Temáticas como el desarrollo sexual en la adolescencia y la lucha contra la anorexia son los ejes sobre los que giran respectivamente De acero y Nadie se salva solo, dos versiones distintas para ilustrar las dinámicas familiares y las relaciones amorosas en la Italia del siglo XXI.
Por: Federico Fraioli
Hay una nueva oleada de escritores italianos que han sido traducidos al castellano en los últimos años. Solo en 2012, Alfaguara publicó De acero, de Silvia Avallone, y Nadie se salva solo, de Margaret Mazzantini, que se suman a la publicación de la obra de Niccoló Ammaniti por Anagrama, la novela Acabadora (Salamandra), de Michela Murgia, y Los peces no cierran los ojos (Seix Barral), de Erri de Luca. Además del infaltable Alessandro Baricco, que cada dos o tres años llega a las librerías con una nueva novela; en el año recién transcurrido, con Mr. Gwyn (Anagrama).
Se trata de un grupo heterogéneo de autores y autoras, que comprende, por un lado, novelistas más experimentados, y por el otro, un grupo de jóvenes que parecerían seguir, por temáticas y lenguaje, el camino trazado por Roberto Saviano (autor de Gomorra) y Paolo Giordano (La soledad de los números primos).
Avallone y Mazzantini pueden ubicarse como representantes de cada uno de estos dos grupos. Los temas que tratan en su obra, de por sí, apuntan a la representación de realidades socioeconómicas opuestas y, sobre todo, se centran en las vidas de dos generaciones distintas; además de contar con el respaldo de grandes editoriales (Rizzoli y Mondadori, respectivamente) y de grandes campañas de márketing.
De acero son varias historias de amor que se entrecruzan; amores trágicos, violentos. Retratos de una Italia proletaria, que indaga las vicisitudes y las dificultades de la clase trabajadora en Piombino, localidad portuaria cerca de Livorno, en la Toscana, gris representación de una sociedad posindustrial, olvidada por el Estado y degradada al máximo. Las protagonistas son dos adolescentes que están descubriendo su propia sexualidad y viven en perenne conflicto con la sociedad que las rodea y con la generación de sus padres.
Con esta ópera prima, Avallone cosechó éxitos notables de ventas, y también se hizo de los premios literarios más prestigiosos que se otorgan en Italia. Aun así, De acero desató una encendida polémica. Criticada por ambientar su novela en una Piombino un poco desdibujada —denunciada por sus mismos habitantes, que la acusaron de mistificar y exagerar de manera grotesca y malintencionada las condiciones de vida de la ciudad toscana (acusación parecida a la que también había recibido Saviano por Gomorra)—, Avallone peca también de intervenir de manera directa e incesante con comentarios condescendientes y moralistas.
El lenguaje, para algunos aguda representación de cómo hablan las jóvenes generaciones italianas —a la que la misma Avallone, nacida en Biella en 1984, pertenece—, si bien logra que la lectura se haga amena y verosímil, por momentos parece demasiado rebuscado. Como si cada frase quisiera transformarse en un mensaje publicitario, tratando de impactar en el lector a cada párrafo, lo que quita autenticidad a los diálogos y a las reflexiones, y se hace un poco artificioso.
El retrato generacional de De acero también cosechó comentarios encontrados. Para algunos, genuino recorte de una generación, entre los 14 y los 25 años, embrutecida, que habla mal, bastante vulgar y superficial; mientras que, para otros, retrata figuras estereotipadas y no logra encontrar grises en las personalidades jóvenes y adultas que pueblan el libro. Chicas lindas que son malas y oportunistas; jóvenes obreros que no terminaron la escuela, brutos y drogadictos; viejos padres de familia emigrados del sur, que son violentos, haraganes y delincuentes.
Mazzantini, que es una actriz nacida en 1961, volcada a la literatura a partir de mediados de los 90, narra una historia totalmente distinta. El tiempo de la narración de Nadie se salva solo dura lo que la cena en la que una expareja reconstruye su propia historia, una historia de fracasos, malos entendidos y traiciones, que los ha llevado al divorcio y a litigar por los horarios de visita a los que puede acceder el padre para reencontrarse con sus hijos. Una pareja burguesa que, al reconstruir su historia en común, refleja una realidad socioeconómica distinta, quizás complementaria, a la de De acero.
También ganadora de una abundante cantidad de premios literarios, la obra de Mazzantini tiene la intención de describir un mundo encerrado en la vida de pocos personajes. Y si, por un lado, logra hacer, de una pequeña historia, un retrato más amplio, que trasciende las vidas de sus protagonistas, no logra —como haría un Carver, por ejemplo— que ese micromundo en el que están inmersos los personajes sea universal y vaya más allá de la realidad social y temporal en el que está inscripto; más bien se queda un poco a medio camino, encerrado en una realidad burguesa bastante autorreferencial.
El lenguaje de Mazzantini tiene en común con Avallone la intención de ser telegráfica, una tendencia a lo sintético que, por una parte, hace muy entretenida y dinámica la lectura pero, por otra, resulta un poco artificiosa, con pequeñas frases sueltas por ahí que (de nuevo) tienen bastante del idioma publicitario, aunque esporádicamente logre elaborar una narración mucho más reflexiva y minuciosa.
Se trata de dos retratos de dos Italias distintas, con las bondades y los defectos que parecen atravesar la nueva literatura italiana, a mitad de camino entre el best seller y la obra literaria atractiva pero efímera, que trata temas muy contemporáneos como el lesbianismo (que aparece en Acero) y la anorexia (en Nadie se salva solo; que por otro lado era mucho mejor tratada en La soledad de los números primos), con un poco de superficialidad; además de generar cierta sospecha sobre la legitimidad artística de los premios literarios.
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