Terapia de shock en formato cuento. Bailando con los osos (17 Grises, 2012) es el primer libro de cuentos del periodista, librero, guionista y programador Fernando Krapp, uno de los nuevos nombres de la literatura argentina. Sus relatos combinan humor y tragedia al ritmo de una narrativa sigilosa.
Por: Sabrina Haimovich
Elegí este libro porque su título me llamó la atención. Bailando con los osos. Amo la danza; los osos me dan ternura. Sin embargo, apenas me acerco a su tapa veo un paisaje desértico con osos de peluche viejos, rotos y una mirada extraña, si es que pueda decirse que un objeto tenga mirada. La imagen transmite vacío, terror, miedo, desamparo. Pienso en cambiar de libro, pasar a otro más «friendly». En Internet confirmo mis sospechas. Un libro que revaloriza géneros como el terror, lo fantástico y lo extraño. ¿Qué hago yo frente a un libro de terror? De chica odiaba las películas de miedo, no fui emo en mi adolescencia, y nada a lo largo de mi vida me hizo cambiar de opinión.
Me había comprometido con la reseña, así que continué. Bah, empecé. Es un libro de relatos. Elegí, para empezar, el último, y me llevé una sorpresa. En «Agradecimientos», el autor juega con esa sección de los libros en que se menciona a aquellos que, de alguna u otra forma, los hicieron posibles. En el relato, el narrador le agradece a un genio que se le presentó al abrir una lata de una gaseosa tónica, en una estación de tren, y le cumplió el deseo de ser escritor, dejándolo encerrado en ese envase frío, metálico y con aroma a cítricos. Aislado del mundo y con apenas una ranura para ver la realidad. La ironía, la metáfora y el humor me impulsaron a seguir. La coincidencia de haber participado de una revista literaria llamada Tónica volvió al texto doblemente gracioso. Una pena no haber encontrado a Fernando Krapp en las redes sociales para preguntarle sobre la fuente de inspiración de ese cuento.
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Como libro de relatos iniciático, Bailando con los osos tiene otra metáfora del debut literario en la que ironiza con un fenómeno frecuente, que es la adulación de un escritor por otro. En el relato, la situación llega a tal punto que el fanático dona un riñón a cambio de una nueva obra de su ídolo, y lo obliga a escribir a pesar de que este no quiere. Con órdenes precisas acerca de cómo continuar y sesiones masoquistas de escritura, el libro es terminado gracias a su impulso. Recién cuando ve que su ídolo recibe todos los créditos y él no obtiene nada, nota la ridiculez de su actuación.
En el resto de los relatos, Krapp avanza sobre otros temas, como la maternidad, el amor a los gatos, la convivencia y las ganas de un niño de sacar la sortija en una calesita. La narrativa del autor muestra que es posible el terror hasta en lo que parece más naif. ¿Qué pasa cuando una mujer se aferra a su deseo de ser madre y pierde el eje de la realidad? ¿O cuando un hombre queda sin trabajo y se ve frente a la necesidad de mantener a su familia sea como sea? ¿Hasta dónde puede llegar un niño que quiere una sortija? ¿Hasta dónde puede llegar el ser humano?
La narrativa minuciosa y sigilosa de Krapp explora la naturaleza del ser humano y hace foco en sus contradicciones. Amores que desencadenan tragedias, adorables criaturas que planean ataques, niños que ayudan a sus padres en extrañas cacerías, mujeres que convierten a sus parejas en objetos, deseos que engendran monstruos. Los personajes krappianos bailan al ritmo de pasiones extremas que los acechan, los dominan y los empujan hacia el infierno, sin que ellos sepan muy bien qué hacer. Si bien tienen la cualidad de mostrar como pocos la complejidad del ser humano, vale resaltar su poca capacidad reflexiva, que en definitiva los conduce lenta pero decididamente, a unos y otros, hacia el desastre.
Terminé el libro y no encontré ningún cuento sobre un baile con osos. En cambio, me topé con una frase de la novela de Gustave Flaubert Madame Bovary, que es utilizada como epígrafe: «La palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas». Nunca hubiera pensado que la osa podía ser yo.