentales, dice Gorbacz.
La urbanización del Gardel, un barrio estigmatizado como uno de los más peligrosos y violentos del conurbano bonaerense, tuvo como prioridad la integración del barrio con su entorno.
Hasta el inicio de las obras, en noviembre de 2005, todas las calles periféricas del complejo se cortaban en sus proximidades, lo que no permitía el diálogo siquiera físico del lugar con el resto de la ciudad. Esta fue una de las razones por las que el Municipio tomó la decisión de convocar a los vecinos y las vecinas a participar de la modificación y el mejoramiento de la zona, que hasta allí solo era un gran macizo urbano, erigido sin ningún criterio de vida en conjunto, sin red de servicios básicos y totalmente desconectado de su entorno.
La historia del barrio dice que los primeros pobladores de Gardel llegaron al lugar en 1963, cinco años antes que se construyeran los monoblocs que forman parte del barrio.
Las familias llegaban erradicadas de asentamientos de emergencia ubicados en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, antes de ser literalmente rociadas con desinfectante, eran alojadas en núcleos de viviendas transitorias que se encontraban en un extremo del terreno. Las familias debían aguardar en estos hogares precarios hasta que se terminasen de construir sus viviendas definitivas.
La primera tanda de casas se entregó en 1968; el resto… nunca se realizó.
Los reclamos de finalización de la obra fueron respondidos sistemáticamente con desalojos compulsivos y operativos a punta de fusil y demolición, por parte de las dictaduras militares. Esto provocó que, de las 600 viviendas que originalmente formaban parte del complejo, la llegada de la democracia sólo encontrara en pie menos de la mitad.
Con el tiempo, despejada la violenta amenaza de los militares, muchos de los desalojados retornaron al barrio y construyeron nuevamente sus viviendas con los pocos materiales que tenían a su alcance, con lo cual el barrio siguió degradándose.
«La participación de los vecinos en todo el proceso de urbanización mejoró mucho sus resultados finales, es importante sumarle a esto la impronta del gobierno de Morón de escuchar a la gente y tratar al vecino como un par, lo cual hizo que la transformación fuera posible», dice el arquitecto Gorbacz.
En términos generales, la urbanización del Gardel estuvo enmarcada en el Programa Federal de Viviendas, aunque fue vital la participación del gobierno local moronense, que le agregó al proyecto su impronta de gestión y la construcción de un jardín de infantes, un centro comunitario y un Centro de Atención Primaria dela Salud.
«Para mí, que viví todo la vida en el barrio, es muy emocionante ver el cambio. Hoy se ven chicos jugando en la vereda, gente con ganas de seguir progresando, algo que hasta no hace mucho era poco menos que inimaginable, ya que quienes vivíamos acá no teníamos ni siquiera un domicilio con nombre de calle y número, como cualquier otro vecino, lo que nos jugaba en contra al momento de presentarnos a un trabajo», dice Silvio Gutiérrez, 34 años, vecino del barrio y parte activa en todo este proceso.
En la actualidad, ciudades como Medellín, Colombia, han posado su mirada y han mantenido contactos con Morón para tratar de copiar gran parte del proceso llevado adelante en el Gardel, sobre todo lo que tiene que ver con la incorporación de la mirada de los vecinos y las vecinas en el diseño de las viviendas.
«Fue muy interesante todo lo que iba surgiendo en las reuniones que se realizaron en cada manzana, en las que se elegían los referentes de cada una, los cuales luego pasaban a ser parte de la mesa de gestión del proyecto; gracias a este modelo de gestión del proyecto y a la participación de los habitantes del barrio, además se pudieron gestionar ante Nación las cocinas, los azulejos, los termotanques y los cercos perimetrales que en un principio tampoco estaban contemplados en el proyecto; también, sugerir que los dormitorios de las casas estuviesen arriba, como finalmente sucedió, para tener algo de terreno donde poner una plantita», dice Silvio.
La existencia de proyectos como este nos permite pensar en la posibilidad cierta que aún tenemos de vivir en sociedades más justas, en las que los gobiernos y la comunidad trabajen en forma conjunta en la búsqueda de alternativas y soluciones a los problemas más acuciantes.
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