Por Judith Ghashghaie – Investigadora independiente
Con un lenguaje sencillo, en ocasiones divertido por su fino humor, El fraude del arte contemporáneo – libro de Avelina Lésper – describe con ejemplos, sentido común y lógico como curadores e instituciones culturales de reconocimiento han desplazado las obras plásticas por pretenciosos y forzados discursos infiltrados de una doble moral burguesa. Similar es la situación para lo que Avelina Lésper denomina VIP, Video-Instalación-Performance.
El fraude del arte contemporáneo es un libro de 86 páginas, dividido en cuatro capítulos, a saber:1) Arte contemporáneo. El dogma incuestionable; 2) Contra el performance; 3) Robar; plagiar, mutilar. Formas de copia en el arte. 4) Arte y Feminismo. Entre la cuota y el chantaje. La presentación del libro la escribe Ángel Unfried.
Desde el primer capítulo Lésper pone al lector alerta sobre cómo el arte actual imita a las religiones valiéndose de dogmas; el dogma mayor es la «transubstanciación» el cual se subdivide en micro dogmas, entre otros: en dogma del concepto, esto es: lo que el receptor ve como objetos cotidianos o basura en realidad es algo distinto : «las obras existen por el discurso teórico y curatorial, negando el razonamiento lógico. Este arte rehúye del pensamiento crítico» (Pp 22). Otro de los dogmas es el de la «inefabilidad del significado»; es decir, los valores estéticos no están en las obras sino en la cabeza, o en los discursos del artista y/o el curador, en los catálogos. Las ideas son elaboradas a priori, son actos de fe, se cree en ellos ciegamente. Estos objetos o acciones se presentan en un espacio predeterminadamente consagrado: «por eso los artistas son adictos a los museos» apunta la autora.
El dogma del curador: el curador es el vendedor, es la figura central, confiere reputación a los supuestos artistas y sus objetos: lo que hace y expresa un curador sustituye obras y artistas: «La obra puede ser lo que sea, lo de menos es quién la realice. Lo importante es quién la dirige, quién la teoriza y que estas teorías sean la estructura de la obra» (Pp 31). Sigue el dogma: todos son artistas, la idea que ciertos objetos o acciones se les puede denominar arte si un curador así lo decide ha hecho creer que cualquier individuo es artista con o sin academia; sin dominio de técnicas ni disciplina. El dogma de la educación artística: observa Avelina Lésper que en las institución escolar ha aumentado el número de asignaturas para aprender a justificar o “«conceptualizar obras» en detrimento de clases importantes para la formación profesional y técnica de los artistas. Todos estos dogmas progresivamente han acabado con el verdadero arte, han creado una multitudinaria población de falsos creadores quienes siguen montándose en la pirámide del “fraude” de hacer pasar por arte cosas y sucesos que no los son.
En el capítulo Contra el performance Avelina Lésper expresa que los VIP han agravado las patologías clínicas de estos individuos que se les confiere la denominación de artistas, una de estas enfermedades es el Síndrome de Diógenes. Estas personas nada arriesgan, una de las razones es porque ponen en peligro los privilegios y onerosas subvenciones gubernamentales que reciben , de suerte que oportunamente se amoldan al espacio y beneficios que proveen las instituciones culturales, banalizan problemas sociales serios y afianzan la idea que cualquier acción es arte:
Robar, plagiar mutilar. Formas de copia en el arte es el apartado en el cual la autora desmitifica los objetos artísticos que se producen en serie, los ready-made, son deshumanizados, coartan la experimentación e inventiva de los creadores al tiempo que refuerza la mercantilización de la sociedad de consumo. En cuanto a las intervenciones de obras maestras Avelina Lésper considera que son otro fiasco, ya que se recurre a obras garantizadas, reconocidas, aprobadas por el consenso institucional y público. Sin embargo, la autora hace la salvedad que observar, copiar la realidad, la naturaleza y a los grandes maestros es útil para aprender, es una tradición válida en las historia del arte que ha llevado a los artistas a avanzar y descubrir nuevos caminos: “Velázquez ha enseñado a pintar a generaciones que buscan en sus imágenes el secreto de la pintura, la composición y la dimensión extrahumana de los personajes” (Pp 66). Picasso, Bacon, Wiley, se han inspirado en obras maestras pero han sido habilidosos con el manejo de las técnicas al tiempo que las han renovado, dejando simultáneamente las huellas de sus individuales visiones del mundo.
En el último capítulo de El Fraude del Arte Contemporáneo la autora cuestiona la actitud de víctima, el discurso embaucador y mediocre que asumen las artistas feministas con sus productos y performance. En efecto, en Arte y Feminismo, entre la cuota y el chantaje Lésper expresa que en el pasado las artistas, a pesar de sus innumerables limitaciones sociales y morales hacían valer sus obras por el magistral manejo técnico que desarrollaban, alcanzaban el mismo nivel de los hombres. Según Lésper el discurso artístico feminista actual es tramposo y manipulador. Estas feministas viven un contubernio con las políticas gubernamentales : «…Exigen depender del Estado falocéntrico, chantajean al Estado cumpliendo el rol femenino de novela rosa, ruegan protección porque la obra es débil, insostenible como arte…» (Pp 82). Igualmente sucede con las performanceras feministas quienes compiten con los reality shows y la pornografía pero dentro de un contexto que les procura dinero, espacio y prestigio.
Para nutrir sus argumentos Avelina Lésper se pasea por las obras y performances de iconos de las corrientes actuales, entre otros: Hirst, Richard Prince, Song Dong, Sarah Lucas, Marina Abramovic . En algunas ocasiones las ideas de Avelina Lésper no han sido bienvenidas, especialmente por los artistas. Es natural que así sea, son ideas políticamente incorrectas, contrarias a lo que se estila, opuestas incluso a lo que se enseña y muestra en las instituciones académicas, publicaciones periódicas y mayoría de libros.
Para estar a favor o en contra hay que leer cada página de El fraude del arte contemporáneo con detenimiento, sin opiniones preconcebidas, olvidar que en muchas ocasiones por incautos, jóvenes, curiosos, o inexpertos caemos en las trampas de las modas o demagogias del discurso oficial, de la ideología dominante.
Los planteamientos de Avelina Lésper cuentan con una tradición teórica-crítica que arranca a principios del siglo XX con el peruano José Carlos Mariátegui, quien cuestionaba el «torremarfilismo» decadente y morboso de los artistas. Ya entrado el siglo sigue con Marta Traba, Juan Acha y otros importantes pensadores latinoamericanos quienes siempre orientaron al público y mantuvieron alerta a los creadores para que no calcaran de manera inconsciente las corrientes artísticas extranjeras.
Texto:El fraude del arte contemporáneo
Autor: Avelina Lésper
Editorial El Malpensante SAS. Bogota. 2015
ISBN: 978-958-58942-2-8